Rami Abou Jamous escribe su diario para Orient XXI. Fundador de GazaPress, una oficina que proporcionaba ayuda y traducción a los periodistas occidentales, tuvo que abandonar su apartamento en Ciudad de Gaza en octubre de 2023 con su esposa Sabah, sus hijos y su hijo Walid, de dos años y medio, bajo la amenaza del ejército israelí. Refugiada desde entonces en Rafah, la familia tuvo que trasladarse a Deir El-Balah y más tarde a Nusseirat, atrapados como tantas familias en este enclave miserable y superpoblado. Un mes y medio después del anuncio del alto el fuego, Rami finalmente está de vuelta en casa con su esposa, Walid y el recién nacido Ramzi. Por este diario de a bordo, Rami recibió el premio de la prensa escrita y el premio Ouest-France en el Premio Bayeux para corresponsales de guerra.
¡Esta vez, finalmente, escribo desde nuestro apartamento, en Gaza-ciudad!
Por fin estamos en nuestro apartamento del noveno piso, acompañados del incesante zumbido de los drones, que son aún más ruidosos cuando estamos en altura. El viernes, Sabah y yo tomamos la decisión de volver. Nuestro escaso equipaje ya estaba listo: algunas bolsas de ropa que nos acompañan en cada viaje, así como el panel solar que había comprado en el sur, con su batería del sistema D, que nos da un poco de luz y suficiente electricidad para cargar los móviles. Dejamos los colchones y las mantas, porque sabíamos que en casa encontraríamos todo lo que necesitaríamos. A las 11 de la mañana tomamos la carretera Salaheddine a bordo de un coche Jeep alquilado a un amigo. El otro eje principal de Gaza, la carretera costera Al-Rachid, está reservado a las personas que van a pie.
Hacía buen tiempo. Un día de primavera después de semanas invernales de frío y lluvia. Desde Nuseirat, donde habíamos alquilado un pequeño apartamento, solo hay diez kilómetros para llegar a la ciudad de Gaza. Llegamos rápidamente a la barrera central, a la altura de lo que se llamaba el corredor de Netzarim, que corta la Franja de Gaza en dos, una parte norte y otra parte sur. Ahora la carretera está abierta, pero hay un punto de control. La espera puede llevar varias horas. Tuvimos la suerte de pasar solo una hora y media en la cola de vehículos cargados de equipaje.
Bienvenida a Gaza
No hemos visto a ningún militar israelí. Primero tuvimos que tratar con militares egipcios, vestidos de color marrón y con la cara enmascarada, pertenecientes a la llamada “Comisión Qatari-Egipcia” creada en el marco del acuerdo de alto el fuego. El agente egipcio que se ha inclinado sobre la puerta del coche se muestra amigable: «¿No ha sido demasiado largo el camino?” Todavía tiene que preguntarnos si hay armas a bordo del coche, y esperar un poco para pasar por debajo de un gran pórtico blanco -un escáner-, junto al cual está estacionado un gran 4X4 estadounidense, también blanco, erizado de antenas y parabólicas. Una vez pasado el escáner, nos dirigen a una de las cinco vías de inspección, frente a las cuales espera un militar egipcio, tan sonriente como el primero: «¿Estáis bien?” No hay realmente un registro, solo hay que abrir el maletero y bajar la ventana. Mira cuántas personas hay en el coche y nos entrega una botella de agua para cada uno. También nos ofrece clementinas, antes de desearnos “un buen final de viaje” y una “bienvenida a Gaza”. Todo esto en este dialecto egipcio que tanto nos gusta y que siempre trae una sonrisa a los labios de la gente de Gaza.
Tres metros más adelante, la atmósfera cambia. La carretera está bordeada de taludes en los que se plantan miradores que albergan a hombres con aspecto de mercenarios: camisetas, tatuajes y gafas de sol. Otros están plantados al borde de la carretera y observan los coches, pero sin decir una palabra. Son los israelíes -perdón, los estadounidenses, es lo mismo- de una empresa privada, que controlan el punto de control con los egipcios.
Como si se hubiera producido un enorme terremoto
Entramos en el barrio de Zeitoun de la ciudad de Gaza. La carretera, destrozada, está jalonada a diestra y a izquierda por movimientos de tierra en forma de cuadrados en los que los israelíes colocaban sus tanques. Vemos rastros de orugas por todas partes. Estos antiguos puestos militares actúan como islotes en un océano de escombros. La magnitud de la destrucción es inimaginable. Había visto las imágenes en las redes sociales, pero como decimos aquí, hablar no es como ver. Es como si hubiera ocurrido un gran terremoto. Lonas y tiendas de campaña se han instalado sobre los montones de escombros.
Después del barrio de Zeitoun, en la rotonda de Doula, tomamos la carretera 8, hacia el oeste. Ni siquiera reconocí el camino. Las casas, completamente destruidas, han sido amontonadas con una excavadora para formar colinas de escombros. Ya nadie puede saber dónde está su casa. Seguí conduciendo hasta el barrio de Tell Al-Hawa, donde antes había muchos edificios. Aquí también la destrucción es total: edificios arrasados, otros medio destruidos, algunos tienen los últimos pisos en pedazos, o están cortados por la mitad, otros parecen milhojas con sus pisos aplanados uno sobre el otro. Finalmente, en la rotonda de Nuseirat, he tomado la calle Charles de Gaulle, he pasado por el Centro Cultural Francés cuya pared está intacta, con las banderas francesas y europeas todavía ondeando, pero había un humo negro que se elevaba del interior. El centro está cerrado, dicen que fue incendiado.
Nuestro edificio se encuentra en la calle Charles de Gaulle. Todavía está de pie, mientras que el edificio vecino ha sido destruido. De pie, pero no en muy buen estado. El último piso, atacado por varios disparos de tanques, mientras aún estábamos allí, ya no existe. Era el décimo, y vivimos en el noveno. Por milagro, nuestro piso ha permanecido más o menos intacto, como me dicen las y los vecinos que se habían quedado allí. Al llegar frente al edificio, vi una gente agrupada: estaban nuestros vecinos, nuestros amigos, las y los que se habían quedado a pesar de las órdenes de evacuación, las y los que habían vuelto antes que nosotros, como nuestro amigo Hassoun al que había avisado de nuestro regreso. Fue él quien organizó este comité de acogida. Nos besamos, nos abrazamos, nos felicitamos de seguir vivos después del genocidio. Había muchos niñas y niños que habían crecido, a los que no había visto en un año y medio.
“No quiero volver a la villa”
A la entrada del edificio nos esperaba Oum Chahine (“la madre de Chahine”, una fórmula de cortesía que designa a una mujer por el nombre de su hijo mayor), que es para todos un poco como nuestra madre. Es una de las personas que no han abandonado la ciudad de Gaza. Iba a refugiarse en otro lugar con cada incursión israelí, y luego regresaba. Cogió a Ramzi y Sabah en sus brazos. Se sorprendió al ver cuánto había crecido Walid. Nos quedamos a charlar con todos, a saludar a los que aún llegaban. Y luego subimos a pie, porque no hay electricidad, y de todos modos con el bombardeo del décimo piso, el ascensor está fuera de servicio. Por el momento, con la escasez de materiales, no sabemos cuándo podremos repararlo.
En cada piso los vecinos nos esperaban para darnos la bienvenida. Uno de ellos, Fadi, un corpulento al que todo el mundo llama “el bigotudo”, nos preparó un pollo al horno. Al llegar al noveno, le dije a Walid que abriera la puerta. Tuvo que empujar con fuerza porque estaba un poco atascada de resultas de algún bombardeo.
¡Encontramos nuestro apartamento casi como lo habíamos dejado! Desde el alto el fuego, nuestros amigos y amigas se pusieron a trabajar y limpiaron todo, lo pusieron todo en orden. Me conmovió tanta atención, se lo agradecí desde el fondo de mi corazón. Vi que Walid intentaba reconectar con este pasado cuyo recuerdo no tenía muy claro. Tenía dos años cuando tuvimos que irnos, pero Sabah a menudo le mostraba los videos que había grabado antes de salir del apartamento, para recordarlo. Vio el salón, la habitación donde está la televisión. Le dije: «¿No quieres ver tu habitación? Ya no recordaba dónde estaba. Una vez dentro, vio sus juguetes, su Mercedes eléctrico, su motocicleta eléctrica, su tren, sus modelos de maquinaria de obras públicas que le gustaban tanto, su hormigonera, su excavadora… Saltó a su coche, que estaba un poco polvoriento y con la batería vacía, pero me pidió que lo empujara para poder conducir. Sus ojos brillaban, dijo: “Papá, aquí está en nuestra casa, no quiero volver a la villa”, en referencia a nuestra tienda en Deir el-Balah. ¡Me alegré tanto de ver que recordaba los vídeos y que había readoptado nuestra casa tan rápido! Se subió a su litera y se puso a saltar sobre ella. Era la primera vez en un año y medio que veía una cama.
Aquí vamos a pasar la página de la guerra
Nuestra habitación también fue limpiada de arriba a abajo por nuestros amigos. Habían sustituido las ventanas, todas rotas, por nylon que lamentablemente nos impide disfrutar de la vista panorámica del mar. Walid mira y dice: «¡Papá, todo está roto! ¿Quién hizo eso? Evito hablar de los israelíes, entonces encuentro un culpable: «¡Ha sido la policía!».
Para mí, el mayor alivio fue cuando entré en nuestra habitación y me acosté en mi cama. Por primera vez en un año y medio, no íbamos a dormir en un colchón en el suelo. Enfrente de la cama, hay un gran armario de espejo. También fue la primera vez desde nuestra expulsión que me veía en un espejo. No me reconocí de inmediato en ese hombre envejecido, que parecía cansado, con el pelo blanco y bolsas debajo de los ojos. El reflejo provocó un flashback. Rebobiné mentalmente la película desde el principio, desde la mañana del 7 de octubre de 2023, hasta nuestro regreso hoy: nuestra huida bajo las balas de los francotiradores israelíes, nuestra instalación en Rafah en un apartamento de dos habitaciones compartido con otra familia, luego de nuevo la huida para montar una tienda de campaña en Deir-el-Balah donde la vida se estaba volviendo cada vez más precaria, amigos y familiares asesinados por bombas y drones, y luego un último paso a otro apartamento alquilado, el nacimiento de Ramzi, nuestro último nacido, símbolo de la esperanza… Walid también se mira en el espejo. Es la primera vez en su vida que se da cuenta de que se ve en un espejo. Y supone un gran asombro. Le miro a escondidas. Se toca la cara, el pelo, las manos, los pies, se descubre a sí mismo.
Por supuesto, nuestro apartamento ya no es tan cómodo como antes. Sin electricidad, el aire acondicionado ya no funciona ni tampoco las dos grandes pantallas de televisión. Sin agua corriente no se puede tomar una ducha de verdad en los dos baños con jacuzzi. No obstante, tenemos agua ya que Hassoun ha puesto un gran depósito de 500 litros en la cocina antes de nuestra llegada. Gracias a él. Es como vivir en un palacio, pero un palacio de la Edad Media. Afortunadamente, todavía tenemos una botella de gas para la cocina, es un gran avance en comparación con el horno de barro donde a veces quemábamos trozos de plástico.
Pero volver a casa ya es una gran victoria. Pensé que no volvería a ver nuestro hogar. Esperaba un traslado al extranjero, pensé que nuestra torre iba a ser destruida, como casi todas las demás. Hemos tenido mucha suerte.
Esta primera noche dormimos en nuestra cama grande, los tres juntos, con Walid en el medio. Dormimos como bebés, además, ni siquiera el bebé se despertó cada media hora como las noches anteriores. Por supuesto, sigue el zumbido de los drones. Walid todavía piensa que son inofensivos, como le hice creer. Él dice: «Papá, el dron va a visitarnos, va a entrar en nuestro apartamento». Le respondo: «Sí, vendrá a jugar contigo, como los pájaros».
Aquí vamos a pasar la página de la guerra. Ciertamente, seguirá habiendo sufrimiento, no-vida, pero al menos estamos entre los supervivientes de este genocidio. Y nuestra familia ha crecido. Nos fuimos tres, volvimos a casa cuatro. Conseguimos salir adelante, después de vivir meses en las peores condiciones. Nos adaptaremos de nuevo. Pero Ramzi nos trae la alegría. Vamos a empezar esta nueva vida con valentía. Y vamos a afrontar todos los retos.
En Viento Sur hemos publicado algunas de sus crónicas https://vientosur.info/author/jamous/ .