Consecuencias impredecibles  

El conflicto India-Pakistán, es el resultado de los odios sembrados por el imperialismo británico y riega de sangre el Subcontinente Indio

 Dos religiones, una misma tragedia: el conflicto India-Pakistán

Las tensiones entre Nueva Delhi e Islamabad estremecen de nuevo al Subcontinente Indio. El atentado de la organización islamista Lashkar-e-Taiba (LeT) en Pahalgam, en plena Cachemira controlada por India, ha reactivado los profundos odios sectarios que se hallan enraizados en la región. Los 26 fallecidos en el tiroteo masivo proyectan la sombra de una guerra regional, no exenta del uso de armas nucleares.

Enfrentamientos en la Línea de Control (LoC), ejercicios militares cerca de la frontera por ambas partes y la intención declarada de bloquear las aguas del río Indo, de las cuales subsisten los 240 millones de habitantes de Pakistán… El belicismo y el odio mútuo impregnan la retórica política e identitaria de los dos países. Y no hay vistas de un fin cercano a dichas dinámicas. ¿Pero cómo se ha llegado hasta aquí?

Inoculando el odio

Cuando la Compañía de las Indias Orientales Británicas (EIC) inició su campaña de conquista del Subcontinente Indio, encontró frente de sí la siguiente coyuntura: la población de la tierra a adquirir era 20 veces mayor que la del Reino Unido. Los británicos se hallaban en la otra punta del mundo y ampliamente superados en número. Así, la locución latina “divide et impera” se convirtió en el pilar sobre el cual se sustentaba el Imperio Británico.

De la siempre caótica Asia Central habían ido llegando sucesivas invasiones que traían consigo al Islam. Este se había ido sedimentando progresivamente en la región hasta convertirse en la religión oficial del último de los grandes imperios indios: el Imperio Mogol. Los Padishah mogoles dominaron la práctica totalidad de los actuales India, Pakistán y Bangladesh mediante una política de armonía religiosa entre hindúes y musulmanes.

La identidad religiosa se convirtió en el asunto central del debate político en el Subcontinente Indioos y socias.

Sin embargo, a medida que las potencias europeas arribaban e iniciaban la depredación de las riquezas locales y degradaban la estructura imperial, las divisiones religiosas catalizaron las tensiones internas. De este modo, estallaron rebeliones hindúes contra el poder que pronto se transformarían en un bucle de guerras y fragmentación. La división estaba hecha y sangraba. La EIC simplemente hizo “leña del árbol caído”.

Londres dividía, pero no imperaba. Claramente, en minoría, los británicos debieron pactar con las élites autóctonas de cada región. Para otorgar de un sentido narrativo a las decenas de acuerdos, implementaron la inteligencia de sustituir sistemáticamente a las facciones dominantes musulmanas por unas de hindúes que supuestamente eran leales al imperio y minorizar a la población islámica.

Estaban jugando con fuego. La revitalización de la identidad hindú promulgada por las autoridades coloniales chocaba directamente con el propio sistema colonial. La decadencia económica y el racismo estructural no tardaron en hacer mella en población y élites a partes iguales, llevando irremediablemente a la guerra.

El año 1857 aún resuena en la actualidad. Las masas pusieron contra las cuerdas al Imperio Británico, el cual tuvo que redoblar esfuerzos y agudizar la represión para conservar la “joya de la corona”. Tras ello, la IEC llegaría a su fin y se establecería una administración colonial propiamente dicha – el Raj Británico -. No obstante, el verdadero legado de la rebelión de los Cipayos no fue ninguna de las decisiones del colonizador, sino la reacción de la comunidad musulmana.

De entre la intelectualidad musulmana emergió el siguiente axioma: los indios de ambas confesiones eran en realidad dos naciones diferentes y condenadas a enfrentarse. Bajo este prisma, toda precaución era poca. Prontamente, surgieron asociaciones musulmanas que abogaban por extender la educación occidental y permanecer leales al Raj con el fin de llegar al momento de la descolonización con la mejor posición sociopolítica posible.

Londres ya no solo dividía, esta vez imperaba. Aprovechando las crecientes tensiones, las autoridades coloniales decidieron dar el primer paso. En 1905 dividieron la histórica región de Bengala en dos mitades: una musulmana al oriente y otra hindú al occidente. De esta forma se creaba un precedente que inflamaría el conflicto.

A partir de ese punto, la identidad religiosa se convirtió en el asunto central del debate político en el Subcontinente Indio. Se crearon dos grandes plataformas políticas con objetivos antitéticos. El Congreso Nacional Indio (INC) que aspiraba a la independencia de todas las colonias de manera unificada, y la Liga Musulmana, que pretendía la conformación de un Estado musulmán separado de su par hindú.

El anticomunismo y la debilidad interna paquistaní condujo a un golpe de Estado que ha militarizado hasta nuestros días la vida política en Pakistán. En consecuencia, la guerra retornaría al subcontinente

 

El camino a la independencia se convirtió en una carrera entre visiones opuestas. Dirigidos por Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru, el INC adoptó la lucha no violenta como mecanismo de presión y promulgó el establecimiento de un Estado secular. Pero el daño ya estaba hecho. La Liga Musulmana de Muhammad Ali Jinnah exigía la creación de un Estado musulmán: Pakistán. Mientras, inspirada en los fascismos europeos, la ideología Hindutva proclamaba la necesidad del establecimiento de un Estado puramente hinduista.

75 años de drama

Miembros del Consejo de Reparación de Desastres de Karachi (KDRC) están llevando a cabo una manifestación de protesta contra las amenazas de la India y la suspensión del Tratado de Aguas del Indo — PPI / Zuma Press / ContactoPhoto

Miembros del Consejo de Reparación de Desastres de Karachi (KDRC) están llevando a cabo una manifestación de protesta contra las amenazas de la India y la suspensión del Tratado de Aguas del Indo — PPI / Zuma Press / ContactoPhoto

Tras la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico agonizaba y la antaño “joya de la corona” amenazaba con arrastrar a la metrópolis a un conflicto de descolonización que no podían ganar. El 10 de Downing Street necesitaba salir del sur de Asia urgentemente. Pero no podían dejar el Raj Británico susceptible a la influencia soviética. Por ello, hicieron un último uso de la premisa “divide et impera”.

El Subcontinente Indio conseguía una independencia condicionada por la división sectaria. India, la gran potencia regional, obtenía el grueso del territorio y encarnaba el Estado-nación hinduista. Entre tanto, Pakistán hacía lo correspondiente con el Islam, pero dividido en dos mitades: una en el valle del Indo, al oeste, y otra en la desembocadura del Ganges al este.

Cyril Radcliffe, británico y abogado de profesión, trazó la frontera entre ambos países en tan solo 5 semanas y sin poner un pie sobre el terreno. Como resultado, la históricamente multireligiosa región de Punyab se convirtió en escenario de cruentas masacres sectarias, al tiempo que, en otras, se vivió un conflicto entre la confesión de las élites gobernantes, la religiosidad mayoritaria y su adscripción estatal.

Precisamente esa fue la coyuntura en Cachemira. De mayoría musulmana y con un gobernante hindú, la región se convirtió en el catalizador de las tensiones entre India y Pakistán. Durante un año ambos ejércitos chocaron en el Himalaya, dando como resultado la división permanente de la región y las consecuentes limpiezas étnicas a cada lado de las trincheras. Desde entonces, Cachemira es el escenario de una insurgencia antiindia y de la reacción represiva de Nueva Delhi.

La disputa no tardó en entrelazarse con los vaivenes de la Guerra Fría. India acercó posturas con la Unión Soviética, mientras que Pakistán hizo lo mismo con Estados Unidos. El anticomunismo y la debilidad interna paquistaní condujo a un golpe de Estado que ha militarizado hasta nuestros días la vida política en Pakistán. En consecuencia, la guerra retornaría al subcontinente.

Bajo la bota militar, Pakistán retornaría a la liza. En 1965 lanzó una ofensiva en Cachemira que rápidamente escaló a una guerra total en todas las fronteras compartidas. Su derrota solo endurecerá el régimen militar, el cual con su marginación sistemática de la población bengalí plantará las semillas de un nuevo conflicto. En 1971, Bangladesh se independizó de Pakistán en medio de un genocidio perpetrado por los militares paquistaníes y respaldado desde la Casa Blanca.

Hoy, las relaciones entre ambos países se componen de una mezcla entre odios sectarios y cálculos geopolíticos en pleno pulso entre la administración de Donald Trump y el Partido Comunista Chino (PCCh)

 

Los fracasos bélicos hicieron retornar la democracia al país musulmán. Pero, paradójicamente, las victorias solo hicieron que aumentar el deje autoritario del gobierno indio. En medio de escándalos, la primera ministra Indira Gandhi declaraba el estado de emergencia, mientras que de lo que quedaba del nacionalismo Hindutva de principios de siglo se refundaba en el Bharatiya Janata Party (BJP) y empezaba su ascenso mediático.

A partir de la década de los 1980’s el carácter sectario de la división se agudiza. La invasión soviética de Afganistán puebla Pakistán de madrasas salafistas financiadas por Arabia Saudí y Estados Unidos. En ellas, militarismo e islamismo se fusionaron “dando a luz” a decenas de grupos yihadistas que desestabilizarían toda la región. Mientras, el BJP desataba una campaña de odio anti-musulmana por toda la India que protagonizará numerosos pogromos y quemas de mezquitas.

El nuevo milenio no haría más que acentuar las dinámicas de odio. Una nueva guerra en Cachemira recibía el nuevo siglo y establecía la actual correlación de fuerzas en el frente. El 11-S desataba la guerra contra el terrorismo e iniciaba una espiral de inestabilidad en Pakistán. Todo, mientras el BJP llegaba al poder de la mano de Narendra Modi y se proyectaba el ascenso de la India como una superpotencia mundial.

Hoy, las relaciones entre ambos países se componen de una mezcla entre odios sectarios y cálculos geopolíticos en pleno pulso entre la administración de Donald Trump y el Partido Comunista Chino (PCCh). Un cóctel altamente explosivo que espera a un mero cambio en las tendencias para estallar y cuyas consecuencias son impredecibles.

2 comentarios

  1. El imperialismo puede manipular porque cuenta con los odios y venganza «naturales» de los seres humanos.

    A los dirigentes se los compra con dinero y privilegios pero a los pueblos no se los puede comprar, por eso necesitan incentivar odio, divisiones raciales y religiosas e, incluso, de género sexual.

    De esa manera se garantizan la dominación mientras los pueblos pelean entre sí.

    La única manera que existe de eludir esa manipulación es poder tener líderes de conducción que pueden dominar las pasiones en sí mismos y llevar a las masas hacia los objetivos que mejoren sus condiciones de vida material y espiritual.

  2. ¿Se entiende el problema?

    La manipulación que conduce a desatar las pasiones de los individuos, lo que puede generar tendencias masivas, implica que al imperialismo no le cueste nada, les sale gratis, porque todo el trabajo lo hacen las pasiones en un juego de acción y reacción, a veces controlado, a veces fuera de control.

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