Artemio López
Lo ocurrido en San Pablo merece una explicación estructural y debe ser analizado también a la luz de las transformaciones estructurales de Brasil en los últimos 50 años. El presidente Lula ya perdió en las elecciones paulistas y su diderazgo corrió su vértice del San Pablo industrial al nordeste pobre lo que dió origen al «Lulismo», una versión muy distinta al liderazgo que representaba el presidente Lula en sus comienzos. Veamos esto más de cerca.
La política es economía concentrada
Lenin
Vamos a intentar desplegar algunos apuntes para un análisis cualitativo de la elección. Lamentablemente, como sabemos, en los últimos años se produjo una fuerte desindustrialización del país vecino que afectó notablemente el desarrollo de los Parques Industriales.
En este contexto de primarización económica y su secuela de desempleo, informalidad y carencias extremas crecientes, Lula perdió la centralidad electoral de los trabajadores industriales como soporte de su liderazgo.
En definitiva, cambió la base electoral producto de transformaciones estructurales tras décadas de neoliberalismo y también de los límites de su segundo gobierno y los estragos del gobierno de Dilma Rousseff, que tuvo más que ver con el modelo neoliberal clásico que con una propuesta popular democrática.
Es ese cambio en el electorado lo que el politólogo brasileño André Singer, portavoz y secretario de prensa de Lula hasta 2006, ha denominado “lulismo” y lo define claramente.
El lulismo es una nueva síntesis de elementos conservadores y no conservadores. Por eso es tan contradictorio y difícil de entender. El lulismo valoró el mantenimiento del orden, lo cual tuvo resonancia en los sectores más pobres de la población. En este punto me interesa señalar que, en la formación social brasileña, hay un vasto subproletariado que no tiene cómo participar de la lucha de clases, a no ser en situaciones muy especiales y definidas. Así, lo que hizo el lulismo fue juntar esa valoración del orden con la idea de que un cambio es necesario. ¿Qué tipo de cambio? La reducción de la pobreza por medio de la incorporación del subproletariado; lo que yo denomino “ciudadanía laboral”.
De ese modo el lulismo propone transformaciones por medio de una acción del Estado, pero que encuentra resistencia del otro lado. Basta con prestar atención a los noticieros para ver cómo la lucha política está puesta todo el tiempo en las decisiones económicas. El lulismo propone cambios, pero sin radicalización, sin una confrontación extrema con el capital y, por lo tanto, preservando el orden. En ese sentido, es un fenómeno híbrido, que también incorpora a ese conservadurismo1.
Por este motivo, sostener que Jair Bolsonaro, y sobre todo el bolsonarismo social, es hijo de las redes o fenómenos coyunturales, es una reducción típica de la patria consultora.
El liderazgo de Bolsonaro y su sostén social extendido es el efecto de las transformaciones estructurales de la sociedad brasilera. La primarización como eje, la defraudación con el gobierno de Dilma y el PT y, complementariamente, la persistencia a lo largo de los años de una cultura de ultraderecha extendida en gran parte de la sociedad brasileña, a lo que se agrega como impacto notable, pero lateral: el fenómeno de las redes.
Volviendo al tema central de esta nota, que se basa en las transformaciones estructurales que dan fundamento a la nueva dinámica electoral, recordemos que la participación de la industria en el PBI de Brasil cayó del 46% en la década del 80 al 22,7% en 2015.
Como señalan Fernando Mattos y Bruno Fevereiro:
La gráfica revela que la participación de la industria de la transformación en el PBI brasileño sufrió una intensa caída a mediados de los ochenta, después de haber crecido significativamente a lo largo del periodo 1940 a 1980, como resultado del esfuerzo industrializador hecho por la economía brasileña en aquel periodo. Sin embargo, la crisis de la deuda externa y el proceso de hiperinflación vividos por la economía brasileña pusieron fin a ese esfuerzo industrializador debido al agotamiento de la capacidad de financiamiento del Estado y los problemas asociados con la hiperinflación, como la falta de previsibilidad de los precios y la escasez de crédito de largo plazo, que interrumpieron los procesos de inversión en la industria.
La apertura comercial abrupta de los noventa, sin dotar a la actividad industrial de condiciones mínimas para enfrentar la competencia externa que se evidenciaba en aquel periodo, generó esa acelerada pérdida de participación del sector en el PBI. En los años siguientes, la manera en que la política económica fue conducida después de la exitosa transición monetaria promovida por el Plan Real, así como la concepción sobre las transformaciones promovidas por el plan de estabilización, acabó acentuando la pérdida de participación relativa del sector de la industria de la transformación en la renta nacional.2
Participación de la industria en el PBI a precios básicos
Gráfica. Participación de la industria de transformación en el PBI a precios básicos. Fuente: IBGE (Brasil), elaboración propia. Nota metodológica: para 1947–1989, Sistema de Contas Nacionais Consolidadas. Obs.: Concepto utilizado para 1947–1989 al costo de los factores. Para 1990–1994, Sistema de Contas Nacionais Referência 1985. Para 1995–2010, Sistemas de Contas Nacionais Referência 2000. Para 2010–2012, resultados preliminares estimados a partir de Contas Nacionais Trimestrais Referência 2000. Obs: Concepto utilizado a partir de 1990 a precios básicos.
Como se mencionó en la primera sección, la pérdida de participación en la industria en general y en la manufacturera, en particular, en el empleo y la composición del valor agregado, son dos de los principales aspectos que constituyen la llamada desindustrialización. datos oficiales de la evolución de la participación de la industria brasileña en el empleo y en el PBI revelan que Brasil está experimentando un proceso de desindustrialización.
No sorprende entonces estructuralmente que Lula pierda centralidad electoral sobre los menguados trabajadores industriales, se produzca un cambio en su base electoral por la primarización e, insistimos, los estragos del segundo gobierno de Dilma, cuyo paradigma fue el modelo neoliberal clásico que dijo iba a combatir, defraudación que obligó a señalar a Gilberto Maringoni, profesor de Relaciones Internacionales, un veterano periodista y militante de la izquierda brasileña, que:
El ajuste dejó de ser una opción para el gobierno. Es su propia razón de ser. Si el ajuste termina, el gobierno cae. Por lo tanto, es muy remota la posibilidad de que Joaquim Levy sea despedido. No es una casualidad que toda la bancada petista lo aplaudió de pie en el encuentro del lunes16M. Ni el PMBD llegó a tanto. La contracción, los recortes, el brutal superávit y toda la catilinaria del neoliberalismo heavy metal – que Dilma acusó a Aécio Neves de querer implantar – llegó para quedarse. No es Dilma quien nos gobierna. Es el ajuste.
Fue básicamente la combinación entre una coyuntura económica negativa que empezó en el año 2015 -aún en el gobierno neoliberal de Dilma-, la primarización estructural de la economía y una tradición ideológica de derecha racista que tiene una larga historia en el país, lo que generó las condiciones para el surgimiento de Jair Bolsonaro y el bolsonarismo social y la consolidación del nuevo Lula y el lulismo.
Volviendo al tema eje de esta breve nota, sobre la desindustrialización de Brasil y la pérdida de predicamento del lulismo sobre los trabajadores industriales, según datos del año 2015 señalemos que:
Como los datos no admiten opiniones o, mejor dicho, las acotan, veamos los resultados de São Paulo en las últimas elecciones, por lejos la gran capital industrial de Brasil y otrora bastión del PT y el Lula de los orígenes.
Así las cosas, el Estado de São Paulo sigue siendo adicionalmente el colegio electoral brasileño más grande con el 22,16% de todos los votantes.
Esto significa que uno de cada cinco electores del país vota en São Paulo donde Lula perdió categóricamente. Detrás se encuentra Minas Gerais, con el 10,41% del total de votantes y Río de Janeiro, con el 8,2%, ambos Estados muy industrializadas.
Tal vez, durante su gobierno Lula intente recuperar trabajosamente los votos del proletariado industrial paulista defraudado, pero el lulismo va en busca de gobernanza a través del sub-proletariado masivo residente en el noreste ultra pobre.
Es una estrategia muy comprensible, dada, como dijimos, la dinámica electoral que impulsó la primarización económica y las frustraciones con el PT tras la experiencia de sus últimos gobiernos, en particular el de Dilma.
Es ese el cambio más notable en el electorado y la arquitectura de la coalición que encabeza hoy Lula y denominamos «lulismo» y el que explica la hegemonía nordestina en la estrategia electoral de Lula y su llamado “corrimiento al centro”.
Esta nueva base electoral organizadora del lulismo no demanda -ni desea-, como en las décadas de 1980 y 1990, una ruptura con el pasado o un cambio profundo.
Como plantea Giancarlo Summa:
El apoyo a Lula ya no se basa, como en las décadas de 1980 y 1990, en el deseo de una ruptura con el pasado o de un cambio profundo, sino en la expectativa de contar con un Estado lo suficientemente fuerte como para mejorar el nivel de vida de la población –y de los más pobres en primer lugar–, pero sin una radicalización política o una movilización de masas permanente que amenace el statu quo.
El lulismo devendrá así en una forma de reformismo débil y de conciliación permanente con las elites políticas y económicas tradicionales. Al optar por apostar todas sus fichas a la actividad gubernamental y a las constantes mediaciones, el PT se ha convertido en un partido dominado fundamentalmente por los parlamentarios y administradores, y por los burócratas que controlan los votos de los afiliados en las convenciones partidarias. Los movimientos sociales y los sindicatos, que eran el núcleo de la identidad del PT y el centro de los otrora animados debates internos, se han vuelto cada vez más secundarios.3
Por este motivo, es lógico que el lulismo gire a la “moderación”, al punto de incorporar a la coalición electoral a sectores ultraconservadores. El mapa electoral fue claro respecto al predominio nordestino.
Fue la defraudación con el gobierno de Dilma Rousseff y la desindustrialización galopante de Brasil los que cambiaron de manera decisiva la dinámica electoral y explican estructuralmente la emergencia de Bolsonaro, pero también dejan su marca en el actual gobierno de Lula y el lulismo.
En efecto, el llamado “lulismo” perdió la centralidad de los trabajadores industriales al punto que, insistimos, fue derrotado en las elecciones en San Pablo, la capital industrial y, a contrario sensu, se hace más fuerte en el nordeste pobre apoyado en el segmento subproletario.
Las transformaciones estructurales de la sociedad, en especial la primarización y la precarización que supone, son lo que explican el lulismo, pero también la aparición y consolidación de Bolsonaro, que no es hija predominante del manejo de redes, tan solo recordemos que ante el triunfo de Bolsonaro en 2018, algunos de los analistas de aquella ocasión lo atribuyeron a los grupos de WhatsApp (!).
Bolsonaro tampoco se explica por la existencia de otros elementos coyunturales como los efectos del “discurso de odio”, que en rigor es consecuencia de la historia ideológica de la derecha brasileña, fuertemente segregacionista e imbuida de un racismo extremo, combinada ahora con estas transformaciones estructurales que también impactan sobre los segmentos medios, antiguos trabajadores industriales que ven crecer su malestar con la política tradicional.
Los daños estructurales del neoliberalismo fueron muy profundos y, en muchos casos, ya de larga duración. Su reversión por parte del lulismo y su coalición de centro moderado no está para nada garantizada.
Como señalaba anticipatoriamente Alejandro Marcó del Pont:
La decisión de Lula de designar al conservador Geraldo Alckmin como candidato a vicepresidente constituye, según Breno Altman, una estrategia que apunta a reemplazar el debate izquierda/derecha por la discusión democracia/neofascismo, mismo debate que se da en Europa y, que, seguramente se dará en Argentina, donde la duda se encuentra del lado de la democracia. Aunque electoralmente conveniente, la incertidumbre sobre la posibilidad de lograr revertir las políticas neoliberales quizás sea el mayor interrogante.4
Gobernar y reconstruir un Brasil estragado por el neoliberalismo primarizador y con una coalición tan amplia como la que triunfó en las últimas elecciones, con la nueva y extendida base electoral sub-proletaria como organizador central del apoyo al lulismo es complicado, y ya vemos las trabas que debe ir sorteando Lula día a día en su gobierno.
Un reto muy complejo, pues aún con las “demandas atenuadas” de la nueva columna vertebral sub-proletaria del lulismo, en Brasil parece no haber lugar para nadie, ni los más carecientes, cuando sabemos que “o 1% mais rico no Brasil possui 49,3% da riqueza total”5.
Lo ocurrido en las elecciones locales paulistas marcan el índice de esa dificultad. La desindustrialización es fundamento estructural ( no único) del avance de la derecha y ultraderecha en Brasil y con especificidades locales importantes, en La Argentina también lo es.