¿Y si sale mal?

Ha pasado poco más de una semana desde que Donald Trump mostró, de forma jocosa, unos cuantos carteles con aranceles específicos para más cien países en el mundo. El anuncio del “Liberation Day”, en realidad, iba dirigido a un puñado de países con los que Estados Unidos mantiene enormes déficit comerciales: China, la Unión Europea, India, Japón, México, Vietnam, Canadá, Corea del Sur, entre otros.

La doctrina del shock arancelario: Cómo Trump podría colapsar o fortalecer el poder económico de EE.UU (informe especial)

Al momento en el que escribo esto, los medios financieros hablan de una “recesión global” inminente si Estados Unidos y China continúan con su guerra comercial a través de la imposición de aranceles.

Todo parecía caminar según el plan hasta que Beijing anuncio sus propios aranceles contra Estados Unidos. El resultado son aranceles del 104% a importaciones chinas en suelo estadounidense y del 84% a bienes y servicios estadounidenses en China, lo que provocó una de las caídas en las bolsas más grandes en la historia.

Para comprender un poco de qué va esta guerra comercial vamos a ver lo que sucede bajo la perspectiva del trabajo “Guía para la Reestructuración del Sistema de Comercio Mundial”, escrito por Sthepen Miran, jefe del Consejo Económico de la Casa Blanca.

Según Miran:

Estados Unidos lidia aún con el Dilema de Triffin, teorizado en los años 60 por el economista monetarista Robert Triflin, que establece que el uso del dólar como moneda reserva obliga a su país emisor, Estados Unidos, a mantener déficits comerciales y fiscales crónicos. Esto genera, según el autor, que las exportaciones se encarezcan, lo que hace perder competitividad a su industria, las importaciones se abaraten y el déficit comercial crezca, lo que afecta, por ende, la cantidad de empleos industriales en Estados Unidos. En su opinión: “desde una perspectiva comercial, el dólar está sobrevaluado, en gran parte porque los activos en dólares funcionan como la moneda de reserva del mundo. Esta sobrevaluación ha pesado mucho sobre el sector manufacturero estadounidense, mientras beneficiaba a los sectores financiarizados de la economía, los estadounidenses más ricos”. Entre 2001 y 2011, sostiene Miran, fueron deslocalizados casi dos millones de puestos a China, lo que, en su opinión, hizo que “muchas familias trabajadoras estadounidenses no pueden mantenerse a sí mismas y se vuelven adictas a las donaciones del Gobierno”.

Para Miran, el actual orden conduce a una acumulación insostenible de deuda pública y externa que socava la seguridad y el estatus de moneda de reserva de una economía deudora tan grande. Según él; “en la década de 1960, la economía estadounidense representaba 40% del PIB global, pero hoy solo 26%. Desde 1982, Estados Unidos no ha tenido superávit comercial, lo que ha debilitado su sector manufacturero”. El déficit comercial, se estima, que es de un billón de dólares, de acuerdo a las cifras oficiales.

La “sobredevaluación” plantea una decisión difícil para Estados Unidos según su asesor: “mantener el dólar como moneda de reserva global, permite a Estados Unidos controlar el comercio y las financias internacionales, pero requiere déficits constantes que destruyen el empleo manufacturero. La alternativa es permitir que el dólar pierda su papel de moneda de reserva, lo que haría más competitiva las exportaciones estadounidenses, pero reduciría el poder financiero y geopolítico del país”. En su opinión, Washington no puede abandonar el dólar como moneda de reserva, el “alma del sistema comercial y financiero global, porque quien “controla el activo de reserva ejerce control sobre las transacciones globales”. En la práctica, eso le permite a Estados Unidos imponer su voluntad en política y seguridad, a través de sanciones, congelamiento de activos y restricción de acceso al sistema bancario estadounidense y de pagos internacionales (Swift), sin movilizar un solo soldado”. Los ejemplos más evidentes están a la vista: el esquema de sanciones contra Irán, Venezuela, China y el congelamiento de la mitad de las reservas de Rusia en el sistema bancario internacional después de su intervención en Ucrania.

Para Miran hay un punto intermedio que permite que Estados Unidos no pierda su capacidad de usar el sistema financiero para dictar las reglas geopolíticas del mundo. “Redistribuir los costos con sus aliados para que compartan la carga económica y militar del patrón dólar, a través de tarifas y ajustes de sus monedas para reducir el impacto negativo en la industria estadounidense”. Aquí es donde entran los aranceles comerciales, ya que, según Miran, permite al Gobierno de Estados Unidos recaudar ingresos. “Un arancel del 10% sobre todas las importaciones podría generar cientos de miles de millones de dólares en ingresos fiscales, reduciendo el déficit sin aumentar los impuestos internos”. También protege la industria manufacturera ya que “al encarecer las importaciones, se incentivaría la compra de productos fabricados en Estados Unidos, lo que fortalecería sectores como el automotriz y la industria del acero”. También sectores “estratégicos como los semiconductores y la industria farmacéutica podrían beneficiarse, al reducir la dependencia de importaciones extranjeras en áreas críticas”.

Para la Oficina de Presupuesto del Congreso, la deuda pública en manos del gobierno equivale hoy al 99% del producto interno bruto del país, más del triple de lo que era en 2001. Todo parece indicar que esa relación va camino de seguir aumentando porque el déficit anual, que actualmente ronda el 6% del PIB, eclipsa la tasa de crecimiento de la economía.

Palabras más, palabras menos, Washington quiere resetear la economía global para reducir su déficit comercial de 1,2 billones de dólares y hacer una devaluación controlada del dólar que le permita financiar una reindustrialización para que esa reducción sea sostenible.

En su libro sobre el Tecnofeudalismo, Yanis Varousfakis hablaba de un pacto donde todos los países exportadores estaban dispuestos a financiar el dólar, a través de compra de bonos del Tesoro, para que Estados Unidos pudiera comprar sus productos a través de déficit comerciales permanentes. El circulo culminaba cuando los excedentes surgidos de esas exportaciones eran reinvertidos en la Bolsa de Valores de Wall Street y en los bonos del Tesoro, entre otros instrumentos financieros. Ese pacto es el que la Administración Trump quiere reconfigurar de forma unilateral.

Sigamos leyendo a Miran:

Los aranceles, además, permitirían reducir el déficit comercial ya que al limitar las importaciones “podría reducir la brecha entre lo que se compra y venda, y equilibrar la balanza comercial”. También presionar a China y otros países para negociar mejores acuerdes, ya que los aranceles podrían ser usados como herramienta “de negociación para obligar a países a eliminar barreras comerciales o respetar la propiedad intelectual”. La amenaza de aranceles contra México y Canadá muestra cómo pueden usarse, además, para obtener concesiones de otros países en asuntos como la migración, el narcotráfico. Las razones para usar esta nueva arma económico son tan líquidas que pueden moldearse a la conveniencia de Trump.

Por último, para Miran, los aranceles crearían un sistema de premios y castigos para aliados y rivales, ya que se podrían aplicar impuestos diferenciados según la relación comercial y política de Estados Unidos con cada nación. “Aliados como Canadá y Reino Unido podrían recibir tarifas más bajas, mientras que China enfrentaría los impuestos más altos”. Para Miran: “los países que dependen del paraguas militar estadounidense deberían asumir más costos de defensa o enfrentar tarifas más altas. Las políticas comerciales, además, podrían diseñarse para presionar a aliados a asumir mayores costos en Defensa y alinearse en disputas con China y Rusia”. Esta recomendación tiene bastante relevancia cuando se analiza las exigencias de Trump a los países europeos para que aumenten el presupuesto militar acorde a los parámetros de la Alianza del Tratado del Atlántico Norte. “Un sistema así puede encarnar la visión de que la seguridad nacional y el comercio están unidos. Los términos comerciales pueden ser un medio para conseguir mejores resultados en materia de seguridad y reparto de cargas. En palabras del secretario del Tesoro, Scott Bessent, “segmentar más dividirá la economía internacional en zonas basadas en sistemas económicos y de seguridad comunes, lo que ayudaría a resaltar la persistencia de los desequilibrios e introducir puntos de fricción para abordarlos”.

También esta arma económica puede usarse para que otras naciones se unan a los impuestos contra China. “Un muro arancelario alrededor de Beijing aumentaría la presión para que reforme su sistema económico”. Lo que es un reconocimiento también de las limitaciones de Washington para golpear a China: solo un tercio del superárvit comercial chino (de un billón de dólares) es con Estados Unidos, según sus cifras oficiales.

Uno de los grandes interrogantes es si los aranceles pueden aumentar la inflación en Estados Unidos por el traslado, inmediato, a precios. Para el experto, la mejor fórmula es que las monedas de los países exportadores se devalúen al mismo nivel que los aranceles para que los precios de los “bienes importados en dólares no cambien”. Lo que minimizaría el “impacto inflacionario en Estados Unidos, reducía el poder adquisitivo del país exportador al absorber el costo de la tarifa, y aumentaría la recaudación fiscal sin afectar el comercio”. El jefe del Consejo Económico de la Casa Blanca sostiene que, en la anterior guerra comercial emprendida por Trump, el yuan, la moneda china, se devalúo un 13,7%, lo que compensó, en gran parte, los aranceles del 17% a sus productos.

En definitiva, la esencia de la política de aranceles es similar a la de tiempos coloniales donde las naciones pagaban un tributo a la “metrópolis” por estar bajo su dominio. En este caso, por usar su moneda.

Por lo que la devaluación del yuan, al igual que otras monedas de exportadores, sería algo deseable para que los países absorban los costos de los aranceles. Trump blanqueó de que va todo esto el martes por la noche cuando dijo: “los países me están llamando, besándome el culo. Se mueren por hacer un acuerdo… ‘por favor, por favor señor, hagamos un acuerdo, haré lo que sea, lo que sea señor”.

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Según Scott Bessent, su secretario del Tesoro, se trata primero de negociar con la mayoría de los países y después armar una posición común contra el China: “un muro arancelario alrededor de Beijing que aumente la presión para que reforme su sistema económico”, en palabras de Miran. En una amenaza inusual, Bessent no descartó en sacar de las bolsas estadounidenses las acciones de las empresas chinas, lo que sería, casi, como una declaración de guerra.

Todo este circo parece formar parte de una doctrina de shock donde se genera una “gran amenaza”, la de una recesión, para que los países agredidos después acepten condiciones que antes no hubiesen aceptado.
Los problemas son varios y ya comienzan a ser planteados por los medios financieros especializados. Uno de ellos es que las compañías trasnacionales, como Apple, Tesla, Microsoft, quedan bajo regímenes de aranceles pocos claros que afectan su estructura de costos de una manera incierta. El “caos arancelario”, además, dificulta la relocalización de algunas industrias en Estados Unidos porque establecer una fábrica lleva varios años.

“En la mayoría de los casos, construir una nueva planta de fabricación en Estados Unidos lleva entre tres y diez años”, sostuvo Erin McLaughlin, economista del Conference Board con experiencia en diseño y construcción a The Financial Times. Las empresas que buscan proteger sus cadenas de suministro podrían recurrir a adquisiciones nacionales en lugar de construir una nueva, afirmó. «Podría ser más rápido comprar una empresa que construir una nueva planta».

Y después está otro tema central para el funcionamiento de la economía estadounidense: los ciudadanos de ese país tienen acceso a bienes y servicios baratos gracias a la producción de China y Vietnam, entre otros.

Si Trump sigue con su guerra comercial, ese acceso a bienes y servicios baratos se termina, según The Financial Times:

Se espera que los precios de los artículos de cuero, ropa, muebles y productos electrónicos de consumo aumenten drásticamente para los hogares estadounidenses en los próximos meses porque el país depende en gran medida de las importaciones de las naciones objeto de los amplios aranceles de Donald Trump, según los analistas.

Es probable que los teléfonos inteligentes, las computadoras portátiles y las consolas de videojuegos se vuelvan más caros para los consumidores estadounidenses, en particular porque muchos de los aranceles más altos de Trump se centran en países como Vietnam y Taiwán , dijo Ed Brzytwa, vicepresidente de la Asociación de Tecnología del Consumidor.

Agregó que las empresas habían trasladado la producción a estos países en medio de las crecientes tensiones comerciales entre Estados Unidos y China durante el primer mandato de Trump como presidente.

Los economistas esperan que los aranceles tengan un fuerte efecto en cadena sobre los precios al consumidor, aunque algunas empresas pueden intentar a largo plazo mitigar el impacto financiero desarrollando nuevas cadenas de suministro.

El Yale Budget Lab, un grupo de expertos en políticas, estima que los hogares estadounidenses gastarán un promedio de 3.800 dólares más cada año a partir de 2026 como resultado de la inflación inducida por los aranceles, suponiendo que la Reserva Federal no tome ninguna acción.

Los aranceles de Trump han dejado al banco central estadounidense dividido entre si recortar las tasas de interés para evitar una fuerte desaceleración económica o mantenerlas altas para prevenir un nuevo estallido de inflación.

Lo interesante es que Donald Trump piensa que el lanzamiento de esta guerra comercial se da justo cuando Washington tiene el toro por las astas gracias a la hegemonía del dólar. El único escollo para redibujar el sistema financiero global parecer ser China, un país que ha reducido sus ventas a Estados Unidos al punto de que solo un tercio de su superávit comercial se explica por sus exportaciones a suelo estadounidense.

Desde 2018 a 2024, el déficit comercial entre los dos países pasó de 418.000 millones de dólares a 263.000 millones, según el diario mexicano Expansión. Por supuesto, tanto China, como sus compañías, son grandes tenedoras de Bonos de deuda del Tesoro estadounidense, lo que puede servir también como instrumento de represalia, como especulan muchos analistas internacionales.

 

El solo temor de venta masiva de estos bonos hizo, por ejemplo, que su valor se desplomara.

Los bonos del Tesoro se desplomaron el miércoles cuando entraron en vigor los aranceles del presidente Donald Trump, lo que profundizó la preocupación de los inversores sobre el estatus de «refugio seguro» de la deuda soberana estadounidense.

El rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense a 10 años subió al 4,51% antes de retroceder al 4,43% (0,14 puntos porcentuales más en el día), mientras que el rendimiento a 30 años superó brevemente el 5%. El rendimiento a 10 años ha subido desde menos del 3,9% a principios de esta semana.

Según el Deutsche Bank: “estamos presenciando un desplome simultáneo del precio de todos los activos estadounidenses, incluyendo las acciones, el dólar frente a las divisas de reserva alternativas y el mercado de bonos. Estamos entrando en territorio desconocido en el sistema financiero global”. Ante esta incertidumbre, es posible que la Reserva Federal, el Banco Central de EEUU, intervenga para salvar a la economía estadounidense de una casi segura recesión.

Gráfico de líneas del diferencial entre los bonos del Tesoro y los bonos Sofr a 10 años que muestra la caída de los diferenciales de swaps

Todo esto nos lleva a uno de los objetivos propuestos por Sthepen Miran, uno de los principales asesores de Trump, para hacer un “Acuerdo de Mar-a-Lago”, en referencia a la propiedad de Donald Trump.

En esencia, el acuerdo buscaría reclutar -o presionar mediante la oferta de acceso a los mercados estadounidenses o al paraguas de seguridad estadounidense- a los principales socios comerciales y acreedores de Estados Unidos para que acepten un acuerdo que los vea trabajar en conjunto para debilitar el dólar estadounidense, reducir los costos de endeudamiento estadounidense y alentar más inversiones relacionadas con la manufactura en Estados Unidos, todo ello preservando la primacía del dólar en el escenario internacional.

El principal objetivo del acuerdo es el dólar DXY. Si bien el dólar se ha depreciado desde principios de año, aún cotiza cerca de su nivel más alto desde mediados de la década de 1980, ponderado por el comercio, según Steve Englander, director global de análisis de divisas del G-10 en Standard Chartered.

Pero la mecánica exacta detrás de cómo funcionaría el acuerdo no es clara, y todavía quedan dudas sobre si Trump realmente podría lograr que tanto los aliados estadounidenses, como los europeos, como sus rivales, como China, lo acepten. Para implementarlo, Trump necesitaría asegurar el compromiso de los socios comerciales y acreedores estadounidenses de trabajar en conjunto para debilitar el dólar. Pero también necesitaría garantizar que la venta de reservas denominadas en dólares no incrementara los costos de endeudamiento.

Para lograr el delicado equilibrio de diseñar un dólar más débil sin aumentar los costos de endeudamiento en Estados Unidos, Miran, en su artículo, recurrió a una idea propuesta por primera vez por Zoltan Pozsar, el ex gurú de los mercados del Credit Suisse, que publicó un artículo sobre el Acuerdo de Mar-a-Lago en junio.

Como parte del acuerdo, los acreedores estadounidenses acordarían canjear los bonos estadounidenses en poder de sus bancos centrales por «bonos centenarios» no negociables a 100 años. De lo contrario, Washington podría amenazar con expulsarlos del amparo de la seguridad estadounidense.

Estos bonos no tendrían cupón, pero podrían rescatarse con una pequeña prima al vencimiento. Para compensar a los acreedores por la falta de liquidez, se habilitarían líneas swap de la Reserva Federal para ayudarles a cubrir cualquier necesidad de liquidez a corto plazo.

«Este Acuerdo de Mar-a-Lago da forma a una versión del siglo XXI de un acuerdo monetario multilateral. El presidente Trump querrá que los extranjeros contribuyan a financiar la zona de seguridad proporcionada por Estados Unidos», afirmó Miran en su artículo.

«Una reducción del valor del dólar contribuye a la creación de empleos en el sector manufacturero estadounidense y reasigna la demanda agregada del resto del mundo a Estados Unidos», añadió. «La reducción del plazo de la deuda de reserva ayuda a prevenir la volatilidad de los mercados financieros y el consiguiente daño económico. Con un solo acuerdo se logran múltiples objetivos».

Miran también propuso cobrar «tarifas de usuario» a los bancos centrales extranjeros que poseen deuda estadounidense, reteniendo esencialmente una parte de los pagos de cupones que normalmente paga el Tesoro y aliviando los costos financieros de los préstamos.

Esto, en la práctica, sería un nuevo régimen de transferencia de dinero, y valor, hacia Estados Unidos bajo la amenaza de que si no se lo avala, muchos países, y empresas, se quedarían fuera del mercado financiero global basado en el dólar. La ambiciosa meta puede generar el efecto contrapuesto: que otras naciones armen sus propios sistemas financieros, soportados en oro o canastas de monedas, para volver a reimpulsar su economía.

Donald Trump, si esto sale mal, podría ser el Mijaíl Gorbachov de Estados Unidos que colapsó el principal resorte de poder de Washington. Todo depende, quizás, de hasta dónde China esté dispuesta a llevar una guerra comercial.

Mientras tanto en La Argentina

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