Donald Trump coming on stage at his rally in Novi, Michigan to a weird rendition of Chopin’s Funeral March sure is a choice.
— Art Candee (@ArtCandee) October 26, 2024
Ahora, vamos a hablar de ti. Eres de los que no votan. Tal vez es que no te importa la política. Quizás es que estás harto de que te digan que tienes que votar, como si tuvieras que cambiarte de ropa interior o ver Eternal Sunshine of the Spotless Mind [Olvídate de mí, película de 2004]. No tienes que ver ni hacer nada, ¡tampoco votar! Hay una serie de votantes que están a favor de que no votes, porque si no te preocupas lo suficiente por lo que está pasando -o por saber qué es lo que está pasando- eso te convierte en un votante peligroso. Creen que votas sin tener en cuenta los hechos y sin pensar. Eres un comodín total. Eres impredecible. Y de hecho, los lectores que estén leyendo esto ahora mismo estarán pensando: «¡No les digas que voten a los que no votan! ¡Son de los que no piensan! Quizá es mejor que volemos solos sin ellos».
Pero eso no es lo que yo creo.
Creo que muchos de vosotros no votáis, igual que creo yo que no bebo. Pero si me pusierais ahora mismo un White Russian en la mano, podría ser el chico más feliz de esta casa. Entonces, ¿por qué dejo que la gente piense que no bebo? Porque nunca me ha gustado estar en una «cultura del beber» y nunca me he encontrado con nadie que, estando borracho, fuera interesante… lo cual es mi forma de decir: te entiendo. Del mismo modo que a mí no me gusta formar parte de una cultura del beber, a ti no te gusta formar parte de la cultura de la política.
Entonces, ¿por qué recibes esta carta? Probablemente te la ha enviado uno de tus amigos o familiares. O quizá es que la has visto en las redes sociales. O ha sido tal vez la sencilla magia de los algoritmos tóxicos de Elon Musk y Mark Zuckerberg. Sea lo que sea, aquí estamos.
En las noticias y en Internet hay mucha gente que habla de «los que no votan» como si fuesen extraterrestres. Como si no les «importase» esto que a «todos los demás» nos importa. Como si fueran miembros de algún grupo marginal que anda acechando en los márgenes de la sociedad.
¡Pero no lo sois! ¡No! Y yo estoy aquí para contaros un pequeño secreto que no quieren que sepan:
Vosotros, amigos míos, SOIS EL PARTIDO POLÍTICO MÁS GRANDE Y PODEROSO DE LOS ESTADOS UNIDOS.
Es verdad. No lo son los republicanos ni los demócratas. Son los que no votan.
Mirad estos números. En 2020, fue a votar el 66,8% de los norteamericanos mayores de 18 años. Eso significa que dos tercios de nosotros votamos, y un tercio no lo hizo, ¿verdad? Dejadme que os lo formule de una manera distinta.
Estos son los resultados electorales de 2020 sobre la base del VOTO POPULAR:
1er puesto: Demócratas / Joe Biden – 81 millones de votos
2do puesto: Los que no votan – 80 millones de Votos
3er puesto: Republicanos / Donald Trump – 74 millones de votos
¡Tenéis más votos que Donald Trump!
Y en el 2016, ¡vuestro partido, el de los que no votan, obtuvo resultados aún mejores!
1er puesto: Los que no votan – 100 millones de votos
2º puesto: Demócratas / Hillary Clinton – 65 millones de votos
3er puesto: Republicanos / Donald Trump – 62 millones de votos
¡Los que no votan no son impotentes! ¡Tenéis todo el poder! Sois la fuerza política más poderosa de Norteamérica, y lo que decidáis hacer con ese poder definirá el curso de la historia de este país.
Porque así va la cosa: todos los días -lo sepas o no, te guste o no- la política toma decisiones que afectan a tu vida. Tener que pagar la deuda de un préstamo estudiantil hasta bien entrados los 50 = política. Estar obligado a conducir ocho horas hasta otro estado para recibir atención médica vital tras un aborto espontáneo = política. Que el salario mínimo federal se mantenga en 7,25 $/h = política. Que tu factura de la compra se dispare porque se les permite a las empresas subir los precios sin control de supervisión = política. Recibir una carta de la Guardia Nacional (en la que ingresaste sólo para que te ayudara a pagar la universidad) que te dice que ahora te destinan a morir en una guerra innecesaria en un país lejano = política.
Quizá por eso algunas personas de los medios de comunicación y de los partidos políticos te menosprecian: porque tienen miedo de lo que puedas hacer si empiezas a prestarle atención a la política.
Tienen miedo de lo que eres capaz de hacer.
Tienes el poder y la capacidad de influir.
Así que mienten, enturbian las aguas e inventan cosas para que la gente se grite y luego la gente normal, la gente de verdad, TÚ, se desentienda. Y yo creo que eso es lo que quieren.
Pero yo no quiero eso. Creo que tu voz importa. Creo que te mereces un sitio en la mesa y un trozo del pastel. ¡A quién no le gusta el pastel! Así que quería mostrarte una breve lista de temas en los que Kamala Harris ha tomado posición. Pero antes de hacerlo, déjame que te aclare algunas cosas: no soy miembro del Partido Demócrata. No trabajo para esa campaña. No soy un experto que recibe dinero de alguna red y nunca aceptaré un centavo por ir a las noticias por cable para compartir contigo lo que pienso.
Estos son los temas que creo que realmente te importan a TI y a tu familia. Y sería bueno saber exactamente cuál es la postura de Kamala Harris. Como yo he mismo me he dedicado a investigarlo, te puedo asegurar que nuestra actual vicepresidenta defiende firmemente lo siguiente:
Y en estos temas, estoy firmemente a su lado.
Donald Trump, no.
¿Y tú?
Así de sencillo.
Si la respuesta es que sí, por favor, haz que se oiga tu voz, sólo por esta vez. Eso cuenta.
¿Puedo pedirte que lo hagas sólo como favor personal? Es así de importante para mí. Hay, sinceramente, una parte demasiado grande de mí que cree que podemos acabar de verdad en nuestro final.
De verdad que no te voy a molestar con nada más. Pero sí me acordaré de que hiciste algo que realmente no querías hacer. Y que lo hiciste por todos los demás.
Gracias por este acto desinteresado, amigo/a.
Mike
Fuente: michaelmoore.com, 2 de noviembre de 2024
El verdadero problema de Kamala Harris: Pero, ¿quiénes son los demócratas?
Andrew O´Hehir
Puede que dé sus frutos el giro a la derecha de última hora de la campaña de Harris, pero lo que revela sobre el partido es desagradable.
Acusar a la campaña de Kamala Harris de repetir reflexivamente los errores de la campaña de Hillary Clinton en 2016 -como hizo recientemente Branko Marcetic, de Jacobin- puede sonar a sarcasmo de izquierdas, con un trasfondo de sexismo desafortunado (y presumiblemente no intencionado). Pero también refleja una ansiedad más profunda y más amplia que se siente en todo el espectro liberal-progresista: las encuestas muestran un empate, diez días antes de lo que se ha anunciado (con razón o sin ella) como unas elecciones presidenciales históricas. Tras la euforia del cambio Biden-Harris y el júbilo de la convención demócrata, el futuro es difícil de afrontar.
Entre los medios de comunicación y la clase política, la suposición operativa en este momento es que Donald Trump –que, de acuerdo con cualquier criterio normativo, es un candidato desastrosamente indisciplinado y errático- tiene probabilidades de ganar estas elecciones, incluso sin recurrir a hacer trampas o a la violencia popular. Esa «corazonada» tiene un valor predictivo nulo, para ser claros, y puede que no sea más que el persistente estrés postraumático de 2016.
Pero el estrés y el desconcierto liberales no mejoran presumiblemente al ver que los demócratas hacen exactamente lo que siempre hacen en las últimas etapas de una campaña nacional: inclinarse bruscamente hacia la derecha para recalcar su compromiso con la seguridad nacional y los beneficios empresariales, a la búsqueda supuestamente de independientes «persuadibles» y republicanos vacilantes (o quizás sólo en busca de la clase de los donantes, lo que técnicamente no es lo mismo).
Hemos visto a Harris mostrarse como poseedora de un arma en una entrevista con Oprah, adherirse a políticas económicas favorables a Wall Street y hacer campaña con la ex congresista republicana Liz Cheney, que apoyó literalmente todos los aspectos de la agenda de Trump antes de su intento manifiesto de subvertir las elecciones de 2020. Todo esto, por supuesto, refleja la sabiduría convencional impartida por consultores muy bien pagados, y no es intrínsecamente ilógico: si se elimina incluso a un puñado de votantes conservadores a los que no les gusta mucho Trump, pero que son reacios a votar por alguien de quien les han dicho que es una negra socialista radical que quiere convertir a todo el mundo en trans, se podría marcar una diferencia crucial en varios de los estados más importantes.
La respuesta de la izquierda también es lógica, siguiendo sus propios términos: los demócratas ya lo han intentado antes, al estilo rueda de hámster, sin derrotar de forma concluyente a la derecha, cada vez más irritada. Así que quizá sea hora de dejar de hacer eso mismo que no funciona una y otra vez -noción radical, hay que reconocerlo- e intentar algo distinto, como apoyarse en políticas socialdemócratas ampliamente populares en cuestión de sanidad, fiscalidad, deuda estudiantil y transición a la energía verde, y confiar en ganar elecciones impulsando una alta participación entre votantes más jóvenes, gente de color, votantes LGBTQ, etcétera (no entremos en la cancelación del cheque en blanco expedido a Benjamin Netanyahu, pero claro, quizá eso también).
Personalmente, simpatizo con el argumento sobre esa senda que no se ha seguido, pero por reciclar otro de los temas cuatrienales de la rueda de hámster del Partido Demócrata, nada de eso importa ante una emergencia existencial. En cualquier caso, nada de los mensajes alarmistas y agotadores del partido ni de su turbia imagen de sí mismo va a cambiar drásticamente en la última semana antes de unas elecciones nacionales a vida o muerte.
Hay indicios de que la campaña de Harris tiene intención de insistir en el derecho al aborto en los últimos días -un tema potencialmente decisivo-, junto con el giro hacia Cheney y la decisión estratégica de etiquetar directamente a Trump con la palabra que empieza por «F» [“fascista”]. Pero no se trata de pequeños ajustes tácticos a finales de octubre. El Partido Demócrata es lo que es, una coalición fundamentalmente inestable de blancos metropolitanos acomodados y gente de color de clase trabajadora, cuyos intereses están empezando a tirar de ellos en diferentes direcciones.
Ahora mismo, la cuestión primordial -para mucha gente, comprensiblemente, es la única cuestión- es si la estrategia de campaña de los demócratas va a funcionar esta vez, o va a funcionar al menos un poco mejor que hace ocho años. Para que no lo olvidemos, Hillary Clinton obtuvo 2,8 millones de votos más que Donald Trump en 2016, pero la distribución de esos votos resultó ser un problema insalvable: si restamos California, Illinois, Massachusetts y Nueva York del total general, Trump ganó en el resto del país por 5 millones de votos.
La mayoría de los que nos dedicamos a esto nos hemos cuidado de no hacer predicciones seguras basadas en «cómo funcionan las cosas», porque hoy en día nada funciona como antes, o no funciona en absoluto. El tiempo corre en círculos planos, la investigación científica ha quedado subyugada por eso de «llevar a cabo tu propia investigación» y un candidato presidencial puede decirle al país, en directo por televisión, que los inmigrantes se están comiendo sus mascotas sin sufrir daño político significativo. Ni usted, ni yo, ni nadie tiene la menor idea de si el tumulto de la campaña de Harris en liza por el punto medio patriótico conseguirá los votos electorales potencialmente decisivos de Michigan, Arizona o Carolina del Norte (es seguro afirmar que el candidato que consiga ganar dos de esos tres estados tiene muchas probabilidades de ser el próximo presidente).
Pero hay algo que sí sé: no hay que confiar en las declaraciones seguras de personas supuestamente obstinadas cuyas biblias de Realpolitik han pasado demasiadas veces por la lavadora. La semana pasada leí el artículo de opinión de James Carville en el New York Times en el que predecía una victoria de Harris, y sentí una tenue pero clara nostalgia, en algún lugar de mi interior, por un mundo desaparecido de sabiduría tranquilizadora. Luego sentí una añoranza mucho más profunda: el deseo de pasar las próximas dos semanas bebiendo whisky y viendo películas antiguas, porque ese tipo no ha apoyado a ningún demócrata que hays ganado en este siglo. Si eso no es el beso de la muerte, es una simulación terriblemente buena.
Y una cosa más que sé con certeza es que si no funciona la triangulación a lo Liz Cheney de la campaña de Harris y los supuestos políticos e ideológicos subyacentes de la casta de la élite de los barrios residenciales se revelan una vez más como algo fatalmente fallido, las consecuencias van a ser feas. Para el Partido Demócrata, para el futuro de nuestra llamada democracia y para la trayectoria del mundo entero en este siglo.
No solo porque Donald Trump gane las elecciones y se convierta en presidente, aunque ya eso es bastante malo. Sino por cómo ha sucedido y en qué circunstancias, y porque el único partido político norteamericano que pretende defender la democracia constitucional, el gobierno racional y una igualdad más amplia volverá a culpar a sus propios votantes, o a los rusos, o a la ignorancia y el fanatismo de personas a las que ve con desprecio, de las catastróficas consecuencias de su propia incoherencia e incertidumbre, y del hecho de que no pudiera evitar que todo el sistema que dice apreciar se derrumbara en una anarquía payasesca.
Fuente: Salon, 27 de octubre de 2024
¿Kamala 2024 es Clinton 2016?
Branko Marcetic
Siempre he tenido la sensación de que al Partido Demócrata le molestaba tener que aprender algo de la derrota de 2016.
No hay duda de que todas las excusas que siguieron -culpar a Rusia, a James Comey [exdirector del FBI], a los medios de comunicación, a cualquiera menos a Hillary Clinton y su campaña- fueron un intento desesperado del partido por evitar asumir la responsabilidad de dejar ganar a Donald Trump y calmar la ira de sus bases, para que no responsabilizaran a la dirección del partido.
Pero tú di una mentira incesantemente y empezarás a creértela. Y no se puede evitar tener la impresión de que los demócratas de verdad se creen que hicieron una gran campaña que habría ganado y debería haber ganado, de no haber sido por los ruines villanos que le segaron la hierba bajo los pies. Este año parecen decididos a demostrar esa tesis.
Al principio, hubo esperanzas de que el ascenso de Kamala Harris a la candidatura demócrata fuera a aportar algún tipo de visión nueva y emocionante a la liza electoral, combinando posiblemente el temprano y vacilante populismo económico de Joe Biden con el carisma personal, el optimismo y los aspectos históricos de la campaña de Barack Obama en 2008. Atrás quedaba la «estrategia del sótano» de esconder al candidato de los medios de comunicación que venían sin guión. También quedaron atrás las ya rancias advertencias sobre la amenaza de los republicanos a la democracia y la dictadura, en favor de la nueva y desmoralizante etiqueta de «raros». El eslogan de Harris de «no vamos a volver atrás» sugería que ella conduciría al país no sólo fuera del marasmo del trumpismo, sino con un rumbo distinto del de los dos últimos años desastrosos de Biden.
Hasta aquí hemos llegado. Desde hace semanas, está claro que la campaña de Harris ha decidido que va a repetir la estrategia de Clinton en 2016 con la remota posibilidad de que ese año fuera realmente una casualidad, y que Trump sea realmente tan odiado que los norteamericanos no tengan más remedio que votar a su oponente. No funcionó en 2016, pero esta vez… .
¿Qué significa eso en la práctica? Es algo parecido a abandonar la etiqueta «negativa» de raro y en su lugar llegar [por parte de Walz] a un desacuerdo civilizado. Es parecido a renunciar a entusiasmar al flanco progresista del partido -de hecho, a despreciarlo activamente- y, en su lugar, llevar a cabo un giro explícito para intentar ganarse a los republicanos. Es parecido a presentar libros blancos y posiciones políticas que pocos van a leer, mientras que rara vez se habla públicamente, cuando se tiene la oportunidad en un foro público, de lo que realmente se haría. Como postularse a la derecha de Trump en inmigración y política exterior, denominando incluso a Irán, absurdamente, el adversario más peligroso del país y sugiriendo que podría lanzar un ataque preventivo contra él.
De acuerdo, dirían los demócratas, pero ¿qué pasa con algunos de los anuncios políticos de Harris? ¿Su plataforma de vivienda, por ejemplo, que promete construir tres millones de casas y dar a los compradores de su primera vivienda una subvención de hasta 25.000 dólares? ¿O su reciente anuncio de que ampliará Medicare para cubrir los servicios de atención domiciliaria, visión y audición? ¿No apunta esto a un rumbo político diferente y más progresista que el de Clinton en 2016, aunque apenas hable de ello?
La respuesta es de verdad que no, porque este programa es en realidad un gran paso atrás respecto a los años de Biden. Es cierto que el presidente en funciones parecía a menudo reacio a presentar con fuerza el programa populista que había adoptado como forma de quedar bien con los votantes de Bernie Sanders, pero ese programa era bastante ambicioso: entre otras cosas, incluía el preescolar universal, colegios universitarios [community college] gratuitos (durante dos años), subvenciones para el cuidado de los niños, permisos retribuidos, ampliación de Medicare y una desgravación fiscal por hijos más generosa. Todo, excepto las dos últimas cosas, ha quedado fuera de la agenda de Harris desde el primer día.
Hasta la ampliación de Medicare supone un paso atrás respecto a las ambiciones de anteriores portaestandartes demócratas: Biden había prometido ampliar Medicare también a la atención dental y rebajar la edad de acceso a los 60 años, mientras que hasta [Hillary] Clinton había ofrecido que los mayores de 50 años pudieran acogerse al programa (algo que su marido [Bill Clinton] había propuesto casi veinte años antes).
Más allá de eso, Harris no tiene una política real de asistencia sanitaria para los que no tienen 65 años, lo que ha llevado a escenas como las del ayuntamiento [simulado] de la cadena [hispana] Univisión de la semana pasada, donde personas desesperadamente pobres y con dificultades le preguntaron cómo arreglaría el disfuncional sistema sanitario del país, basado en la codicia, o cómo les ayudaría a conseguir un seguro, mientras que Harris respondía con largas no-respuestas u ofreciendo que no dejaría que sus deudas médicas contaran en su puntuación crediticia.
Harris dice que está a favor de subir el salario mínimo, pero se niega obstinadamente a decir cuánto lo subiría. Y ni ella ni su compañero de candidatura han hablado de ello en sus respectivos debates, a diferencia de Biden. Eso por no hablar de la forma de su campaña de cortejar a la industria de las criptomonedas y a las grandes empresas norteamericanas, su abandono de la subida del impuesto sobre plusvalías propuesta por Biden y su aparente coqueteo con el despido de la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan, mientras se codea con las fuerzas empresariales a las que Khan está demandando.
El resultado de todo esto ha sido predecible: varias encuestas de gran calidad muestran ahora que la carrera se ha hecho más apretada en los estados en disputa, en los que Harris va por delante por poco o va incluso perdiendo frente a Trump en estados como Michigan, Pensilvania, Wisconsin y Nevada, mientras que mantiene unos resultados gravemente decepcionantes entre los principales electores demócratas.
Es ciertamente posible que Harris logre la victoria con esta estrategia perezosa y complaciente: Trump es extremadamente antipático e inestable, y su programa político es extremista y alienante. Pero se trata de una elevada apuesta que ya fracasó una vez en tiempos de memoria reciente, y en la que los demócratas están, como siempre, utilizando como garantía las vidas de los trabajadores y los norteamericanos más vulnerables.
Fuente: Jacobin, 10 de octubre de 2024
¿Quiénes son los «indecisos»?
Rick Perlstein
Eso que algunos llaman el «discurso» se ha convertido, a medida que nos adentramos en el último mes de las elecciones presidenciales de 2024, en el misterio de los votantes indecisos. Los potentados de la prensa política dicen que por eso Kamala Harris tiene que hablar más de «temas» en las entrevistas con otros potentados de la prensa política. Si no, ¿cómo demonios van a decidir los votantes indecisos a quién votar dentro de cinco semanas?
Esto me inspira a volver al artículo más importante de periodismo político que me he encontrado en mi vida. Apareció en 2004 en la página digital de The New Republic. De hecho, me impresionó tanto que busqué quién era su autor. Y resultó que vivía en la misma ciudad que yo, en Chicago, ganándose la vida como periodista independiente de izquierdas y haciendo un poco de teatro con su mujer, Kate. Se llamaba Christopher Hayes, y desde entonces ha sido gozoso ver florecer su carrera.
El artículo de The New Republic escrito por el futuro presentador de la cadena MSNBC era un relato de las lecciones que aprendió haciendo campaña en favor de John Kerry entre votantes indecisos de Wisconsin. Hace polvo un fundamento básico de la forma de pensar de los adictos a la política: «Acaso el mayor mito acerca de los votantes indecisos es que lo son en cuestión de “temas”. Es decir, aunque estén a favor de Kerry en materia de economía, están a favor de Bush en cuestión de terrorismo; o aunque estén en contra del matrimonio gay, también apoyan los programas de bienestar social».
Chris señaló que, si bien había algunas personas con las que había hablado así, «esos casos eran extremadamente raros. La mayoría de las veces, cuando les pregunté a los votantes indecisos a qué temas prestarían atención cuando se decidieran, me encontré con una mirada perdida, como si les hubiera pedido que nombraran su número primo favorito… el concepto mismo de ‘tema’ parecía serle casi completamente ajeno a la mayoría de los votantes indecisos con los que hablé».
Se podría pensar que otros periodistas de los que informan sobre lo que piensan los votantes indecisos se habrían quedado con la boca abierta. Es un testimonio de cómo las malas descripciones y las rígidas y osificadas convenciones de género distorsionan tanto la percepción que ningún periodista de la corriente dominante reconoce nunca nada parecido. En vez de eso, encajan las respuestas de los votantes en ese falso marco suyo, al estilo del cuadrado en el agujero redondo. Dejan que la realidad objetiva se lleve la peor parte.
Pero volvamos al Estado del Tejón [Wisconsin] en 2004.
Hayes: «Probé con otras maneras de formular la misma pregunta: ‘¿Hay alguna cosa que le preocupe especialmente? ¿Está ansioso o inquieto por algo? ¿Está entusiasmado por lo que ha ocurrido en el país en los últimos cuatro años?’».
Pero esas preguntas también suscitaban «desconcierto». «Los indecisos con los que hablé no parecían tener una idea intuitiva de qué tipo de quejas son las que pueden considerarse quejas políticas».
Esa es la parte que se me ha quedado grabada palabra por palabra, casi dos décadas después. Algunos mencionaron que se sentían molestos por el aumento de los costes de la sanidad. «Cuando les decía que Kerry tenía un plan para bajar las primas de la sanidad, respondían con incredulidad… como si les dijeras que Kerry prometía alargar el verano hasta diciembre».
Podría pensarse que estos resultados experimentales se podrían repetir fácilmente cada vez que un periodista sondea a votantes indecisos. Después de un par de veces, se podría pensar que los periodistas podrían haber ajustado la forma en que conceptualizan a los votantes, como algo más que paquetes de opiniones temáticas.
Sin embargo, han seguido insistiendo.
CNN, 18 de septiembre: «Harris no está dando los detalles que algunos votantes indecisos dicen que quieren». Multipliquémoslos por millones, de la misma manera que millones de invertebrados marinos forman un arrecife de coral, y tendremos la estructura de cómo se establece la agenda en el discurso del periodismo político de élite respecto a los votantes indecisos y los «temas». A menos que Chris Hayes sea muy buen mentiroso, se parece muy poco a la realidad. Entonces, ¿qué está pasando aquí y cómo podrían mejorar las cosas?
Permítanme ahora una transición brusca. Hace unas semanas hablé ante un grupo de estudiantes de postgrado de la Escuela de Periodismo Newmark (Newmark School of Journalism) de la City University de Nueva York (CUNY). Intenté inculcarles dos enseñanzas.
La primera es que las rígidas convenciones de género del periodismo dominante -conceder la misma importancia a «ambas partes», pasar por alto lo que ambas dicen sin «editorializar» sobre el valor de verdad de la afirmación, y mucho menos explicar cómo una de las partes explota intencionada y hábilmente esas normas para dirigir más la atención a la mentira que a la verdad- pueden haber evolucionado con la intención de ofrecer la máxima imparcialidad y exactitud. Pero en el aquí y ahora, no consiguen en absoluto transmitir la realidad. Les invité a imaginarse a sí mismos como historiadores dentro de 75 años, leyendo, por ejemplo, las portadas de The New York Times en 2016. Podrían llegar a la conclusión de que Hillary Clinton era igual de corrupta que Donald Trump, o más corrupta incluso. Leyendo periódicos de 2022, sospecharían que los norteamericanos sufrían una inflación semejante a la de la República de Weimar. O los de este año, en el que sospecharían que hubo una explosión de delitos violentos, cuando en realidad la delincuencia ha disminuido.
O podrían llegar a la conclusión de que en octubre de 2024 Kamala Harris perdió el favor de millones de votantes indecisos porque,porque, tras «prometer tomar medidas enérgicas contra los supuestos precios abusivos de los supermercados… pasó por alto el tema que preocupa a millones de norteamericanos en su entrevista del martes en Filadelfia y se desvió a otro mensaje».
Luego, profundizando en las fuentes, pueden argumentar que la imagen que transmitían los periódicos era tan exacta como la que ofrecía a los ciudadanos soviéticos el diario estatal Pravda.
Mi segunda observación dirigida a los estudiantes es que las normas periodísticas no constituyen un pacto suicida.
Si los autoritarios que controlan el Partido Republicano alcanzan suficiente poder, empezarán a derribar metódicamente las instituciones liberales, y entre ellas el periodismo políticamente independiente. Les dije que no les envidio, pues su generación de periodistas se enfrenta a la asombrosa carga de reconceptualizar las normas heredadas de su profesión para ofrecer imparcialidad y precisión. No para hacer periodismo de una manera que ayude a Trump a perder, sino para hacerlo de una manera que permita a los consumidores de noticias comprender con precisión lo que está en juego en estas elecciones.
Porque si no lo hacen, y las normas “#bothsides” [“ambos bandos”] hoy vigentes sobreviven sin cambios, podrían acabar siendo la última generación de periodistas políticamente independientes.
El asunto de los «votantes indecisos» es un caso de estudio perfecto. ¿Quiénes son y cómo deciden realmente, si no es, claro está, prestando atención a los temas? Tengo una teoría al respecto para estas elecciones en particular, y también para las de 2016 y 2020, aunque al no conocer a ninguno, ni haber hablado con ninguno, sólo puedo llamarla hipótesis. Mi análisis comienza con un fragmento sorprendente del discurso de aceptación de Donald Trump el pasado verano.
Fue la parte que venía después de decir: «No tengo guerras», dado que las detiene «sólo con una llamada telefónica». Prometió: «Reabasteceremos a nuestras fuerzas armadas y construiremos un sistema de defensa antimisiles “Cúpula de Hierro” [“Iron Dome”] para garantizar que ningún enemigo pueda atacar nuestra patria», que se «construiría enteramente en los Estados Unidos», y que sería igual que el de Israel («Trescientos cuarenta y dos misiles se lanzaron contra Israel, y sólo uno consiguió pasar un poco»), o el que Ronald Reagan propuso «hace muchos años, pero realmente no teníamos la tecnología hace muchos años».
Apenas lo mencionó ningún medio de comunicación; ni The New York Times ni The Washington Post ni la CNN ni la PBS, ni tampoco ninguna de las tres cadenas de televisión -que fue cuando dejé de buscar- pensaron en desacreditarlo. Supongo que porque «Cúpula de Hierro o no Cúpula de Hierro» no estaba en el cartón de bingo de sus «temas». Aunque yo oí a algunos burlarse de lo que vino después, cuando Trump, sin que nadie se lo pidiera, afirmó: «¿Recuerdan que lo llamaron “Starship” [“Nave estelar”], “Spaceship” [“Nave Espacial”]? Cualquier cosa con tal de burlarse de él [de Reagan]».
Y es verdad. Todos y cada uno de los expertos asesores de Reagan que no estaban chiflados le dijeron que su sueño era una imposibilidad, así que lo anunció en un discurso sin contarles que lo iba a hacer. Se malgastaron 50.000 millones de dólares (en dólares de los 80) en investigación; y siguió siendo imposible, como sigue siendo imposible hoy. Sin embargo, la Unión Soviética quedó tan aterrorizada por el discurso que fue una de las razones por las que pusieron sus fuerzas nucleares en alerta máxima, lo cual llevó a una serie de malentendidos que casi acabaron con el mundo. Así que, a la hora de evaluar la propuesta en términos objetivos, la «Iniciativa de Defensa Estratégica» (nombre oficial) sólo merecía que se burlaran de ella. Así que se burlaron…
Pero de Trump: se burlaron llamándola «Star Wars» [«Guerra de las Galaxias»], no «Nave Estelar» o «Nave Espacial», idiota.
Pero, ¿quién era el idiota? Al año siguiente, a pesar de una interminable ristra de sandeces similares, Reagan ganó en 49 estados. ¿Cuántos de sus 54.455.472 votantes, sería interesante poder saberlo, estaban indecisos entre él y Walter Mondale antes de oír a este severo padre nacional prometer un escudo mágico que cubriera cada centímetro de los cielos de nuestra nación y que pudiera protegernos del mal?
¿Entienden lo que les digo? Objetivamente, la «Cúpula de Hierro» de Trump no merece más que burlas. La Cúpula de Hierro de Israel protege a un país de unos 22.145 kilómetros cuadrados (sin contar el territorio ocupado ilegalmente) de cohetes que no pueden apuntar con precisión, sino que simplemente se lanzan hacia las inmediaciones generales, con explosivos hechos de azúcar y fertilizante. La Cúpula de Hierro de Trump tendría que proteger a una nación de 9.826.675 kilómetros cuadrados de los proyectiles guiados más sofisticados de la Tierra, que contienen quince ojivas termonucleares con una potencia total de aproximadamente tres mil veces la fuerza de la bomba que arrasó Hiroshima en 1945.
Objetivamente hablando, no vale más que la burla. Pero subjetivamente: ¿por qué prometió Trump «construir una Cúpula de Hierro por encima de nuestro país»? Para asegurarse de que «nada pueda llegar y dañar a nuestro pueblo…Es Norteamérica primero, Norteamérica primero».
Los estudiosos han llenado millones de páginas para explicar el atractivo psicológico del fascismo, y la mayoría ha coincidido en el hecho contundente de que ofrece una fantasía de restitución de un estado infantil, donde nada puede llegar a hacerte daño, porque estarás protegido por una figura todopoderosa que siempre te pondrá en primer lugar, siempre te pondrá por delante. Es sencillamente indiscutible que esta promesa puede seducir y transformar incluso a personas inteligentes, aparentemente maduras y de buen corazón, antes comprometidas con la política liberal. Ya he escrito anteriormente en esta columna acerca de la extraordinaria película The Brainwashing of My Dad (El lavado de cerebro de mi padre), en la que la directora Jen Senko describe la transformación de su padre, liberal como los Kennedy, bajo la influencia de las tertulias de la radio de derechas y de Fox News, y también cómo, después de que explicara la premisa de su película en una campaña de Kickstarter [plataforma global de micromecenazgo para proyectos creativos], decenas de personas salieron como de la nada para compartir historias similares sobre sus propios familiares.
He aprendido mucho sobre las dinámicas psicológicas del pienso de X gracias a una psicóloga llamada Julie Hotard, que profundiza en las técnicas que utiliza la Fox para provocar la infantilización de los telespectadores. La gente de la Fox que diseña estos guiones, se imagina uno, es gente bastante sofisticada. El don de Trump es ser capaz de mascullar eso mismo desde las entrañas. Los llamamientos de Trump se han vuelto notablemente más infantiles precisamente en este sentido. Cuando se dirige a las votantes, por ejemplo: «Soy vuestro protector. Quiero ser vuestro protector… Ya no estaréis abandonadas, solas o asustadas. Ya no estaréis en peligro…».
O cuando refunfuña con la otra cara de la promesa infantilizadora: que él será vuestra venganza. Su promesa de destruir cualquier cosa que os ponga en peligro. Como cuando prometió recientemente responder a «un día realmente violento» enfrentándose a los criminales en «una hora dura, y quiero decir realmente dura. Se correrá la voz y acabará inmediatamente».
O cuando envió la Oración a San Miguel Arcángel («Oh Príncipe de los ejércitos celestiales, por el poder de Dios, arroja al infierno a Satanás y a todos los espíritus malignos que rondan por el mundo buscando la ruina de las almas») ilustrada con una pintura del siglo XVII de dicho santo dándole un pisotón a un demonio derrotado, a punto de atravesarle la cabeza con una espada.
En la izquierda liberal incluso, muchos interpretan la forma en que Trump parece desvariar todavía más estas últimas semanas como una falta de control autodestructiva, o como un síntoma de deterioro cognitivo. Casi parecen celebrarlo. El boletín de noticias por correo electrónico de The New Republic, que no soporto, está lleno de estos titulares terapéuticos de anzuelo haciendo campaña con los mismos ejemplos de los que hablo aquí: «Trump propone una idea asombrosamente estúpida para la seguridad pública»; «Un ex ayudante dice que el “espeluznante” mensaje de Trump a las mujeres demuestra que está desfasado»; «Trump parece haber perdido totalmente la noción de las cosas».
Ciertamente no discrepo del hecho de que Trump parezca cada vez más deteriorado cognitivamente y fuera de contacto con la realidad. Pero, ¿no podrían estas deficiencias convertirlo en mejor seductor fascista, a medida que sus invitaciones a la regresión infantil se vuelven cada vez más primarias, cada vez más básicas, cada vez más puras?
Así pues, vaya finalmente mi hipótesis sobre los votantes indecisos.
Imagino que al menos algunos de ellos -seguramente más de los que supuestamente introducen las posiciones temáticas de los dos candidatos en hojas de cálculo para estudiarlas, descartando al candidato que no es lo suficientemente «específico» sobre sus políticas fiscales- están indecisos porque se encuentran en un umbral. «Indeciso» es una estación intermedia entre la rendición final a la fantasía trumpiana, y todas las comodidades imaginarias que ofrece, y lo que es quedarse con el resto de nosotros en la comunidad basada en la realidad, a pesar de todos los terrores existenciales que ofrece el mundo real.
¿Es correcta mi teoría o es un disparate? Sinceramente, no puedo decirlo, o no puedo decirlo sin el tipo de recursos de que gozan los periodistas de The New York Times, Washington Post o las cadenas de noticias. Porque para saberlo habría que hablar con la gente. Hablar de verdad con la gente. Lo que significa, en primer lugar, ganarse su respeto y confianza para conseguir que hablen de cómo ven realmente el mundo.
Tal como hizo en 2004 Chris Hayes sin el lastre de los rígidos marcos conceptuales que impiden ver la política tal y como es, en lugar de como desean que sea nuestros periodistas políticos de élite.
Fuente: The American Prospect, 2 de octubre de 2024
Michael Moore