The end: Zyriza y el precio de traicionar el mandato popular

Cuando Syriza eligió como líder a Stefanos Kasselakis, un antiguo republicano y empresario, el partido de izquierda griego tocó fondo. Ahora Kasselakis abandonó Syriza, pero dejó tras de sí una organización a la deriva.

Syriza llegó al final del camino

Primero como tragedia, luego como farsa y, por último, como esa última temporada de una sitcom mediocre en la que se utilizan todos los trucos posibles —incluso los más obviamente ridículos— para suscitar algo de interés de la audiencia. Esta es una forma de describir la completa implosión de Syriza, un partido que una vez se pensó como la gran esperanza de la izquierda europea.

Anatomía de una crisis

Syriza sufrió otra escisión y ahora es un partido mucho más pequeño. Stefanos Kasselakis, el sucesor de Alexis Tsipras como presidente del partido, no solo fue destituido de su cargo por una mayoría recién formada en el Comité Central sino que también se le impidió participar en la elección del nuevo liderazgo. Tras movilizar a sus seguidores para imponer su candidatura en el partido, incluso organizando una protesta masiva frente a la sede donde se celebró el Congreso partidario entre el 8 y el 10 de noviembre, Kasselakis abandonó la organización junto con algunos diputados y fundó su propio partido, llamado Movimiento de la Democracia, que cuenta con cinco diputados.

Como resultado de este movimiento de legisladores, ahora Pasok sustituyó a Syriza como principal partido opositor en el Parlamento griego. Al mismo tiempo, el partido cae en picada en las encuestas. Syriza, que mientras tanto eligió como nuevo líder a Sokratis Famellos, se sitúa actualmente en torno al 6-7% en las encuestas. Para complicar aún más las cosas, parecía que dentro de la actual «base» de Syriza, significativamente reducida por la crisis del partido, había una corriente a favor de Kasselakis, un hombre sin antecedentes dentro de la izquierda que, a pesar de su retórica populista, no tuvo éxito en cuanto a aumentar la popularidad de Syriza.

Esta crisis marca el final político del camino de Syriza. Perdieron casi todo su capital político y se convirtieron en un partido mucho más pequeño, atormentado por luchas internas. Pasok, el partido socialista, ya está mucho mejor que Syriza en las urnas, habiéndose asegurado el segundo puesto, aunque a una distancia significativa del partido gobernante Nueva Democracia.

¿Cómo un partido que pudo ganar unas elecciones hace casi una década hoy está tan cerca de la irrelevancia política? Si nos fijamos en la trayectoria de Syriza podemos explicar cómo fue posible este resultado. Syriza fue catapultada a una posición central en la escena política griega no porque tuviera una amplia base dentro de la sociedad de su país —era un partido relativamente pequeño—, sino por la aguda crisis social y política surgida en 2012. Los «memorandos» impuestos por la infame «troika» formada por la Unión Europea (UE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo —las tres partes responsables de gestionar los rescates a Grecia, así como a Chipre, Irlanda y Portugal— llevaron a duras medidas de austeridad que desembocaron en una crisis económica y social dentro de Grecia.

Fue en este momento, cuando las relaciones políticas y electorales de representación se derrumbaban a un ritmo acelerado, cuando Syriza consiguió llenar el vacío sugiriendo que la única alternativa a la violencia económica dictada por la troika era formar un «gobierno de izquierda».

Este momento llegó en 2015, cuando Syriza ganó las elecciones. Sin embargo, pese a obtener un apoyo electoral significativo, siguió siendo un partido con poca presencia organizativa. Nunca disfrutó de los vínculos con la clase trabajadora, la clase media baja, los movimientos sindicales y el gobierno local que tenía el Pasok. Para la mayoría de su electorado, Syriza representaba un voto, no una coalición social y política «orgánica». Además, nunca elaboró realmente una estrategia para enfrentarse a la UE. En particular, el persistente apego a la «vía europea» significó que nunca tuvo ningún plan para una salida de la eurozona. Esto tenía que ver con el hecho de que, a pesar de la retórica a menudo radical del partido, su línea política dominante era reformista con fuertes elementos de «europeísmo de izquierdas».

En consecuencia, cuando la UE utilizó la eurozona para presionar al gobierno griego, Syriza, poco dispuesta a plantearse una ruptura con Europa, solo pudo capitular, incluso después de obtener el apoyo mayoritario a la política de rechazar el memorándum en un referéndum celebrado en 2015.

Sin embargo, a pesar de su capitulación y de que su ala izquierda rompió para formar un nuevo partido llamado Unidad Popular, Syriza consiguió ganar sus segundas elecciones en 2015. Sin embargo, el hecho de que tratara el «no» del referéndum como un «sí» y negociara un tercer memorándum solo provocó un trauma más profundo en las clases y grupos sociales que la habían ayudado a llegar al poder. Para muchos, las acciones de Syriza socavaron la fe en que el partido —y específicamente Tsipras— era capaz de mantener con firmeza sus promesas y compromisos políticos.

Ya en el poder, Syriza aplicó un programa totalmente neoliberal de austeridad y privatización. En algunos aspectos tuvo más éxito que sus predecesores a la hora de satisfacer las exigencias de la troika. Aunque intentó mantener la apariencia de que se preocupaba por los sectores más pobres de la sociedad, su programa no hizo nada para aliviar la pobreza o fortalecer a la clase trabajadora. Esto creó un fuerte sentimiento de desilusión y decepción entre el electorado griego. Así, Syriza perdería las elecciones de 2019 y devolvería a Nueva Democracia al poder.

El periodo de 2019 a 2023 estuvo marcado por la incapacidad de Syriza para montar una oposición seria a Nueva Democracia, incluso a pesar de los muchos problemas derivados de las políticas de esta última, incluido el hecho de que Grecia tuvo una de las peores tasas de mortalidad durante la pandemia. La estrategia de Syriza durante ese periodo fue lo que podría describirse como una estrategia de «fruta madura», según la cual el descontento con la política del gobierno conduciría, por sí solo, a la vuelta de Syriza al poder.

Durante este período, no se hizo una verdadera evaluación o autocrítica de su período en el gobierno entre 2015 y 2019 y no plantearon preguntas sobre qué programa y estrategia política podrían apuntar a una alternativa. El gobierno de Nueva Democracia aprovechó el gasto del Estado durante la pandemia para solidificar su base social y así terminó con una victoria muy clara en las elecciones de 2023, manteniéndose en el poder. Syriza, por su parte, perdió una parte importante de sus votos. En 2023, solo obtuvo el 17,83%, frente al 31,53% de 2019. Desde entonces, el último año se caracterizó por la crisis política y organizativa.

Fue en medio de esta crisis cuando Tsipras, líder indiscutible del partido hasta ese momento, decidió dimitir y convocar a nuevas elecciones de dirección, momento en el que Kasselakis entró en la carrera. Procedía del mundo de los negocios, tenía experiencia como naviero en Estados Unidos y no tenía ninguna relación con la izquierda. De hecho, en algún momento se registró como republicano.

Kasselakis no tenía un programa real y se promocionaba enteramente a través de las redes sociales. Pero también era joven, fotogénico y utilizaba libremente la retórica populista. En el momento de la elección del liderazgo, la base de Syriza, que había perdido cualquier sentido real de orientación política, estaba más dispuesta a elegir a un completo desconocido como Kasselakis.

Tras la victoria de Kasselakis, un importante segmento de Syriza optó por marcharse, formando Nueva Izquierda, un partido que, a pesar del impresionante número de ex ministros en sus filas, lucha por superar en las encuestas de opinión el umbral del 3% necesario para obtener representación parlamentaria (sin conseguir un diputado europeo en las elecciones europeas de 2024). Tsipras casi guardó silencio sobre la situación interna. En lugar de dedicarse a la política de Syriza, el antiguo líder pasó a fundar su propia fundación y a realizar intervenciones públicas sobre cuestiones de política general sin implicarse en las discusiones internas del partido. Esto llevó a los observadores a especular sobre si está contemplando un regreso.

En el poder, Kasselakis prefirió la retórica populista simplista a la sustancia. Como gestor del partido, ascendió a personas afines a él a puestos de poder dentro del aparato partidario. También socavó los medios de comunicación del partido al no tomar medidas para garantizar su financiación. Esto provocó huelgas casi continuas de los empleados de los medios de comunicación de Syriza, muchos de los cuales temen por su seguridad laboral. En las elecciones europeas de mayo de 2024, le fue mal y solo obtuvo el 14,92% de los votos, un resultado que llevó a los miembros del partido a quejarse del liderazgo de Kasselakis y de su falta de estrategia o sustancia política.

En respuesta a las deficiencias de Kasselakis, en el Comité Central se formó una mayoría contraria a su liderazgo, que no solo destituyó a Kasselakis como presidente del partido sino que le prohibió participar en las elecciones de dirección. Este reaccionó amenazando a Syriza con emprender acciones legales, lo que provocó una crisis que alcanzó su punto álgido en el congreso partidario.

Tras la ruptura con Kasselakis, Syriza procedió al proceso de elección de un nuevo líder. La carrera se libró principalmente entre Famellos, que fue durante algún tiempo el líder del grupo parlamentario bajo el mandato de Kasselakis (antes de ser sustituido por Nikos Pappas) y Pavlos Polakis, un diputado popular por su retórica dura entre segmentos de la base del partido. Al final, Famellos fue elegido, obteniendo casi el 50%, y Polakis cedió en nombre de la unidad. Actualmente, Syriza intenta presentar una imagen de unidad, pero es un partido mucho más pequeño.

Las fuentes de esta crisis se encuentran, en mi opinión, en los acontecimientos del verano de 2015, que culminaron con el referéndum sobre los memorandos de la troika y la posterior aceptación de sus términos. A raíz de estos acontecimientos, surgió una ruptura irreparable entre Syriza e importantes segmentos de la sociedad griega, una ruptura que nunca se abordó debido a la ausencia de cualquier autocrítica y explicación serias, así como de cualquier visión estratégica que no fuera una repetición de alguna variedad de la política contemporánea de «centro-izquierda». En realidad, Syriza nunca elaboró una estrategia o posición radical y nunca fue más allá de los límites de un reformismo pos-eurocomunista, una perspectiva que mostró al partido como incapaz de concebir una alternativa seria a Nueva Democracia.

La negativa de a considerar cualquier ruptura con Europa significó que, incluso mientras Grecia sufría a manos de la eurozona, Tsipras era incapaz de avanzar en una crítica de la causa de la crisis. La experiencia de gobierno y la decisión de girar más hacia un posicionamiento socialdemócrata, de «centro-izquierda», solo empeoró las cosas, mientras que la incapacidad de tener una base real en los movimientos y el gobierno local significó que la relación de Syriza con la clase obrera y otros estratos sociales subalternos nunca se desarrolló. De hecho, se volvió aún más frágil, culminando en el abandono de Syriza por parte de estos grupos sociales. Este declive también desplazó hacia la derecha el equilibrio político de fuerzas. Tres partidos de extrema derecha superaron el umbral del 3% en las elecciones europeas del año pasado y enviaron a sus representantes al Parlamento Europeo.

Hay muchas lecciones que aprender de esta experiencia. Decir simplemente que toda la secuencia de acontecimientos estaba desde el principio determinada para acabar en una derrota es subestimar enormemente el potencial político desatado en la primera mitad de la década de 2010 en Grecia. La crisis de la eurozona y la oposición masiva a la troika, realmente señalaron un camino para que la izquierda ganara el poder y lo utilizara en interés de las clases populares. Pero sin una estrategia para enfrentarse a la eurozona o romper con ella, apoyándose en la movilización de los movimientos, no había ningún camino para la izquierda griega que no hubiera culminado en fracasos espectaculares y tragedias políticas.

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