Puan

La saga de la devaluación –con su impacto en precios, el colchón de clavos que la caída –previa y venidera– de los salarios le puede poner a la inflación de los próximos meses, la llegada de los dólares del FMI y el replanteo de la bicicleta de Javier Milei y Toto Caputo– tomará más tiempo en definirse que el que habilita nuestra paciencia. Mmmmmmm...

Marcelo Falak

No sé, Tristán; pierdo el seso / de ver que me está adorando / y que me aborrece luego. / No quiere que sea suyo / ni de Marcela; y si dejo / de mirarla, luego busca / por hablarme algún enredo. / No dudes: naturalmente / es del hortelano el perro. / Ni come ni comer deja, / ni está fuera ni está dentro.

(Lope de Vega, El perro del hortelano).

La Argentina, desde un satélite

Así, mientras las cosas que escapan a nuestro control se van corriendo el velo, hoy te propongo desactivar el zoom y volar al espacio para mirar la Argentina desde un satélite. La foto grande.

Sacudida por sus fragilidades permanentes y sus barquinazos políticos, nuestro país ha quedado involucrado de lleno en la guerra comercial y monetaria lanzada por Donald Trump contra China, incluso de un modo desmesurado en relación con su propia relevancia internacional. Ayer hubo una muestra fuerte de eso.

«Guerra» en las pampas

El apoyo del republicano para que el Fondo Monetario Internacional acuda al rescate de Milei con deuda que pagarán generaciones de argentinos viene con una contrapartida en letra no tan chica que establece como objetivo prioritario la reducción de la influencia china en el país.

A eso se refirieron a principios de mes el enviado de Trump para América Latina, Mauricio Claver-Carone, y el lunes el secretario del Tesoro Scott Bessent, quienes reclamaron la cancelación, más temprano que tarde, del swap que aporta hoy yuanes equivalentes a 18.000 millones de dólares a las reservas del Banco Central, de los cuales 5.000 millones ya fueron usados y cuentan como deuda.

«Lo que intentamos evitar (en América Latina) es lo que ha ocurrido en el continente africano, donde China ha firmado varios acuerdos rapaces que se presentan como ayuda, pero con los cuales se ha apropiado de derechos mineros y añadido enormes cantidades de deuda a los balances de estos países», declaró en Buenos Aires el «ministro de economía» de Trump.

Cuando la diplomacia china, tradicionalmente discreta, levanta la voz es porque alguien tocó un punto sensible. Eso es lo que ocurrió ayer, cuando la embajada de Pekín en Buenos Aires emitió un comunicado inusual en el que le respondió duramente a Bessent, defendió la reputación internacional de la superpotencia emergente y desmintió que su despliegue suponga abuso y explotación.

En síntesis, el texto expresó que es Estados Unidos y no China el país que condiciona sus medidas de apoyo, el que lo expresa a través del recurso del endeudamiento del supuestamente auxiliado, el que traza esferas de influencia y el que actúa como el perro del hortelano, que «ni come ni comer deja, ni está fuera ni está dentro».

Un caso testigo

El caso del África subsahariana, ejemplo denunciado por Bessent y reivindicado por China, es oportuno. La atención que Pekín le ha brindado a esa región al menos desde 2010 contrasta con el atávico colonialismo extractivista europeo y con el pertinaz olvido de Estados Unidos, situación que ha mantenido a varios de sus países como casos de una tragedia humanitaria sin importancia global. Economía del descarte: millones de personas pueden agonizar o directamente morir de hambre o enfermedades tratables sin que eso afecte el pulso económico del mundo.

Más allá de cómo se califique el modo en que Pekín extiende su influencia, cabe preguntarse por qué esta presta dinero para la realización de obras de infraestructura y para financiar el comercio a países con estrechez de divisas mientras que Washington no lo hace.

Si, tras el final de la II Guerra Mundial, Estados Unidos hubiese tenido para el hemisferio la misma visión que Alemania y Francia desplegaron en Europa, tal vez hoy no se hablaría de influencia china, subdesarrollo, inmigración ilegal ni narcotráfico.

Yuanes, la Argentina y el mundo

De acuerdo con datos del gobierno chino, ese país ha firmado más de 40 acuerdos de intercambio de monedas –swaps– y en febrero del año pasado mantenía vigentes 31 por el equivalente a 586.000 millones de dólares. Uno de ellos es el argentino, que data de 2014.

Los swaps son intercambios de divisas –una formalidad: en realidad China no quiere nuestros pesos, sino que aporta sus yuanes– como forma de financiar sus exportaciones a países con restricción de dólares. Así, además de servir a sus propias empresas, internacionaliza de manera creciente el renminbi/yuan. Tanto es así, que la guerra en Ucrania y las sanciones a Rusia han sido el disparo de salida para un puenteo creciente del dólar en el comercio con numerosos países a través de la extensión del «yuan digital», plataforma que esteriliza las sanciones que consisten en bloquear la operatoria bancaria internacional de ciertos países a través del sistema SWIFT –Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication–.

Las exportaciones nacionales a China superaron el año pasado los 6.000 millones de dólares y las importaciones quedaron algo por debajo de los 12.000 millones, lo que hizo de ese país el segundo socio de la Argentina, detrás de Brasil y delante de Estados Unidos. El saldo fue deficitario en 5.645 millones de dólares.

Los principales productos de exportación a ese mercado son soja y derivados, carne de vaca, calamares y litio. Los importados, teléfonos móviles, equipos de energía eólica, células fotovoltaicas y vehículos. En síntesis: materias primas por manufacturas y tecnología.

Ya sea en el modelo Milei o en uno de reindustrialización, Argentina debería pensar su desarrollo, en principio, a partir de su realidad actual y sus recursos naturales. En ese sentido, ¿qué país sería un socio más complementario, China, una aspiradora de materias primas, o Estados Unidos, potente competidor en el mercado mundial de alimentos? La secretaria de Agricultura de Estados Unidos, Brooke Rollin, acaba de afirmar que «vamos a poner a Estados Unidos primero. No a China, no a India, no a la carne de Argentina». El perro del hortelano.

Además, hay que registrar las ventajas que ofrece Pekín en términos de apertura a la transferencia de tecnología y de créditos, con financiación llave en mano, para emprendimientos de infraestructura que serán imprescindibles tras estos años de motosierra y cancelación de la obra pública.

¿Un «megaswap» con Estados Unidos?

Conceptualmente, el mecanismo de sustentación del comercio a través de los swaps no es demasiado diferente de lo hecho por China durante décadas con los propios Estados Unidos. Sus tenencias de Bonos del Tesoro por unos 750.000 millones de dólares –solamente menos que Japón– han servido para financiar parte de los déficits gemelos –fiscal y comercial– de ese país. El año pasado, el superávit comercial de China con Estados Unidos ascendió a alrededor de 300.000 millones de dólares.

Contra eso –una carrera productiva y tecnológica en la que China ha sacado décadas de ventaja– se rebela ahora Trump. Su búsqueda –arriesgada, sin puerta de salida– de que Estados Unidos no se transforme en una potencia declinante se da a través de una guerra comercial y monetaria que tiene al mundo entero como teatro de operaciones.

Un tiempo de «paciencia estratégica»

Argentina, desde ya, es uno de los campos de batalla. En consonancia con el anuncio del acuerdo con el Fondo, China accedió a prorrogarle al país hasta junio del año próximo el inicio de los pagos de la mencionada deuda por 5.000 millones de dólares. ¿Por qué lo hizo cuando Trump busca forzar una desvinculación entre nuestro país y Pekín?

Justamente por eso y para no abortar la posibilidad de un retorno nacional al grupo BRICS, del que salió con un portazo ni bien asumió el ultraderechista. ¿Sería con el peronismo en 2027?

Como sea, dicha suma significa menos del 1% de los swaps chinos vigentes en el mundo, la nada misma en un contexto de «paciencia estratégica» y cuando arrecia la pelea por la hegemonía en lo que Estados Unidos solía –suele– considerar su «patio trasero».

La «guerra» en la región

¿La presencia de Marco Rubio, un hombre de origen cubano, en el Departamento de Estado implica una atención especial de Trump hacia el continente?

Sí y no. Rubio –como Claver-Carone y muchos otros– no es más que uno de los numerosos floridanos del entorno más estrecho del jefe de la Casa Blanca. Estos miran a la región, claro que sí, pero con la lente conocida de ese lobby poderoso: mucho macartismo, mucho Big Stick y, desde ya, mucha sinofobia.

La amenaza de Trump de anexar el Canal de Panamá encontró en los últimos días un cauce menos dramático, pero no por eso poco significativo, en un acuerdo bilateral que permitirá un refuerzo del despliegue de tropas estadounidenses en torno a ese paso transoceánico, presunta garantía contra el denunciado «control chino».

En tanto, el triunfo del empresario conservador Daniel Noboa sobre la correísta Luisa González en el ballotage del domingo impidió que China ganara otra base en Ecuador. Así, el mapa ideológico de los principales países de América Latina quedó tal como estaba, con preeminencia de gobiernos de centro-izquierda.

México, Brasil, Uruguay, Chile, Colombia, Bolivia y Honduras conforman lo más destacado de la legión progresista entre las democracias de la región. ¿Todos prochinos? No necesariamente. No puede afirmarse tal cosa de Claudia Sheinbaum, quien no podría permitirse tales afanes, o de Gustavo Boric, cuyo país ha seguido una política comercial de apertura multilateral durante décadas. Sí cabe resaltar la pertenencia y el rol estelar del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en el grupo BRICS.

Cuba, Venezuela y Nicaragua, regímenes de izquierda radical, juegan definitivamente en otra liga, esa sí ajena a cualquier influencia de Washington que no pase por los embargos, los bloqueos y las sanciones.

Ecuador, Paraguay, Perú, El Salvador y, claro, Argentina, militan en la derecha. Sin embargo, tampoco eso equivale en todos los casos a hablar de alineamiento automático con Estados Unidos.

Por ejemplo, la peruana Dina Boluarte y Xi Jinping inauguraron en noviembre último el megapuerto de Chancay, ubicado 70 kilómetros al norte de Lima, construido a un costo de 1.300 millones de dólares que se estirarán a 3.500 millones en su fase final. El mismo le da a China una magnífica puerta de entrada a Perú –donde tiene cuantiosos intereses mineros– y a Sudamérica por el Pacífico, tan magnífica que quien era a la sazón la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, generala Laura Richardson, denunció que la instalación era ni más ni menos que » una base naval de China».

Como dicen en Puan: es más complejo.

Un comentario

  1. Libertarios de Latón.
    Más ratón que se fundió / timbeando por la Deva / contra la Argentina, futuros inciertos / chichoneando cripto libertarios / con Silvestre por la Tele y a dos voces … / Felices Ascuas, la Casa Bullish está en orden / esperando sesudos análisis de ondas financieras / un Duro de Domar convertido en Palomo Torcaz.
    KbrónK

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