Robert Kuttner
De aquí a las primarias de 2028, el Partido Demócrata no tendrá un rostro dominante. Chuck Schumer, líder del Senado, y Hakeem Jeffries, líder de la Cámara de Representantes, son jefes de grupo discutiblemente eficaces, pero están lejos de ser figuras de envergadura nacional. Kamala Harris, tras haber perdido unas elecciones que podía haber ganado, no es más creíble como líder del partido de lo que lo era Hillary Clinton después de 2016. Y es demasiado pronto para que haya un favorito para 2028.
Una de las primeras pruebas de la futura dirección del partido será la elección de un nuevo presidente del Comité Nacional Demócrata (DNC), que se celebrará a finales de febrero o principios de marzo. Dejará el cargo el actual presidente, Jaime Harrison, de Carolina del Sur. Harrison era el protegido de James Clyburn, cuyo efusivo respaldo ayudó al presidente Biden a ganar las primarias clave del Sur y la nominación para 2020.
Durante el mandato de Biden, el DNC estuvo estrechamente controlado por la Casa Blanca. Todas las decisiones clave, incluidos los cambios en el calendario de primarias, las tomaba el personal político de Biden, y el DNC actuaba como un sello de goma. Su apoyo al Partido en los estados era escaso, mientras que la Casa Blanca acaparaba enormes sumas de dinero de los donantes.
Durante mucho tiempo, el control por parte de la Casa Blanca ha sido la desafortunada norma siempre que los demócratas han ostentado la presidencia. Hay que remontarse al inspirado mandato de Howard Dean (2005-2009) para encontrar un presidente de Partido creativo que se tomara en serio la construcción del Partido en los 50 estados. Dean contribuyó a que los estados rojos [republicanos] se tiñeran de azul [demócrata]. Su trabajo en los estados rojos ayudó asimismo a Barack Obama a asegurarse la nominación en 2008, ya que fue en los estados rojos donde Obama ganó mayor número de primarias. Obama recompensó a Dean despidiéndolo e incorporando a sus propios leales.
El partido adquiere mucha más importancia cuando los demócratas están en la oposición. Pero incluso entonces, el establishment del partido trata de mantener el control.
Tras la derrota de Hillary Clinton en 2016, los progresistas estuvieron a punto de elegir a uno de los suyos, Keith Ellison, de Minnesota, estrecho aliado de Bernie Sanders, que tenía una visión similar a la de Dean. Pero entonces la gente de Obama-Clinton se lanzó en picado y montó una exitosa campaña a favor de Tom Pérez, el secretario de Trabajo saliente de Obama. La elección estuvo tan reñida (Pérez ganó por seis votos) que la facción de Pérez tuvo que conceder varias reformas del proceso, además de otorgar un papel de facto a Ellison (como algo parecido a un copresidente) y al aliado de Sanders, Larry Cohen.
Esta vez, es probable que Harris y su camarilla tengan menos influencia de lo habitual como poder en la sombra, aunque el establishment seguramente aceche en un segundo plano.
Se mencionan varios nombres para la nueva presidencia del partido. Dos personas están sonando activamente: Stacey Abrams, ex candidata demócrata a gobernadora de Georgia y organizadora del registro de votantes desde hace muchos años; y Ken Martin, presidente del Partido en el estado de Minnesota, que también preside la asociación nacional de organizaciones del Partido en los estados. Se dice que el gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy, está interesado. Los donantes del partido están en conversaciones con algunos otros, lo que continuaría una desafortunada tendencia.
Dos personas cuyos nombres han sonado con fuerza son Ben Wikler, el admirado presidente del Partido en Wisconsin, y el senador por Ohio Sherrod Brown. De acuerdo con mis fuentes, Wikler habría descartado el puesto. Brown no se presenta, pero podría considerarlo.
Para los que quieren reducir la influencia del dinero multimillonario en el Partido Demócrata en favor de algo extremadamente necesario como es hacerlo atractivo para la clase trabajadora, Brown sería una buena opción. Brown siguió desafiando los pronósticos para ganar las elecciones en el Ohio republicano hasta que una ola electoral acabó con él. Es partidario de una regulación financiera estricta. La carrera al Senado por Ohio parecía empatada hasta que el sector de las criptomonedas invirtió 40 millones de dólares en la campaña a fin de derrotar a Brown.
Como víctima del dinero negro, Brown sería una fuerza importante para resistir la influencia de los multimillonarios en el partido del pueblo. Cualesquiera que hayan sido los problemas del candidato demócrata en 2024, el dinero no era uno de ellos. Al contrario, la camaradería con los multimillonarios enturbió el mensaje.
Si Brown no entra, Martin y Abrams serían los favoritos. A pesar de la sólida reputación nacional de Abrams como alguien que sabe cómo aumentar el registro de votantes y la participación, gran parte de la política del DNC es béisbol interno. Martin contaría con un amplio apoyo de otros presidentes del Partido en los estados, que directa o indirectamente controlan más de la mitad de los votos en el DNC. También cuenta con el apoyo del gobernador de Minnesota, Tim Walz, y del fiscal general del estado, Ellison, líder de las fuerzas de Sanders en el DNC.
Hay otra complicación. En los últimos años, se ha visto la presidencia del partido como un trabajo a tiempo completo según el molde de Howard Dean, no un trabajo a tiempo parcial para un gobernador o un miembro de la Cámara o del Senado, o para alguien que contempla su propia candidatura. Desde 2020, el puesto del DNC tiene un sueldo de 250.000 dólares al año.
El puesto en el Partido nunca ha sido un trampolín hacia la presidencia. Pero con la nominación presidencial de 2028 en juego y el vacío de líderes nacionales del Partido, el puesto del DNC podría parecer atractivo como plataforma de lanzamiento. Al fin y al cabo, viene con un buen sueldo, un enorme equipo, un amplio presupuesto para viajes y la oportunidad de incurrir en pagarés enviando cheques al Partido en los estados. Bill Clinton, que preparaba su candidatura para 1992, no dirigió el DNC, pero presidió el substituto de centro-derecha del Partido, el Democratic Leadership Council, que conllevaba sueldo y personal.
Phil Murphy, de Nueva Jersey, se tomó en serio su candidatura a la presidencia hasta que quedó en ridículo al intentar y fracasar en su intento de lanzar a su mujer como candidata al Senado. Una candidatura de Murphy a la presidencia del DNC tendría probablemente como objetivo resucitar una campaña presidencial. Sería un candidato mucho más débil que Abrams, Martin o Brown.
Pete Buttigieg también tiene los ojos puestos en destinos más altos. Lo intentó con el puesto del DNC en 2016 y perdió. También podría intentarlo de nuevo.
Además, en 2026 habrá una vacante en el Senado de Ohio para sustituir al vicepresidente electo J.D. Vance, y Brown podría tener intención de presentarse en un entorno político más favorable.
Después de que un candidato presidencial echara a perder una elección que podía ganarse y tratara al partido como un mero apéndice, el DNC ha estado dispuesto a arriesgarse con un líder que defienda tanto una reforma substantiva como una reforma del proceso, además de una construcción en serio del Partido. Así ocurrió con Howard Dean en 2004 y casi con Keith Ellison en 2020.
Eso es lo que hoy necesita el Partido. No necesita un líder del Partido cuyo principal objetivo consista en promover su propia candidatura para un cargo más elevado. Y en la medida en que el líder del DNC es el rostro del Partido, no debería ser agente de los multimillonarios.
The American Prospect, 11 de noviembre de 2024
Harold Meyerson
El viernes pasado, la ACLU [Unión Norteamericana de Libertades Civiles] publicó un anuncio a toda página en The New York Times en el que anunciaba que iba a perseguir todas y cada una de las violaciones de los derechos de las personas que cometa la administración Trump entrante, sean quienes sean esas personas. El gobernador de California, Gavin Newsom, ya ha dicho que convocará una sesión especial de la asamblea legislativa recién elegida y todavía abrumadoramente demócrata en diciembre para proteger las salvaguardas de los residentes de California frente a la próxima embestida de Trump contra los inmigrantes, las normas sobre aire limpio y las leyes de mitigación del clima, para las mujeres que vienen a California a abortar, etcétera.
Todos estos son esfuerzos crucialmente importantes y necesarios. Sin embargo, no pueden constituir la imagen principal del Partido Demócrata en el futuro. Si los demócratas quieren recuperar a los votantes que se pasaron a las columnas de Trump la semana pasada, tienen que volver a ser el partido que defiende los intereses de la clase trabajadora norteamericana, y así tiene que verlos esa clase trabajadora, algo que está demostrado que no han conseguido.
Eso significa que el objetivo principal de sus cargos electos a todos los niveles debe centrarse en causas como son aumentar los impuestos a los ricos y a las empresas para financiar la ampliación de Medicare y la Seguridad Social (tanto crear cobertura en áreas como la atención dental, que Medicare no cubre actualmente, así como un aumento significativo del nivel de las prestaciones de la Seguridad Social), la reducción del coste de los medicamentos con receta, una mayor financiación de la atención infantil y de la atención a las personas mayores, una mayor financiación de los programas de aprendizaje y de las escuelas de oficios para las profesiones manuales, y el aumento de la inversión en infraestructuras y en la construcción de viviendas, tanto como forma de hacer que la vivienda sea más asequible como de crear más puestos de trabajo en la construcción. Deben impulsar la abolición de los acuerdos de no competencia. Tienen que introducir una legislación sobre el impuesto a los beneficios extraordinarios cuando aumente la parte de los ingresos correspondiente a los beneficios, y (mi causa favorita) crear una escala móvil en los tipos del impuesto de sociedades basada en la relación entre el salario del director general y el salario medio de los empleados (cuanto mayor sea el múltiplo, mayor será el impuesto).
Ninguna de estas causas se va a convertir en ley federal en los próximos cuatro años, pero el reto de los demócratas estriba en identificarse con éstas y otras causas afines. Los grupos demócratas del Congreso no están acostumbrados a adoptar posturas unificadas sobre leyes concretas, y mucho menos sobre leyes que los líderes republicanos del Congreso ni siquiera permiten que se sometan a votación. A pesar de ello, la unanimidad de los grupos en proyectos de ley que introducirían tales cambios, y la constante agitación del partido en su favor, sería lo mínimo que el partido podría hacer para resituarse como un partido que da prioridad a las cuestiones básicas de ganarse el pan.
Reunir todas esas propuestas en un programa definitoria sin duda ayudaría. También ayudaría conseguir que todos los sindicatos y organizaciones favorables a los demócratas promovieran ese programa. También lo sería establecer algún tipo de aparato de comunicación para hacer llegar ese programa a los votantes y contrarrestar la vasta maquinaria de propaganda de la derecha, en lugar de depender de campañas que lo hacen, de forma extremadamente ineficaz, cada dos años.
No debería resultar tan difícil conseguir que los demócratas reafirmen y promuevan mejor los intereses de la clase trabajadora. Lo más difícil es conseguir que no entren en conflicto con algunos valores predominantes de la clase trabajadora, que pueden inclinarse hacia el tradicionalismo cultural, teniendo en cuenta que muchas tradiciones culturales son intolerantes con las desviaciones y los marginales. Este reto es tanto más difícil por cuanto los republicanos y los medios de comunicación de derechas (tanto los de masas como las redes sociales) definen diariamente a los demócratas como radicales culturales. El senador por Ohio Sherrod Brown quedó desbancado la semana pasada por el charlatán que los republicanos le pusieron enfrente, a pesar de que ningún político de ningún partido ha defendido de forma más constante, eficaz y elocuente los intereses de los trabajadores a lo largo de su carrera. Sin embargo, Brown perdió porque los republicanos lo describieron absurdamente como abanderado de la cirugía transgénero y porque los especuladores de las criptomonedas se gastaron decenas de millones de dólares en su contra, financiando anuncios que no decían nada sobre el historial de apoyo de Brown a la supervisión de la especulación financiera y se centraban más bien en el peligro que supuestamente suponía para las definiciones de género.
Si ese tipo de caracterización puede derribar a Sherrod Brown, puede, con el tiempo, derribar a otros demócratas en número tal que podrían mantenerlos fuera del poder durante mucho tiempo. Esto puede requerir que los demócratas se redefinan en cierto modo a imagen de Dan Osborn, el activista sindical que se presentó como independiente contra una senadora republicana en Nebraska y estuvo a punto de desbancarla. Osborn era un claro progresista en economía, y arremetía contra nuestros señores corporativos a la manera de Bernie Sanders. También apoyó lo que es el sentido común de los norteamericanos en nuestra cuestión cultural de más alto perfil al favorecer el derecho de las mujeres al aborto. Sin embargo, no hizo causa común con las posiciones de los demócratas -ya fueran reales o inventadas por los enemigos de los demócratas- en una serie de cuestiones diversas que, para bien o para mal, iban en contra de algunas tradiciones culturales o despertaban reacciones xenófobas. No cabe duda de que Osborn se presentaba en uno de los estados más republicanos del país, pero su campaña ofrece a los demócratas una serie de lecciones, algunas de las cuales pueden acabar siendo procedimientos prudentes para seguirlos. Está claro que los demócratas deben oponerse a las deportaciones masivas, pero mantener la actual cuota numérica (o algo parecido) en nuestras fronteras es una necesidad política en el próximo periodo.
Lo que está claro es que los demócratas necesitan afinar su autodefinición si quieren recuperar el poder. A medida que traten de limitar la era del predominio del MAGA al segundo mandato de Trump (idealmente, a los dos primeros años del segundo mandato de Trump), tiene que ser esa la labor a la que se entregan.
The American Prospect, 11 de noviembre de 2024
Harold Meyerson
Los demócratas siguen controlando el Senado y lo harán hasta finales de año. La inminente desaparición de su condición de mayoría no significa que tengan hoy que estar en muerte cerebral.
Dado que el Senado puede confirmar a los candidatos presidenciales a la judicatura federal y a las agencias reguladoras con una simple mayoría de votos, en lugar de tener que superar el obstáculo de los 60 votos, la mayoría simple demócrata de 51 goza todavía de un poder substancial, si todos los miembros del grupo deciden ejercerlo. Como ha señalado hoy mi colega David Dayen, el presidente Biden ha enviado al Senado más de 30 candidaturas a jueces federales sobre las que este órgano aún no ha votado (esa lista no incluye a ningún juez nuevo para el Tribunal Supremo, ya que la jueza asociada Sonia Sotomayor ha dejado claro que no tiene planes de dimitir).
Pero las magistraturas no son los únicos cargos importantes que los demócratas del Senado pueden dejar en buenas manos. El Senado también tiene ante sí una serie de nombramientos para agencias reguladoras clave. Desde junio, el Senado tiene ante sí la reelección por Biden de la presidenta del Consejo Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), Lauren McFerran, bajo cuya dirección el Consejo ha establecido algunos procedimientos largamente esperados que protegen los derechos de los trabajadores, como obligar a las empresas que violan la legislación laboral al tratar de frustrar los esfuerzos de sindicación de sus empleados a negociar directamente con ese sindicato si la mayoría de esos empleados han firmado tarjetas de afiliación sindical. De ser reconfirmada, McFerran sería el tercer miembro del consejo de cinco miembros nombrado por los demócratas y favorable a los trabajadores, lo que permitiría a los demócratas mantener su mayoría en el consejo hasta 2026 (como es costumbre, Biden también designó a un candidato republicano, que sería el quinto miembro de la junta).
Trump despedirá seguramente a la consejera general de la NLRB, Jennifer Abruzzo (a menos que dimita antes), que ha sido la funcionaria federal más eficaz a favor de los trabajadores desde el senador neoyorquino Robert Wagner, autor de la Ley Nacional de Relaciones Laborales en 1935 (y, por si fuera poco, de la Ley de Seguridad Social en el mismo año). Pero si el Senado confirma a McFerran, la mayoría demócrata de la NLRB supondrá al menos una línea de defensa contra la guerra de los republicanos en contra de los sindicatos durante los próximos dos años.
Otros nominados por Biden que todavía están en el Senado son Caroline Crenshaw, que ha vuelto a ser designada para un puesto en la Comisión de Valores y Bolsa, y Christy Romero, designada para la Corporación Federal de Seguros de Depósitos. Dado el nuevo idilio de Trump con las criptomonedas y la amenaza que suponen para nuestro sistema financiero, tal como explica hoy mi colega Ryan Cooper, la supervisión de ese sistema se ha vuelto aún más crucial de lo habitual, y la confirmación de esos candidatos por parte del Senado no puede hacer sino ayudarnos.
Los ojos de lince del Revolving Door Project [Proyecto Puerta Giratoria], que vigilan a todos los cargos federales en busca de conflictos de intereses y evalúan su compromiso tanto con la ley como con el bien público, han recopilado una lista aún más larga de los designados por Biden que esperan su confirmación por parte del Senado. También han sugerido que Biden aún tiene tiempo de volver a nombrar, y el Senado de reconfirmar, a la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan, cuyo mandato expiró el mes pasado. Además, han señalado que si el líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, opta por un receso del Senado de una semana o dos entre ahora y el 31 de diciembre, Biden puede hacer una serie de nombramientos de receso que duren hasta 2025.
La cuestión que todo esto plantea es si los demócratas del Senado aportarán los 51 votos necesarios para estas confirmaciones. Como dos de esos demócratas son los que pronto serán ex senadores Joe Manchin (Virginia Occidental) y Kyrsten Sinema (Arizona), que en 2021 y 2022 se combinaron para rechazar las propuestas de Biden de baja por enfermedad remunerada, atención infantil asequible y un crédito fiscal infantil permanente -esos elementos de la agenda de los demócratas que habrían beneficiado a los norteamericanos inmediatamente, en lugar de dentro de unos años, como en el caso de la política industrial-, no está claro que esta vez se sientan inclinados a reforzar causas como los derechos de los trabajadores y la supervisión financiera.
Aun así, si los votantes demócratas, comprensiblemente abatidos, están buscando algo constructivo que hacer de aquí a finales de año, transmitirles a los senadores demócratas (especialmente a Chuck Schumer) que les gustaría que el Senado votara en favor de las candidaturas de Biden sería una buena forma de desahogarse y, tal vez, de mitigar parte del ataque trumpiano que está a punto de caer sobre nuestro país.
The American Prospect, 12 de noviembre de 2024
Fuente: The American Prospect, 11 y 12 de noviembre de 2024
Al Partido Demócrata lo «liderará» alguien que dé la cara por la reacción oligárquica contra Trump.
Y, si no es así, lo liderará un patriota que se entenderá con Trump en función de los intereses del pueblo de EE.UU. y no de supuestos intereses de «seguridad nacional» (en rigor seguridad oligárquica).