Socialismo de mercado

Para el sociólogo argentino Gabriel Merino, el modelo chino abarata tanto los costos que hace competitivo sus productos aún con los aranceles estadounidenses. En su opinión, se trata de un modelo de “socialismo de mercado” que administra los excedentes económicos en función de grandes objetivos de desarrollo, y no las hiper ganancias de un puñado de grupos monopólicos como en Occidente.  

 Gabriel Merino: “China reescribe las reglas de competencia con una revolución industrial parecida al fordismo”

El sociólogo argentino Gabriel Merino ha dedicado parte de su trabajo académico en elaborar una radiografía sobre el momento actual como investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y El Instituto Tricontinental, entre otras organizaciones. Su reciente libro en coautoria “China en el Desorden Mundial” repasa, por ejemplo, lo que él califica como una revolución industrial china, parecida al fordismo, que “reescribe las reglas de la competencia mundial”. En su opinión, sustentado en un modelo de “socialismo de mercado” que administra los excedentes económicos en función de grandes objetivos de desarrollo, y no las hiper ganancias de un puñado de grupos monopólicos como en Occidente.

En esta primera parte de esta entrevista, el sociólogo argumenta cómo China se preparó, en los últimos años, para una nueva guerra comercial con Estados Unidos, por qué la irrupción de la inteligencia artificial Deepseek representa el momento “Ford” del modelo económico chino, y cómo Beijing lidia con las contradicciones sociales surgidas de la irrupción de la robótica y la automatización en su industria, que convierte en obsoletos a millones de empleos.

A diferencia de la guerra comercial anterior, China ha elegido responder de manera inmediata y escalar el conflicto después de la imposición de aranceles. ¿Qué diferencia hay, entre esta guerra comercial y la anterior, que explica este cambio de postura? 

En primer lugar, China transmitió un contundente mensaje político al mundo. A través de esta declaración, el gigante asiático manifestó su determinación para luchar hasta el final. Y señaló entre líneas: «nos consideramos en igualdad de condiciones con Estados Unidos y no aceptamos ninguna subordinación en el ámbito político, estratégico o económico». El mensaje esencial es una firme oposición a medidas unilaterales, como la imposición de aranceles comerciales.

La cuestión es ¿por qué China hace esto? No tuvo la misma actitud en 2018 cuando comenzó este conflicto comercial y económico, que forma parte de esta guerra mundial fragmentada que se experimenta en la actual transición del poder mundial. En aquel momento, Beijing adoptó un perfil más bajo, esperó una negociación, se tomó su tiempo, y luego contraatacó. Pero en el último tiempo, desde la pandemia, se aceleraron un conjunto de tendencias en la transición mundial, como la disminución relativa de poder de Estados Unidos y Occidente y el ascenso de China entre las potencias emergentes. Beijing se percibe más fuerte en términos económicos y que no depende tanto en términos comerciales de Washington. Ahora posee un comercio más importante con el sur global que con el norte. Ha articulado, en los últimos años, alianzas en Asía Pacífico, el Sudeste de Asia y Rusia que le dan una autonomía estratégica. Se ha preparado para el regreso de un escenario como este.

China hoy se encuentra en lo tecnológico a la par de Estados Unidos. En algunas áreas quizás no sea superior, pero ha alcanzado un nivel comparable. No es el mismo país de 2018 ya que en 2015, lanzó el plan «Made in China 2025» con el objetivo de cerrar la brecha tecnológica en diez áreas estratégicas. Diez años después, muchos de estos objetivos no solo se han cumplido sino superado de forma amplia.

Al igual que Ford a principios del siglo XX, Deepseek  forma parte de un nuevo paradigma con ventajas competitivas y nuevas formas de organizar la producción

El caso de DeepSeek resulta ilustrativo. Esta inteligencia artificial china, que compite con OpenAI, logra producir resultados equivalentes, pero con un costo 90-95% menor. Esto demuestra que ha alcanzado la vanguardia en este campo tecnológico clave con un impacto transformador en la digitalización industrial. Y refleja un modelo de desarrollo con ventajas competitivas sustanciales frente a Occidente. Por eso prefiero hablar del «momento Ford» en lugar del «momento Sputnik», como lo llaman algunos analistas occidentales. Al igual que Ford a principios del siglo XX, Deepseek no representa solo una empresa o tecnología aislada, sino que forma parte de un nuevo paradigma económico con ventajas competitivas estructurales y nuevas formas de organizar la producción.

Para contextualizar esta comparación histórica, recordemos que Ford revolucionó la producción industrial con su sistema de línea de montaje al reducir, de forma dramática, los costos de fabricación mientras aumentaba la productividad. Esto permitió a Estados Unidos superar a Inglaterra como potencia industrial dominante. De manera similar, China implementa un modelo que transforma, de manera fundamental, las estructuras productivas global.

Huawei ejemplifica esta transformación. Pese a las sanciones estadounidenses impuestas desde 2018, que buscaban diezmar a la compañía, Huawei no solo ha sobrevivido, sino que ha prosperado. Ha desarrollado su propio ecosistema tecnológico, desde sistemas operativos hasta semiconductores, con una reducción drástica de su dependencia de componentes extranjeros. Su reciente smartphone Mate 60 Pro incorpora chips de fabricación propia que muchos expertos occidentales consideraban imposibles de producir bajo las restricciones actuales.

Lo que presenciamos no es solo una competencia tecnológica o comercial, sino el surgimiento de un nuevo modelo de desarrollo industrial que combina alta tecnología, automatización avanzada, escala masiva y una integración única entre planificación estatal y mecanismos de mercado. Un modelo que reescribe las reglas de la competencia global.

Y en este contexto, ¿Cómo ha respondido a los aranceles comerciales de Trump?  

Beijing ha implementado cuatro medidas estratégicas fundamentales. La primera consiste en establecer aranceles recíprocos, con un mensaje claro: «si tú impones tarifas, yo respondo con la misma magnitud». Esta reciprocidad, aplicada con contundencia y rapidez, constituye una declaración de principios.

La segunda medida implica restricciones a la exportación de tierras raras, un recurso estratégico, cuya producción controla el 80%. Estos elementos resultan indispensables para la fabricación de tecnología militar avanzada. En tercer lugar, China ha dado vuelta la estrategia estadounidense: mientras Washington prohibía la transferencia de tecnología avanzada hacia China, Beijing ahora restringe a las corporaciones estadounidenses, la exportación de productos tecnológicos de doble uso (militar y civil) fabricados en territorio chino.

Este modelo posee una excelente habilidad para orientar excedente económico a grandes objetivos de desarrollo

Estas acciones demuestran no solo una posición defensiva, sino una capacidad tecnológica que permite a China establecer sus propios términos en la relación bilateral. Lo más sorprendente es que según diversos análisis especializados, China mantiene su competitividad en el mercado estadounidense incluso con aranceles del 125%. Esto confirma lo que mencionamos con Deepseek:  la revolución en la estructura de costos que ha logrado.

La imposición de aranceles por parte de Estados Unidos busca forzar una negociación. Sin embargo, la situación actual difiere de la confrontación anterior.  Lo más seguro es que pronto haya negociaciones por una razón práctica; ¿Dónde encontrará Estados Unidos los 600.000 millones de dólares en productos esenciales para su propio proceso productivo y consumo interno? No existe una fuente alternativa para estos suministros. Su única opción es continuar con las compras a China con el traslado del costo de los aranceles a sus propios consumidores.

Se ha vuelto bastante repetitivo ver en los medios occidentales reportajes sobre los “avances tecnológicos” en China. Uno de los últimos, hechos por The New York Times, sostiene que los aranceles llegan tarde porque China ya invirtió 1,9 billones de dólares, a través de sus bancos, para automatizar su industria y aumentar el uso de robótica en sus procesos productivos, lo que ha reducido sus costos. El diario pone como ejemplo dos fábricas de BYD, empresa de autos eléctricos, que pronto serán las mayores plantas automotrices del mundo por encima de las de Volkswagen en Alemania. ¿Cómo se dio este avance industrial de China para afrontar lo que, en el fondo, no solo solo es un conflicto comercial, sino una guerra de costos?  

China ya se había consolidado como la fábrica del mundo hace 15 años. Lo que ha cambiado, de forma radical, es su posición en la economía global. En lugar de aceptar una inserción semiperiférica (ser solo el taller manufacturero global mientras el diseño, la tecnología, las finanzas y la comercialización global quedan en manos de los centros tradicionales como Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), China decidió transformar esta división internacional del trabajo propia de la globalización.

Este proceso comenzó con timidez hacia 1999, pero se aceleró bajo el liderazgo de Xi Jinping. La estrategia consistió en desarrollar marcas propias, tecnologías autóctonas y un modelo económico diferenciado, concentrándose en los eslabones de mayor complejidad y valor agregado de la cadena productiva. Lo extraordinario es que el país no solo se propuso este ambicioso cambio de paradigma, sino que ha demostrado tener la capacidad para ejecutarlo. Su economía planificada le ha permitido orientar de forma estratégica su desarrollo a largo plazo, algo que las economías occidentales difícilmente logran.

Históricamente, uno de los principales desafíos de China reside en su dependencia de una economía intensiva en mano de obra. La transformación actual responde a una decisión estratégica de evolucionar hacia un modelo intensivo en tecnología, mediante procesos acelerados de automatización y robotización, en las ramas estratégicas elegidas en su planificación. Este cambio ha llegado a tal nivel que hoy existen las denominadas «fábricas oscuras», o «dark factory», instalaciones que operan sin iluminación porque los robots no la necesitan y trabajan, de forma interrumpida, las 24 horas, todos los días.

Un fenómeno similar ocurre en la infraestructura logística. Los grandes puertos de Shanghai y otras ciudades chinas (que representan la mayoría de los diez principales puertos del mundo) funcionan con sistemas automatizados. Los trabajadores humanos ya no manipulan las cargas, sino que supervisan y controlan estos procesos automatizados. Esta transformación digital e intensificación tecnológica ha multiplicado la productividad y competitividad china. Sobre la base, además, de ser el taller manufacturero global, cuyo Producto Bruto Industrial, supera la suma combinada de Estados Unidos, Japón y Alemania, las tres redes industriales tradicionales del capitalismo y el norte global.

El análisis occidental fracasa al intentar comprender el modelo chino porque aplica categorías conceptuales inadecuadas. China ha desarrollado lo que ellos denominan «socialismo de mercado», un sistema que no debe confundirse con el «capitalismo de Estado» como suele etiquetarse en Occidente. Esta última denominación resulta tautológica, pues todo capitalismo implica necesariamente un Estado que organiza la relación entre economía y producción.

El sistema chino combina elementos de economía de mercado con un sector público poderoso. Para dimensionar esto: Beijing controla 33.000 empresas, el sector financiero permanece casi íntegramente bajo control estatal, y las 100 principales industrias del país son de propiedad pública. Incluso empresas privadas como Huawei presentan estructuras particulares: su fundador proviene de las fuerzas armadas, el 99% de sus acciones pertenecen a los trabajadores a través de un mecanismo institucional mediador, y el Partido Comunista forma parte de su directorio. Esta configuración es difícil que pueda clasificarse como privada según los estándares occidentales.

China decidió transformar esta división internacional del trabajo propia de la globalización

Hay una articulación sofisticada entre mecanismos de mercado, planificación estratégica centralizada e incorporación de elementos sociales y comunitarios. Las ciudades y comunas desempeñan roles fundamentales en este esquema, lo que crea un modelo de desarrollo con capacidades extraordinarias, aunque no exento de problemas, como se vio con la explosión de una burbuja financiera en el sector inmobiliario.

En China, el Estado administra el excedente económico a través de diversos niveles del sector público y empresas estatales. A diferencia del enfoque capitalista de maximización de ganancias, el sistema chino combina la búsqueda de rentabilidad con objetivos de desarrollo estratégico e inversión en infraestructura. Este modelo posee una excelente habilidad para orientar excedente económico a grandes objetivos de desarrollo, pero bajo una ecuación de mercado: que esos grandes objetivos no sean un despilfarro de dinero. Permite destinar los extraordinarios incrementos de productividad tanto a objetivos nacionales prioritarios como al bienestar social

En Occidente cuando se habla de la introducción de la robótica, la automatización, los grandes empresarios tecnológicos, como Bill Gates, proponen que, como la gente no va a trabajar porque algunas tareas serán asumidas por robots, se brinde una renta básica universal. ¿Cómo se trata esta contradicción, surgida de la automatización y robótica, en uno de los países más poblado del mundo? 

Hablamos de una nación con 1.400 millones de habitantes que constituye el principal centro fabril del mundo. Además, mantiene un extenso sector rural que concentra alrededor de 500 millones de personas. Esta realidad demográfica nos lleva a una de las claves para entender todas las revoluciones tecnológicas e industriales. A lo largo de la historia, estas transformaciones destruyen ciertos empleos mientras crean otros de forma simultánea. La cuestión fundamental radica en quién controla esa transición.

Cuando está dominada por grandes corporaciones, que son monopolios, suele orientarse hacia la flexibilización y el debilitamiento de la fuerza laboral al utilizar la amenaza del desempleo y la inseguridad como herramientas de negociación. Sin embargo, cuando intervienen otras fuerzas sociales, estos cambios pueden gestionarse de manera más equilibrada. China ha demostrado particular atención al empleo porque el Partido Comunista es bastante cuidadoso para evitar malestares sociales que puedan derivar en una inestabilidad política. Por ejemplo, cuando una fábrica debe cerrarse por ineficiencia o altos costos productivos, las autoridades, de inmediato, plantean: ¿Cómo absorber esa fuerza laboral? ¿Es posible reubicarla? Existe una preocupación sistemática por minimizar el impacto social de las transformaciones económicas.

Pero ahora se enfrenta a un fenómeno reciente: el aumento del desempleo juvenil en sectores calificados. Aunque por nuestros estándares occidentales podría no parecer alarmante, para los parámetros chinos de pleno empleo representan un desafío. Esta paradoja surge porque China invirtió en la formación de su fuerza laboral para adaptarla a las nuevas fuerzas productivas de alta calidad y la revolución científico-tecnológica. Esta estrategia, aunque acertada en muchos aspectos, ha generado nuevos desequilibrios en el mercado laboral.

Beijing se percibe más fuerte en términos económicos y que no depende tanto en términos comerciales de Washington. Ahora posee un comercio más importante con el sur global que con el norte

El principal desafío actual consiste en armonizar varios procesos simultáneos: la robotización, la digitalización industrial y la transición hacia lo que denominan «nuevas fuerzas productivas de calidad», mientras gestionan la profunda transformación del mundo laboral. Esta situación representa una contradicción sistémica, y China no pretende negarla. Al contrario, la reconoce de manera abierta.

Lo notable del modelo chino durante las últimas décadas ha sido su capacidad para resolver estas contradicciones de manera progresiva y sistemática. Un ejemplo ilustrativo: hace 10-15 años, el país enfrentó una contradicción entre su modelo industrial y el severo deterioro ambiental y urbano que este provocaba. Bajo el liderazgo de Xi Jinping, implementaron cambios sustanciales para resolver este conflicto. Ahora se enfrentan a una nueva contradicción, pero con una considerable capacidad para gestionarla de manera eficaz.

En lugar de adoptar soluciones occidentales como la renta básica universal, su respuesta parece orientarse hacia el fortalecimiento del salario indirecto (educación, salud, vivienda) y, la creación de nuevos empleos mientras se regula esta transición. Incluso sus debates internos sobre inteligencia artificial reflejan esta aproximación cautelosa. De forma constante se preguntan hasta dónde debe avanzar esta tecnología, si se considera, no solo aspectos técnicos sino, también sus implicaciones filosóficas para la humanidad.

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