Enfrente tenemos enemigos

El dispositivo mileísta pasó por Córdoba y mostró una nueva procesión de fe libertaria. Liturgia del odio y formación política. Consignas negacionistas y literatura de los austríacos. Coyuntura rabiosa y batalla cultural. Odio a los periodistas y tropa de trolls. Una crónica desde las entrañas de La Derecha Fest, «el evento más anti-zurdo del mundo».

Desencadenados: la Derecha Fest desde adentro

Antes de que Javier Milei diga “bruta traidora” y todos piensen en Victoria Villarruel; antes de que diga “qué asco que alguien se abrace a esa morsa inmunda” y nos aclare que habla de Mayans; antes de que anuncie que “estamos en guerra”; antes de que Nicolás Márquez, su biógrafo, opine que “si el enemigo está en el piso, hay que pegarle patadas en la cabeza”; antes de que acá empiece todo, primero pasa esto:

Un chico flaco de barba y gorra que llama la atención se acerca a la puerta de vidrio donde una mujer de rulos transmite la vibra de ser parte de la organización. El chico, sacado, rabioso, le recrimina que lo sacó de un VIP. “Hablé con Juan Pablo Carreira y me hicieron esperar como un perro”, aprieta. Le grita, casi. Ella es Mara Gorini, la secretaria de Karina Milei. Pero el flaquito de gorra, aun así, se anima. Muestra un chat. Ella pone cara de que acá algo salió mal. Al parecer el chat es con Juan Pablo Carreira, director nacional de Comunicación Digital, jerarca de las Fuerzas del Cielo. Gorini se apura.

—¿Te parece hacerme sacar como un perro? ¿Hacerme pasar vergüenza? Estuve todos los segundos de la campaña pegado al presidente, estuve el domingo en su casa.

La situación no desescala y ella espera algo: un okey, un nombre en una lista. Habla con alguien. Manda mensajes atropellados. Entonces el chico deja el fogueo y pasa al plomo:

—Si querés me siento con Karina y le digo que me maltrataron.

Llega uno más de la organización. Dice que sí, que él está en la lista del otro VIP, que tiene que entrar por el otro lado. El chico de barba se va. La próxima vez que aparezca, estará al lado del escenario, a metros del presidente y de Karina Milei.

Hace algunos minutos, mientras entraba al hotel, el Gordo Dan dijo: “Ser de derecha es que la vida se abra camino a cada paso”.

Una de las charlas se titula “No odiamos lo suficiente a los periodistas”. Entonces, coherencia narrativa: el lugar reservado para la prensa acreditada es un corral con vallas al lado de un contenedor de basura al aire libre en una tarde que se hace noche con menos de diez grados. La puerta más cercana del salón Pajas Blancas está a unos 60 metros. La propuesta de la organización es quedarse horas acá congelándose y esperar a que salga -digamos- un Diego Recalde, diga dos o tres palabras y desaparezca. Las Fuerzas del Cielo les quieren dejar bien en claro a los periodistas que los odian.

Sinceridad ante todo.

Los oradores —salvo Milei, por supuesto— entran por el mismo lugar que el público y sueltan alguna declaración al pasar. Nicolás Márquez hace la fila para entrar y le acerco el micrófono. El de prensa pide que no, que por favor ahora no. Pero igual Márquez tira: “Es un día que ninguno de los que vamos a hablar antes del presidente vamos a olvidar”. No ríe. Su gesto solemne se endurece en su cara exageradamente maquillada con una base casi naranja.

Adentro no hay música. Nadie baila. Estamos acá para un evento de formación política, un ritual de catequesis libertaria. Un stand exhibe libros con los autores que inspiraron los nombres de los clones de Conan, el perro de Milei. Y la derecha dice que esto es una fiesta. Bueno, acá hay algo.

Un grupo de chicos carga pilas de libros con la esperanza de que sus autores estampen sus firmas en la primera página. Uno de ellos, Joaquín, tiene 21 años y un traje que, combinado con su cara de nene, le queda casi como un disfraz. Estudia Ciencias Políticas, milita en La Libertad Avanza y anuncia que tiene “casi todos los de Laje”. Se derrama algo parecido al orgullo. Entonces dice que el liberalismo marca “una diferencia intelectual”. Ahora sí se regaló, pienso. Y entonces voy, re poronga: ¿Así que ustedes se creen superiores? Me dice esto:

—No somos superiores. Ellos también saben muchas cosas que nosotros no sabemos, pero las interpretan de otra forma. Lo que estamos haciendo es dar una batalla cultural, que es lo mismo que dice el libro de Laje: cambiar el chip con el que crecen las personas.

Entonces: acá hay un chico de 21 años dispuesto a leer libros y que reconoce en otros la capacidad para debatir ideas. De regalado nada. Muy lindo todo, pero se va a desmaterializar en el escenario cuando arranquen las charlas.

La feria mileísta tiene otras rarezas. Hay una marca de zapatos que se llama Libertarios. El dueño prefiere que hable su hijo Alan porque “es más pícaro”. Son de Córdoba y nacieron un tiempo después que Justicialistas, otra marca local. Los zapatos llevan la identidad de marca -la serpiente de la bandera de Gadsden, en este caso- en bajorrelieve. Igual que los Justicialistas. Pero Alan jura que no quisieron hacer la copia libertaria del calzado peronista y hasta habla con un dejo de inesperada buena onda de sus colegas.

A cuatro mil pesos te podés llevar un paquete de yerba León. Le pusieron ese nombre al producto en honor a un tío al que le decían así. Y ahora les calzó: están acá para apalancarse por esos milagros del marketing. “Quisimos aprovechar que tenemos el mismo nombre que el apodo del presidente. Va de la mano a nivel publicitario”, reconoce Ian, uno de los dueños. Esta nota se escribe al calor ahumado de esta yerba.

Entre puestos de stickers de mandriles, tazas que convierten a políticos de derecha en íconos pop y muñecos de animé japonés, se alzan figuras en tamaño real del panteón libertario: Santiago Abascal, Javier Milei, Nayib Bukele, Jair Bolsonaro, Donald Trump y Georgia Meloni. Es su monte Rushmore.

Más allá venden remeras: la que dice “No son 30.000” sale 30.000 pesos. ¿Qué habrá sido primero? ¿El precio o el estampado?

Cuando el lugar empieza a llenarse, queda claro que acá no va a estar presente el sustrato popular que en 2023 fue a las urnas de los colegios de las villas y barrios populares de casi todas las ciudades de la Argentina y metió en un sobre un papel con las caras de Milei y Villarruel. Las periferias olvidadas por el chetaje de la centroderecha culposa y la impotencia progresista hoy volvieron a quedarse afuera: la entrada está a 35 mil pesos más el cargo de servicio. A muchos se las regalaron, pero para que te la dieran gratis tenías que conocer a alguien. Y el capital social coincide casi siempre con el capital económico.

En cualquier caso, el público es variado: laburantes de clase media que ahorraron para estar, pretendientes de bancas en el Congreso que rapiñan un poco de rosca con algún funcionario nacional, gym bros, chicos con trajes de sus padres, jóvenes con pelos de colores y señoras que uno podría apostar que usan el mismo perfume que Patricia Bullrich.

La diputada María Celeste Ponce anuncia que va a tirar un título “que va a golpear” sobre el público de este lugar: “Acá hay gente de bien, gente de familia, es la Argentina que quiero yo”.

Osvaldo —santiagueño, campera de gamuza tipo cowboy y una gorra de las Fuerzas del Cielo que le regaló el presidente de la Nación— tiene dos hijos que trabajan en MercadoLibre. Uno vive en Marbella —“cuando subió ese tal Colapinto lo trasladaron a Europa”— y el otro es el segundo de la empresa en Córdoba. Son ingenieros exitosos recibidos en la pública UTN. Hijos de él, del pollero Osvaldo, que está acá bancando a Milei porque tuvo que pagar Impuesto a las Ganancias en la camioneta Toyota SW4 que se compró. Resentimiento fiscal mata ascenso social: la Argentina que quiere María Celeste Ponce. Anotá, peronismo.

 

En el salón, Evelin Barroso, politóloga y pastora de la iglesia Cita con la Vida, plantó la bandera evangélica en el escenario: un movimiento táctico para consolidar su posición en el redil de La Libertad Avanza en Córdoba. Después de la conferencia, explica su presencia así: “Las convicciones que tienen que ver con mi fe se alinean mucho a las convicciones del liberalismo y nuestro presidente Javier Milei”. El discurso de Barroso está pulido: no ponerse nunca por delante y hablar siempre del presidente.

Mientras tanto, Laje, Márquez y el Gordo Dan irrumpen en el salón. Ese personaje, el de Dan, viene golpeado después de un cachetazo heavy porque la casta libertaria —el clan Menem, Sebastián Pareja— lo dejó a él y los suyos afuera de las listas en provincia de Buenos Aires. Forcejea con la derrota: sonríe con dificultad y se saca fotos. Todas las que le piden. Y le piden muchas.

Arriba del escenario, Diego Recalde vuelve a intentar aquello del humor pero aunque arengue, la cosa no levanta.

El primer gran estallido del público tuvo que esperar a que la corpulencia de Daniel Parisini ocupara el centro del escenario para emerger. “¿Vinieron para descansar un poquito a los kukardos?”, arranca. Aunque se esperaba un discurso a los gritos, el Gordo Dan dice que es mal orador y por eso va a leer. La lectura lo apaga. Decepciona, un poco, la escasez de insultos, lo sosegado de su voz. Queríamos al del stream Carajo, pero apenas deja un estiletazo cuando habla de “esas cavernas fascistas donde los zurdos hijos de una gran puta nos encerraron hace muchos años”.

El “gracias” final de su discurso fue tan lacónico que terminó contrastando con el entusiasmo de un público que lo ponía por detrás de Milei en el tren de los aplausos.

Nicolás Márquez salta a la cancha y asume un rol: ser el hombre de la derecha de la derecha. El maquillaje naranja es indisimulable, pero el artefacto funciona: Márquez vino a declarar la guerra. “Si el enemigo está en el piso, peguémosle patadas en la cabeza. Porque estamos en guerra. Patadas electorales. Golpes cívico electorales”, azuza Márquez.

Márquez también va a decir que “no estamos en una democracia noruega, enfrente tenemos enemigos” y que “no tenemos que dialogar, como regla general tenemos que aplastarlos, exterminarlos políticamente”. Ha repetido este mantra incontables veces en espacios marginales.

A Fernando, un docente de química de Buenos Aires que lleva la remera bordó de “Las Fuerzas del Cielo”, esta parte fue la que más le gustó. “Es guerra cultural—aclara—. Nunca vamos a estar a favor de la violencia”. ¿Y cuando Márquez dijo “pisarle la cabeza al enemigo” en qué pensó? “Todo metafórico—promete—, no estamos a favor de la violencia de ningún tipo”. Fernando tiene lentes oscuros, barba entrecana larga y cuidada. Parece contento de parecer un tipo rudo. Está en Córdoba con su mamá y su hermana.

Márquez conoce a Victoria Villarruel desde hace décadas porque estudiaron juntos en Estados Unidos. Antes le reconocía la lucha por el tema de los 70. Ahora, la compara con una enemiga: “Está la Victoria que no tiene ningún principio… y Victoria Donda”. Dice, Nicolás Márquez, que confundió “su amor a la Patria con su amor por Isabelita” y que si le preocupan tanto los jubilados, que renuncie a su jubilación como vicepresidenta y que “no se aferre como una cerda angurrienta para tener una vida de magnate”.

Agustín Laje desplegó una artillería intelectual para demostrar su hipótesis: la izquierda canaliza y politiza el deseo envidioso de igualdad radical. Laje logra ensamblar algunos artificios del lenguaje y hacer que esto parezca un discurso académico popular de derecha. Atrás suyo, la pantalla muestra a Juan Grabois, Máximo Kirchner, Ofelia Fernández y Julia Mengolini.

Y entonces pasan las filminas de la Antigua Grecia, Heródoto, Creso, la Biblia, el Diablo, Caín y Abel, la filosofía del s. XVII, Descartes, Spinoza, Nietzche, Freud, Schoeck, Max Scheler. Y logra en la audiencia un digno silencio que da la pelea por retener la atención de un público amasado en la dictadura de los reels y sus brevedades. Parece que las dos mil personas que están acá le van a aguantar 45 minutos a esta charla.

Parece, hasta que …

Hasta que la señora rubia que está adelante no puede más, gira su cabeza y mientras la luz recorta el perfil de nariz quirúrgica y labios de toxina botulínica le admite al hombre que la acompaña: “Ay, yo soy tan ignorante. Me aburre todo esto”.

Para que Milei viaje de Buenos Aires a Córdoba solo hay que gastar un pasaje de avión. Salvo que sea además el presidente de la Nación. En ese caso, Milei ya no es solamente un hombre. Hay que pagar: pasajes y viáticos para el personal de ceremonial, prensa, custodia y Casa Militar; traslado de los móviles de la división Custodia Presidencial de la Policía Federal Argentina que están en la puerta y viaje de una flota de aviones, incluido el Tango 10 Lear Jet 60 de la Fuerza Aérea para traslado presidencial; y movimiento de las tropas de Gendarmería desde Jesús María a Córdoba.

Hubiéramos jurado que esta gente estaba acá para manifestarse contra el gasto público, pero ahora suena Panic Show de La Renga y a todos les chupa la pija la opinión de los kukas. O eso cantan.

Y Milei hace lo suyo. Desde que entra al salón hasta que arranca de sus cuerdas vocales un gutural “hola-a-todos”, gancho inicial de todos sus discursos tomado de la letra de La Renga, han pasado más de cuatro minutos en los que dejó funcionar el efecto magnético que ejerce entre quienes están acá. Abrazos, apretones de mano y agite tribunero.

“La bruta traidora”. La etiqueta para Victoria Villarruel es despiadada. Posdata, por si hiciera falta: “Es un asco que alguien se abrace a esa morsa inmunda”. La morsa inmunda es José Mayans, senador peronista.

También le hace su propio Wikipedia a Karl Marx: “El que se fumó la plata del padre, que se casó con una millonaria y le fumó la riqueza, y le hizo hijos a la empleada doméstica. Y después vivió de su amigo hasta que se murió. El rey de los parásitos”. Cerquita del escenario, una chica se indigna, reacciona y grita contra el tal Marx: “¡Agarrá la pala!”. El grito llega 143 años tarde, lamentablemente.

En un momento de silencio, se escucha limpito un grito contra Martín Llaryora y el cobro de impuestos. Milei lo escucha, pero no entra. No dice ni una palabra sobre el gobernador de Córdoba. Juan, un chico de barba y pelo desordenado, va a lamentarse a la salida: “Increíble el acto. Pero me hubiera gustado que le pegaran más a Llaryora”.

 

El final es con el folclore de cualquier acto partidario: cantitos de la interna libertaria local, una puteadita al pasar al móvil de C5N —único medio en vivo a esa hora—, algo de rosca.

Me pregunto por qué estos chicos tienen tan internalizada la liturgia del odio.

Víctor se acerca. Es empresario de software, desarrolló el sitio web El Milagro Argentino —que recaba logros económicos de la gestión de Milei— y aclara que tiene “amigos de izquierda”. Ensaya esta respuesta: “Vos podés decir que asusta que los libertarios tengan un discurso o una forma medio densa. Lo que están tratando de hacer es gritar más fuerte y anteponer su voz a otra que siempre fue la que se escuchó”.

Tal vez sea eso: solo querían ser escuchados.

* Por Gregorio Tatián para La tinta. Fotografías: Ezequiel Luque.

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