El Peronismo sin Perón, fue una posibilidad que comenzó a barajarse después del golpe del 55, ondeando de derecha a izquierda, pero siempre marcado de cerca por Perón en el exilio, bendiciendo y condenando, y siempre preparando su regreso.
El primer intento de un neoperonismo fue el caso Bramuglia y la formación de Unión Popular, una figura destacada, considerado "el más eminente y talentoso ministro de la primera presidencia de Perón". Una experiencia que, siendo menos conocida, es sin embargo conceptualmente más contemporánea que el intento de Augusto Timoteo Vandor, cuyo neoperonismo tuvo epicentro gremial en la Unión Obrera Metalúrgica en los años 60, cuya centralidad y poderío hoy es incomparable.
Volviendo al caso Bramuglia, poco tiempo después del derrocamiento de Perón en septiembre de 1955, el partido Justicialista fue proscripto y su actividad declarada ilegal.
No obstante, la masa de seguidores del líder proscripto continuaba constituyendo un tesoro político y un capital electoral que atraía tanto a políticos como a dirigentes gremiales.
Diversas personalidades, que en uno u otro período formaron parte del bando peronista, abrigaban la esperanza de aprovechar el distanciamiento geográfico de Perón de la arena política argentina, impuesto por los nuevos gobernantes militares del país, para lanzar una carrera política propia e independiente.
Semejante pretensión era imposible mientras el carismático líder sujetara las riendas, pero parecía viable en la nueva coyuntura política.
A continuación, fragmentos del historiador Raanan Rein.
Te glosa en poemas Carlos de la Púa
y el pobre Contursi fue tu amigo fiel…
En tu esquina rea, cualquier cacatúa
sueña con la pinta de Carlos Gardel.
Celedonio Flores
RAANAN REIN
Universidad de Tel Aviv
El primer partido neoperonista, el más importante y duradero entre ellos, fue la Unión Popular, encabezada por Juan Atilio Bramuglia estrecho colaborador de Perón en los años formativos del movimiento y ministro de relaciones exteriores y culto entre los años 1946-1949. La UP pretendía ser la heredera del peronismo y bregar por sus mensajes sociales originales independientemente del liderazgo carismático de Perón, por tantos admirado y adorado, y por tantos rechazado y denostado.

Bramuglia jurando. Considerado «El más eminente y talentoso ministro de la primera presidencia de Perón»
Derrocado Perón, parecía que había llegado a su fin un capítulo de la historia del país, coincidente con el punto final a su carrera política. El ex presidente encontró refugio en una cañonera paraguaya anclada en el puerto de Buenos Aires y allí comenzó un exilio que se iba a prolongar 18 años e incluiría varias estaciones en América Latina, hasta el establecimiento permanente en la España de Franco. El general Eduardo Lonardi se convirtió en el nuevo inquilino de la Casa Rosada. Bajo el tranquilizador lema de Urquiza –“ni vencedores, ni vencidos”–, esperaba poder formar una alianza renovada entre grupos nacionalistas, sus colegas uniformados y la clase obrera, tal como lo había hecho Perón en la década del cuarenta. Los seguidores de Perón tendrían lugar en esta alianza, mas no así el propio general exiliado.
Una vez implantado el nuevo régimen, Bramuglia entabló contacto con el general Lonardi, que trataba de obtener el apoyo de al menos una parte del bando peronista. Si bien Lonardi criticaba al gobierno que había depuesto, por otra parte dejó a la CGT en manos peronistas, no parecía dispuesto a modificar la legislación de Perón en las áreas sociales y laborales y permitió al partido peronista reorganizarse.
Según diversos testimonios, entre ellos el del propio Bramuglia y el de Juan Carlos Goyeneche, secretario de prensa y de cultura de Lonardi, la intención del nuevo presidente era nombrar a Bramuglia ministro de Trabajo, cartera a la que aspiraba ya en 1946, cuando fue nombrado canciller por Perón. Este ministerio jugaba un papel central en el breve proyecto político de reconciliación nacional que emprendiera Lonardi. Pero pudo más la resistencia de los factores más hostiles hacia el peronismo en la cúpula de la Revolución Libertadora y el puesto fue dado finalmente al abogado nacionalista Luis Cerruti Costa, asesor jurídico de la Unión Obrera Metalúrgica y funcionario del Ministerio de Trabajo durante el gobierno de Perón, cuya política constituiría uno de los principales puntos de fricción con los sectores antiperonistas.
Cabe destacar que la actitud de Bramuglia no era excepcional y que, a diferencia de la imagen difundida, fueron numerosos los peronistas que manifestaron buena voluntad para cooperar con el nuevo gobierno. El presidente del Partido Peronista, Alejandro Leloir, dirigió un telegrama a Lonardi, que terminaba diciendo: “Dios ilumine vuestra gestión de paz que haga realidad la consigna de que no hay vencedores ni vencidos…”.
El secretario general de la CGT, Hugo Di Pietro, adoptó una actitud pragmática y renunció unos días después. El dirigente textil Andrés Framini y el de los obreros de Luz y Fuerza, Luis Natalini, ambos aceptables para el gobierno, fueron elegidos para conducir la central obrera. Hasta John William Cooke, futuro censor de Bramuglia, la Unión Popular y la “línea blanda” en general, evitaba una posición demasiado “dura” en esos días.
El 13 de noviembre, al cabo de apenas 51 días de haber asumido la presidencia, Lonardi fue depuesto por el general Pedro Eugenio Aramburu, mucho más intransigente en su postura, que prometía “suprimir todo vestigio de totalitarismo”. Aramburu se caracterizaba por una hostilidad manifiesta hacia toda forma de reincorporación del peronismo a la vida política. Fue un período caótico para la Argentina en general y para el movimiento peronista en particular. Decenas de miles de activistas políticos y sindicalistas del justicialismo fueron perseguidos y detenidos.
En las filas de las Fuerzas Armadas se produjeron depuraciones de presuntos simpatizantes del régimen depuesto. Se prohibió el uso de símbolos, conceptos y lemas peronistas. El partido fue proscripto y el gobierno intervino la CGT. No obstante, los esfuerzos de desperonización por la fuerza provocaron una reacción inversa a la esperada, de reperonización. Sin ser dirigida desde arriba, en forma casi espontánea, comenzó la resistencia civil: huelgas, pintadas y actos de sabotaje de distinto tipo. Perón comprendió que aún tenía un gran ascendiente y alentó a sus seguidores a adoptar tácticas de terrorismo urbano para hacer tambalear el régimen militar.
El gobierno de Aramburu también recelaba de Bramuglia. Su hijo Carlos cuenta que al poco tiempo de haber sido depuesto Lonardi, la casa paterna fue allanada y se intentó detener al ex canciller. Pero al cabo de un mes de gobierno hubo indicios de que Aramburu se retractaba de su idea inicial de impedir el establecimiento de un marco partidario liderado por Bramuglia. Así, en diciembre de 1955, fue creada la Unión Popular, con la esperanza de heredar el legado político de Perón y captar el voto de sus seguidores en las próximas elecciones, que debían celebrarse en breve. El primer nombre que había considerado Bramuglia fue Partido Radical-Laborista, pero el líder histórico del Partido Laborista, Cipriano Reyes, con un grupo de adherentes, se adelantó a reivindicar para sí el nombre de laboristas. El siguiente nombre considerado fue Partido Popular, pero al final se optó por Unión Popular.
El pequeño grupo de fundadores de la UP incluía a varios ex radicales (entre otros, César Guillot y Bernardino Horne); varios exfuncionarios y diplomáticos de la cancillería (como Atilio García Mellid, Enrique Corominas, Carlos R. Desmarás, Pascual La Rosa); un ex juez, Enrique Aftalión; un ex funcionario municipal, Raúl Salinas, etc.
En unas declaraciones a la prensa que hiciera al cabo de algunas semanas en Montevideo, Bramuglia explicó que se trataba de un proyecto por iniciativa de un grupo de «amigos». En efecto, la principal característica del grupo fundador de la UP –y quizás se trate de una de las características de la política argentina en general– no era necesariamente un común denominador ideológico claro, tanto como el hecho de que la mayoría mantenía lazos personales de amistad y lealtad de largo arraigo. Este grupo fundador acompañaba a Bramuglia desde hacía muchos años, en algunos casos desde la década del treinta, o al menos desde la aparición del peronismo a mediados de los cuarenta.
Según el testimonio de quien fuera el secretario general de la UP y uno de sus más destacados dirigentes a lo largo de la década del sesenta, Rodolfo Tecera del Franco, el partido fue creado para servir como una especie de «aguantadero» en el que se pudieran refugiar los peronistas mientras el partido estuviera proscripto. En la práctica, los objetivos iban mucho más lejos. Bramuglia fue de los primeros en comprender lo inútil de la lucha de la resistencia peronista y la necesidad de medirse en un sistema político institucionalizado.
No sorprende que Perón, refugiado en Panamá entre noviembre de 1955 y agosto de 1956 y luego en Venezuela, haya montado en cólera al enterarse del paso «traicionero» llevado a cabo por Bramuglia, sin consultarle previamente y en un intento por ocupar su lugar.
En tales circunstancias, Perón tenía dificultades para aceptar la connivencia del régimen militar con las actividades de partidos neo-peronistas. El caso de la UP era particularmente problemático para el general exiliado, ya que a su frente se encontraba nada menos que Juan Atilio Bramuglia, el mismo que lo había acompañado en su gestión en la Secretaría de Trabajo y Previsión y ayudado luego en la estructuración de la coalición peronista que venció en las elecciones de febrero de 1946; el mismo que después de una actuación muy exitosa como canciller en su primer gobierno, fuera considerado una amenaza política y por ello expulsado de la cúpula peronista en 1949. No pasaron sino algunas semanas desde la fundación de la UP, cuando, en enero de 1956, Perón comenzó a dar instrucciones a sus seguidores para que expusieran y repudiaran a «los traidores a nuestro movimiento», aquellos líderes peronistas que intentaban crear nuevos partidos.
Desde el punto de vista ideológico, la nueva agrupación adoptó un programa social progresivo comprensible, si se toma en consideración el origen partidario socialista de Bramuglia y la base identitaria peronista de la UP, junto a posturas conservadoras, anti-comunistas y cierta dosis de retórica nacionalista.25 Esta fusión debía resultar atractiva para amplios sectores, tanto peronistas como no peronistas. La plataforma política proponía una industrialización acelerada, junto a un llamado a una distribución más justa de los ingresos nacionales y la formación de un cuarto poder con representaciones económicas sociales, una cámara laboral integrada por patrones y obreros, así como una promesa de reforma agraria.
A ello podía añadirse el prestigio personal de Bramuglia, quien era concebido, por un lado, como alguien que se identificaba con el peronismo, pero que, por otra parte, se había opuesto a los planteos demagógicos del movimiento, al culto a la personalidad de Perón y al creciente carácter autoritario que había ido cobrando el régimen durante la primera mitad de los años cincuenta. La nueva agrupación buscaba, pues, reivindicar los derechos sociales, el sindicalismo unificado y la legislación laboral peronista. Al mismo tiempo, aspiraba a la concordia y la pacificación, a la libertad y la democracia, «rescatando el sentido profundo de estos términos para que dejen de ser instrumentos de injusticia y de defraudación de la voluntad del pueblo, que con tanta falsía esgrimen las oligarquías explotadoras y las minorías ideológicas antipopulares».
De este modo, la UP enarbolaba banderas justicialistas, pero rechazaba la línea dura de Perón y proponía buscar formas para reinsertar al peronismo en el sistema político, intentando adecuarse a las limitaciones que a ello impusiera Aramburu. Según un columnista contemporáneo, «la plataforma electoral [de Bramuglia] está destinada a complacer a todos: a los obreros y a los patrones, a los industrialistas y a los agricultores, a los padres de familia y a las fuerzas armadas y, sobre todo, a la clase media, para la que pide un estatuto de protección especial».
Durante la primera mitad de 1956 arreció la polarización política, lo que podía dificultar la concreción del proyecto partidario de Bramuglia. Esta agudización se manifestó en el mes de marzo, con un decreto presidencial que prohibía a toda persona que hubiera ostentado un cargo jerárquico en el plano nacional, provincial o municipal entre 1946 y 1955 postularse para cualquier cargo en las elecciones. Un grupo de oficiales militares properonistas, encabezado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, intentó levantarse en el mes de junio. El gobierno descubrió el complot en una etapa temprana y mandó fusilar sin juicio a por lo menos 27 personas acusadas de participar en el pronunciamiento. La hostilidad entre ambos bandos, el peronista y el antiperonista, recrudeció. Y si bien la proscripción del partido peronista pasó con relativa facilidad, Aramburu fracasó en su intento de reducir la influencia de los peronistas en los sindicatos.
Fue en este ambiente de polarización que Bramuglia hizo las siguientes declaraciones en pro de un pluralismo democrático a la revista Así: «Me referiré primeramente al punto de la pacificación del país, porque en cada mujer, en cada hombre, en cada familia se está deseando la paz, para poder trabajar y forjar el porvenir de la patria a través de una cultura política que debe estar a cargo de los partidos políticos».
Esta declaración contrasta nítidamente, en contenido y espíritu, con las «Directivas generales para todos los peronistas» que distribuyera Perón algunas semanas más tarde, y con las «Instrucciones generales para los dirigentes», de julio de 1956. En estos dos documentos se distingue una postura combatiente e intransigente a favor de una insurrección nacional, sin un ápice de autocrítica, ni un asomo de un balance personal o del movimiento.35 A los representantes de la «línea blanda», Perón los calificaba, en forma despectiva, de «acuerdistas», «derrotistas», «pacificadores», «traidores», pues «sus actitudes son siempre términos medios e inconclusos» y porque «practican la defraudación como sistema».
La proscripción del partido peronista creó un espacio en el que podían actuar las formaciones neoperonistas como la UP, aunque no hubieran obtenido el reconocimiento oficial. La primera vez que la Unión Popular debió medir sus fuerzas en las urnas fue en las elecciones nacionales para Convencionales Constituyentes, con representación proporcional, en julio de 1957. El propósito del nuevo partido de presentar a sus candidatos era un abierto desafío al liderazgo de Perón. Al fin y al cabo, se trataba nada menos que de elegir el organismo que enmendaría la Constitución Nacional de 1949, a la que muchos veían como uno de los más destacados logros del peronismo.
Aquella versión de la Carta Magna argentina incluía cláusulas sociales inéditas hasta entonces, que elevaban al rango de garantía constitucional los derechos de los trabajadores. Pero más que ello, estas elecciones se convertían en la prueba de fuego de la vigencia del peronismo. Debido a la obligatoriedad del voto y a que el Partido Peronista había quedado fuera de la ley, Perón al principio optó por la abstención como expresión de repudio al gobierno militar y las elecciones. Pero para evitar una mayor represión antiperonista, decidió ordenar a sus seguidores el voto en blanco.
Finalmente, tras no pocas disyuntivas, que incluyeron un conflicto en la cúpula partidaria entre Bramuglia y Alejandro Leloir, la UP no participó en estas elecciones. Al igual que la directiva de Perón, el partido sugirió a sus seguidores depositar su voto en blanco, manifestando así que no reconocía la legitimidad de un sistema político que se negaba a posibilitar la participación del peronismo en él .Sin embargo, cuando faltaba una semana para la emisión de los votos, los dirigentes de la UP aceptaron la orden del “hombre de Caracas”.
En un discurso pronunciado el 20 de julio, Bramuglia aclaró que la Unión Popular “no quiere penetrar en el pleito de otros partidos ni apoyar con sus votos las tendencias que se disputan el predominio interno de viejas ideologías, que, en nuestro concepto, no han comprendido la evolución nacional e internacional”, por lo cual – y en vista de que la agrupación se sentía, además, sin protección de la ley y sin recursos legales que la ampararan– “no tiene otro camino que la abstención y pide por ello a todos los afiliados que voten en blanco”. John William Cooke, nombrado en noviembre de 1956 por Perón como su representante y sucesor en la conducción del movimiento peronista en caso de su fallecimiento, informaba aún el 11 de mayo a su jefe político que la Unión Popular y Bramuglia estaban en contra del voto en blanco.
Otras agrupaciones neoperonistas optaron por la participación y el Partido de los Trabajadores obtuvo un representante en la Convención Constituyente. Este paso hacia atrás de la UP se debió quizás al temor de un enfrentamiento directo con Perón, quien en febrero de 1957 había escrito una carta tildando a los líderes neoperonistas de oportunistas que pensaban más en sus carreras personales que en el destino del movimiento, o tal vez al hecho que sus dirigentes consideraron que aún no había madurado el momento, desde el punto de vista organizativo, para participar en una contienda electoral. El grupo fundador, que incluía a una docena de personas, aún no había logrado apuntalar un mecanismo partidario real. Cooke escribió en un tono hostil, mezclado con menosprecio, acerca de la decisión de la UP de sumarse a los votos en blanco: “Bramuglia, en cambio, orgánicamente incapaz de heroicidades, aconsejó votar en blanco, diluido en el ridículo (en Berisso le gritaron, en Mar del Plata le tiraron tomates, etc.).
Bramuglia no dudó en criticar el liderazgo de Perón, al menos en los años 1955-1958. Sus propuestas políticas, sus críticas al «presidencialismo», su intento de crear un partido político autónomo de las instrucciones del general en el exilio, y hasta su estilo retórico, cada uno de estos elementos constituía en cierta medida un desafío a Perón y un intento de remodelar la identidad peronista y el sistema político argentino. En la larga entrevista concedida al historiador norteamericano Alexander, Bramuglia expresó de manera manifiesta estas posturas y describió sus esperanzas, en 1946, de que el régimen de Perón instaurara «un gobierno democrático y progresista desde el punto de vista social».
En los dos primeros años parecía que esta profecía podría cumplirse, pero entonces los asuntos comenzaron a desviarse de su curso. Bramuglia se quejó de que auténticos líderes obreros hubieran sido defenestrados y reemplazados por los aduladores favoritos de Eva Perón. Tampoco ocultó su desilusión por el paulatino control estatal y partidario sobre los medios de difusión. Perón mismo, según Bramuglia, «no creía en la democracia. Como todo militar creía en la disciplina y en la jerarquía». Estas mismas cosas las dijo también en discursos públicos.
Los de la línea dura seguían con preocupación esta alternativa a medida que se iba cristalizando, e intentaban por todos los medios posibles presentarla como “el enemigo que nos ataca desde nuestras propias filas», el “prototipo del canalla”, “un monstruo parasitariamente alimentado por el Movimiento”, “traidores y colaboradores con los gorilas”.
Hasta se hicieron circular rumores en el sentido de que las autoridades daban dinero para financiar las actividades de la Unión Popular. Algunos, como John William Cooke, no tenían dudas acerca de lo que debía hacerse con esta gente: sin vacilaciones, propuso eliminarlos. Pero, con la generosidad de un revolucionario, explicó: “Eliminar la ‘línea blanda’ no significa eliminar a todos los individuos que la sirven, eso presentaría grandes dificultades como en las circunstancias actuales. Incluso debemos utilizar el ‘potencial eficaz de los tontos’, y aun de los tránsfugas. Pero a condición de que previamente la Organización sea lo suficientemente depurada como para que los tontos y los tránsfugas no puedan asumir, ni siquiera parcialmente, su manejo”.
La UP bajo el liderazgo de Bramuglia no puede ser considerada un éxito. La agrupación pretendía convertirse en heredera de Perón y presentar una versión institucionalizada, organizada y democrática del peronismo, enarbolando el estandarte de reformas sociales e integración de la clase obrera al proceso político. Más aún, Bramuglia intentó destrabar la antinomia peronismo/antiperonismo, aprovechando que gozaba de estima tanto entre justicialistas como entre sus opositores (particularmente en el partido radical, donde mantenía amistades con personalidades de la cúpula, como Frondizi y Balbín, y con activistas de la segunda y tercera línea, en especial entre los de la UCRI), tanto en la Argentina como en el extranjero.
Sin embargo, si Bramuglia esperaba que el derrocamiento de Perón iniciara un proceso de rutinización de su autoridad carismática o de dispersión del carisma, los hechos le demostraron lo contrario. El fracaso de este “neoperonismo temprano” se desprendía, de varias razones, de las cuales dos son especialmente importantes. Una tiene que ver con el liderazgo carismático de Perón, que no permitió al partido una existencia independiente. El general exiliado no renunció al ansiado retorno e hizo cuanto hubo a su alcance, algo nada desdeñable, para obstaculizar el andar del partido y para bloquear toda alternativa a su persona. De hecho, se convirtió en el árbitro en la escena política argentina posterior a 1955, cuya principal fuerza permaneció proscripta.
La segunda razón está relacionada con las posturas intransigentes de los principales sectores políticos y sociales hacia un partido que portaba la bandera de las reformas sociales, así como las posturas rígidas de militares que, viviendo el clima de la Guerra Fría, veían en el populismo reformista un preámbulo al socialismo revolucionario, por lo que preferían eliminar también el experimento político neoperonista, que consideraban una amenaza al orden público y económico existente. La legislación adoptada tras el derrocamiento de Perón era draconiana y no permitía una actividad libre y plena de marcos neoperonistas. Los gobiernos a partir de la Revolución Libertadora intentaron construir una democracia que excluyó a las mayorías del derecho a la participación política plena.
Por consiguiente, además del fracaso del neoperonismo propiamente dicho, también fracasaron los gobiernos nacionales, por haber adoptado el lenguaje de la exclusión. Por un lado, no se otorgaba reconocimiento y un estado legal a los neoperonistas y, de ese modo, se impidió el fortalecimiento de una tendencia moderada dentro del bando justicialista y se potenció, en cambio, el mito de Perón; por otro lado, no tuvieron la capacidad de atraer a los numerosos seguidores del líder depuesto, o al menos a parte de ellos, a los partidos no peronistas. La amenaza a la estabilidad del sistema político por parte de la tendencia de la línea dura se incrementó en los años siguientes y terminó cobrando un precio exorbitante a la sociedad argentina.
Notas
Es ridículo parangonar a JDP con Bramuglia. Este último no entendía absolutamente nada del papel del líder de conducción en el exilio (en realidad del papel del lider de conducción sea en el exilio o no) ni tampoco de las verdaderas razones del golpe de Estado ni del régimen militar.
Es como si ahora comparáramos a CFK con V. Tolosa Paz y esta última hiciera declaraciones pluralistas y comprensivas con los que metieron presa a la primera.
El discurso académico es así. Se pueden decir barbaridades absolutamente desenfocadas pero que pasan disimuladas por la corrección de las formas y la aparente lógica de los razonamientos. Es como jugar con la estética sin ética, con la forma sin contenido, y de manera impune.
Si dos enunciados son iguales en la forma, pero uno está dicho por un líder de conducción o una líder de conjunto y el otro está dicho por alguien que busca acomodarse en algo, entonces los dos enunciados son distintos, aunque sean iguales. ¿Se entiende?
Perón probó la conciliación durante unos días luego del bombardeo no a Plaza de Mayo sino al pueblo allí. Pero sus interlocutores solo vieron la posibilidad de que el líder se vaya para ellos tener la oportunidad de poder satisfacer sus pequeñas ambiciones. Bueno, eso fracasó porque el poder oligárquico supranacional que usó a los militares y a civiles para derrocar al líder se daba cuenta perfectamente que el liderazgo de JDP era absolutamente incompatible con sus intereses en Argentina.
Es exactamente como ahora pero con otras figuritas y en otra escala distinta. Los que meten presa a CFK no son los jueces, éstos son solo ejecutores del poder supranacional oligárquico que se da cuenta que el liderazgo de conjunto que representa Cristina es absolutamente incompatible con sus intereses en Argentina.
Por eso este tipo de análisis académicos son absurdos, porque carecen de la comprensión básica del problema, pero eso no le impide efectuar razonamientos aparentemente válidos.