El reciente “plan de paz” anunciado por el presidente estadounidense Donald Trump para “resolver” la situación en la Franja de Gaza tiene mucho de irreal y, al mismo tiempo, revela la concepción colonizadora de las políticas de Washington a lo largo de su historia. Nadie sabe si el plan llegará a buen puerto; lo que sí deja en claro es que en la Casa Blanca intentan darle un respiro al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, responsable principal del genocidio que se comete desde hace dos años en Gaza.
Con la propuesta estadounidense, Trump intenta que la desacreditada Autoridad Nacional Palestina (ANP) –liderada por el movimiento Al Fatah– participe de la “ocupación institucional” de Gaza, que los propios palestinos y palestinas de la Franja queden excluidos de cualquier participación u opinión al respecto y, lo más importante, golpear todavía más al Movimiento de Resistencia Islámica Hamas y a otras facciones que hoy defienden Gaza. Al respecto, el plan dice: “Hamas y otras facciones acuerdan no desempeñar ningún papel en el gobierno de Gaza, ni directa ni indirectamente, ni de ninguna otra forma”. Al mismo tiempo, el objetivo es “desmilitarizar” la Franja, algo que apunta solamente a las organizaciones político-militares palestinas y no a las fuerzas ocupantes israelíes.
El plan de Trump nos recuerda a la administración de George W. Bush y la imposición en Irak de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) en 2003, tras la invasión militar de aquel país. Encabezada por Paul Bremer III, la APC tuvo la función de organizar el saqueo de los recursos naturales, recrudecer las diferencias internas en Irak, presentarse como una institución transitoria que blanqueó las atrocidades cometidas por las tropas norteamericanas y convertirse en punta de lanza para, por un lado, aplicar un modelo neoliberal salvaje y, por otro, “gestionar” sumas de dinero millonarias que terminaron en decenas de compañías contratistas, como fue el caso de Halliburton, que tenía entre sus principales directivos a Dick Cheney, vicepresidente en la administración Bush.
De prosperar el plan de Trump para Gaza, no sería raro que ocurriese algo similar a lo que vimos en Irak. Ya se conocen las ansias del presidente estadounidense por convertir la franja palestina en un gran complejo de lujo con edificios espejados y casinos luminosos, todo construido sobre los cadáveres de casi setenta mil palestinos y palestinas asesinadas por los ataques israelíes. No es casualidad que en los veinte puntos del plan se repiten las palabras “reconstrucción”, “reformas”, “gobernanza moderna”, “atracción de inversiones”, “economía próspera”, “zona económica especial” y “aranceles preferenciales”. Una traducción para este tipo de terminología –que se encuentra en los manuales más básicos de la doctrina neoliberal– quiere decir: despojo y saqueo para el pueblo palestino.
Una reflexión sobre el 12 de octubre y su relación con el genocidio del pueblo palestino pic.twitter.com/v0Q1opqAcL
— Irene Montero (@IreneMontero) October 12, 2025
Detrás de todo esto, la figura de Tony Blair no es decorativa. El expremier británico fue uno de los pilares de la invasión y posterior destrucción de Irak. Y ahora, según diferentes medios internacionales, se muestra como el ideólogo del plan de Trump. En agosto, el propio Blair le explicó sus ideas sobre Gaza al presidente estadounidense. Para su plan, el británico contó con el respaldo del Tony Blair Institute for Global Change (TBI, por su sigla en inglés), el think-tank mejor financiado del Reino Unido. Los fondos para la institución, según un perfil publicado en elDiarioAR, provienen de Larry Ellison, “el fundador de Oracle, la segunda persona más rica del mundo y un donante y aliado fiel de Trump”.
Por otra parte, una investigación de los periodistas Jeremy Scahill y Jawa Ahmad reveló que el marco del plan “se redactó en coordinación con el principal asesor del primer ministro Benjamin Netanyahu, Ron Dermer, y fue impulsado por el enviado especial Steve Witkoff y el yerno de Trump, Jared Kushner. Varios Estados árabes y musulmanes también contribuyeron. No se consultó a ningún funcionario palestino de Hamas ni de ninguna otra facción, incluida la Autoridad Palestina reconocida internacionalmente, en la elaboración del plan”.
Desde la ANP, pasando por un conjunto de países de mayoría árabe o musulmana, hasta la Unión Europea (UE) manifestaron sus apoyos al plan de Trump. No es de extrañar estas posturas, teniendo en cuenta que el lobby israelí penetró de diferentes formas a gobiernos e instituciones internacionales para que respalden las políticas de Tel Aviv contra el pueblo palestino.
Hasta China y Rusia se expresaron en el mismo sentido. Desde Beijing acogieron con “satisfacción” la propuesta, ya que el gobierno “apoya todos los esfuerzos que conduzcan a la distensión entre Palestina e Israel”. “China aboga por la adhesión al principio de que ‘los palestinos gobiernen Palestina’ y por promover la implementación de la solución de dos Estados”, señalaron en la cancillería china. En Moscú, el portavoz de la presidencia rusa, Dmitri Peskov, indicó que su gobierno respalda “cualquier esfuerzo” de Trump para resolver el conflicto. “Queremos que este plan se implemente y que contribuya a que los acontecimientos en Medio Medio lleguen a una conclusión pacífica”, manifestó. Hasta el inflamable presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, expresó: “Elogio los esfuerzos y el liderazgo del presidente estadounidense Donald Trump destinados a poner fin al derramamiento de sangre en Gaza y lograr un alto el fuego. Turquía seguirá contribuyendo al proceso con miras a establecer una paz justa y duradera que sea aceptable para todas las partes”.
El plan de Trump expone nuevamente una política sistemática de Occidente hacia Palestina. En primer término, el respaldo sin fisuras de Estados Unidos y Europa hacia el Estado de Israel y su metodología de persecución, represión y expulsión de los y las palestinas de su tierra. En un segundo movimiento, demuestra que Occidente concibe a Palestina –y a Medio Oriente en general– como una región en la que sus habitantes deben someterse a lo que el ideario occidental piensa sobre ellos. El concepto de “orientalismo” acuñado por el intelectual palestino Edward Said está más vivo que nunca. Un último punto muestra que la Casa Blanca comandada por Trump –más allá de su apoyo sin fisuras a Israel– se convirtió, por segunda vez, en la sede de las inversiones y negociados inmobiliarios (y de otros rubros también) del presidente.
Frente al anunció de Trump, el propio Netanyahu puso en duda el plan, al declarar su oposición total a la creación de un Estado palestino, estipulado en el punto diecinueve de la propuesta. ¿Será entonces que el principal aliado de Trump detone un plan hecho a medida de Israel? Trump y Netanyahu coincidieron que si Hamas no acepta el plan –algo que el movimiento está evaluando en estos días–, Israel hará lo que tenga que hacer. Y eso es, sin dudas, la continuación del genocidio hasta el infinito.