La imagen era tan elocuente como calculada: el presidente estadounidense y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, sellando su acuerdo comercial en el campo de golf de propiedad de Donal Trump en Escocia. La escena, digna de un spot publicitario para exaltar el poder unilateral, mostraba más que una negociación entre iguales, parecía el tributo de un vasallo a su señor feudal. Detrás de la cordialidad fotográfica, sin embargo, se esconde un terremoto económico cuyas réplicas afectarán a mercados, industrias y equilibrios geopolíticos durante años.
Por: Lic Alejandro Marcó del Pont
La versión europea de ‘America First’ es pagar por ser el segundo plato (El Tábano Economista)
El núcleo del acuerdo es un régimen arancelario que, lejos de corregir los desequilibrios comerciales, los bendice. Estados Unidos, con un déficit comercial global de 1.2 billones de dólares — el 44% concentrado en China (295,512 millones) y la UE (236,000 millones) —, ha logrado imponer condiciones que magnifican su ventaja estructural. Si añadimos a Japón (70,000 millones), Vietnam (123,000 millones), México (171,000 millones) y Canadá (61,970 millones), estos seis socios explican el 80% del déficit. La paradoja es reveladora: quienes más exportan a EE.UU. son también quienes tienen mayor capacidad de negociación, pero la UE ha optado por ceder en lugar de ejercerla.
El nuevo arancel base del 15% para bienes europeos supone un salto mortal respecto al histórico 1-2%. Aunque se vende como una concesión (frente a la amenaza inicial del 30%), en realidad es un tributo encubierto. Peor aún, los aranceles del 50% sobre acero y aluminio siguen intactos, mientras las exenciones «estratégicas» (aeronáutica, químicos, lácteos) benefician casi exclusivamente a conglomerados con lobby en Washington.
A cambio de esta tregua arancelaria, Bruselas ha firmado tres cheques en blanco que reconfigurarán su economía:
Los perdedores silenciosos (y los ganadores estridentes)
El coste sectorial es devastador:
Mientras, los ganadores son obvios:
Las consecuencias macroeconómicas son graves: una contracción del 0.5% en el PIB de la UE (hasta 1% en Hungría) y la pérdida de 8,000-10,000 empleos por cada 1,000 millones en exportaciones recortadas. Pero lo más preocupante es la erosión estratégica. Como advirtió Viktor Orbán —con su habitual retórica incisiva—, Von der Leyen negoció «como peso pluma». Europa ha intercambiado soberanía por un espejismo de estabilidad, hipotecando su autonomía energética, industrial y de defensa.
El mensaje es claro: en el jardín trasatlántico, solo crecen las flores que Washington riega. Y hoy, Europa ha aceptado ser parte del paisaje.