La información disponible —considerando el comportamiento de Trump durante su primer mandato presidencial, las posturas que ha expresado durante su reciente campaña y lo que se ha filtrado de sus círculos— indica que está deseoso de aparecer como un líder que logra la paz, en contraste con su imagen de Biden como quien perpetua la guerra y es incapaz de resolverla. Aunque Trump busca poner fin a las guerras en las que no ve interés para Estados Unidos, sigue deseoso de lograr sus objetivos en los casos en los que ve un interés definido. Así, mientras negociaba con los talibanes durante su anterior mandato para preparar la retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán y quería retirar la cobertura militar estadounidense a los kurdos en Siria a petición del presidente turco Erdogan, apoyaba la permanencia de las fuerzas de su país en Irak, expresando descaradamente su interés en la riqueza petrolera de ese país.

Y aunque expresó su ambición de cerrar el acuerdo del siglo sobre Palestina, la paz que proponía era tan injusta que el propio Mahmud Abbas la rechazó, mientras que Netanyahu la acogió con satisfacción, consciente de que ninguna parte palestina era capaz de aceptar los términos de ese acuerdo. De ahí que Netanyahu esperara que el rechazo palestino de esa «generosa» oferta legitimara que el Estado sionista siguiera acaparando la tierra de Palestina al oeste del río Jordán. Esto se sumó al hecho de que Trump descartó posiciones políticas oficiales estadounidenses de larga data en relación con el conflicto regional en favor de Israel, desde su aprobación oficial de la anexión por este último de los Altos del Golán sirios ocupados hasta su traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén y su cierre del consulado estadounidense para los territorios ocupados de 1967, todo lo cual indica apoyo al expansionismo sionista. Por no hablar del apoyo de Trump a la posición de Israel respecto a Irán, su ruptura del acuerdo nuclear que la administración de su predecesor Barack Obama había concluido con Teherán tras largas y difíciles negociaciones, y su escalada de provocación militar al asesinar al comandante de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán, Qassem Soleimani, etc.

Trump no tiene ningún interés en apoyar a Ucrania y prefiere llegar a un acuerdo con Vladimir Putin que satisfaga al presidente ruso, al tiempo que desea invertir en su país. No ve ningún interés en la alianza con los países europeos a menos que hagan más concesiones económicas a Estados Unidos y aumenten sus esfuerzos militares para involucrarse cada vez más en la confrontación de Estados Unidos con China, a la que Trump ve como el principal competidor de Estados Unidos (la hostilidad a China es un pilar fundamental de la ideología de la derecha imperialista estadounidense que él dirige).

Al mismo tiempo, no es ningún secreto que Trump ve el petróleo y el dinero del petróleo de las monarquías árabes del Golfo como un interés supremo de EE UU y al Estado sionista como un aliado inestimable por su papel de vigilante de ese interés supremo. Porque el interés en su sentido más crudo —en el que el interés personal y familiar prevalece sobre cualquier otra consideración, y en el que el interés de Estados Unidos se concibe en su sentido más estrecho y miope, inseparablemente ligado al deseo de hacer cosquillas a los instintos más primitivos del público (un comportamiento a menudo llamado populista o demagógico)— es lo que rige el comportamiento de Donald Trump, y no otra cosa.

Por lo tanto, se espera que, en lo que respecta al Líbano, adopte la postura de la administración Biden que pretende poner fin a la guerra en curso en términos que satisfagan a Israel, basándose en la retirada de las fuerzas de Hezbolá al norte de la zona estipulada en la Resolución 1701 de 2006 del Consejo de Seguridad de la ONU, y la sustitución gradual de las fuerzas del partido allí, así como de las fuerzas de ocupación israelíes, por el ejército libanés regular, siempre que se ofrezcan garantías bajo supervisión estadounidense de que el partido no regresará a la zona mencionada y de que Irán no repondrá su arsenal de misiles a través de territorio sirio. Esto iría acompañado de un refuerzo del ejército libanés, de forma que el equilibrio de poder en Líbano podría cambiar, permitiendo que el Estado dominado por Estados Unidos prevalezca sobre la parte dominada por Irán. Por supuesto, la consecución de este acuerdo está actualmente sujeta a la aprobación de Irán, que aún se niega, ya que Teherán prefiere mantener a Hezbolá en la contienda antes que permitirle salir de ella y evitar así que participe en el próximo enfrentamiento entre Irán y la alianza estadounidense-israelí.

Netanyahu confía en que Trump estará más dispuesto que Biden a participar en esta confrontación. Ya ha enviado a un representante para negociar con el presidente electo los próximos pasos hacia Irán. Trump también consultará a sus amigos árabes del Golfo, que esperan que Irán reciba un golpe decisivo por mucho que muestren cortejo a Teherán y empatía con la población de Gaza. Con esas posturas, intentan contrarrestar la puja iraní respecto a Palestina y convencer a Teherán de que perdone sus instalaciones petrolíferas, que amenazó con atacar si se atacaban sus instalaciones nucleares. La probabilidad de un ataque conjunto estadounidense-israelí contra Irán se ha vuelto realmente muy alta con el regreso de Trump a la Casa Blanca. Sin duda, tratará de restablecer la firme hegemonía estadounidense en la región del Golfo, debilitada durante las eras de Obama y Biden.

En cuanto a Palestina, es probable que Trump apoye la anexión oficial por parte de Israel de una parte significativa de Cisjordania y Gaza (la parte norte de la Franja en particular, donde el ejército sionista lleva a cabo actualmente una limpieza étnica) para la expansión de sus asentamientos en Cisjordania y la reanudación de su construcción en Gaza.

Israel mantendrá su dominio sobre los corredores estratégicos que le permiten controlar las restantes concentraciones de población palestina en los dos territorios ocupados. Como en el Acuerdo del Siglo elaborado por el yerno de Trump, Jared Kushner, y anunciado a principios de 2020, la transacción incluirá probablemente una compensación a los palestinos por lo que se les está arrebatando y anexionando oficialmente a territorio israelí, ofreciéndoles zonas en el desierto del Néguev.

Hace ocho meses, Kushner expresó la opinión de que Israel debería apoderarse de la parte norte de la Franja de Gaza e invertir en el desarrollo de su frente marítimo» mientras trasladaba a sus residentes palestinos al desierto del Néguev. Una vez más, este acuerdo que toma al pueblo palestino por tonto no encontrará a ningún actor palestino con la más mínima credibilidad dispuesto a aceptarlo. Israel se sentirá así autorizado a imponerlo unilateralmente por la fuerza, mientras que la extrema derecha sionista seguirá aumentando su presión para que se complete la Nakba de 1948 anexionando toda la tierra palestina entre el río y el mar y desarraigando a la mayoría de sus habitantes.