Un indulto presidencial de Perón

Desde la asunción del nuevo gobierno en 2019 muchos compañeros vienen planteando  que Alberto Fernández debería utilizar la potestad presidencial del indulto para resolver los varios casos de persecución política judicial del macrismo cuyo símbolo encarna la militante popular y diputada del Parlasur Milagro Sala.

Uno de los antecedentes históricos de indultos presidenciales es el del caso Bertotto. En el mes de abril de 1947, el presidente Juan Domingo Perón, indultó al ex diputado radical yrigoyenista José Guillermo Bertotto poniendo fin a una larga persecución que se arrastraba contra él desde que fuera acusado en 1940 por el llamado negociado de las tierras del Palomar.

Cuando recientemente se trató en la Cámara de Diputados el desafuero del ex ministro Julio De Vido, el antecedente de Bertotto fue traído a cuenta por diversos medios. La historia de la acusación contra el diputado radical sirvió como referente para atizar en la opinión pública la separación parlamentaria de De Vido quien, con varias causas abiertas, aún no tenía sentencia definitiva en los tribunales. Nadie recordó entonces que el desenlace del caso Bertotto fue el indulto presidencial.

Pese a una vida dedicada a la militancia popular en el socialismo, la democracia progresista y el radicalismo yrigoyenista en la provincia de Santa Fe, Bertotto nunca pudo despegar su nombre de las acusaciones de cohecho que lo persiguieron hasta el final de sus días. En 1969, en ocasión de reflotar el negociado del Palomar, en un artículo publicado en su libro “Los anarquistas expropiadores”, Osvaldo Bayer, en base a las actuaciones judiciales, volvió a recordar el caso de los cuatro diputados acusados sin hacer diferencia entre ellos. A sus 84 años, Bertotto volvió a quedar en el centro de las acusaciones de venalidad.

De Rafael Barrett a Joaquín Penina

El primer registro de la militancia de José Guillermo Bertotto nos lleva al Paraguay de los yerbatales a comienzos de siglo, a su asociación con Rafael Barrett en la fundación de la revista Germinal, en la crítica de este a la esclavitud de los mensús, a la ligazón de ambos con la anarquista Federación Obrera Regional Paraguaya. Tenía entonces 23 años.

Francisca López, viuda de Barrett, en el prólogo de sus Cartas íntimas (1967) recuerda cuando el 2 de julio de 1908, durante el golpe de estado del mayor Albino Jara, “Rafael con Bertotto fueron los únicos que recogían los heridos bajo el fuego homicida de los “cantones” de la ciudad […] Es muy justo recordarlo a Bertotto, que no lo abandonó a Barrett un solo momento. ¿Cuántos paraguayos le deberán la vida?”

Y en nota al pie de una de las cartas traza su semblanza:

“A Bertotto lo conocimos un 1° de mayo [1908] en un acto obrero muy concurrido que se realizó en el Teatro Nacional, donde fui la única mujer asistente. Cuando aquel hablaba desde el proscenio fue asaltado por la policía para hacerlo callar y apresarlo. Obreros y periodistas […] encabezados por Rafael, rodearon para defenderlo a este argentino desconocido y valiente. En la barahúnda que siguió, un sector del público comenzó a desplazarse hacia el foyer, pero fue contenido por una salida muy paraguaya de un obrero, que gritó: ‘¡Compañeros!, ¿cómo vamos a correr delante de una mujer? ¡Qué nadie salga!’ El asunto se puso feo para los esbirros, que se reagrupaban en un rincón de la sala. Habló Rafael atacando al régimen, y dirigiéndose a los policías les endilgó: ‘¡Ya os cambiaremos las armas de matar por las armas del trabajo!’…Una salva de aplausos terminó de confundir a los oficiales de policía, quienes se retiraron por un callejón que el público les abrió gustoso. Y el acto continuó.

Desde esa vez Bertotto fue nuestro amigo. Cuando mi esposo se ausentó a la estancia de Ritter él asumió la dirección de “Germinal”. Publicó un artículo que molestó a Jara —el mandamás de guardia—, quien lo apresó, lo azotó y sableó bestialmente estirado sobre una mesa y le hizo tragar la hoja en que estaba el escrito. ‘¡Y a Barrett lo voy a arreglar yo!’ resopló el militarote después de su ‘hazaña’.

Nosotros —los paraguayos— le debemos gratitud a Bertotto porque sintió una vez el dolor de nuestro pueblo, y luchó por mitigarlo”.

La denuncia de la detención de trescientas personas por las autoridades represivas fue publicada por Bertotto en los números 8 y 9 de la revista y motivó su apresamiento y tortura. Enterado de lo sucedido con su socio y amigo, Barrett volvió a Asunción y alcanzó a distribuir el número 11 de Germinal con el manifiesto de su autoría titulado Bajo el terror. Como consecuencia la publicación fue clausurada y Barrett deportado. Lo mismo sucedió con Bertotto unos meses después.

La siguiente mención es del año 1911. En una nota publicada en la revista Hechos e Ideas que dirigía el poeta anarquista Alberto Ghiraldo se informa que José Guillermo Bertotto fue detenido en ocasión del asalto y clausura del periódico El tribuno de la Boca del que era director. La publicación se identificaba con las ideas del Partido Socialista y la acción de Alfredo Palacios.

En 1912 trabaja como periodista en El Mercurio, de Santiago de Chile y un año después se instala en Rosario, donde residirá por más de medio siglo. De 1914 es su foto como candidato por el Partido Socialista.

José Guillermo Bertotto

En 1921 se publican sus escritos literarios de clara influencia modernista con el título El coraje de callar. En 1925, después de su paso como periodista por los diarios rosarinos La Capital y La Acción, funda Democracia. Desde su llegada a Rosario milita en el Partido Demócrata Progresista. Pero unos años después, en 1927,  y en disidencia con la línea del partido que él veía alejada de sus preocupaciones por la democracia económica, el problema obrero, “y menos aún por la opresión y por la vida miserable en los quebrachales del norte”, se suma al radicalismo yrigoyenista.

El 9 de septiembre de 1930, cuando todavía está húmeda la tinta del decreto de la Ley Marcial firmado por el dictador que acaba de derrocar a Hipólito Yrigoyen, en la ciudad de Rosario un comando del Ejército irrumpe en una imprenta anarquista para llevarse violentamente a tres obreros. Uno de ellos es el catalán Joaquín Penina quien es fusilado al día siguiente a orillas del Paraná. Los diarios publican la noticia sin más detalles. Sin embargo después, al hacerse patente la gravedad de los hechos, los represores niegan la detención y argumentan que todos fueron liberados horas más tarde. El cadáver de Penina no aparece. El asunto se da por cerrado. El coronel Rodolfo Lebrero, destinado a la jefatura de policía para acabar con la resistencia, siembra el terror entre anarquistas y radicales.

Un par de años más tarde cuando el gobierno cambia y mediante el fraude asume la presidencia el general Justo, nada ensombrece lo que muchos aplauden como el “regreso de la democracia”. Eso sí, sin radicales. El que no olvida ni calla es José Bertotto. Por entonces, el diario Democracia publica una serie de notas de investigación sobre la detención, muerte y desaparición de Penina con los nombres de los responsables, el lugar y pormenores de la noche del asesinato, el destino del cuerpo desaparecido. Hasta consigue el testimonio del oficial que dirigió el pelotón de fusilamiento, el nombre del que dio la orden de matar y hasta la escena misma de Penina, altivo, gritando ante sus asesinos con acento catalán “¡Viva la anarquía!”.

Joaquín Penina

Las denuncias de Bertotto se extraviaron en los laberintos de la complicidad judicial. El reportaje sigue siendo una de las páginas más notables del periodismo de investigación del siglo veinte argentino, antecedente de aquella otra que develaría la verdad sobre la masacre en un basural de José León Suarez veintiséis años más tarde.

Por esos años el periodista rosarino colabora con los grupos radicales insurreccionales que organiza en Santa Fe José Benjamín Ábalos, ex ministro de Obras Públicas del gobierno de Yrigoyen. Democracia es varias veces clausurada y su director detenido. Sin embargo, los esfuerzos se frustran cuando la revolución radical encuentra su límite la noche del 29 de diciembre de 1933 y los levantamientos generalizados en Santa Fe, Santo Tomé, Rosario, Cañada de Gómez y Paso de los Libres son derrotados. Un año más tarde, el partido levanta la abstención. Bertotto se repliega en el partido, acepta las reglas del juego de la democracia limitada por el fraude. Es elegido diputado nacional en 1936, cargo que renueva en 1940.

La estafa de las tierras de El Palomar

Hasta aquí la historia de su militancia. Pero la tarde de un día cualquiera de mayo de 1940 el escándalo de las tierras del Palomar estalla en la Cámara de Diputados. El caso puede resumirse así: en el mismo día y en el mismo acto notarial, dos particulares, Jacinto Baldasarre Torres y Néstor Luis Casás, compraron 222 hectáreas en El Palomar a 65 centavos el metro cuadrado, y en el mismo momento de firmar las escrituras se las vendieron al Estado a 1,10 pesos el metro. Sin poner un centavo de su bolsillo, obtuvieron en la transferencia una ganancia neta de un millón de pesos. Las tierras pertenecían a Antonia y María Luisa Pereyra Iraola de Herrera Vegas quienes en 1934 habían tratado de venderlas al  Estado a 1 peso el metro cuadrado. En aquel momento la venta no había prosperado porque un informe de la Dirección General de Ingenieros del Ejército opinó que las tierras eran anegadizas y recomendó pagar como máximo 19 centavos el metro. Luego de una larga trama de complicidades, en la que intervinieron tanto el ministro de Guerra Carlos Márquez y la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, en enero de 1939 el presidente Ortiz firmó el decreto autorizando la compra. Luego de la denuncia de estafa se formó una Comisión Especial que determinó que varios diputados habían cobrado coimas por la aprobación: Juan Kaiser, ex presidente de la Cámara de Diputados; Gregorio Raúl Godoy, ex presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda; Miguel Aguirrezabala; José Guillermo Bertotto y Víctor Juan Guillot. Este último, desesperado, se quitó la vida de un disparo en el pecho. Muchos fueron los que argumentaron que las denuncias no tenían otro objetivo que lograr  el desplazamiento del presidente Ortíz en favor del general Agustín P. Justo que aspiraba a otro período presidencial, todo en el marco de la política de fraude del momento. Las acusaciones a funcionarios de alto nivel se detuvieron allí, la propia Cámara votó para impedir el juicio político al ministro Márquez y lo sacó del centro del escándalo. Luego de varios años los tribunales condenaron tanto a los gestores como a los diputados. En su defensa, Bertotto argumentó que no era miembro de la Comisión de Presupuesto, que en el recinto votó en contra de la compra, que no se le pudo probar tenencia de títulos como los que se habían detectado en las coimas ni dinero producto de la venta de los mismos, que había sido acusado por la palabra de un gerente del banco y que nunca se había procedido a un careo entre ambos, que había sido absuelto en un juzgado y vuelto a condenar por una instancia superior judicial. Desde el punto de vista político, que su acusación había pretendido arrastrar en el barro de una década corrupta a un sector intransigente del radicalismo.

En 1947, un grupo de treinta diputados encabezado por Ernesto Palacio y Eduardo Colom y más de 200 referentes sindicales solicitaron a Perón que dispusiera el indulto a José Guillermo Bertotto por ausencia de delito y persecución política. En su discurso Perón pronunció las palabras que el dirigente radical esperaba desde hacía tiempo: “Creo en la inocencia de Bertotto”.

Desde Rosario, el viejo militante escribió:

“Logré cruzar inmenso terrible fangal y el lodo no se halla en mis suelas de caminante. Tal vez lo vea en bocas perversas, más eso ya no me violentaría: el calvario me enseñó a seguir mi estrella. Aquí estoy nuevamente. ¿Qué prueba más soberbia de la justicia de Dios? ¿Dónde gimen los engreídos que calcularon hundirme en las aguas turbias de sus ciénagas inmorales? Reaparezco como un remordimiento mordaz. Y soy solo un hombre de larga agonía; aguardo, con calma, se cubra primero la fosa de mis sepultureros. Les he superado en coraje, en lealtad, en vergüenza; por algo a mí la buena gente limpia, laboriosa y digna me saluda al pasar. Me reconoce —reconoce al luchador a quien no doblegaron millonarios, jueces y políticos de lance”.

BIBLIOGRAFÍA

Osvaldo Bayer (1969). Los anarquistas expropiadores. Galerna

Rafael Barrett (1967). Cartas íntimas.

Marta Bonaudo y Diego Mauro (2014). “Las paradojas del reformismo liberal. De la experiencia de la Liga a la construcción del partido (1897-1931)”. Estudios sociales n° 46, Primer semestre.

Charo López Marsano y Ernesto Salas (2017). ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! La lucha armada radical en la Década infame, 1930-1933

Acerca del autor / Ernesto Salas

Licenciado en Historia, Universidad de Buenos Aires. Director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Es autor de los libros: La Resistencia Peronista: La toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1990), Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista (2003); Norberto Habegger. Cristiano, descamisado, montonero (2011, junto a Flora Castro), De resistencia y lucha armada (2014); Arturo Jauretche. Sobre su vida y obra (Comp.) (2015)  y ¡Viva Yrigoyen! ¡Viva la revolución! (2017, junto a Charo López Marsano).

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