La última década ha sido testigo de un resurgimiento de los gobiernos progresistas en América Latina y el Caribe.
Después de un período marcado por el predominio de políticas neoliberales, una nueva generación de líderes políticos ha llegado al poder con propuestas que buscan abordar las desigualdades sociales, económicas y en muchos casos, políticas heredadas de los gobiernos derechistas y ultraderechistas anteriores.
Los presidentes y presidentas Yamandú Orsi de Uruguay, Gabriel Boric de Chile, Lula da Silva de Brasil, Gustavo Petro de Colombia, Nicolás Maduro de Venezuela, Miguel Díaz Canel de Cuba, Luis Arce de Bolivia, Daniel Ortega de Nicaragua, Xiomara Castro de Honduras, Claudia Sheinbaum de México, y Bernardo Arévalo de Guatemala, están bien lejos del paradigma de avance de ultraderecha regional que se quiere imponer.
Son once gobiernos que no permiten sostener la narrativa de hegemonía regional ultraderechista, contra siete (Argentina, Paraguay, Perú, Ecuador, Costa Rica, El Salvador y República Dominicana) que, también con diferencias de proyectos y estilos, pueden ser caracterizados bajo ese paradigma que se pretende dominante: la hegemonía de la ultraderecha en América Latina que supone el ascenso y consolidación de ideas, políticas y líderes políticos que se identifican con la ultraderecha la mayoría de los países de la región.
De existir el dominio de la ultraderecha implicaría un cambio significativo en el panorama político latinoamericano, donde tradicionalmente han coexistido diversas ideologías, incluyendo la izquierda y la derecha moderada, cambio que como vimos no es dominante en la región.
La supuesta hegemonía de la ultraderecha es en esta perspectiva, una construcción narrativa, desplegada por analistas de todo pelaje (muchos de ellos progresistas) y las grandes corporaciones mediáticas afines a los intereses norteamericanos y sus corporaciones.
Una construcción narrativa sesgada, que cobró mayor intensidad tras el reciente triunfo de Donald Trump.
Un presidente republicano, sin duda ultraderechista, pero que mantiene divergencias respecto, por caso, a la importancia de la relocalización industrial en su país y la protección arancelaria al sector, respecto a muchos gobiernos ultraderechistas de la región, el más contrastante el del personaje que hoy engalana el canil de Rivadavia.
No es casual esta diferencia sustancial entre Trump y las ultraderechas regionales. Es la visión desde el centro y no desde la periferia la que diverge los senderos: La política de Trump, proteccionista puertas adentro, hacia la región intentará reforzar la apertura económica y el alineamiento con los Estados Unidos en su disputa por la hegemonía planetaria en particular contra China.
La administración Trump pondrá especial énfasis en sostener gobiernos regionales dispuestos a entregar la soberanía de su territorio, al mismo tiempo que se subordinen incondicionalmente a la política exterior norteamericana, renunciando al tradicional relacionamiento multilateral.
Un traje a medida de nuestro Psycho Killer que ha logrado bajar la inflación, aumentar la concentración de la riqueza, la pobreza y la indigencia , desmoronando al mismo tiempo el consumo liquidando el crecimiento económico local.
Todos estos logros libertarios, sin que hasta ahora haya “tronado el escarmiento”, como advertía el león herbívoro en sus tiempos hormonados.
Finalmente y contestando a la pregunta del momento que incluso muchos analistas progresistas se hacen: ¿Y si le sale bien?
Es evidente que sí, que “le está saliendo bien” estimados lectores, le está saliendo muy bien. Por ahora.
*Director de Consultora Equis.