Nos hemos burlado de las relaciones carnales y de los ositos Winnie Puh que el ex canciller Di tella le diera a los kelpers – islanders– en su momento. Subrayamos de manera permanente que las economías argentina y norteamericana no son complementarias y que la sumisión incondicional a los intereses estratégicos de los Estados Unidos en su batalla comercial contra China, resultará perjudicial para las exportaciones de nuestros commodities. Creo que el paradigma de la relación que nos propone el gobierno de Milei no es de sumisión, sino que se trata de una asociación estratégica, donde plantear la cuestión de la soberanía es una contradicción. Se trata de la reedición de la vieja pretensión anglo francesa en la cuestión de la navegabilidad de los ríos interiores. El paradigma de asociabilidad emula el modelo israelí, y funciona como imperativo para la convivencia dentro de un mundo multipolar.
Esta alianza no sólo propone la entrega de los recursos esenciales para la transformación tecnológica que vendrá después de la sociedad post industrial, sino la unificación de ambas economías, de modo tal que cualquier competencia comercial caiga en una suerte de sinsentido.
No se trata de una alianza sin ninguna competencia comercial. Sin embargo, esa competencia será llevada a cabo por las corporaciones y no por el estado.
Esto abre la cuestión financiera. El tema de que la moneda es un refugio de identidad y autonomía en el concierto de las naciones. Sobre el particular las cosas vienen cambiando. Si tuviéramos que definirlo hoy en día, diría que el dinero se disuelve como representación de la riqueza de las naciones. No quiere decir que las corporaciones emitan su propia moneda como ocurrió en el pasado, las monedas virtuales -bitcoin, etc.- son una consecuencia de la vieja política. Creemos que ocurre un fenómeno mucho más profundo respecto del dinero. El dinero no pierde toda representación ni se trata de un activo que las naciones serán incapaces de honrar. Nos parece que quedará devaluado en su representación, a expresar únicamente la riqueza de los particulares y de algunas instituciones obsoletas. El dinero será la riqueza de la transición y finalmente va a representar, la riqueza de los particulares. En un mundo de alta acumulación, el dinero será: La riqueza de los pobres.
La competencia comercial entre las naciones quedará fuera del paradigma.
El peronismo reclama atención sobre la Argentina productiva. La respuesta sincera del gobierno libertario sería que esa ya no es tarea de la administración nacional y el destino de las personas depende ahora de las corporaciones. Todas las instituciones que tienen una finalidad social quedarán entonces desfinanciadas puesto que el dinero tiene otros fines, pagar la deuda, sí, pero no sólo pagar la deuda. También se construirán caminos y refinerías gasoductos y oleoductos, es decir, se realizarán aquellas obras que ayuden a la modificación de la matriz productiva de la Argentina.
Las corporaciones también se harán cargo de la educación. Toda educación nacional será considerada supernumeraria, inútil salvo en la exigencia elemental de leer y escribir, las 4 operaciones y la utilización de la computadora.
La educación corporativa va a marcar la frontera entre las clases. Esta política va a traer una crisis de representación monumental que tratará de ser paliada con el trabajo virtual, empleos transitorios, más una serie de atajos que le permitan a las generaciones jóvenes un mínimo nivel de autonomía.
La esperanza que late detrás de esta destrucción hiperbólica del modelo productivo peronista, modelo del atraso, es la rápida asociación a nuevas formas de producción propias del siglo XXI, que evidentemente seremos incapaces de diseñar.
La producción de misiles, satélites y cualquier tecnología de punta, es vista como una rémora infecunda que nos incapacita a fin de asociarnos en el diseño de una nueva globalización una vez saldadas las diferencias nacionales por la escala o bien por la guerra.
El vértigo corrosivo que se imprime sobre las viejas instituciones que reflejan enfrentamientos nacionales propios de la guerra fría, resulta sorprendente. Evidencia el temor de que grandes porciones de la población mundial se organicen y enfrenten formas de producción que las condena al hambre y a la exclusión.
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Enrique Meler
Dr. en Filosofía – UBA
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— Morgan J. Freeman (@mjfree) January 25, 2025