Los candidatos demócratas a altos cargos en todo Estados Unidos, como en los casos de Montana, Ohio y Maine, fueron más allá de una huida defensiva y se disociaron abiertamente de la campaña presidencial de Kamala y Walz.
Son meros síntomas del declive del Partido Demócrata como supuesto partido que representa a la clase trabajadora y al progreso social. En parte, esto se ha debido a que el partido mira a la clase media alta, el sector dela población con educación universitaria como su nueva audiencia electoral. Esta estrategia fue presentada por Charles Schumer, el actual líder demócrata del Senado, cuando proclamó en 2016 que «por cada demócrata de cuello azul que perdamos en el oeste de Pensilvania, recogeremos a dos republicanos moderados en los suburbios de Filadelfia, y lo mismo en Ohio, Illinois y Wisconsin». En lugar de intentar ganar al gran número de simpatizantes de Trump que no son de derecha, Hillary Clinton los descartó a todos como gente «deplorable». Desde entonces, los principales estados como Ohio y Florida que se consideraban en disputa se han convertido inequívocamente en republicanos, mientras que Pensilvania, Wisconsin y Michigan se están volviendo más difíciles de mantener en las filas demócratas. Finalmente, los avances demócratas en estados como Virginia y Georgia están lejos de haberse consolidado por completo.
Un sector de la población que los demócratas están muy activos y ansiosos por reclutar son los capitalistas más ricos. Bernie Sanders, que parece estar reexaminando su apoyo al Partido Demócrata, respondió a la pregunta de John Nichols de The Nation, sobre si el liderazgo demócrata aprenderá las lecciones de su derrota y se situará junto a la clase trabajadora en contra de los poderosos intereses que dominan nuestra sociedad, que tal cambio era «altamente improbable». Están demasiado vinculados a los multimillonarios y los intereses corporativos que financian sus campañas». (The Nation, 26 de noviembre de 2024) En este contexto, no se ha hablado mucho sobre Tony West, cuñado de Kamala y un importante asesor de campaña que es vicepresidente senior y asesor legal jefe de Uber, de la que pidió una excedencia para trabajar para la campaña presidencial de su cuñada. Como sabemos, Uber ha participado en una extensa campaña internacional para asegurarse de que sus empleados sean considerados contratistas autónomos y no trabajadores con todos los derechos y protecciones de la legislación laboral.
El tema se incluyó en la papeleta electoral de California en 2020 como la Proposición 22 que, aprobada, habría negado los derechos laborales a todos los trabajadores de Uber. A la cabeza de la campaña a favor de la propuesta como organizadora pagada de Uber estaba Laphonza Butler, una mujer negra y ex organizadora sindical LGTBQ, así como ex jefa de la Unión Internacional de Empleados de Servicios de California (SEIU). La propuesta 22 ganó y la Sra. Butler, aparte de su victoria a favor de la propuesta, recibió un gran homenaje cuando el gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, la nombró para reemplazar a Dianne Feinstein en el Senado de los Estados Unidos en octubre de 2023. Butler habrá servido durante más de un año como titular de un cargo no elegido, hasta que Adam Schiff, el recién elegido senador demócrata, asuma el puesto en enero de 2025. Además de ser un insulto a los movimientos obreros de California y Estados Unidos, acciones como estas cuestionan la supuesta lealtad demócrata a los sindicatos, para no hablar de la capacidad del Partido Demócrata, que se unió con entusiasmo a la caravana neoliberal hace décadas, para recuperar el apoyo de los trabajadores estadounidenses.
El único tema político importante en el que Kamala mantuvo inequívocamente una posición progresista en su campaña presidencial fue apoyar el derecho de las mujeres al aborto. Por lo contrario, abandonó la oposición liberal tradicional (y de izquierda) al fracking, lo que inevitablemente llevó a una mayor producción y consumo de petróleo y gas con su perjudicial efecto sobre el medio ambiente. Sobre el control de armas, alardeó al declarar que poseía un arma y que estaba dispuesta a usarla contra cualquier intruso, mientras que reiteraba con mucho menos ruido su apoyo a la prohibición de las armas de asalto y a una verificación de antecedentes más exhaustiva de los compradores de armas. The Economist, una revista crítica con Trump pero no conocida por su izquierdismo, predijo en su artículo del 10 de octubre de 2024 «La Trumpificación de la política estadounidense» que «sea quien sea quién llegue a tener el apoyo de los 270 votos del colegio electoral el 5 de noviembre, las ideas del Sr. Trump ganarán. Él, no la Sra. Harris, ha establecido los términos de estas elecciones, la política estadounidense se ha trumpificado por completo». Como explicó la revista, en cuanto a la política comercial, Harris habría mantenido la mayoría de los aranceles que Trump impuso en su primer mandato. En cuanto a los impuestos, se situó a la derecha del presidente Biden con su apoyo a la mayoría de los recortes que benefician a los estadounidenses ricos firmados por Trump en 2017, mientras prometía aumentar las tasas solo para aquellos que ganan más de 400.000 dólares al año. The Economist también señaló que su política de inmigración era respaldar la propuesta de reforma bipartidista más conservadora de este siglo, incluyendo el cierre a las solicitudes de asilo cuando el flujo de inmigrantes irregulares fuese alto.
Sin embargo, aunque The Economist estaba en lo cierto en su breve descripción de la política de inmigración de Harris, no captó la enormidad de la traición de Harris y del Partido Demócrata a los inmigrantes indocumentados. Solo necesitamos considerar la focalización de Trump en los inmigrantes indocumentados como uno de los principales objetivos de su campaña, acusándolos sin pudor de comer mascotas en Springfield, Ohio, y como criminales y violadores, muy en línea con su vieja retórica que degrada y deshumaniza a las poblaciones inmigrantes. A pesar de su evidente disgusto por los comentarios de Trump sobre los inmigrantes durante su único debate, ni Harris, ni su candidato a la vicepresidencia Walz, ni ningún otro demócrata prominente defendieron a los inmigrantes indocumentados ni cuestionó la veracidad de las acusaciones completamente falsas de Trump sobre la supuesta criminalidad o el parasitismo económico de los inmigrantes indocumentados. Estas acusaciones expresaban la voluntad de Trump de propagar grandes mentiras en la tradición del Dr. Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi.
Así, por ejemplo, se sabe desde hace bastante tiempo que, de hecho, la tasa de delitos de los inmigrantes indocumentados es menor que la tasa de los ciudadanos nacidos en los Estados Unidos. El reputado Instituto Nacional de Justicia, cuyo lema es «avanzar en la justicia a través de la ciencia» publicó un estudio el 12 de septiembre de 2024 analizando los registros de arrestos en el estado de Texas -que no es un estado sospechoso de pasar por alto presuntas violación de ley de inmigrantes documentados o indocumentados-, que demostraba que durante el período de 2012 a 2018 los inmigrantes indocumentados en ese estado fueron arrestados menos de la mitad de la tasa de ciudadanos nacidos estadounidenses por delitos violentos y de drogas y una cuarta parte de la tasa de ciudadanos nativos por delitos contra la propiedad, según el Instituto Nacional de Justicia.
Además, la noción de que los inmigrantes, ya sean documentados o no, constituyen una carga económica para el país ignora que amplios sectores de la economía, como la agricultura (donde se estima que más de la mitad de sus trabajadores son indocumentados), la construcción y toda una serie de servicios proporcionados por hoteles, restaurantes, limpieza, servicios de atención y la entrega de todo tipo de documentos y mercancias dependen en un grado considerable de la mano de obra inmigrante, gran parte indocumentada. Sin embargo, el consenso entre los economistas profesionales es que el impacto de la inmigración en el estado de la economía en su conjunto es pequeño, aunque algunos economistas en realidad sostienen que la inmigración puede aumentar el PIB de la nación, ayudando así a crear empleo para otros además de ellos mismos. Incluso la expectativa más «razonable» de que la inmigración puede tener un efecto negativo en industrias y localidades específicas, incluso si tiene poco efecto en la fuerza laboral total de la nación, ha sido cuestionada por economistas como el canadiense David Card. Card aprovechó el «experimento natural» proporcionado por la entrada a gran escala de cubanos en el mercado laboral del sur de Florida durante y poco después del éxodo del «Mariel» en la primavera de 1980 para descubrir que no tenía un efecto mensurable en los niveles salariales en el área.
El aumento de la inflación como el tema número 1
A lo largo de la campaña presidencial de 2024, el tema número 1 en la mente de una parte sustancial del electorado fue la alta inflación que caracterizó la crisis económica que afectó al país. Vale la pena señalar que, a nivel nacional, el 39 por ciento de los votantes mencionaron la economía y el empleo como su preocupación más importante, casi el doble de la tasa de preocupación de los votantes por la inmigración, el segundo tema más importante que afecta al 20 por ciento del electorado.
El historiador económico Adam Tooze ha explicado que el aumento sustancial de los precios de los alimentos y la energía en 2021 y 2022 fue peor que la inflación causada por el embargo petrolero causado por la guerra árabe israelí de 1973 y solo fue superado en las últimas décadas por el efecto de la crisis de Irán de 1979. Como lo resumió Arun Gupta (Jacobin, 19 de noviembre de 2024) de 2021 a 2023, la morosidad de préstamos para automóviles aumentó un 50 por ciento para los hogares en la mitad inferior de la distribución de ingresos, y la morosidad de tarjetas de crédito aumentó un 34 por ciento desde la víspera de la invasión de Ucrania en febrero de 2022 hasta octubre de 2024 para la población total. Además, los precios de la gasolina aumentaron de 3,41 dólares en enero de 2022 a 5,03 dólares por galón en junio del mismo año. Muchos artículos de comida rápida han aumentado entre un 50 y un 100 por ciento entre 2021 y 2024, y las facturas de comestibles han aumentado un 22 por ciento. Teniendo en cuenta esta situación verdaderamente desastrosa, comentaristas liberales como el ganador del Premio Nobel Paul Krugman enfatizaron con fuerza en sus columnas del New York Times la disminución de la tasa de crecimiento de la inflación sin prestar al menos la misma atención a la obstinada consolidación, y sus terribles efectos, del alto grado de inflación alcanzado recientemente. No es sorprendente que Krugman haya seguido este camino analítico debido a su defensa de las campañas presidenciales de Biden/Harris y en un nivel más profundo, debido a su falta de voluntad para abogar por medidas radicales para reducir el impacto de clase del nivel de inflación existente, como la indexación de todos los salarios y sueldos y la tributación de las súper ganancias que alimentan la inflación.
El aspejismo del éxito capitalista de Trump
Mientras la inflación siguió siendo el principal tema en la campaña presidencial de 2024, Trump mantuvo una clara ventaja sobre Biden y Harris en las encuestas de opinión pública como el candidato con más probabilidades de tener éxito en la gestión de los asuntos económicos, presumiblemente porque como inversor multimillonario estaba más cualificado para tener éxito en esta área. Así, por ejemplo, un ciudadano de clase trabajadora de origen latinoamericano entrevistado en televisión, expresó muchas reservas y objeciones sobre Trump, pero rápidamente concluyó que, sin embargo, votaría por él pronunciando dos palabras, a saber, «la economía».
Este fenómeno político requiere análisis en varios niveles. En el nivel más simple y obvio, no es el caso de que Trump fuera un éxito indiscutible como capitalista, y mucho menos como modelo estadounidense de logro capitalista. Como señalé hace seis años en mi artículo «Donald Trump, un lumpencapitalista» (SP, 4 de diciembre de 2018) Trump se había declarado en bancarrota no menos de seis veces, cinco veces por sus inversiones en casinos y una por su participación en el Hotel Plaza de Nueva York. En el mismo artículo, cité a la historiadora de negocios Gwenda Blair en su relato de las numerosas dificultades que Trump enfrentó en los años noventa para negociar sus enormes deudas bancarias, tanto que, como señaló John Feffer en su artículo «Trump’s Dirty Money», solo quedaba un banco, el Deutsche Bank, entonces conocido por su altamente cuestionable comportamiento legal y ético, dispuesto a darle crédito.
Fueron precisamente las graves dificultades de Trump para actuar como un gran capitalista relativamente «normal», además de sus fuertes inclinaciones Lumpen -que se remontan a su estrecha relación con el abogado macarmita Roy Cohn, un modelo de amoralidad y cinismo-, lo que llevó a Trump directamente a sus formas más cuestionables de ganar dinero, como su fraudulenta Universidad Trump y la Fundación Trump, y más recientemente a promover y ganar dinero con tarjetas comerciales, materiales autopromocionales, Biblias muy caras y relojes de 100.000 dólares, así como a involucrarse en empresas de criptomonedas. Solo necesitamos imaginar la reacción de muchos medios de comunicación estadounidenses si tales actividades correspondieran a una candidata o un político con antecedentes negros o latinoamericanos. Finalmente, incluso como presidente de los Estados Unidos, Trump se involucró en prácticas corruptas para beneficio propio y de su familia. Como nos dice el columnista del Washington Post John Rogin en su libro Chaos Under Heaven, el yerno de Trump, Jared Kushner, a menudo se ponía del lado del ala pro Wall Street de la administración representada por Steven Mnuchin y Gary Cohn, que generalmente se oponían a los aranceles. En la primera cumbre de Trump con el líder chino Xi en abril de 2017, se pospusieron las amenazas de aranceles y Trump desistió de su promesa de campaña de acusar formalmente a China como manipulador de divisas. Xi aún no había salido de la cumbre cuando el gobierno chino aprobó tres marcas provisionales para la empresa de Ivanka Trump (la esposa de Jared Kushner), lo que le permitió vender joyas, bolsos y servicios de spa en China. (Citado en Robert Kuttner, «The Import of Exports», The New York Review of Books, 19 de diciembre de 2024, 72)
Óptica de clase y acción colectiva
En un nivel más complejo y menos obvio, ¿qué pasaría si Trump hubiera sido algo difícil de imaginar, un gran capitalista ejemplar, impecable y limpio? ¿Habría sido entonces apropiado que una persona tan ideal fuese elegida como presidente sobre la base de que sería bueno para la economía? No, esa noción sería igualmente falsa. Incluso el «mejor y más agradable» gran capitalista individual tenderá a mirar la realidad social a través de una lente ideológica y política capitalista que excluirá algunas posibles soluciones a los problemas e incluirá aquellas «soluciones» que son compatibles con su perspectiva ideológica y política capitalista. Así, por ejemplo, aumentar las tasas de interés para combatir la inflación no es simplemente la medida gubernamental «neutral y técnica» que a menudo representa la prensa. Aunque ciertamente es complicado en sus causas y efectos, hay un núcleo de clase, invisible para muchos, en el sentido de que esta medida aparentemente «neutral» puede enfriar la economía de una manera que es mucho más probable que aumente el desempleo y, en general, deprima los niveles de vida de la clase trabajadora.
Por lo tanto, las «soluciones» económicas deben ser compatibles con los intereses de la clase capitalista, y la perspectiva de los grandes capitalistas generalmente se basa en los círculos sociales (clubes sociales, asociaciones comerciales, etc.) a los que pertenece el capitalista individual y de los que él o ella extrae no solo ideas y formas de vida, sino también lealtades personales e incluso apoyo emocional. En otras palabras, el capitalista en cuestión habita un mundo material (y psicológico) diferente al ocupado, por ejemplo, por un trabajador industrial o de cuello blanco.
Sería un error pensar que el tema que estamos discutiendo actualmente reside en que los estadounidenses que piensan que Trump sería bueno para la economía pueden ser ignorantes o ingenuos. Puede ser así, pero pasa por alto el tema crucial de la cultura política hegemónica en el país en general. Fuera del ala derecha y especialmente de la extrema derecha del espectro político, no hay cultura de oposición en los Estados Unidos, excepto quizás entre los negros y otras comunidades raciales y étnicas y de una izquierda que ha crecido desde el final de la Guerra Fría, pero que aún no es una fuerza importante por sí misma. Mientras tanto, sin embargo, aquellos que piensan que Trump «arreglará la economía» no están significativamente influenciados por ninguna cultura de oposición progresista, que casi «instintivamente» rechazaría la noción de que los multimillonarios podrían tener los intereses de la gente en el corazón. En muchos otros países capitalistas que carecen de los antecedentes individualistas de la cultura política estadounidense, la prevalencia de una cultura de oposición llevaría a la mayoría de la gente a la conclusión opuesta; es decir, precisamente porque el candidato es un capitalista, él o ella no sería bueno para la economía.
Por supuesto, esta no es una situación rígida y estática, sino que está sujeta a cambios, especialmente cuando ocurre una crisis, y se desarrollan movimientos que dejan un legado ideológico y político detrás de ellos, como fue el caso, por ejemplo, de los millones de estadounidenses que llegaron a la mayoría de edad durante la Depresión. Esta generación de estadounidenses tendía a guiarse fuertemente por las cuestiones económicas, especialmente la seguridad económica contra la codicia descontrolada y a rechazar «instintivamente» y desconfiar de aquellos que incluso el propio FDR calificó como «monárquicos económicos». Por el contrario, la generación de los años sesenta estaba más preocupada por el antiimperialismo, la paz y la rebelión contra el autoritarismo interno que por los excesos del gran poder económico.
Finalmente, la noción misma de que las administraciones presidenciales son la razón principal o primaria de una buena o mala economía es muy cuestionable. Bajo el capitalismo, la obtención de beneficios y la acumulación capitalista son los principales objetivos de la clase capitalista y de la gran mayoría de sus miembros, tanto a nivel nacional como, especialmente, internacional. Es cierto que el gobierno federal tiene varias herramientas a su disposición para tener algún efecto en el comportamiento económico, como la actividad monetaria, fiscal y económicamente relevante del propio gobierno, como el gasto en armas y las obras públicas, entre otras. Sin embargo, el poder de esas herramientas no se puede comparar con las fuerzas nacionales e internacionales desatadas por la dinámica de los ciclos económicos y las crisis capitalistas que surgen de la acumulación y competencia capitalistas internacionales como las depresiones y recesiones como la Gran Recesión de 2007 a 2009.
Sin embargo, los capitalistas y sus aliados de los medios de comunicación tienen un interés personal en exagerar en gran medida la importancia de la intervención gubernamental, particularmente con respecto a la regulación y los impuestos empresariales, donde su propio interés inmediato es más evidente. Curiosamente, un inversor que habla claro como Warren Buffett, CEO de Berkshire Hathaway ha declarado que los inversores no deben tomar decisiones de inversión basadas en impuestos y que mantener una inversión solo para evitar pagar impuestos no tiene mucho sentido. Este sentimiento probablemente sea compartido en privado por muchos capitalistas, aunque menos habrían estado de acuerdo con Buffett en que los ricos pagan muchos menos impuestos comparativamente que la población en general. Por supuesto, la franqueza de Buffett en estos temas no significa que sea igualmente poco ortodoxo cuando se trata de otros asuntos, como el poder no democrático conferido por la concentración empresarial ejemplificada en Berkshire Hathaway, solo para mencionar un ejemplo obvio.
Además, los poderes del gobierno están limitados política y constitucionalmente a la hora de abordar graves crisis económicas. Por lo tanto, en una economía privada que todavía está fundamentalmente separada del ámbito público, el gobierno federal, a pesar de los deseos del presidente, no puede intervenir en los procesos reales de inversión y toma de decisiones económicas de las empresas capitalistas. Esto se ha puesto a prueba legalmente en muchos casos. Uno de esos casos importantes involucró la decisión del presidente Harry Truman de nacionalizar la industria del acero poco antes de que el sindicato de trabajadores del acero comenzara una huelga programada para el 9 de abril de 1952. En respuesta, la Corte Suprema de EEUU falló en Youngstown Sheet & Tube Co. v. Sawyer que el presidente carecía de la autoridad para apoderarse de las acerías. Cabe señalar que Truman no estaba interesado en hacerse con la industria del acero per se, sino comoun medio claramente temporal para evitar la huelga anunciada.
El ataque a la democracia y cómo defenderla
Como han sostenido muchos observadores, no hay duda de que el programa de Trump está sustancialmente orientado a atacar las prácticas e instituciones democráticas, como se expresa en sus repetidas amenazas de vengarse de los medios de comunicación que se han atrevido a criticarlo. Las declaraciones hechas por sus nombramientos clave, como Kash Patel como nuevo jefe del FBI, son aún más impactantes por sus crudas amenazas contra las libertades políticas, como la libertad de prensa. Falta en los pronunciamientos del Sr. Patel incluso una promesa hipócrita de hacer cumplir el estado de derecho, algo que J. Edgar Hoover, el jefe del FBI durante cincuenta años, no tuvo reparos en articular verbalmente, incluso cuando procedió a persecuir a Martin Luther King Jr., al Partido de las Panteras Negras y a miles de radicales y activistas estadounidenses por la igualdad y la justicia. Aun así, a la luz del clima político existente, que se compara desfavorablemente con la situación en enero de 2017 cuando Trump asumió el cargo por primera vez, Patel constituye una amenaza mayor que Hoover.
Si es así, ¿cómo puede la mayoría de la gente defender la democracia en EEUU? Educarnos sobre lo que la democracia es y lo que no es -y estudiar la institución en peligro y los logros sociales y políticos facilitados por ella-, ciertamente puede ayudar. Pero es la lucha política para defender y extender la democracia lo que movilizará a la gente para que realmente haga algo al respecto. Es aquí, de nuevo, cuando la mejor defensa es tomar la ofensiva. Y como sucede, hay mucho que necesita ser cambiado para hacer de este un país más democrático.
Podemos comenzar examinando la afirmación de que los Estados Unidos es la democracia más antigua del mundo. De hecho, se puede argumentar que, si bien el sistema estadounidense es realmente antiguo, podría decirse que es el menos democrático (además de tener el «estado de bienestar» menos generoso) entre los países democráticos económicamente desarrollados, ya sea en Europa Occidental o en otros lugares. Por lo tanto, la forma en que está estructurado el Colegio Electoral garantiza que un candidato presidencial exitoso pueda ser elegido con una minoría del voto popular, como ha ocurrido varias veces en la historia reciente. Esto, a su vez, está estrechamente relacionado con el hecho de que Wyoming, el estado menos poblado del país, tiene tanto poder en el Senado como California, el estado más poblado. Por su parte, el Senado tiene más poder que la Cámara de Representantes, que es más representativa con, por ejemplo, su derecho exclusivo de aprobar la nominación de miembros de la Corte Suprema y todos los demás jueces federales, un poder del que la Cámara carece. Además, el Senado permite que una minoría de senadores, utilizando el filibusterismo, frene la legislación a la que se oponen.
Incluso la Cámara de Representantes, relativamente más democrática, debe hacer frente al fenómeno de la redistribución de distritos, es decir, la eliminación de representantes, especialmente los que representan a los negros y otros grupos raciales minoritarios, cambiando la composición racial, social y política de sus distritos. La Corte Suprema ha declarado que la discriminación racial no es una razón legalmente válida para la redistribución de distritos, pero al mismo tiempo, ha debilitado considerablemente la capacidad de eliminar el sesgo racial al declarar inconstitucionales secciones importantes de la Ley de Derechos de Voto de 1965. Además de la reconfiguración de distritos (gerrymandering), hay esfuerzos frecuentes para limitar el voto minoritario eliminando a las personas de las listas de votación utilizando las excusas más endebles, evitando que los ex delincuentes que han cumplido sus sentencias voten, dificultando el registro para votar y disminuyendo el número de lugares de votación que obliga a las personas a permanecer en la fila durante horas, animándolos así a darse por vencidos y marcharse.
Finalmente, es extraordinariamente difícil enmendar la Constitución de EEUU. Desde que se aprobaron las primeras diez enmiendas (la Declaración de Derechos) en 1791, solo se han aprobado 17 enmiendas adicionales en los siguientes 233 años, y algunas de ellas se han vuelto casi no controvertidas, como en el caso de la 26a enmienda aprobada en 1971 que redujo a 18 años la edad para ejercer el derecho al voto.
Fueron precisamente estas características, establecidas hace mucho tiempo, del sistema político de los Estados Unidos las que impidieron la extensión de la democracia, especialmente a los negros, durante la larga lucha por los derechos civiles que alcanzó un nivel cualitativamente nuevo en las décadas de los años cincuenta y sesenta. Volviendo tan lejos como a la negativa de Franklin D. Roosevelt a apoyar un proyecto de ley contra el linchamiento en el Congreso durante su presidencia, se presentaron muchos proyectos de ley a favor de los derechos civiles en el Congreso, a pesar de que seguramente perecerían a manos del bloque de senadores demócratas del sur que siempre estaban ansiosos de obstruir tales propuestas legislativas. Contrariamente a una mitología ampliamente difundida, no fueron los esfuerzos de John y Robert Kennedy los que lograron aprobar la trascendental Ley de Derechos Civiles de 1964, sino las revueltas provocadas por el activismo militante por los derechos civiles. De hecho, Robert Kennedy trató de apaciguar al Movimiento de Derechos Civiles prometiendo dinero de la Fundación a los activistas de derechos civiles si se mantenían fuera de las calles y se concentraban en el registro de votantes. Grupos de derechos civiles como el militante Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos (SNCC) rechazaron rotundamente la oferta de Bobby Kennedy.
En cambio, fue el movimiento el que aumentó en gran medida su fuerza política y su actividad, comenzando con el movimiento de sentadas en el Sur en 1960 y culminando con las bombas y disturbios en Birmingham en mayo y junio de 1963, lo que llevó la lucha contemporánea por los derechos civiles, que mientras tanto se había extendido desde el Sur a los Estados Unidos en su conjunto, a un nuevo tono e intensidad, elevando el espectro del caos y la falta de gobierno en el imaginario actual de unos Estados Unidos de América muy estables. De hecho, fue esta preocupación, y la posibilidad de atraer el voto negro, lo que influyó en el Partido Republicano cuyo líder del Senado, Everett Dirksen, aceptó unirse a los liberales demócratas para romper el filibusterismo demócrata del Sur. Es importante tener en cuenta que cuando Martin Luther King Jr. dirigió el Movimiento Montgomery para la integración en diciembre de 1955, marcando el comienzo del Movimiento de Derechos Civiles contemporáneo, nadie anticipó que en solo 10 años se lograrían victorias dramáticas contra la segregación racial y por el derecho al voto. Desafortunadamente, los grupos de derechos civiles no desarrollaron organizaciones duraderas que proporcionaran la continuidad y la fuerza para el desarrollo de estrategias con éxito a largo plazo de protesta y cambio. Tal fue el caso del SNCC, que en realidad era un comité de organización, así como del impresionante movimiento Black Lives Matter de 2020. Desafortunadamente, ninguno de los dos movimientos dejó atrás organizaciones con miembros estables y duraderas para continuar la lucha de forma continua y regular.
La gran brecha abierta por la militancia de los Derechos Civiles a su vez facilitó el aumento de otros movimientos para defender y extender la democracia en EEUU, como el movimiento por los derechos de las mujeres y algo más tarde por los derechos ecológicos y homosexuales que estableció la base para el movimiento LGBTQ actual. Debo subrayar el hecho de que el gran movimiento contra la Guerra de Vietnam fue parte de este proceso histórico, aunque no era un movimiento democrático pro «derechos» como tal.
Además, la reacción conservadora contra las victorias logradas por estos movimientos fue uno de los principales factores que provocaron el renacimiento de la Derecha en los Estados Unidos. El neoliberalismo, algo más tarde, se volvió predominante como respuesta al aumento de la competencia del capitalismo europeo y asiático. Estos desarrollos, incluida una disminución en la tasa de ganancias a finales de los años sesenta, ejercieron enormes nuevas presiones sobre las corporaciones estadounidenses que se tradujeron en nuevas ofensivas antilaborales mediante un aumento de los esquemas de productividad, a menudo a costa del deterioro de las condiciones de trabajo y la deslocalización de empleos al extranjero. Estos acontecimientos condujeron a su vez a un gran debilitamiento de la fuerza sindical.
El nuevo curso de Trump
Trump comienza su segundo mandato con un nuevo enfoque. Se ha deshecho de los políticos conservadores pero respetables como Mike Pence y de los respetados oficiales militares de alta graduación como Jim Mattis, John Kelly y H.R. McMaster para nombrar en su lugar a miembros del gabinete que no se interpongan en su camino y creen obstáculos para el ejercicio de sus poderes ejecutivos. Para ese propósito, ha reunido una coalición de extrema derecha, como el hombre más rico del mundo, Elon Musk, quien recientemente expresó su apoyo a la AFD, los neonazis de Alemania, y grandes capitalistas como Howard Lutnick, el jefe de la firma de Wall Street Cantor Fitzgerald, con un número más visible de políticos lumpen como Kash Patel, el amigo de Putin, Tulsi Gabbard y Matt Gaetz, cuya escandalosa vida como acosador sexual lo obligó a renunciar incluso antes de que hubiera una audiencia en el Congreso para confirmarlo. Si hay algo que parece unir a estos distintos individuos y bandas es el culto a Bitcoin, una inversión típicamente aventurera que los principales bancos y casas de inversión respetables se niegan a tocar. Queda por ver si Trump tendrá éxito, aunque el reciente enfrentamiento entre sus principales partidarios sobre permitir o no que extranjeros altamente calificados inmigren a los Estados Unidos no es un buen presagio para Trump. Sin embargo, no tiene mucho de qué preocuparse mientras su oposición liberal y de izquierda permanezca tan callada como ha estado desde las elecciones de noviembre. Afortunadamente, los excesos de Trump seguramente pondrán fin a esa lamentable pasividad.
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Es más sencilla esta explicación: la ejecución a largo plazo del principio oligárquico globalista-progre o neoconservador destruyó las condiciones de vida de decenas de millones de personas en EE.UU.
Trump no es globalista ni progre ni neoconservador y ofrece una esperanza a esas decenas de millones de personas.
El principio del patriotismo siempre es superior al oligárquico globalista.