La reciente sucesión de golpes de Estado en África puede ser leída como señal de inestabilidad política y debilidad institucional en el continente, pero expresa en el fondo una reacción más generalizada a los errores de una antigua potencia colonial como Francia, aprovechados sin hesitar por otras como China y Rusia, bajo la preocupada mirada de Estados Unidos por la violencia yihadista.
En el último episodio de este proceso, Chad negocia sumarse a la Alianza de Estados del Sahel, creada en septiembre por Mali, Níger y Burkina Faso, otras tres ex colonias independizadas de Francia en 1960 y escenarios de golpes militares cuyos líderes decidieron romper con París. La iniciativa fue del general Mahamat Idriss Déby, hijo del asesinado Idriss Deby (1990-2021), gobierna Chad desde 2021.
Ese común denominador anti francés, que se ha expresado durante los últimos años en manifestaciones populares en las calles de las ex colonias, alimenta un cuadro general en el que China es ahora el principal socio comercial de la Françafrique (France + Afrique) y supera -sumados- a Francia, Reino Unido y Estados Unidos.
El potencial en recursos humanos -60% de sus 1.200 millones de habitantes tiene menos de 25 años- y naturales (minerales), combinado con su necesidad de inversiones y desarrollo, hace de África un blanco ideal de las disputas de las grandes potencias. Treinta y tres de los 54 países africanos están catalogados como “menos desarrollados” y 282 millones de sus habitantes padecían hambre en diciembre.
En 1950, los africanos representaban el 8% de la población mundial. Un siglo después, representarán una cuarta parte de la humanidad, y al menos un tercio de todos los jóvenes de 15 a 24 años, según las previsiones de Naciones Unidas. La edad media en el continente es de 19 años. En India, el país más poblado del mundo, es de 28 años. En China y Estados Unidos, es de 38 años.
A su vez, un millón de africanos entran en el mercado laboral cada mes, pero menos de uno de cada cuatro consigue un empleo formal, según el Banco Mundial. El desempleo en Sudáfrica, la nación más industrializada del continente, alcanza trepa al 35%. Y en Nigeria, el país más poblado con 213 millones de habitantes, casi dos tercios viven con 2 dólares al día y una esperanza de vida de 53 años.
El caso de Francia, cuyas colonias y protectorados abarcaban casi la mitad de África y que se propuso mantener su influencia desde las independencias de los 60, más recientemente con Emmanuel Macron, evidencia los límites que ponen hoy los países africanos en la defensa de sus intereses nacionales y regionales, pese a sus frágiles democracias (hubo nueve golpes militares desde 2020).
Ahora, razona el analista Ken Opalo, sin control geopolítico sobre sus antiguas colonias africanas, “Francia sería una Italia con armas nucleares y un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU”. Nada desdeñable, dice “pero supondría un importante declive de la influencia mundial” de Francia, incluso, dentro de la Unión Europea, y una pérdida de peso estratégico.
Y al cuestionar abiertamente las relaciones con Francia, Mali, Níger y Burkina Faso han capturado la imaginación de millones de africanos que viven en otras antiguas colonias francesas y más allá, incluidos los estados costeros más ricos.
Adiós a la Françafrique
En diciembre, la salida de las últimas tropas francesas desplegadas en Níger para combatir el terrorismo yihadista del Estado Islámico y Al Qaeda en el Sahel -franja subsahariana de 5 mil km que atraviesa el norte de África de este a oeste- completó el repliegue regional que París había iniciado en otras dos ex colonias, Mali en 2022 y Burkina Faso en 2023.
Enseguida, los tres regímenes militares aceptaron al grupo paramilitar mercenario ruso Wagner, por entonces todavía liderado por Yevgueni Prigozhin (el mismo que desafiaría en 2023 al presidente Vladimir Putin por la gestión de la invasión de Ucrania y terminaría muerto poco después en un accidente sospechado de atentado).
Previamente, un golpe militar en Níger que derrocó al presidente Mohamed Bazoum, aliado de París, había dado el golpe de gracia a las esperanzas de Macron de encontrar una nueva forma de relacionarse con sus ex colonias que sepultara el neocolonialismo de hecho que había significado la noción de la Françafrique.
Al asumir, en 2017, Macron tomó nota del creciente resentimiento con Francia. “No debemos limitarnos a reconstruir juntos un diálogo franco-africano, sino reconstruir un proyecto entre ambos continentes, una relación nueva”, proclamó ese año en Uagadugú, capital de Burkina Faso.
«Ya no hay política francesa sobre África. Como ustedes -dijo Macron a un grupo de estudiantes locales-, vengo de una generación que nunca vio a África como continente colonizado… No venimos a decirle a África lo que tiene que hacer», sentenció, entusiasmado.
Su antecesor socialista Francois Hollande (2012-2017) fue un precursor. Como candidato prometió: «Romperé con la ‘Françafrique’ proponiendo una relación basada en la igualdad, la confianza y la solidaridad «, “sin invitar dictadores a París”. No llegó muy lejos y sucesivas crisis obligaron a sostener a viejos gobiernos aliados.
Macron propuso sí borrar el cariz neocolonial de las relaciones: aumentó la ayuda al desarrollo a los países africanos, defendió la devolución de objetos saqueados a África y prometió reducir la presencia militar francesa.
“Nuestra historia común aquí en Gabón es también, y no lo escondemos, la de la Françafrique. Esta etapa de la Françafrique ha terminado”, insistió el año pasado, como parte de sus discursos, disculpas públicas, visitas y cumbres.
Este cambio de discurso fue recibido con cierto escepticismo, agravado por lo que se leyó como un tono condescendiente de Macron y hasta políticas impopulares en Francia (aumento de tasas universitarias para estudiantes extranjeros).
Según Opalo, en lugar de invertir en aliados poscoloniales fuertes, Francia optó no sólo con Macron, sino durante largas seis décadas, por establecer un sistema neocolonial de dependencia económica, política y de seguridad: Françafrique.
Otros análisis coinciden en que Macron solo continuó las políticas de sus predecesores y que la declarada no injerencia de Francia en la política interna africana lució incoherente con su apoyo activo a líderes de espíritu democrático cuestionable que terminaron derrocados por golpes militares.
Parte de ese fracaso son las dos operaciones militares francesas antiterroristas, Serval y Barkhane (2013), con las que París intentó desde 2012 contener al menos la ofensiva yihadista en varias de sus ex colonias, primero en Mali y después en todo el Sahel (escenario de 43% de las 6.701 muertes violentas que causó en 2022). Los mismos países que serían protegidos terminaron exigiendo el repliegue.
Francia, go home
“La France doit partir”, Francia debe irse, fue la consigna de protestas callejeras que acompañaron a los sucesivos golpes de Estado en ex colonias como Gabón, donde París sustentó al presidente Albert-Bernard Bongó (1967-2009). Su autocracia petrolera financió campañas en Francia, que después convalidó la sucesión de su hijo Alí hasta 2009, reelegido bajo sospechas de fraude y derrocado en 2023.
Qué decir –se pregunta Le Monde– de Paul Biya (90), en el poder en Camerún desde 1982? ¿De Denis Sassou-Nguesso, «rey electo» de Congo-Brazzaville desde 1979 (salvo pausa 1992-97)? ¿O el vals de los presidentes centroafricanos orquestado por los servicios franceses? ¿O el chadiano Idriss Déby Itno, que cayó en el frente en abril de 2021 pero fue salvado más de una vez por soldados franceses de las rebeliones que amenazaban su gobierno brutal y clánico? ¿Y Togo, gobernado desde hace más de medio siglo por los padres e hijos Gnassingbé?
“Francia ha sido demasiado complaciente con las falsas democracias y las elecciones amañadas, y eso la hace impopular, afirma un asesor secreto de varias presidencias africanas. ¿Cómo puede Emmanuel Macron visitar a autócratas de otra época, como Biya o Sassou? Es destructivo para la imagen de Francia. No es nada nuevo, pero en el pasado París al menos escuchaba a sus opositores, lo que ya no es el caso hoy», concluye el prestigioso diario.
Entre los jóvenes de las ciudades y pueblos, los líderes militares siguen siendo populares gracias no tanto a su prestación de servicios públicos como a su retórica sobre la soberanía, que aprovecha el resentimiento hacia Francia.
“La intuición inicial de Emmanuel Macron era buena, pero se aplicó mal», concluye el investigador Thierry Vircoulon, quien observa una «tendencia histórica» en la que África se aleja de Francia, y de Europa en general, en favor de nuevos socios como China, Rusia y Turquía.
En el Sahel, “Macron no apareció como un reformador, sino simplemente como el administrador de una intervención militar heredada y finalmente fallida” ante la expansión de la violencia yihadista que desgastan a los propios países, mantienen fuerzas de Estados Unidos y otros aliados occidentales en África y atraen a grupos de mercenarios como el Wagner de origen ruso.
Para algunos analistas, el último golpe militar en Níger y la virtual suspensión de la ayuda militar de Washington puede “abrir la puerta a Rusia” y a su aliado Grupo Wagner de mercenarios y “agravar el desafío antiterrorista cuando Al Qaeda y las filiales del Estado Islámico se han convertido en una formidable amenaza regional.»
Al menos desde 2019, Macron había jugado con la idea de remodelar o reducir la escala de la participación militar de Francia en el Sahel. Pero finalmente no se tomó ninguna decisión al respecto. “Al final, fueron las juntas militares de Mali, Burkina Faso y Níger las que le obligaron a actuar”.
Mientras, China mantiene su fuerte interés económico en el continente. El flujo de inversiones pasó de sólo 75 millones de dólares anuales en 2003 a 5.000 millones en 2021 (aunque cayó a 1.800 millones en 2022). Los préstamos, que alcanzaron casi 30 mil millones en 2016, volvieron a su punto de partida en 2022 (cuando Beijing fue el máximo prestamista mundial, mayor al FMI y al Banco Mundial), pero el intercambio comercial pasó de 50 mil millones en 2006 a más de 250 mil en 2022.
La reciente conmemoración del 30° aniversario del genocidio de casi un millón de tutsis por la mayoría hutu en Ruanda, fue apenas reparadora, una ocasión para que Macron reconociera que Francia pudo haber hecho más para evitarlo. «Cuando comenzó la fase de exterminio total de los tutsis, la comunidad internacional tenía los medios para saberlo y actuar», dijo el presidente, y pidió perdón.
“La cuestión ya no es si las relaciones entre Francia y sus antiguas colonias cambiarán. La verdadera pregunta es si París podrá dar forma a este cambio o si será un mero espectador de una transformación impulsada en gran medida por actores africanos”, se plantea el think tank alemán SWP.
Atadura monetaria
Parte de ese repliegue francés supone la transformación de la zona monetaria de la CFA (por Comunidad Económica y Monetaria de África Occidental), una paridad fija anclada al franco acordada desde 1945 por Francia y ocho de sus ex colonias.
En 2020, París inició la conversión de esa antigua zona monetaria en otra moneda común pero no atada al franco sino al euro y que comprenda no sólo a las ex colonias francesas sino a toda la Comunidad Económica de los Estados de África del Oeste (ECOWAS o CEDEAO), desde 2027. Los países de la CEDEAO resistieron los golpes en Mali, Níger y Burkina Faso, cuyos líderes militares abandonaron en enero la organización regional y repudian la CFA.
Una parte de las ex colonias -Túnez en 1958, Argelia en 1964 y Mauritania y Madagascar en 1973- abandonaron temprano el franco común. En la CFA, el Tesoro francés garantiza hasta ahora que sus ex colonias cambien el franco común por euros. Los bancos centrales africanos deben depositar en París la mitad de sus reservas de divisas. Luego, el Tesoro invierte los fondos en la bolsa francesa.
Las ex colonias han visto la zona CFA como un residuo colonial que les resta soberanía monetaria y sólo provoca más resentimiento social, con una paridad sobrevaluada que los perjudica, aunque provea estabilidad. Sus economías fueron menos pujantes que las ex colonias británicas, por ejemplo.
Según el FMI, la tasa de inflación de la zona del franco CFA se situó en torno al 3% de media entre 1990 y 2019, el crecimiento real anual del PIB per cápita fue de solo el 0,7%, o sea 2,2% por debajo de los países con mejores resultados al mismo nivel de PIB per cápita. Ese déficit de ingresos alimentó también el yihadismo, una oleada de golpes de Estado y un éxodo de migrantes.
Ahora, Francia ya compensa ese repliegue del núcleo duro de sus ex colonias con mayor intercambio con Angola, Etiopía, Ghana, Kenia, Nigeria, Ruanda y Sudáfrica). La mira está puesta en países con más potencial de crecimiento: de las exportaciones al África subsahariana, sólo un tercio va a los países de la CFA.
Hoy, los mayores socios comerciales de Francia en el África subsahariana son Nigeria, Angola y Sudáfrica, tres países que nunca colonizó. La cuota de Francia en el comercio con sus ex colonias ha caído de más de una cuarta parte a principios de los 90 a poco más del 5 % de su intercambio total con África.
La elección del opositor Bassirou Diomaye Faye (foto) como presidente de Senegal a partir de julio puede terminar de resolver la cuestión de la zona del franco CFA, de la que este líder de 44 años prometió sacar al país “en los próximos meses o años”, en consonancia con los anuncios de las juntas militares de Mali, Burkina Faso y Níger.
Faye fue excarcelado diez días antes de las elecciones y terminó ganando con 54,28% contra 35,79% del oficialismo del presidente Mackie Sall, la primera vez que un opositor gana en primera vuelta en esta ex colonia de 18 millones de habitantes
Con 44 años, ya es considerado heredero del panafricanista de izquierda Ousmane Sonko