–Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont–
Hice un curso de lectura rápida y leí
La guerra y la paz en veinte minutos.
Creo que decía algo de Rusia
(Woody Allen)
El «orden internacional basado en reglas» definido hace al menos tres siglos por las cañoneras euroamericanas, pero en especial por sus pueblos anglófonos, fue desafiado abiertamente por Rusia. Moscú decidió poner en discusión la idea que la potestad de las reglas solo le corresponde a Occidente, es decir, a Estados Unidos.
Con esta apuesta el mundo quedó divido en dos. Un lado occidental y un lado oriental. El lado occidental suele atribuirse hablar en nombre de la comunidad internacional, una ficción de los siete países que en su día fueron los más ricos y poderosos del mundo, el G7, y que en la actualidad representa al 9.8% de la población mundial y 50% de su PBI. Del lado oriental, en caso de que Rusia no sea derrotada, y lo más probable es que no lo sea, su simple acto de insubordinación contra el mandato impuesto después de 1991, inaugura un nuevo orden internacional, con la aparición de una potencia con capacidad y disposición, al parecer, para rivalizar con Occidente y sostener, con sus propias armas, sus intereses estratégicos, sus líneas rojas y su propio sistema de valores.
Sin embargo, esta guerra que se está librando entre Estados Unidos y Rusia, o se la pueden enmascarar como OTAN- Rusia, tiene un dilema con la paz. Es decir, se trata de dos guerras superpuestas, Ucrania-Rusia, OTAN–Rusia, pero la llave de la paz está, en ambos casos, en manos de Estados Unidos, el único país que puede tomar la vía diplomática de una negociación de paz. Y aquí es donde se encuentra el impasse actual: los rusos no pueden aceptar ser derrotados, y para los estadounidenses, cualquier negociación es vista como un signo inaceptable de debilidad, especialmente después de su desastrosa «retirada de Afganistán».
Algunos centros de estudios geopolíticos creen que existe una ventana para la paz que se puede consolidar con el avance de la crisis económica y social en los principales países que apoyan la resistencia militar del gobierno ucraniano y su mantenimiento, que la jefa del FMI estimó en subsidios mensuales para Kiev de al menos U$S 5 mil millones. No solo sería la conservación del armamento necesario para la guerra, el problema energético, el deterioro de la calidad de vida de la sociedad europea, sino del descontento social producido por las sanciones. La caída de la popularidad del presidente Biden en Estados Unidos, así como la alta probabilidad de perder el Congreso; las derrotas electorales de Macron en Francia, el advenimiento del fascismo en Italia; la caída de Boris Johnson en Inglaterra y el mamarracho neoliberal de Liz Truss, cuidadosamente invisibilizado por la prensa latina, la notoria fragilidad del gobierno de coalición de Scholz en Alemania, entre otros.
Este ataque económico ha fracasado en sus objetivos inmediatos, y lo que es peor, ha provocado una crisis económica de grandes proporciones en los países que protagonizaron las sanciones contra la economía rusa, en particular en los europeos, y aunque parezca paradójico, la reacción social podría ser la carta para la paz. Las expectativas iniciales de las sanciones era que el PIB ruso caería un 30%, la inflación alcanzaría el 50% y que la moneda rusa, el rublo, se depreciaría en torno al 100%. La realidad es que el PBI caerá un 2.5%, la inflación bajó al 13.5%, el rublo es la moneda que más se ha apreciado en el mundo en este periodo y las exportaciones ganaron de enero–septiembre U$S 198.400 millones, según el Banco Central Ruso.
El fracaso económico ha repercutido también en el plano diplomático, donde el deterioro del liderazgo norteamericano se ha ido haciendo cada vez más visible, como se puede ver en el improvisado viaje de Biden a Asia, en el fracaso de la «Cumbre de la Democracia» y de la «Cumbre de las Américas», en la poca receptividad de las posiciones norteamericanas y ucranianas entre los países árabes y africanos, el fracaso estadounidense en su intento de excluir a los rusos de la reunión del G20 en Bali, y la más reciente e incómoda visita del presidente norteamericano a Arabia Saudí.
Rusia rompe definitivamente cualquier tipo de acercamiento con la Unión Europea, y en particular con los países del G7, optando por una alianza geopolítica y una integración duradera con China e India, y aquí comienza lo interesante, porque tanto este bloque como el grupo BRICS+, con la probable inclusión de Argentina, Irán, Egipto, Turquía y la propia Arabia Saudí, se acercaría al 40% de la población mundial y un PIB casi igual al del G7. Ya no habrá una potencia hegemónica o región del mundo que defina unilateralmente sus reglas. Se podrá mostrar a este bloque como un conjunto de referencia mundial en franco proceso de expansión y con proyección global de poder.
Sin embargo, a medio plazo, esta nueva configuración geopolítica todavía no representa una alternativa, debería ahondar en impulsar las divisiones internas de la Unión Europea. En principio, y como lo está haciendo China al comprar toda la energía que puede acumular, con el fin de eliminar a su principal competidor, Europa, y deshacer su exitoso modelo económico, tirado por las exportaciones y sostenido por la energía barata suministrada por Rusia. De ser posible, fomentar una nueva carrera armamentística entre sus Estados miembros, probablemente liderada por Alemania, que, tras 70 años de tutela militar estadounidense, está volviendo a su tradicional vía militarista.