El nuevo inquilino de Bercy, Éric Lombard, oficialmente Ministro de Economía, Finanzas y Soberanía Industrial y Digital, fue, tras su nombramiento el 23 de diciembre, calificado por la prensa como un hombre de izquierdas o etiquetado a la izquierda. Desde luego, no es la primera vez que los miembros de los gobiernos de Emmanuel Macron heredan esta etiqueta. Pero esta vez hay tres diferencias.
Romaric Goldin
En primer lugar, se trata de un ministerio específico, el de Economía y Finanzas, que será el encargado de presentar al Parlamento un nuevo presupuesto en un contexto política y económicamente difícil. En segundo lugar, Éric Lombard afirma abiertamente esta cualificación y considera que este compromiso ha sido fundamental para él.
En su libro Au cœur de la finance utile (Éditions de l’Observatoire, 2022), afirma: “Para mí, ser de izquierdas era algo natural”. Por último, es apreciado en los partidos de izquierda. Olivier Faure, Primer Secretario del Partido Socialista, declaró a BFM el 26 de diciembre: “Es un hombre de izquierdas, le conozco desde hace mucho tiempo. E incluso puedo decir que es un amigo”. Incluso en las filas de La France insoumise, podemos encontrar representantes electos capaces de reconocer que no es un liberal.
El término izquierda es, en realidad, extremadamente vago porque es relativo. Mientras que el paisaje político es muy derechista, la izquierda puede adoptar formas muy moderadas. Bajo la monarquía de julio, la izquierda dinástica de Odilon Barrot se oponía al sufragio universal y, una vez llegada la República al poder, sus miembros se unieron al Parti de l’Ordre, es decir, a la derecha dura. Éric Lombard se proclama de izquierdas, y tiene todo el derecho a hacerlo. Lo esencial está en otra parte. Se trata más bien de observar sus posiciones reales para poder situarle en el espectro ideológico, sobre todo, en términos económicos.
Un pilar de los Gracques
Éric Lombard es un producto del movimiento Rocard. Es un rasgo que comparte con Alexis Kohler y Édouard Philippe. En el libro antes citado, traza su trayectoria en los círculos rocardistas en los años ochenta y noventa, que le llevó primero a trabajar en el posible programa presidencial de Michel Rocard para 1988, y después a entrar en los gabinetes ministeriales. Primero estuvo vinculado al portavoz del Gobierno, Louis Le Pensec, y después a Michel Sapin, Ministro de Economía y Hacienda entre 1992 y 1993.
Tras la dura derrota de la izquierda en las elecciones legislativas de 1993, Éric Lombard, licenciado en HEC [Escuel de Estudios Superiores de Comercio] que había empezado su carrera en la banca, volvió al sector financiero. Dirigió Cardif, filial de seguros de BNP Paribas, de 2006 a 2013, y después la filial francesa del grupo asegurador italiano Generali, antes de asumir la dirección de la Caisse des dépôts et consignations (CDC) en 2017.
Durante estos años, cuenta en su libro, “quería aportar ideas a la izquierda”. Para ello, en 2007 ayudó a fundar los Gracques, un think tank dirigido por su amigo Bernard Spitz, figura clave del mundo asegurador francés al que también había conocido durante sus años de militancia rocardiana.
Este think tank, formado por altos funcionarios y antiguos ayudantes de ministros socialistas, iba a tener una influencia considerable en el desarrollo de la izquierda francesa, y es esencial fijarse en su ideología para entender la que mueve a nuestro nuevo Ministro de Economía y Hacienda.
La prioridad de la Izquierda no es defender todos los empleos, sino dar seguridad a todos los trabajadores dándoles acceso a un empleo
Manifiesto de los Gracques, 2007
¿Cuál era este programa? El manifiesto por una izquierda moderna, o manifiesto de los Gracques, publicado en Le Mondeel 13/09/2007, tras la derrota de Ségolène Royal, intenta definir los nuevos contornos de la izquierda. Es un texto de puro neoliberalismo, parte de veinte años de iniciativas para convertir totalmente al PS en un partido social-liberal. Su punto de partida es la teoría del goteo: “La economía de mercado es algo bueno” porque “crea riqueza colectiva e individual y, en última instancia, sirve a la justicia social”.
La ambición de la izquierda debe ser, por tanto, garantizar la “igualdad de oportunidades”, es decir, el acceso de todos al mercado, lo que implica también aceptar como justos los resultados producidos por el mercado. Esto implica que “la izquierda debe estar a favor de las empresas”. En estas condiciones, hay que aceptar la globalización como “progreso”, pero también la liberalización del empleo: “La prioridad de la izquierda no es defender todos los empleos, sino dar seguridad a todos los trabajadores dándoles acceso a un empleo”.
Si bien loss Gracques afirman que “la izquierda moderna es redistributiva”, esta redistribución “no pasa por subir los impuestos”, sino por “repartir mejor el gasto público”. Para el think tank cofundado por Éric Lombard, son la regulación y la acción del Estado a posteriori las que corrigen los excesos del mercado. Esta visión considera al Estado como un complemento del mercado, y la primera prueba de ello es que debe someterse a la disciplina del mercado.
Este es el otro elemento clave de la visión de los Gracques: un apego visceral a la austeridad. El 12 de noviembre de 2008, en plena crisis financiera, el grupo de reflexión publicó un texto ligeramente crítico con los excesos de las finanzas, al tiempo que advertía contra el riesgo de que la deuda pública “se descontrolara”.
En 2012, tras la victoria de François Hollande, a quien habían apoyado, los Gracques exigieron un recorte de 35.000 millones de euros en gastos sociales. Al mismo tiempo, defendieron la violenta política impuesta a Grecia y lideraron la ofensiva contra el intento de Alexis Tsípras en 2015 de cambiarla.
En el centro del pensamiento de los Gracques está la dualidad entre el ajuste necesario, es decir, la austeridad fiscal, y las reformas estructurales, es decir, la liberalización de la economía. Desde una perspectiva neoschumpeteriana, se supone que estas últimas aceleran el crecimiento hasta tal punto que las primeras resultan indoloras y entonces es posible devolver a los trabajadores una parte de la plusvalía creada.
Con esta idea, el think tank proclamó en abril de 2014: “¡Viva el realismo de Manuel Valls!”. Esto se convertiría más tarde en la pieza central del programa macronista.
Un macronista convencido
En definitiva, las propuestas de los Gracques son producto de su tiempo. A finales de los años 2000, las élites económicas francesas estaban decididas a poner fin al neoliberalismo moderado por el que había optado Francia desde 1983 y a embarcarse en una política de liberalización más amplia, que afectaba especialmente al mundo laboral.
Junto con la Comisión Attali, los Gracques representan una ofensiva para llevar estas ideas al poder. Por eso Jean-Pierre Jouyet, uno de sus miembros, no tuvo ningún problema en pasar del PS a Nicolas Sarkozy antes de volver al Elíseo con François Hollande.
El hombre que hará realidad el sueño de los Gracques es, por supuesto, Emmanuel Macron. Su programa para 2017 es un clon casi perfecto del manifiesto de 2007. En su libro, Éric Lombard establece el vínculo con Michel Rocard: “Me parece”, escribe, “que las reformas que lleva a cabo hoy Emmanuel Macron (…) son un eco” de las del antiguo primer ministro socialista.ç
De hecho, los Gracques se inscriben en una vieja tradición francesa, la del saint-simonismo y su gobierno de industriales. Este enfoque tecnocrático fue retomado a finales de los años 30 por los modernizadores, un movimiento que iba a desempeñar un papel importante en la izquierda de los años 60 y 70 con vistas a transformar radicalmente la sociedad. Después de 1983, este movimiento, con Michel Rocard y Jacques Delors, abrazó abiertamente el neoliberalismo.
Para construir una mayoría neoliberal, estos partidarios de la segunda izquierda buscaron alianzas en el centro y, en particular, en 2007, con François Bayrou, que entonces tenía el viento a favor. En marzo de 2007, loss Gracques se pronunciaron por primera vez a favor de una alianza entre Ségolène Royal y el alcalde de Pau. Una alianza que tendría lugar entre las dos vueltas de las elecciones. “Demasiado tarde”, lamenta Éric Lombard en su libro. Una especie de ensayo general del macronismo de 2017, que, no lo olvidemos, llegó al poder gracias al apoyo de François Bayrou. “La venganza de los Gracques”, escribió entonces Le Monde.
Y, en efecto, Éric Lombard es un macronista convencido que, a diferencia de otros, no ha perdido su apego al anfitrión del Elíseo tras siete años de ejercicio cada vez más musculoso del poder: “Estaba en fase con el itinerario y el proyecto de Emmanuel Macron”, recuerda en su libro, antes de fustigar el “daño considerable” del discurso de François Hollande en Bourget “en la comunidad financiera”. El nuevo ministro rechazó todas las ofertas para unirse a los candidatos de la izquierda más moderada, como Yannick Jadot o Anne Hidalgo, en 2022, para mantenerse fiel a un presidente que le nombró miembro de la CDC en 2017.
El nuevo anfitrión de Bercy sería, por tanto, un ejemplo químicamente puro de este famoso macronismo de izquierdas, que recuerda a la izquierda dinástica mencionada más arriba. En realidad, es como si la principal batalla de Éric Lombard, y de los Gracques, fuera semántica y consistiera en asociar el término izquierda a una práctica neoliberal. El manifiesto de 2007 está escrito en torno a una fórmula recurrente: “ser de izquierdas es…”, seguida de una banalidad neoliberal. También aquí encontramos la obsesión de Emmanuel Macron por adoptar el término progresista.
Una fachada de antiliberalismo
¿Cuáles son las ideas de Éric Lombard sobre la economía, más allá de este marco ideológico? La lectura de su libro, que es también una especie de vasto folleto promocional de la Caisse des Dépôts (CDC), revela un sentido muy limitado del Estado. Más allá de los aspectos reguladores y correctores, Éric Lombard apenas es partidario de su intervención en la economía y puede pasarse diez páginas fustigando a la administración y su “lentitud”.
Por lo demás, defiende un capitalismo “más responsable”, que recuerda los vuelos de su predecesor Bruno Le Maire cuando, en 2018, en el marco de la ley Pacte, impulsó una enmienda no vinculante a la definición de empresa que debía tener en cuenta a las “partes interesadas” al mismo tiempo que privatizaba La Française des Jeux y Aéroport de Paris.
También se jacta de defender una mayor participación de las y los asalariados en los órganos de decisión. Según un responsable sindical citado por Les Echos, esto le convertiría en un “jefe social”. Pero el reciente ejemplo de Volkswagen nos recuerda que este tipo de medidas no cambiarán nada esencial en la gestión de la economía. Aparte de ganar el apoyo de los sindicatos a la dirección.
El punto de referencia de Éric Lombard sigue siendo la sumisión de la empresa a la lógica de la empresa. Y eso significa convertir la gestión de la empresa en el punto de referencia de la esfera pública y de la sociedad en su conjunto. La CDC de Éric Lombard es la que va a traer masivamente directivos del sector privado y la que va a financiar las payasadas de propaganda empresarial del BPI [Banco Público de Inversiones], como el Big [encuentro pomposo de del mundo empresarial].
El mayor motivo de orgullo de Éric Lombard, que destaca en su libro, es su exigencia a CDC de una rentabilidad del 4%. Según él, si “el rendimiento buscado” fuera de este nivel “habría muchas más inversiones rentables”. Sobre el papel, tal vez, pero hay dos problemas. El primero es que limitar el nivel de rentabilidad contradice los constantes elogios a empresas y empresarios, cuya función es precisamente aumentar la rentabilidad.
Y es seguro que Éric Lombard se opondría a tal regulación. El otro problema es que pedir una rentabilidad del 4% con un crecimiento del 1% es tan descabellado y perjudicial como pedir, como antes de la crisis de 2008, una rentabilidad del 12% cuando el crecimiento era del 3%. Así que estas propuestas no son más que cortinas de humo.
“En última instancia, el liberalismo siempre beneficia a los poderosos”, proclama Éric Lombard en su libro, afirmando que él “no se ha convertido en liberal”. Se hace eco de las primeras líneas del manifiesto de los Gacques de 2007: “La izquierda es la fuerza de los sin poder, la voz de los sin voz”.
Pero no podemos evitar preguntarnos qué significa no ser liberal cuando se ha apoyado la liberalización del mercado laboral, cuando se ha defendido la reforma de las pensiones de 2019, cuando se defiende la empresa privada como principal referencia social y cuando se defiende el “realismo de Manuel Valls”. Es más, nos preguntamos cómo Éric Lombard, uno de los financieros más poderosos de Francia, que describe en su libro sus amistades con políticos y grandes empresarios, representa una forma de contrapeso a los poderosos.
Y ése es el problema de la izquierda de Éric Lombard. Se enorgullece de un realismo que equivale a aceptar el orden económico existente. Para ellos, la realidad es un mandato al que debemos ajustarnos, olvidando que la herencia del movimiento social, incluso del más reformista, ha sido siempre transformar la realidad.
Salvo que este mismo realismo está contaminado por la negación del estado del capitalismo, que ya no puede producir sus sueños de igualdad de oportunidades y redistribución. Por eso, estos realistas se enfrentan constantemente a los límites de sus propias propuestas: el capitalismo atemperado no puede soportar una situación de crecimiento lento en la que la producción de valor ya no tolera la redistribución ni los límites normativos.
Esta negación ya era evidente en 2008 cuando, en su columna tras la crisis financiera, los Gracques declaraban: “Cuidado con las antífonas de la economía administrada. No es el fin del capitalismo, no es el fin de la economía de mercado”. Cegados por su creencia en un neoeschumpeterismo desmentido por los hechos, los Gracques y Éric Lombard persiguen una realidad que se les escapa.
Se ven así reducidos a repetir eternamente los mismos eslóganes huecos que en 2007, sin comprender que el fracaso de Emmanuel Macron es también el suyo. La evolución económica de los últimos quince años ha anulado su deseo de identificar a la izquierda con el neoliberalismo. El capitalismo busca ahora una nueva forma de gestionarse y, en esto, ellos encarnan el pasado. A fin de cuentas, la proximidad de la izquierda política a una figura de este tipo demuestra sobre todo lo perdida que parece estar en materia de economía…
Así que todo en ellos es una farsa. Así que hay que rasgar este velo de tonterías y mirar la realidad a la cara: Éric Lombard es un financiero que lleva casi treinta y cinco años en el sector. Tendrá que elaborar el presupuesto con Amélie de Montchalin, ella misma antigua empleada de Axa que en 2017 encabezó la reforma de la fiscalidad del capital. Son, por tanto, los intereses del sector financiero, el sector que aboga por una severa austeridad en Francia, los que se han instalado en Bercy a finales de 2024.
Macronistas desde el principio, tienen el principal defecto de este presidente: su anacronismo, cuya única salvación reside en el autoritarismo.