Por Rocco Carbone*
(para La Tecl@ Eñe)
Junto con el Leviatán y Ziz, Behemoth es descrita como la criatura más extraordinaria de la tierra, imposible de aniquilar excepto por su creador -dios- o por el mesías: el pueblo organizado. En el libro bíblico de Job (40, 15-20) encontramos una caracterización y también es mencionada por el historiador y geógrafo griego, Heródoto. Se trata de una entidad mitológica poderosa, a menudo identificada como un demonio hedonista, gran mezclador de cosas, sobre todo de la verdad y la mentira. Se la representa como un elefante, un hipopótamo, un rinoceronte, un búfalo de agua o una bestia bien alimentada. Aquí se la convoca para reflexionar sobre el poder mafio-fascista y para sostener una hipótesis: Milei es Macri.
Con la sagacidad que lo distingue Alejandro Kaufman escribió un tuit: “Milei es la realización efectiva de los sueños delirantes del macrismo, que también arraigan en otros sectores políticos. La escena apocalíptica es abrumadora y se impone en todas partes, y nos quiere llevar a la ruina total” (@ale_kaufman, 9/2/2024, 22.28h). Tirando de ese hilo es posible sostener una hipótesis: que mafia y fascismo, por más que no parezca a primera vista, son poderes complementarios (y que en la Argentina tienen un carácter dependiente por la característica de las clases dominantes). Podemos imaginarlos como ampliaciones recíprocas. Esto es: un poder contiene al otro, se empalman y son reversibles, puesto que se trata de expresiones del impulso de quienes quieren permanecer a toda costa en el poder. Ambos comparten una misión, que consiste menos en persuadir que en mandar. Para decirlo con más propiedad: son poderes que se proponen estrangular la emancipación.
Ambos son propios de una dualidad contradictoria. El nadar entre dos aguas -salada una y dulce la otra- se convierte para ellos en forma de existencia. Los zigzags se transforman en devaneo febril y la dirección fundamental que los orienta es el contrapunto y el nudo entre dimensiones que tendemos a pensar de manera opositiva pero que ellos logran sintetizar: legal-ilegal, en el caso del poder mafioso; público-privado, en el caso del fascista. Por ende, son sucedáneos. Lo primero que los define es el conflicto total. Esto es: el antagonismo radical que organizan contra todo lo que no está contenido dentro de su campo de fuerzas. Esa otredad está configurada por la complejidad de la serie democracia, res publica, estatalidad, emancipación, y por el campo de donde ésta históricamente surge: el nacional y popular. Ambos poderes se configuran como intrínsecamente autoritarios, es más: totalitarios, en el sentido de que se arrogan el derecho de proyectar su sombra sobre todo-lo-existente. La categoría de totalitarismo -si se excluye la absurda homología que propone Arendt- refiere a un “fenómeno íntimamente contradictorio, es decir, un régimen a la vez moderno y regresivo, a la vez de masa y de élite, a la vez plebiscitario y dictatorial, contiguo a la democracia, en el sentido de que sin el advenimiento de la democracia sería impensable y, al mismo tiempo, de la democracia negación absoluta” (Bruno Bongiovanni, “Revisionismo e totalitarismo. Storia e significati”, Teoria politica, vol. XIII, no. 1, 1997).
Los poderes mafioso y fascistas emulan de manera verdaderamente inquietante la índole de los regímenes nazi-fascistas arqueológicos. Esa índole se apoya sobre la superioridad de unos respecto de otrxs. En este sentido, son poderes que no luchan por algo, sino que luchan por todo y la contradicción principal que postulan ya no es capital versus trabajo sino capital versus vida. Expresan también una idea concurrente: cuando la otredad es desaparecida deja de ser un problema, ya no hay riesgo para el sí-mismo. Esta es una condición idéntica y cambiante a través de las vicisitudes históricas. Y la desaparición (literal y virtual) de la otredad debe implicar su derrota sin que sus formas se destruyan completamente. El poder mafio-fascista ya no puede separarse del de las democracias. Ese poder ha aprendido a explotar los límites y las contradicciones del orden democrático hasta el punto de hacer trastabillar su devenir identitario; sobre todo cuando las democracias liberales evolucionan en dirección de lo popular.
Otra dimensión común a ambos poderes es su invisibilidad, por más paradójico que parezca[1]. La invisibilidad mafiosa es una elección inducida por su índole criminal, por eso las famiglie tienden a ocultar con mucha determinación la identidad de sus integrantes, los negocios a los que suelen dedicarse, sus estructuras societarias y los balances de sus empresas, sean legales o ilegales. La invisibilidad del fascismo reside en el carácter sigiloso que ha asumido en el siglo XXI. Mantiene, con muchas homologías, la operatividad clásica inherente a ese poder en su versión arqueológica, pero rehúye el nombre que asumió a lo largo de la experiencia tanática del siglo pasado. Ambos poderes se ocultan por razones utilitarias: aprovechar su invisibilidad para dirigir sus propios negocios (políticos y empresariales), cuyo perjuicio en términos sociales y colectivos es tal que se impedirían si fueran de dominio público. Cuando esos poderes, que se organizan alrededor de la invisibilidad colonizan el Estado, también lo obligan en alguna medida a la invisibilidad, puesto que ese sistema de autoridad empieza a retirarse de las funciones sociales que en parte lo definen. Esa retirada implica el avance complementario de una dimensión que inerva la mafiosidad: el poder narco.
El 29 de abril de 1938, Franklin Delano Roosevelt -presidente de los Estados Unidos entre 1933 y 1945- se refirió de este modo al poder fascista en su mensaje dirigido al Congreso: “La primera verdad es que la libertad de una democracia no está a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder en manos privadas hasta el punto de que se convierte en algo más fuerte que el propio Estado democrático. Eso, en esencia, es el fascismo, la propiedad del Estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado (Franklin D. Roosevelt, “Message from the president of the United States transmitting recommendations relative to the strengthening and enforcement of anti-trust laws”, The American Economic Review, vol. 32, no. 2, junio de 1942). Se trata de una caracterización notable si la pensamos empalmada con el gobierno del presidente Milei, quien se presenta cual recadero del poder privado: los monopolios globales absolutistas. El presidente es el representante del poder de los poseedores. El experimento teratológico libertariano ubica ese poder privado -del “mercado”- en el corazón de la estatalidad. Homólogamente procedió el expresidente Macri, quien ubicó en el Estado una racionalidad propia del poder mafioso, que también es privado: familiarista. “La familia tribal constituye una fuente de unión que se resiste al control del Estado, pues es inamovible y su mayor lealtad es para consigo misma. Cuando este principio se aplica como un desafío contra la autoridad institucionalizada puede dar lugar a la tristemente famosa familia de la mafia” (Germaine Greer, La mujer eunuco, Kairós, 2004). La burguesía mafiosa tiende a invadir los espacios de la gestión de lo público y los somete a intereses privados. En este sentido, ambos poderes (fascista y mafioso) subordinan lo público -el Estado de lo social o de lo común- a sus propias exigencias político-estratégicas, tienden al control absoluto del territorio, profundizan y exasperan las discriminaciones de clases, acentúan una redistribución desigual de la riqueza -aún más que cualquier experiencia política de corte neoliberal- y aniquilan el tejido productivo nacional porque responden al principio tanático del capitalismo: insaciable como Drácula.
Si recuperamos la línea argumental desarrollada por el jurista y politólogo alemán, Franz Neumann, en un libro clásico –Behemoth. The structure and practice of National Socialism (1942)- es posible profundizar la idea de que las mafias están comprometidas en afirmar, sostener y propagar los cinco principios de organización identificados como propios del orden nazi-fascista. La imposición a la sociedad de una organización monista, total y autoritaria constituye el primer principio. Esto sucede porque el fascismo no tolera competir con los diversos institutos representativos de los intereses sociales inherentes a la democracia. Trata de proyectar entonces su sombra sobre toda la institucionalidad del Estado con el propósito de transformar cada uno de sus institutos en organismos oficiales. Las mafias observan un comportamiento análogo. Se introducen en los partidos, los sindicatos y en cualquier otra asociación -popular o de élite que sea- para homologar decisiones y comportamientos con el propósito de subordinarlos a sus exigencias de poder.
Atomización del individuo: segundo principio. El fascismo sigiloso argentino está tratando de crear un carácter uniformemente sadomasoquista, un tipo humano definido por su encierro en las redes sociales, por su insignificancia social de organización y lucha, que es empujado a adherirse a un poder que lo hace partícipe de su “gloria” y de su fuerza tanática. Todo esto se cifra en la pregunta “¿y si le va bien?”. Las mafias rompen cualquier lazo de solidaridad que pueda referir a la familia de origen, al lugar de trabajo, a la adscripción partidaria o política, a la iglesia, etc. El objetivo es impedir cualquier relación social fuera de la organización mafiosa. La afiliación a un clan coincide con la entrada a una nueva comunidad que obliga a dejar atrás todo vínculo con el mundo anterior. De tal modo reproducen el mecanismo fascista de la atomización del ser humano y la despersonalización de los lazos sociales.
Tercer principio: proliferación de élites. El fascismo busca seleccionar y organizar una élite propia entre las élites preexistentes. Como tal, recibe un trato privilegiado. Un propósito central de esa casta es intervenir como punta de lanza del régimen dentro de la masa amorfa. En las organizaciones mafiosas esta función la desempeñan los capobastoni, que organizan una variedad de jerarquías y vínculos de obediencia con el único fin de presentarse como los únicos mediadores capaces de gestionar esas estructuras de poder.
Cuarto principio: transformar la cultura en propaganda.
Último: la violencia de doble giro: aterrorizar y fascinar. Aquí se expresa la moral de los adversarios de la violencia política: la rechazan cuando se trata de modificar lo existente, pero para la defensa del orden no se detienen ante las medidas más implacables.
De todo esto desciende que no debemos perder de vista un apotegma político, pese a las estridencias, las fricciones, las diásporas ficcionalizadas y las competencias –normales, porque los poderes mafio-fascistas son inherentes a la razón capitalista, anidan en él, aunque a veces estén en estado de latencia- que pueden verificarse en la vida política nacional entre la vertiente libertariana y la cambiemita-: que Milei (también) es Macri.
Miliukov y los reglamentos de la historia
Un sector de la intelligentsia se empeña con suficiencia en un negacionismo sostenido acerca de la categoría de fascismo (sigiloso) que adosamos al gobierno de los hermanxs Milei insistiendo sobre dos líneas inmóviles desde hace dos años: “atraso” y “confusión”. El líberal Miliukov ha encontrado a un historiador que sin participar de las líneas centrales del socialdemocratismo gorila intelectual local trata las leyes de la historia como si fueran reglamentos. Este contrabandea la idea de que Mussolini y Hitler tomaron el poder tras una marcha. Fakenews. En el plano de la práctica histórica esas experiencias accedieron “democráticamente” al poder del Estado. Fueron generadas menos por la democracia que por los límites de sus manifestaciones concretas. En cuanto a las marcha sobre la historia, habría que decir enfáticamente esto: a través de la televisión y de los algoritmos de las redes, Milei alimentó con su cólera la indignación de lxs desencantadxs de la política con un discurso anti-casta corrupta. Se puede resumir así: la Argentina habría estado poseída por una banda de “chorros criminales” presentes en todo el espectro político -de este modo amplió el antagonismo del expresidente Macri contra el kirchnerismo- que actuaba en función de sus intereses, por ende contra la existencia de “la gente”. Luego orientó la cólera acumulada en el ámbito de la dimensión virtual en dirección de la movilización contra la cuarentena (presentada como cercenamiento de su divisa mayor: libertad) y pegó el salto a la representación al llegar al Parlamento. Así empezó la marcha sobre Buenos Aires, que nada tiene que ver con tener capacidades hermenéuticas más aguzadas que las de sus rivales y menos aún con la capacidad de dar respuesta satisfactoria a las necesidades de su electorado.
Miliukov me depara una deferencia: la autoría de la advocación de antifascismo. Rehúyo del concepto de propiedad privada, en la vida de las ideas también. En nuestro país existen distintos espacios que se disponen alrededor del afecto común organizado alrededor de la palabra reflexiva y que vienen elaborando una detenida meditación sobre la condición fascista relativa al gobierno libertariano: Comuna Argentina es uno de ellos; no es el único. En este mismo momento los campos de la emancipación de un par de centenar de países están reflexionando, y elaborando sus luchas respectivas, sobre la cuestión espinosa del fascismo/antifascismo, organizados alrededor de la Internacional Antifascista que se fundó en la República Bolivariana de Venezuela en septiembre de 2024. Además, la divisa del antifascismo en la Argentina procede de movimientos sociales disidentes y feministas que convocaron la marcha del 1F. En cuanto a esta convocatoria febrerista: entendió pertinentemente un elemento característico del poder fascista, una invariante si se quiere: su aspecto carnavalesco.
Carnaval
El carnaval expresa una visión invertida del mundo. Es una fiesta que exterioriza el mundo que conocemos upside-down: patas arriba. En esa inversión del sentido se descubre una constante del poder fascista: su condición carnavalesca. El carnaval históricamente (se puede volver a leer el clásico de Mijaíl Bajtín) era un momento singular del año medieval porque anulaba las jerarquías políticas y culturales establecidas; y también se constituía en inhibidor de las luchas populares emancipatorias. Lxs campesinxs por un día comían carne (de allí su nombre: había que ver la voracidad con que se deglutía carne de res en los pueblos meridionales de Italia durante el carnaval, rémora de la cultura popular medieval) y lxs reyes devenían plebeyxs. En el carnaval todo deviene su opuesto. Homólogamente, el político fascista del siglo XXI no se nombra como tal y proyecta su identidad sobre su antagonista. Lo hizo el presidente Milei con la gran marcha federal antifascista del 1º de febrero de 2025: “La ignorancia: nazi, nacionalsocialismo, se tienen que hacer cargo. Eran de los zurditos. El fascismo es socialismo, el propio Mussolini [decía] que dentro del Estado todo, y fuera del Estado nada y nada contra el Estado. Con lo cual está claro que nada que ver con la ideología que yo tengo que es el liberalismo” (www.pagina12.com.ar/801423-milei-no-se-baja-del-ring-acuso-de-fascistas-a-quienes-march, 4/2/2025). Una engañapichanga de la historia puesto que en el fascismo arqueológico “no hay demasiado Estado, como chillan los liberales apocalípticos, hay demasiado poco” (Bruno Bongiovanni, 1997).
Inversiones: el presidente Milei es un político vulgar pero puesto que habla desde una disciplina inentendible -tal como él la practica- es percibido como culto; su inexperiencia política -puesto que no integra “la casta”, es un supuesto outsider– es aceptada como autenticidad (palabra que se hizo propia sin oponer resistencia dentro del campo de la emancipación, que demuestra así su permeabilidad; equivalente de “fenómeno original”); antagoniza internacionalmente con un país hermano (la República Bolivariana de Venezuela, por caso), cosa que no se percibe como injerencismo político sino como independencia de criterio; y las mentiras que elabora -las fakenews: los “nazis eran socialistas por la presencia de la palabra socialismo en Nationalsozialismus”- son leídas como interpretaciones ingeniosas de la historia.
En el antiguo carnaval medieval lxs campesinxs desdentadxs se burlaban de los reyes opulentxs. Era su modo relativamente eficaz de antagonizar con las jerarquías y reorientarlas. Una buena risotada, un improperio ingenioso, una oración pícara propia de lo popular, socavan la solemnidad del poder. Esto en la Argentina lo ha entendido bien la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Cada vez que le dirige un tuit al presidente lo arranca con un “Che, Milei”. Es la estilística ingeniosa de la gran picaresca nacional, asunto sobre el que Horacio González escribió un libro: La ética picaresca (Altamira, 1992). Y la gran intuición sintetizada en la marcha antifascista del 1F residió en su consigna central -“antifascismo”- y en la fiesta y la alegría propias de las disidencias y los feminismos para minar lo fascinante del fascismo: su pompa (Giuliano Da Empoli, Los ingenieros del caos. Oberón, 2024).
Las modalidades inherentes a esa manifestación popular abren por lo menos un interrogante acerca de cómo luchar. A la manera de una ventisca podría decirse: con impertinencia, humor y burlas, en el surco de la traza histórica de la estilística maradoneana o de Hebe o de Cristina. En el ingenio popular que vimos en los carteles de “Nunca Musk”, por ejemplo, que dejó la marcha. Tácticamente allí hay una salida que el campo de la emancipación no encuentra estratégicamente, aún. Insisto sobre este punto: el carnaval es audaz, pero funciona como inhibidor.
Aceptar la palabra fascismo no es sencillo. De hacerlo, deberíamos disponernos a organizar una lucha revocatoria, cosa que entra en colisión con la racionalidad democrática. Pero, al mismo tiempo, no podemos desconsiderar este hecho: la democracia está siendo desmoronada.
Referencias:
[1] “La democracia, en tanto poder visible, tiende a anular la idea misma del enemigo. […] en el plano de la práctica histórica” debe ser recordado que “partidos totalitarios hayan accedido al poder ‘democráticamente’ -es el caso del fascista en Italia y del nazista en Alemania” (Fabio Armao, Il sistema mafia. Dall’economia-mondo al dominio locale. Bollati Boringhieri, 2000).
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*Filósofo y analista político. CONICET.