La brutal destrucción de la obra que rendía homenaje a Osvaldo Bayer en las cercanías de Río Gallegos es síntoma de la actualidad y la vitalidad de su pensamiento, siempre necesario, pero sobre todo cuando toca, nuevamente, transitar tiempos de oscuridad.
Por Diego Tatián*
(para La Tecl@ Eñe)
La tarea historiográfica de Bayer es una arqueología popular de lo que Freud llamó Freiheitsdrang –que puede traducirse como “impulso de libertad”, acaso también como “urgencia de libertad”, e incluso “impaciencia de la libertad”. Se trata de una palabra que designa un movimiento profundamente humano, inevitable y fuera de todo cálculo: alzarse, levantar la mano, abandonar el lugar preasignado, no obedecer una orden, resistir una opresión que busca naturalizarse, infinita gestualidad del rechazo y su casuística preciosa. Impulso que brota de un fondo misterioso y anómico, cuya insistencia en suceder otra vez, una y otra vez, sin ser capaz de aprender las lecciones del Poder (¿desde qué recóndita reserva de la vida?), impide que los sistemas de dominación estén seguros para siempre. No son los seres humanos los que se rebelan, ni enteramente sujetos de las rebeliones que desencadenan, sino algo que hay en ellos, muchas veces a pesar de ellos. La memoria de las luchas sociales despierta una confianza en eso que hay y de lo que no disponemos –pues la organización, la comunicación, la teoría y la disputa lúcida suceden siempre después de que eso inapropiable, imprevisible pero inagotable, se manifiesta.
La arqueología de las luchas sociales derrotadas a las que Osvaldo Bayer dedicó su vida disipa la soledad de quienes, en cualquier tiempo, rehúsan ser parte de la adversidad que se impone, y acomodarse a ella. Pues ese “no ser parte” es la forma de vida que rompe con su naturalizado “estar de acuerdo”, con su deriva puramente esteticista, con su banal consentimiento de los hechos…, con lo que ha sido llamado una “vida de derecha”. En contrario, una vida de izquierda es la que nunca abjura de concebir otra cosa que esto, y pone los actos, las palabras y la existencia toda en el riesgo de ser conducida por ese pensamiento de otra cosa. Lo que anima la intensa vida de izquierda de Osvaldo Bayer, es el interrogante fundamental -que gustosamente llamaríamos filosófico- por la crueldad humana; o bien, según ese interrogante es más precisamente formulado en el prólogo a Exilio (2006): “¿Por qué existen los crueles?”. Sus libros pueden ser leídos como una asombrada indagación de la crueldad, y junto a ella una indagación de la violencia, de la violencia justa, y de la paz.
El atentado contra el jefe de policía Ramón Falcón (responsable de la brutal represión de trabajadores en la llamada “Semana Roja”) por el obrero anarquista ucraniano Simón Radowitzky el 14 de noviembre de 1909. La muerte del teniente coronel Varela -ejecutor del fusilamiento ilegal de 1500 obreros patagónicos- a manos del solitario Kurt Wilckens el 27 de enero de 1923 (como Avelino Arredondo en el relato de Borges, desde meses antes de llevar a cabo su acción vengadora Wilckens se aisló, dejó de concurrir a los locales libertarios que frecuentaba, abandonó su trabajo e interrumpió todo contacto con sus compañeros de lucha para no comprometerlos). La “revolución violenta” a través de bombas de Severino di Giovanni. La decapitación del exterminador de comunidades originarias Friedrich Rauch (que en un parte de guerra había escrito: “Hoy, 18 de enero de 1928, para ahorrar balas degollamos a 28 ranqueles”) por el indio Nicasio Maciel, más conocido como “Arbolito”[1].
Podría añadirse a los anteriores el caso -notablemente similar al de Kurt Wilckens, dos años más tarde- del estudiante armenio Soghomón Tehlirian, sobreviviente del genocidio perpetrado entre 1915 y 1918 bajo el Imperio Otomano. El 15 de marzo de 1921, en la ciudad alemana de Charlotenburgo, Soghomón dio muerte de un disparo en la frente al Visir turco Talaat Pachá, responsable (junto a Djemal Pachá y Enver Pachá, ideólogos del movimiento panturquista) del asesinato de un millón y medio de armenios. Tras su acto, Tehlirian fue inmediatamente apresado por los transeúntes, llevado a juicio y finalmente declarado absuelto por un tribunal alemán, en Berlín, el 3 de junio de 1921. En varias de sus crónicas, Osvaldo Bayer se solidarizó con la causa del pueblo armenio, por lo que en 2003 recibió del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica la “Distinción Hrant Dink al periodismo argentino”.
Los textos de Bayer reponen la inextinguible pregunta por la violencia justa. ¿Existe la violencia justa? Pregunta anacrónica que pareciera conmover los trabajosos consensos conseguidos y acaso sin respuesta posible, pero cuya supresión nos condena inermes a la barbarie consumada. La evitación de cualquier respuesta afirmativa no extingue la pregunta ni debe hacerlo. O bien: la necesaria sustracción de la violencia no se exime de afrontar la incomodidad de sus motivos, ni acepta el negacionismo de las crueldades que la desencadenan. Para alojar esa tensión que atraviesa las cosas y rehusar cualquier liquidación moralista de su dificultad, acaso pueda decirse que la violencia nunca es predicable ni legítima, pero sí muchas veces justa. Esa justicia sin predicación es lo que quizás desquicia al ángel de la historia.
Una mediación a través de la dificultad en las cosas mismas a la que obliga cualquier reflexión sobre la violencia es lo que dota de la mayor seriedad al trabajo de Osvaldo Bayer, que se empeña en honrar una historia -la historia de anarquistas españoles, alemanes, italianos, chilenos, rusos; la historia de obreros anónimos y habitantes originarios de la Patagonia exterminados por el Ejército Argentino- y en preservar una memoria de sus ideas y sus acciones, no sólo con el propósito de sustraerlas del negacionismo, el ocultamiento y la mentira, sino también de la hipocresía y de la estupidez.
Tras regresar de Hamburgo donde se había radicado algunos años como estudiante de historia, Bayer se trasladó a Chubut para trabajar como jefe de redacción del diario Esquel. Por desavenencias con el director sobre artículos que denunciaban a políticos y terratenientes ligados al robo de tierras indígenas, como era de preverse, fue despedido poco tiempo después. Un mes más tarde fundó La chispa (en homenaje a Iskra, periódico que Lenin, Trotski, Kautsky, Vera Zazulich, Plejánov y otros revolucionarios rusos publicaron en 1903 en diversas ciudades europeas). De La chispa -que era gratuito y cuya bajada proclamaba: Contra el Latifundio – contra el Hambre – contra la Injusticia– aparecieron 8 números entre el 20 de diciembre de 1958 y el 4 de abril de 1959 (hay una preciosa reedición de Ediciones Ignorantes), cuando Bayer fue expulsado de Esquel. La investigación más importante del periódico en su breve existencia denunciaba el despojo ilegal de tierras de la comunidad Cushamen (las mismas que hoy todavía reclama la comunidad mapuche contra Benetton, y que motivó la represión de la Gendarmería que resultó en el asesinato de Santiago Maldonado en febrero de 2017).
Sin embargo, hay algo irreductible al latrocinio y la sangrienta apropiación de tierras por la vieja oligarquía, que estableció la acumulación primitiva de las clases dominantes argentinas; una excedencia en el ejercicio puro de la dominación que lo vuelve inexplicable por la angurria de propiedad. Una primariedad de la venganza y el odio cuyo fondo oscuro no tiene historia. El fascismo -cualesquiera sean o hayan sido sus nombres- no tiene historia. La crueldad -que significa no detenerse hasta hacer brotar la sangre (cruor)- y el encarnizamiento -no detenerse hasta haber devorado toda la carne-, carecen de explicación económica o política. Más bien tienen su inscripción en el orden de un goce oscuro, que excede el amedrentamiento, el disciplinamiento y la tortura con propósitos puramente pragmáticos.
Cuando descuartizaron a Túpac Amaru (quisieron hacerlo mientras estaba vivo, pero no pudieron, debieron decapitarlo antes) en la plaza de Cuzco luego de cortarle la lengua a él y toda su familia una tarde latinoamericana de 1781, fue para dispersar sus restos entre las poblaciones andinas aledañas como amenaza y advertencia a quien quisiera repetir la rebeldía (no obstante, repetida en Mayo de 1810). Pero lo central fue otra cosa: el goce de producir sufrimiento hasta el infinito (otro tanto sucedió en la Patagonia argentina; los estancieros trocaban una cantidad de dinero a cambio de orejas, testículos o mamas de “indios”, y según el Mayor Gómez -que se encontraba en Santa Cruz entre los hombres de Varela durante la matanza de 1921-, la estancia Menéndez Behety pagaba una libra esterlina por cada “cabeza de indio”).
Aunque remuevan torpemente su imagen de los caminos patagónicos, nunca podrán hacerlo con el trabajo amoroso de Osvaldo Bayer, que enseña a no cansarse, a no sentirse solos, a no ser parte y a orientarse siempre por la memoria de las luchas populares, una y otra vez -también ahora-, objeto de la interminable crueldad.
Referencias:
[1] En 1963, durante el gobierno de José María Guido, Bayer viajó a la ciudad bonaerense de Rauch, donde dictó una conferencia y propuso -por primera vez- el cambio de nombre del lugar por el de Arbolito. El ministro del Interior de Guido era Juan Rauch, bisnieto del citado coronel (que había justificado su matanza con una perfecta expresión de la “Patria Propietaria: “Los ranqueles no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad”). El ministro Rauch ordenó la inmediata detención del escritor al regresar a Buenos Aires. Si bien hasta hoy este cambio no prosperó, por su iniciativa el nombre del General Roca fue sustituido de calles, escuelas y plazas de más de 25 ciudades argentinas.
*El autor es investigador del Conicet y docente de la UNSAM.