Medio Oriente: Oponernos a la intervención imperialista en todas sus formas

Adam Hanieh es profesor de economía política y desarrollo internacional en la Universidad de Exeter (Inglaterra), donde su investigación se centra en el capitalismo y el imperialismo en Oriente Medio. Su último libro lleva por título Crude Capitalism. Oil, Corporate Power, and the Making of the World Market (Verso Books, septiembre de 2024). En esta gran entrevista con Federico Fuentes para LINKS, Adam Hanieh habla de la necesidad de poner de relieve las transferencias de valor para comprender el imperialismo, el papel de Israel en el capitalismo fósil mundial y la creciente influencia de los Estados del Golfo.

Capitalismo y petróleo: nuevos centros de acumulación de capital y el lugar del Medio Oriente en el imperialismo internacional. Entrevista

Adam Hanieh

 

-Durante el siglo pasado, el término imperialismo fue utilizado para definir diferentes situaciones. A veces, es reemplazado por conceptos como globalización y hegemonía. ¿Sigue siendo válido el concepto de imperialismo? Si es así, ¿cómo lo define?

-Adam Hanieh. Sin duda sigue siendo válido y hay mucho que aprender tanto de los autores clásicos sobre el imperialismo, como Vladimir Lenin, Nikolái Bujarin y Rosa Luxemburgo, como de las contribuciones y debates posteriores, incluidos los de los marxistas anticolonialistas de los años sesenta y setenta.

De manera muy general, defino el imperialismo como una forma de capitalismo mundial basado en la extracción y la transferencia continua de valor de los países pobres (o periféricos) a los países ricos (o centrales), y de las clases de los países pobres a las clases de los países ricos. Creo que existe una tendencia a reducir el imperialismo a un simple conflicto geopolítico, a la guerra o a la intervención militar. Pero sin esta idea central de las transferencias de valor, no podemos entender el imperialismo como una característica permanente del mercado mundial que opera incluso en períodos considerados «pacíficos»

Los medios mediante los cuales se efectúan estas transferencias de valor son complejos y requieren una reflexión profunda. La exportación de capital en forma de inversión extranjera directa a los países dominados es uno de los mecanismos. La extracción y el control directo de recursos es otro. Pero también debemos examinar los diversos mecanismos y relaciones financieras que se han generalizado desde los años 80, como los pagos del servicio de la deuda efectuados por los países del Sur. También existen diferencias en el valor de la fuerza de trabajo entre los países centrales y los periféricos, algo que analizaron los teóricos del imperialismo de los años sesenta y setenta, como Samir Amin y Ernest Mandel. El intercambio desigual en el comercio es otra vía. Y la mano de obra migrante es otro mecanismo muy importante para la transferencia de valor. Reflexionar sobre estas múltiples formas nos permite comprender mejor el mundo actual, más allá de la simple cuestión de la guerra o de los conflictos interestatales.

El hecho de abordar el imperialismo a través de estas transferencias de valor permite revelar quién saca provecho de ellas. Lenin destacó el capital financiero, que era el resultado del control cada vez más integrado del capital bancario y del capital industrial o productivo. Esto sigue siendo válido. Pero ahora es más complicado, en la medida en que ciertas capas de burguesías dominadas en la periferia se han integrado parcialmente dentro del capitalismo del centro. No sólo tienen a menudo la nacionalidad de estos países, sino que además se benefician de esas relaciones imperiales. También hay mucha más propiedad transfronteriza del capital y un auge de las zonas financieras extraterritoriales, offshore, lo que hace mucho más difícil el seguimiento del control y los flujos de capital. Para entender el imperialismo hoy en día, es necesario comprender mejor quién saca provecho de esta integración en los principales centros de acumulación de capital y cómo están conectados los diferentes mercados financieros.

Una tercera característica derivada de estas transferencias de valor es el concepto de aristocracia obrera. Este concepto fue de gran importancia para debatir sobre el colonialismo y el imperialismo, remontándose a Karl Marx y Friedrich Engels, pero a menudo es malinterpretado o dejado de lado en el pensamiento marxista contemporáneo. Si vamos más allá del folleto de Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, para examinar sus otros escritos sobre el imperialismo, vemos que le dedicó especial atención al análisis de las implicaciones políticas de las relaciones imperiales en la creación de capas sociales en los países centrales cuya política se alineó y se conectó con su propia burguesía. Esta idea sigue siendo válida y debe ser subrayada nuevamente. En Gran Bretaña, por ejemplo, permite explicar el carácter claramente proimperialista del Partido Laborista británico.

Una de las características del imperialismo contemporáneo que no estaba bien teorizada a principios del siglo XX es la forma en que la dominación imperial está necesariamente vinculada a ideologías racistas y sexistas particulares, que contribuyen a justificarlas y legitimarlas. Podemos verlo hoy en el contexto de Palestina. Es realmente importante integrar el antirracismo y el feminismo en nuestra forma de pensar el capitalismo, el antiimperialismo y las luchas antiimperialistas. Neville Alexander [1936-2012, estuvo encarcelado en Robben Island de 1964 a 1974] lo hizo en el contexto sudafricano, al igual que Walter Rodney [1942-1980, fecha de su asesinato], un marxista anticolonialista de Guyana, y Angela Davis en Estados Unidos.

-Muchos coinciden en que, después del fin de la Guerra Fría, la política internacional ha estado dominada por el imperialismo estadounidense/occidental. Sin embargo, parece estar ocurriendo un cambio relativo con el florecimiento económico de China, la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la demostración de poder militar más allá de sus fronteras por parte de naciones aún más pequeñas, como Turquía y Arabia Saudita. En general, ¿cómo entender la dinámica que opera dentro del sistema imperialista internacional?

-Desde principios de los años 2000, asistimos a la aparición de nuevos centros de acumulación de capital fuera de Estados Unidos. China ocupa un lugar destacado. Al principio, esto estaba relacionado con los flujos de inversión extranjera directa en China y en la región más amplia de Asia Oriental con el objetivo de explotar una mano de obra barata en el marco de una reorganización de las cadenas de valor globalizadas. Pero desde entonces, el auge de China se ha asociado a un debilitamiento relativo del capitalismo estadounidense en el contexto de crisis mundiales profundas y cada vez más graves.

Esta erosión relativa de la potencia de Estados Unidos puede observarse a través de diferentes indicadores. En las últimas tres décadas, la dominación estadounidense sobre las tecnologías, las industrias y las infraestructuras clave se ha debilitado. Un indicador de esto es la disminución de la participación de Estados Unidos en el PIB mundial, que pasó del 40 % a aproximadamente el 26 % entre 1985 y 2024. También ha habido un cambio relativo en la propiedad y el control de las mayores empresas capitalistas del mundo. Por ejemplo, la cantidad de empresas chinas que figuran en el Global Fortune 500 superó a la de las empresas estadounidenses en 2018 y se mantuvo así hasta el año pasado, cuando Estados Unidos volvió a liderar la lista (139 empresas estadounidenses frente a 128 chinas). En el año 2000, la presencia de China en esta lista se limitaba a 10 empresas. Si bien el ascenso de China se ha producido en gran medida a expensas de las empresas japonesas y europeas, también se ha observado una disminución del control estadounidense sobre las grandes empresas: en los últimos 25 años, la participación de Estados Unidos en la clasificación de Global Fortune 500 pasó del 39 % al 28 %.

Es importante señalar que estos signos de declive relativo de Estados Unidos se reflejan a nivel nacional. El capitalismo estadounidense atraviesa graves problemas sociales: disminución de la esperanza de vida, encarcelamiento masivo, falta de vivienda, salud mental y deterioro de las infraestructuras esenciales. El neoliberalismo y la extrema polarización de la riqueza han destripado la capacidad del Estado para responder a las grandes crisis, como se pudo ver con la pandemia de Covid y, más recientemente, durante la temporada de huracanes de 2024 y los incendios de Los Ángeles en enero de 2025.

Pero debemos subrayar el debilitamiento relativo de la potencia estadounidense. No creo que vaya a producirse una caída inminente del dominio estadounidense. Conservan una ventaja militar considerable sobre sus rivales, y la centralidad del dólar estadounidense no ha sido cuestionada. Este último es una fuente importante de poder estadounidense, ya que permite a Estados Unidos excluir a sus competidores de los mercados financieros y del sistema bancario estadounidenses (especialmente evidente desde el 11 de septiembre). Gran parte de la potencia geopolítica de Estados Unidos se articula en torno a su dominio financiero, otra razón por la que debemos considerar el imperialismo más allá de sus formas militares.

También hay una visión más amplia de estas rivalidades mundiales que deberíamos destacar: las múltiples e interconectadas crisis que marcan hoy el capitalismo a escala mundial. Podemos verlo en el estancamiento de las tasas de ganancia y los grandes volúmenes de capital excedente en busca de valorización; el enorme aumento de la deuda pública y privada; la sobreproducción en muchos sectores económicos; y la dura realidad de la emergencia climática. Así, cuando hablamos de la dinámica del sistema imperialista mundial, no se trata simplemente de rivalidades entre Estados y de medir la fuerza de Estados Unidos en relación con otras potencias capitalistas. Debemos situar estos conflictos en la crisis sistémica a más largo plazo que todos los Estados tratan de superar.

-¿Cómo entiende el ascenso del presidente estadounidense Donald Trump en este contexto?

-Algunos comentaristas liberales describen a menudo a Trump como una especie de egoísta loco que se encarga de supervisar una administración desviada por multimillonarios de extrema derecha (o dirigida en secreto por Rusia). Creo que esta perspectiva es errónea. Independientemente del narcisismo personal de Trump, representa un proyecto político claro que aborda los problemas generales que acabo de mencionar: ¿cómo gestionar el declive relativo de Estados Unidos en el contexto de las crisis sistémicas más importantes a las que se enfrenta el capitalismo mundial?

Si seguimos las discusiones entre sus asesores económicos, tendremos la prueba. Un ejemplo particularmente revelador es un largo análisis [Hudson Bay Capital: «A User’s Guide to restructuring the Global Trading system, November 2024»] escrito en noviembre de 2024 por Stephen Miran, un economista que acaba de ser confirmado como presidente del Consejo de Asesores Económicos de Trump. Miran afirma que la economía de Estados Unidos se ha reducido en relación con el PIB mundial en las últimas décadas, mientras que Estados Unidos soporta el costo de mantener el «paraguas de defensa» mundial frente a las crecientes rivalidades interestatales. Sobre todo, afirma que el dólar está sobrevalorado debido a su papel como moneda de reserva internacional, lo que ha erosionado la capacidad de producción estadounidense.

Stephen Miran ropone resolver este problema esgrimiendo la amenaza de los aranceles para obligar a los aliados de Estados Unidos a asumir una mayor parte de los costos del imperio. Según Miran, esto contribuirá a que la industria manufacturera regrese a Estados Unidos (un elemento importante en caso de guerra). Propone una serie de medidas para limitar los efectos inflacionistas de este plan y mantener el dólar como moneda dominante a pesar de la esperada devaluación (subraya explícitamente la importancia del dólar estadounidense para proyectar y garantizar la potencia de Estados Unidos). Este tipo de perspectiva es defendida por la administración Trump, incluido el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin[ex empleado de Goldman Sachs de 1985 a 2002, cuyo padre era un alto directivo, y luego al frente de un fondo especulativo].

Lo esencial no es saber si este plan funciona o si es económicamente sensato, sino comprender las motivaciones que lo sustentan. Está explícitamente concebido como un medio para hacer frente a los problemas a los que se enfrenta el capitalismo estadounidense e internacional, y para reafirmar la primacía de Estados Unidos repercutiendo sus costes en otras zonas del mundo. La administración de Joe Biden propuso diferentes soluciones, pero se enfrentó a los mismos problemas, hablando abiertamente de intensificar la «competencia estratégica» y de la necesidad de encontrar formas para que Estados Unidos «mantuviera sus ventajas fundamentales en la competencia geopolítica» («The Sources of American Power. A Foreign Policy for a Change World», Jake Sullivan, Foreign Affairs, noviembre-diciembre de 2023).

Por lo tanto, debemos abordar la administración Trump como actores con un proyecto coherente. Es evidente que este proyecto genera numerosas contradicciones y tensiones internas, así como evidentes desacuerdos por parte de algunos sectores del capital estadounidense y de aliados históricos. Pero estas tensiones también reflejan la naturaleza muy inestable del capitalismo internacional mundial en la actualidad.

La articulación nacional del proyecto, como suele ocurrir en tiempos de crisis, se basa en la designación de chivos expiatorios, es decir: un racismo virulento y actitudes antimigratorias, un irracionalismo anticientífico, la negación del cambio climático y políticas ultraconservadoras en materia de género y sexualidad. Todos estos tipos de tropos ideológicos sirven para promover el nacionalismo, el militarismo y el sentimiento de un país sitiado. Permiten aún más represión estatal y recortes en los gastos sociales. Por supuesto, esto no se limita a Estados Unidos. El resurgimiento mundial de estas ideologías de extrema derecha es un indicio más de que nos enfrentamos a una crisis sistémica más importante a la que todos los Estados capitalistas se enfrentan.

Quiero subrayar de nuevo la urgencia climática. Podemos ver cómo la administración Trump está desmantelando las regulaciones ambientales y busca acelerar la producción nacional de petróleo y gas para reafirmar el poder del capitalismo estadounidense (reduciendo los costos energéticos). Pero también está muy claro que estamos entrando en una fase de crisis climática en cascada e imprevisible, que tendrá un impacto material en miles de millones de personas en las próximas décadas. La derecha puede negar la realidad del cambio climático, pero, en última instancia, se debe a que el capitalismo no puede permitir que nada afecte la acumulación de capital. Debemos situar la cuestión climática en el centro de nuestra política actual, ya que estará cada vez más presente en todos los ámbitos.

-Se han dado varias explicaciones contradictorias para justificar el apoyo imperialista de Estados Unidos y Occidente al conflicto de Israel contra Gaza. ¿Cuál es su punto de vista? ¿Cómo encaja el proceso de normalización entre Israel y las naciones árabes en este contexto? ¿Y qué impacto tuvieron el 7 de octubre y el genocidio de Gaza en este proceso?

-Deberíamos situar la relación entre Estados Unidos e Israel en el contexto de la región en general, y no sólo a través del prisma de lo que ocurre dentro de las fronteras de Palestina o de las motivaciones de los dirigentes israelíes. Esto requiere poner de relieve el imperialismo estadounidense (véase el artículo de junio de 2024 de Adam Hanieh en el sitio alencontre.org) y el papel central de la región en el capitalismo internacional basado en los combustibles fósiles.

El ascenso de Estados Unidos como potencia capitalista dominante estuvo estrechamente relacionado con la adopción del petróleo como principal fuente de energía fósil a mediados del siglo XX. Esto le dio al Medio Oriente un papel muy importante, como centro de las exportaciones mundiales de petróleo y zona crucial de producción de energía, en el proyecto global de Estados Unidos. En el Medio Oriente, Israel ha sido un pilar fundamental del poder de Estados Unidos, especialmente después de la Guerra de los Seis Días de 1967, donde demostró su capacidad para derrotar a los movimientos nacionalistas árabes y las luchas anticoloniales. En este sentido, Estados Unidos siempre ha estado al mando de esta relación regional, no Israel y, desde luego, tampoco un lobby proisraelí.

El otro pilar de la potencia de Estados Unidos en el Medio Oriente han sido los Estados del Golfo, en particular Arabia Saudita. Desde mediados del siglo XX, Estados Unidos estableció una relación privilegiada con las monarquías del Golfo, actuando como apoyo a su supervivencia siempre y cuando permanecieran en el sistema más amplio de alianzas regionales de Estados Unidos. Esto significaba garantizar el suministro de petróleo al mercado mundial y asegurarse de que el petróleo nunca fuera utilizado como «arma». También significaba que los miles de millones de dólares que los Estados del Golfo ganaban con la venta de petróleo se reinvertían en gran medida en los mercados financieros occidentales.

Pero, al igual que su estatus mundial, la dominación de Estados Unidos en la región ha ido erosionándose en las dos últimas décadas. Esto se refleja en el creciente papel de otros Estados ajenos a la región (como China y Rusia) y en la lucha de las potencias regionales por ampliar su influencia (por ejemplo, Irán, Turquía, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos). Es importante señalar que también se ha producido un desplazamiento hacia el este de las exportaciones de petróleo y gas del Golfo, que se orientan ahora principalmente hacia China y Asia oriental, en lugar de hacia los países occidentales.

La respuesta de Estados Unidos ha sido tratar de acercar a sus dos principales aliados regionales normalizando las relaciones políticas, económicas y diplomáticas entre los Estados del Golfo e Israel. Este proyecto se remonta a varias décadas, pero se intensificó en el marco de los Acuerdos de Oslo en la década de 1990. Más recientemente, Israel normalizó sus relaciones con los Emiratos Árabes Unidos y Baréin a través de los Acuerdos de Abraham de 2020. Ese mismo año, Israel también normalizó sus relaciones con Sudán y Marruecos. Estos pasos importantes fueron seguidos en 2022 por la firma de un acuerdo de libre comercio entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel.

Debemos leer las acciones de Israel y el genocidio en Gaza a través de este prisma. Incluso ahora, después del 7 de octubre y el genocidio, y mientras se habla de expulsar a aún más palestinos de su tierra, el objetivo de Estados Unidos sigue siendo la normalización de las relaciones entre Israel y los Estados del Golfo para reafirmar su primacía en la región.

-Sin embargo, con el plan de Trump de limpiar Gaza de su población palestina, ¿no se hace más difícil la normalización de las relaciones entre los gobiernos de la región e Israel?

-Las propuestas de Trump a favor de una limpieza étnica de Gaza encuentran claramente eco en gran parte del espectro político israelí. Sin embargo, existen numerosos obstáculos para ello, empezando por el hecho de que Estados como Jordania y Egipto no quieren que sea desplazada a su territorio una cantidad tan grande de refugiados palestinos.

Pero países como Arabia Saudita, Jordania y Egipto no están fundamentalmente en desacuerdo con el proyecto de Estados Unidos. En principio, la monarquía saudita no tiene ningún problema en normalizar sus relaciones con Israel, y sin duda le ha dado luz verde a los Emiratos Árabes Unidos para hacerlo en el marco de los Acuerdos de Abraham. Existe una alineación extremadamente estrecha entre Estados Unidos y los Estados del Golfo, que se acelera bajo Trump. Podemos verlo en el hecho de que Arabia Saudita es sede de las actuales negociaciones entre Estados Unidos y Rusia, y en el reciente anuncio de los Emiratos Árabes Unidos de su intención de invertir 1400 mil millones de dólares en Estados Unidos durante la próxima década.

Al mismo tiempo, es obvio que es muy difícil que este proyecto avance sin la derrota de los palestinos en Gaza y demás lugares, y sin una cierta forma de aquiescencia palestina. La posible solución a este dilema se encuentra en Cisjordania, bajo la forma de la Autoridad Palestina (AP). La AP es esencial porque ha creado una capa de políticos palestinos y una clase capitalista palestina cuyos intereses están vinculados a un compromiso con Israel y que están dispuestos a facilitar la normalización regional (ése era el objetivo de los acuerdos de Oslo). Por lo tanto, no deberíamos considerar a los Estados árabes como genéticamente opuestos a la limpieza étnica y a la normalización tal y como la propone Trump.

-Los monopolios petroleros nacionales gestionados por los Estados del Medio Oriente (y otros países no occidentales) han superado a las empresas occidentales en el mercado mundial del petróleo. ¿Cómo influye esto en la posición del Medio Oriente dentro del capitalismo internacional?

-En las dos últimas décadas, asistimos al surgimiento de grandes compañías petroleras nacionales, que están cambiando la dinámica de la industria petrolera mundial. Los Estados del Golfo se destacan en este sentido, en particular con Saudi Aramco, el mayor productor y exportador de petróleo del mundo en la actualidad, que ha superado a las grandes empresas occidentales que dominaron la industria durante la mayor parte del siglo XX.

Estas petroleras nacionales siguieron el ejemplo de las supermajors petroleras occidentales al integrarse verticalmente. En la década de 1970, los países productores de petróleo, como Arabia Saudita, se concentraban principalmente en la extracción de crudo. Pero hoy en día, sus petroleras nacionales están presentes en toda la cadena de valor. Participan en el refinado y la producción de productos petroquímicos y plásticos. Poseen compañías navieras, oleoductos, petroleros y estaciones de servicio donde se venden los combustibles. Cuentan con redes de comercialización a nivel mundial.

Al mismo tiempo, fuimos testigos del surgimiento de lo que en Crude Capitalism llamo «el eje Este-Este de los hidrocarburos». Con el ascenso de China, las exportaciones de petróleo del Golfo se desviaron de Europa Occidental y Estados Unidos hacia el este, más concretamente hacia China y Asia Oriental. No estamos hablando sólo de la exportación de crudo, sino también de productos refinados y petroquímicos. Esto condujo a una creciente interdependencia entre estas dos regiones, que ahora constituyen el eje central de la industria petrolera mundial fuera de Estados Unidos.

Esto no quiere decir que los mercados occidentales y las compañías petroleras no sean importantes. Las grandes supermajors occidentales siguen dominando en Estados Unidos y en el bloque norteamericano en sentido amplio. Pero hay que admitir que el mercado mundial del petróleo es un mercado petrolero fragmentado, en el que estas conexiones Este-Este reflejan más bien el debilitamiento de la influencia estadounidense, tanto a escala mundial como en Medio Oriente.

-¿Qué lecciones podemos extraer de la idea de que algunas empresas transnacionales o públicas no occidentales pueden funcionar con éxito sin un anclaje institucional en una potencia imperialista?

-No se trata de empresas estadounidenses u occidentales, pero tienen importantes vínculos con empresas petroleras occidentales (especialmente a través de asociaciones) y operan en los mercados occidentales. La mayor refinería de petróleo de Estados Unidos es propiedad de Arabia Saudita. Por lo tanto, no deberíamos oponerlas necesariamente, como si hubiera una diferencia fundamental en la forma en que ellas, como «bloque fósil», ven el futuro de la industria. Están absolutamente del mismo lado en lo que respecta al estado de emergencia climática. Podemos constatarlo en el papel preponderante de los Estados del Golfo, que obstruyen y desvían cualquier respuesta internacional eficaz ante esta emergencia.

-A la vez que refuerzan sus vínculos con China, los Estados del Golfo han demostrado cada vez más su voluntad de actuar de forma autónoma e incluso de rivalizar por ejercer influencia en la región. ¿Cómo explica el papel de estos Estados del Golfo?

-Junto con este debilitamiento relativo del poder de los Estados Unidos, otros actores, entre ellos los Estados del Golfo, han tratado de proyectar sus propios intereses regionales.

Han utilizado diversos mecanismos: el patrocinio de diferentes grupos armados o movimientos políticos o bien la acogida de diferentes fuerzas políticas (el caso de Qatar es un caso aparte); el otorgamiento de ayuda financiera a Estados como Egipto y Libia; la intervención militar en países como Yemen y Sudán; y el control de puertos y vías logísticas. De esta manera, los Estados del Golfo han tratado de aumentar su presencia regional.

Esto está relacionado en parte con las consecuencias de los levantamientos árabes de 2011, que se extendieron rápidamente por la región, desestabilizando a los líderes autoritarios de larga data, como en Egipto y Túnez. Los Estados del Golfo desempeñaron un papel importante en el intento de reconstruir estos Estados autoritarios después de los levantamientos.

También existen rivalidades entre los Estados del Golfo, en particular entre Arabia Saudita y Qatar, pero también entre Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. No están necesariamente de acuerdo sobre todo y a veces apoyan bandos opuestos, por ejemplo en Sudán [donde Arabia Saudita apoya a las fuerzas armadas sudanesas en la actual guerra civil, mientras que los Emiratos Árabes Unidos ayudan a las Fuerzas de Apoyo Rápido [de Hemeti-Mohamed Hamdan Dogolo].

Sin embargo, a pesar de su declive relativo, Estados Unidos sigue siendo la principal potencia imperialista de la región. Esto es evidente a la vista de su presencia militar directa en el Golfo, donde Estados Unidos tiene instalaciones y bases militares en países como Bahréin, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Estados Unidos sigue siendo la última fuerza de recurso, militar y política, de los regímenes del Golfo.

El término «subimperialista» se utiliza a veces para describir países como éstos, que están subordinados a una potencia imperialista pero que operan con cierta autonomía en su esfera de influencia. ¿Considera que este término es útil para entender a los Estados del Golfo?

-Si el término «subimperialismo» puede explicar en parte lo que representan estos Estados, los Estados del Golfo no tienen necesariamente la capacidad de proyectar su poder militar de la misma manera que las potencias occidentales. Esto no quiere decir que no estén reforzando su capacidad militar, pero siguen actuando en gran medida a través de representantes y dependen en gran medida de la protección militar de Estados Unidos. Como he mencionado, hay bases militares estadounidenses por todo el Golfo. Las exportaciones de material militar de los países occidentales a la región refuerzan la supervisión occidental de los ejércitos del Golfo, ya que estas exportaciones requieren formación, mantenimiento y apoyo permanentes.

Dicho esto, la exportación de capital del Golfo hacia la región en sentido amplio —y cada vez más también hacia el continente africano— es muy evidente. Estas exportaciones de capital reflejan transferencias transfronterizas de valor. También está muy claro que los conglomerados con sede en el Golfo han sido los principales beneficiarios de la ola neoliberal que arrasó el Medio Oriente en las últimas décadas, durante la cual se abrieron las economías y se privatizaron las tierras y otros activos. No me refiero sólo a los conglomerados públicos del Golfo, sino también a los grandes conglomerados privados. Si nos fijamos en sectores como la banca, el comercio minorista o la industria agroalimentaria, encontraremos tanto conglomerados públicos como privados basados en el Golfo.

Por eso es tan importante pensar en la región en el contexto de los intereses capitalistas y los modelos de acumulación de capital, y no sólo en el contexto de los conflictos interestatales.

-A veces se considera a Irán como una potencia de poca importancia o subimperialista, dado su conflicto simultáneo con el imperialismo estadounidense y su creciente papel en la región. Otros lo ven como la punta de lanza de un «eje de resistencia antiimperialista» en la región. ¿Cómo ve usted el papel de Irán?

-La expresión «eje de la resistencia» es engañosa porque implica una unanimidad excesiva entre un conjunto de actores bastante heterogéneos con intereses, bases sociales y relaciones con la política diferentes, tanto a nivel nacional como regional. Esta expresión trata esencialmente de poner un signo positivo donde [el expresidente estadounidense George W. Bush] puso un signo negativo con su «eje del mal». Es una forma reductora de concebir la política.

Debemos oponernos clara e inequívocamente a cualquier forma de intervención imperialista occidental en Irán o en la región en general (ya sea directamente o a través de Israel). Esto significa no sólo una intervención militar, sino también una intervención económica y otras formas de intervención. Las sanciones son un elemento importante en el caso de Irán.

Al mismo tiempo, debemos reconocer que Irán es un Estado capitalista, con su propia clase capitalista, que tiene sus propios objetivos en la región y más allá. Al igual que los Estados del Golfo, Irán busca proyectar su poder regional, en este contexto de desestabilización posterior a 2011, de debilitamiento relativo del poder de los Estados Unidos y de todo lo que acabamos de discutir.

Es cierto que Irán lo hace por fuera del proyecto estadounidense para la región, como lo ha hecho durante décadas. Pero reconocer el carácter capitalista del Estado iraní significa que también debemos solidarizarnos con las luchas sociales y políticas progresistas reprimidas en Irán, ya sean las luchas obreras y sindicales (que siguen siendo numerosas), las luchas de las mujeres, las luchas del pueblo kurdo, etc. Son movimientos que nosotros, los socialistas, debemos apoyar, en el marco de una política antiimperialista.

El punto de partida es ser sistemáticamente anticapitalista en nuestra forma de pensar sobre los Estados y los movimientos, lo que significa no dar ningún apoyo político a los gobiernos capitalistas, sean cuales sean y dondequiera que estén. Podemos solidarizarnos con las personas en lucha y al mismo tiempo oponernos a la intervención imperialista en todas sus formas, y no reducir las complejidades del capitalismo en Oriente Medio a una especie de geopolítica maniquea.

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profesor de economía política y desarrollo internacional en la Universidad de Exeter (Inglaterra), donde su investigación se centra en el capitalismo y el imperialismo en Oriente Medio. Su último libro lleva por título Crude Capitalism. Oil, Corporate Power, and the Making of the World Market (Verso Books, septiembre de 2024)

Fuente:https://links.org.au/crude-capitalism-new-centres-capital-accumulation-and-middle-easts-place-global-imperialism

2 comentarios

  1. «Por lo tanto, debemos abordar la administración Trump como actores con un proyecto coherente. Es evidente que este proyecto genera numerosas contradicciones y tensiones internas, así como evidentes desacuerdos por parte de algunos sectores del capital estadounidense y de aliados históricos. Pero estas tensiones también reflejan la naturaleza muy inestable del capitalismo internacional mundial en la actualidad.»

    Por fin la sensatez !!!

  2. En el fondo de lo que se trata es de que EE.UU. pueda crear riqueza de verdad que pueda contribuir a mejorar las condiciones de vida de las clases populares estadounidenses, las que fueron arruinadas por tantas décadas de gobiernos sometidos a las oligarquías globalistas. No es la guerra ni la geopolítica ni la especulación financiera, la que va a ofrecer la solución, sino todo lo contrario.

    Trump, bajo dudoso asesoramiento, atina a afectar con los aranceles los flujos comerciales del mundo, lo que repercutirá en lo financiero y, si tiene éxito, repercutirá en lo geopolítico al revertir la geopolítica de guerra.

    Es de sentido común que, si el gobierno estadounidense quiere reindustrializar y mejorar la infraestructura del país, debe provocar modificaciones en el uso que se le daba al «excedente económico».

    En este sentido, a Trump no le queda otra que interdictar a los actores mundiales y locales que expresan el funcionamiento para ellos «normal» de los sistemas financieros, comerciales, etc.

    El trastorno no es más que debido a esto. Ojalá le salga bien al líder estadounidense porque, en tal caso, el pueblo de EE.UU. mejorará y eso ayudará al resto de los pueblos del mundo, por lo menos indirectamente.

    Los riesgos son enormes, la tarea muy difícil. Quizá no lo pueda hacer él solo y necesitará cooperación con China, Rusia e India. Esto último sería lo más indicado.

    La oposición interna que tiene Trump es muchísimo mayor a la que tienen los otros presidentes de los países mencionados. La «teatralización» a la que recurre a menudo quizá refleje la necesidad de proyectar un poder mucho mayor al que en realidad tiene.

    Lidiar con las redes Black Rock, Vanguard, Raytheon, Lockheed Martin, etc., etc., es un desgaste monumental, porque no son meros actores locales, son actores globales de un sistema oligárquico que incluye a Gran Bretaña y Europa Occidental y aliados en Asia y Oceanía.

    Evidentemente, el gobierno de EE.UU. si intenta ser un país soberano, deberá organizar de algún modo o de otro la cooperación con los países que ya conquistaron cuotas relativamente importantes de soberanía.

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