Por Pedro Karczmarczyk[1]
La sociedad argentina llegó a las elecciones del 19 de noviembre de 2023, en las que ganó por una ventaja impensada el candidato ultraderechista Javier Milei (55,5% a 44,5%) luego de una seguidilla de comicios y acontecimientos que se dejan narrar en términos futbolísticos. El primer tiempo es el lapso que va desde la campaña hasta el pitido final de las elecciones primarias realizadas el 13 agosto, conocidas como PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) en las cuales los partidos definen sus internas, pero que también operan entre las diferentes escuderías, ya que proveen una fotografía de la composición de fuerzas, además de establecer un piso mínimo para participar en las elecciones generales. Allí la compulsa fue pareja entre tres fuerzas, en primer lugar se ubicó “La libertad avanza” de Javier Milei, que no definía internas presidenciales, con un porcentaje del 29,86%, en segundo lugar se posicionó “Juntos por el cambio” con un 28%, considerando en conjunto los votos de los dos candidatos que definieron la interna presidencial en la que Patricia Bullrich se enfrentó y venció al alcalde de la ciudad de Buenos Aires Rodríguez Larreta. En tercer lugar se ubicó el oficialismo de “Unión por la patria” con un conjunto de 27,28%, que dirimió una interna entre su ministro de economía, Sergio Massa, y un candidato de centro izquierda, Juan Grabois, vinculado a movimientos sociales y de buena llegada con el papa Francisco. También pasaron el piso del 1,5% Juan Schiaretti de “Hacemos por Nuestro País” y Myriam Bregman, del “Frente de Izquierda y de los Trabajadores -Unidad”.
Macri, que no pudo ser él mismo candidato debido a los altos niveles de rechazo entre la población, intervino fuertemente en la elección interna de su espacio, donde sí conserva importantes niveles de influencia, eligiendo a Patricia Bullrich frente a Rodríguez Larreta. Bullrich, que había sido una marcial Ministra de seguridad en el gobierno de Macri se reveló como una candidata mediocre que sólo se enciende para hablar sobre temas de seguridad y sobre cómo “poner orden” de manera represiva, sin lograr dominar rudimentos de derecho, economía, o incluso cuestiones elementales de la gramática castellana.
Sergio Massa, que se había separado del kirchnerismo en 2013 para armar su partido, el “Frente renovador”, en el que también se enrolaba el presidente Alberto Fernández, asumió como Ministro de economía hacia fines de 2022, con un Presidente muy menguado en su poder, lo que lo convirtió en una especie de superministro. Llegó con la promesa de estabilizar la economía nacional, afectada por altísimos niveles de inflación y onerosos compromisos con el Fondo Monetario Internacional, lo cual hacía prever que, en caso de cumplir sus objetivos, sería el candidato del oficialismo. El camino por el que llegó a su candidatura no fue, sin embargo, la vía regia de la promesa cumplida, sino una compleja disputa. La propuesta de la candidatura del Jefe de gabinete de ministros “Wado” de Pedro, acompañado por el ex gobernador de la provincia de Tucumán, fue resistida por diferentes sectores del peronismo, en especial gobernadores de diferentes provincias, hasta que, finalmente, fue retirada. Luego de ello, Massa emergió como el “candidato de consenso” del oficialismo, aunque incluso esta definición contrastaba con la realidad por el hecho de competir con la candidatura de Grabois a la que ya aludimos.
Milei, por su parte, es un economista libertariano que se hizo famoso en los sets de televisión por su carácter extravagante (la práctica del sexo tántrico, haber liderado una banda de rock, una relación afectiva muy cercana con su hermana, a quien llama “el jefe”, la clonación de sus mascotas, un dogmatismo teórico contumaz transmutado como conocimiento, una cierta facilidad para exaltarse hasta el insulto ante cualquier contradicción), sus salidas extremas (supresión del banco central, dolarización de la economía, supresión de los aranceles aduaneros libre mercado de órganos, libre portación de armas, calificar de “comunista” cualquier forma de intervención del Estado, etc.), y por su intensa utilización de las redes sociales. Su discurso tuvo un hallazgo significativo central, designar como “casta” a la clase política que al menos desde hace una década viene administradlo una crisis en la que los índices de pobreza crecen sin cesar (30% en 2015, 35% en 2019, 40% en la actualidad). Si bien Milei es hiperactivo, no hay que ver en él a un self-made man. Su crecimiento hasta llegar a la presidencia es una mezcla rara de factores cuyo peso relativo es difícil de discernir hoy. Por ejemplo, su aparición en los medios de comunicación, en los que tuvo una participación inusitada, debe atribuirse al estímulo que recibió de los sectores dominantes como una manera de correr la discusión política hacia la derecha. Por otra parte, “Unión por la patria” encontró en Milei una oportunidad para dividir a la oposición, alentando su candidatura a través de financiamiento y de colaboración en el armado de las listas en diferentes distritos del país, en particular a través de dirigentes vinculados a Sergio Massa, según denunciara su contrincante en la interna de ese espacio, el abogado Juan Grabois.
La finalización del “primer tiempo” impulsó algunos balances y conclusiones. En primer lugar, las diferencias entre los caudales de votos de las distintas fuerzas configuraban lo que se puede describir como un “empate técnico”, se trataba de una elección con tres tercios, algo que fue vaticinado en una resonante entrevista que la vicepresidenta Cristina Kirchner concedió a Pablo Duggan en mayo de este año, una novedad relativa en el panorama electoral argentino, con el antecedente de la elección de 2003, que fue “de cuartos” en la primera vuelta, de modo que Kirchner resultó electo con menos del 25% de los votos cuando Menem rehusó presentarse al balotaje. En segundo lugar, la discusión política, sus límites, sus posibles y sus imposibles, se había corrido irremisiblemente a la derecha. En tercer lugar, un balotaje entre dos opciones de derecha, una derecha radical (Milei) y otra apenas más moderada (Bullrich) era un escenario posible. En cuarto lugar, el oficialismo lograba un caudal electoral aceptable, se anotaba como uno de los tercios, pese a que el candidato oficialista Massa desarrollaba su postulación en el marco de una crisis económica mayúscula (130% de inflación anual, 40% de pobreza incluyendo 10% de indigencia), que si bien no se le podía achacar completamente, sí se le podía computar el no haberla aplacado, siendo como era el Ministro de economía y habiendo hecho una promesa al respecto. La candidatura de Grabois, que concitó algo así como un 6% de los votos, había permitido al oficialismo canalizar hacia el interior parte del descontento por izquierda con la gestión gubernamental proveniente de su espacio político.
Massa, condicionado a realizar un ajuste en el gasto público para recibir los desembolsos del FMI que evitaran el desplome de la economía argentina, socavando así su base electoral, pero intentando conservarla mediante medidas paliatorias se movía, como un péndulo, entre ajuste e inflación. En esas circunstancias puso el énfasis de su discurso en el futuro, destacando el carácter promisorio de 2024 (debido a que se esperaba una buena cosecha -la de 2022-23 se vio afectada por una gran sequía-; la balanza energética promete ser favorable debido a la construcción del gasoducto que transporta el gas del yacimiento de Vaca Muerta, etc., obviando el hecho de que en el primer bienio de gobierno, 2020-2021, hubo un superávit comercial extraordinario que sin embargo se materializó como disminución de las reservas del país…), manifestando su firme propósito de que iba a sacar al FMI de la Argentina…, una vez que se hubiera pagado toda la deuda contraída por Macri. Recordemos que el espacio de Alberto Fernández cuestionó en su campaña electoral la legitimidad de la deuda externa contraída por la gestión anterior, pero no en la práctica, ni en el frente externo, donde condujo una negociación con el FMI atravesada por fuertes tensiones internas, llegando a un acuerdo con el FMI denunciado como predatorio por sectores de la propia fuerza, ni tampoco en el frente interno, donde a la declamación de que los responsables de contraer la deuda iban a tener que decir dónde estaba esa plata, y rendir cuentas por la misma, no le siguió ninguna consecuencia concreta.
Incluso con este hándicap, el segundo tiempo permitió observar las condiciones del candidato oficialista Sergio Massa, quien no sólo mostró una enorme capacidad de trabajo durante la campaña, sino que también se mostró aplomado en sus intervenciones, tomando como Ministro de economía medidas compensatorias de los intereses populares (devolución del impuesto al consumo, bonos para jubilados y trabajadores de menores ingresos, eliminación del impuesto a las ganancias que se aplicaba a los salarios medios y altos, etc.) y logrando en general instalar la discusión en el futuro, y aprovechando las declaraciones de sus opositores para explorar una variada agenda de temas de profundo calado en algunos sectores de la sociedad argentina, como la educación y la salud públicas, la agenda de derechos humanos vinculada al pasado reciente y a las políticas de las minorías sexuales, organizando su discurso en torno a la idea de “derecho” en contraste con los otros partidos, fundamentalmente el espacio de Milei, que traducía “derechos” por el par “demandas-servicios mercantilizados”. Milei y Bullrich, desplegaron estrategias diferenciadas, el espacio de Milei interpretó su primer lugar en la elección como un respaldo ideológico más que como un voto bronca, lo que llevó a que aflore el inconsciente del espacio, desde la propuesta de retirar el financiamiento estatal de la ciencia y la tecnología, suprimir el instituto de cinematografía, hacer opcional la paternidad, limitar o suprimir el derecho al aborto, romper relaciones comerciales con China y con Brasil debido a su carácter de “comunistas”, y la defensa de una agenda de reivindicación de la dictadura militar impulsada por su candidata a vicepresidenta Victoria Villarruel, rompiendo así con algunos acuerdos básicos de la discusión política argentina. Bullrich, más limitada como ya indicamos, se concentró en el voto antiperonista, con la consigna de “acabar con el kirchnerismo” y remitiendo las cuestiones económicas a su asesor y eventual ministro del área. A su vez, Bullrich y Milei protagonizaron violentos cruces entre sí, en una disputa sin cuartel por el voto ubicado más a la derecha o antiperonista. El pitido final del segundo tiempo, las elecciones generales del 22 de octubre, llegó finalmente y mostró el prodigio de un Massa, Ministro de economía de una sociedad sumida en una honda crisis, ubicándose en el primer lugar con el 37% de los sufragios, seguido por Milei que no realizó un crecimiento porcentual significativo, con 30% de los votos, y Bullrich reduciendo su caudal a un 24%, con lo cual quedaba fuera de la carrera.
El alargue o tiempo complementario comenzó inmediatamente. En el momento mismo en el que se estaba procesando la derrota de Bullrich, Macri anunció que iba a apoyar a Milei en el balotaje, sin consulta previa con los miembros de su espacio político o con sus socios de la coalición “Juntos por el cambio”, a saber la Coalición cívica de Elisa Carrió y la Unión Cívica Radical (UCR).
Si bien las elecciones generales seleccionaron a dos candidatos para participar en el balotaje, Massa y Milei, el tiempo de alargue se jugó en realidad entre tres equipos, los dos seleccionados, “Unión por la patria” y “La libertad avanza”, pero también como una nueva interna de “Juntos por el cambio” donde los diferentes sectores tomaban posición sobre el apoyo del espacio a Milei al que Macri, a golpes de puro decisionismo, había querido arrastrarlo. “Juntos por el cambio” se dividió en consecuencia entre quienes seguían a Macri en su decisión y aquellos que, o bien se declaraban prescindentes, o bien exponían su apoyo a Massa, principalmente dirigentes de la UCR, esgrimiendo el riesgo que Milei representa para la democracia y la sociedad argentina. Milei, por su parte, incorporaba de manera más decidida un discurso negacionista del terrorismo de Estado en los años de la dictadura militar (1976-1983) e incluso reivindicatorio de la misma, vociferado por su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, hija de un militar comprometido en la represión ilegal en los años de la dictadura, al tiempo que moderaba alguna de sus propuestas o se contradecía abiertamente en relación a otras para desdecirse de sus rectificaciones a continuación. Massa, a su vez, acentuaba temas del discurso progresista que no eran los habituales de su agenda, reconociendo que la presencia del FMI en el país es una tragedia, pero insistiendo siempre en que del laberinto del FMI sólo se sale pagando hasta el último centavo.
El alargue dejó sin aliento a la tribuna. La remontada de Massa junto con el estancamiento de Milei y la caída de Bullrich en las elecciones generales, alteró las expectativas previas, en las que se pensaba que un balotaje entre Bullrich y otro contendiente era el desenlace más probable; el apoyo de Macri a Milei en tiempos de vértigo y la seguidilla de definiciones contrastantes de dirigentes de “Juntos por el cambio”, que probablemente deba considerarse como la implosión de ese espacio, hacían muy difícil calibrar de antemano cómo se iban a trasladar los votos de este espacio. El efecto del desempeño muy bajo de Javier Milei en el debate presidencial, donde Massa supo exprimir profundamente las contradicciones de su contrincante, y que tuvo una audiencia altísima, semejante a la que tuvo el partido final contra Francia que consagró a Argentina campeón del mundo, también era difícil de calibrar. Pronósticos contrastantes de las encuestadoras, vistas cada vez más como operadores que como analistas o predictores del escenario político, se sumaban al desconcierto y a las pulsaciones políticas. Todo ello condujo a que cualquier predicción resultara creíble.
Los resultados de la noche del 19 de noviembre fueron sorpresivos probablemente también para el candidato ganador, que ante el rápido reconocimiento de su triunfo por parte de Massa demoró varias horas en tomar la palabra y lo hizo leyendo un discurso deslucido al que no lograba colocarle adecuadamente los énfasis retóricos.
Hemos intentado conservar en nuestro relato los escenarios futuros que se dibujaron en cada momento, con la intención de transmitir, aunque sea mínimamente, el vértigo de los acontecimientos de los últimos meses. Nos toca ahora decir alguna palabra sobre el vértigo no resuelto, sobre futuro que se dibuja ante nuestros ojos.
En primer lugar, creemos que es importante detenernos en la interpretación del voto a Milei. En una coyuntura política marcada desde hace muchos años por frases como “en este momento no se puede”, “no da la correlación de fuerzas” y otras semejantes, que lo llevan a uno a preguntarse si no estamos ante un exceso de realidad. La frase “elijo creer”, que naciera junto con las esperanzas que despertaban los desempeños promisorios de la selección argentina de fútbol en el mundial de Qatar, se va extendiendo a otros dominios. Es una interesante circunstancia que el mecanismo fundante del pensamiento religioso, que como lo indicó Pascal en su momento, es también el del apostador o del jugador, consistente en “invertir el sentido”, en considerar que lo infrecuente no es por ello imposible y, dado los beneficios que puede acarrear, puedo esperar que lo improbable ocurra ahora mismo, se vuelque a objetivos políticos. En un interesante ensayo, Michel Eltchaninoff se vale del cuento “Las ruinas circulares” de Borges para pensar la situación argentina que oscila entre un pueblo que sueña intensamente con un salvador, y un ideólogo que sueña, con igual intensidad, una argentina distópica[2]. Como en el cuento de Borges, la catástrofe llegará en el momento en que alguien comprenda que no ha soñado.
El lugar de la ilusión en una escena política que cree haber abrazado el realismo político una vez despejadas las “ilusiones revolucionarias” es un tema urgente, que merece probablemente más reflexiones de las que recibe. Detengámonos en este asunto para culminar este ensayo.
Según relata Horacio Verbitsky, uno de los periodistas más influyentes ligados al kirchnerismo, cuando en 2019 Cristina Kirchner le propuso a Alberto Fernández la candidatura presidencial, la primera reacción de éste fue negativa: “—Vos podés ganarle a Macri.” Ella respondió: “—Pero después no me dejarían gobernar”[3]. En cualquier caso, en 2019 Cristina aceptó que no podía reunir fuerzas suficientes para ganar, algo que era opinable[4]. Pero este reconocimiento quiso ser simultáneo con la conservación del comando, lo que equivalía a conformarse con un simulacro del poder. Eso ha sumido a esta fuerza en una existencia espectral, reclamando que otro actúe de acuerdo a sus deseos, como un lugarteniente, sin que haya manera de forzarlo a que haga lo que se le exige que haga. Eso es lo que viene implícito en esta declaración pública de impotencia que se quiere presentar inmediatamente como potencia y de la que surge la extraña lugartenencia a la que hemos asistido en los últimos cuatro años.
Retomando otra idea que propone Eltchaninoff, la sociedad argentina se ha visto ante el “dilema de la desesperación”: o bien quedarse tiritando de miedo ante el precipicio, o bien saltar al vacío. El dilema, irresoluble de derecho, ha sido resuelto de hecho el pasado 19 de noviembre, abriendo una dinámica impredecible. La dinámica es impredecible por la misma razón por la que la sociedad argentina se encuentra ante esa alternativa, porque antes no se ha dado un horizonte más promisorio.
La alternativa de “libertad o muerte” con la que Milei interpela a sus seguidores, en particular a los más jóvenes, tiene muy poco de insumisión genuina, y mucho más de manipulación política. Por ejemplo, al comentar su alianza con Macri, un representante consumado de “la casta”, Milei la traduce como un “gesto de grandeza”, de “apoyo incondicional” de su aliado. Podríamos creer que se trata de puro cinismo, renuente a la ilusión. Sin embargo, el propio Milei y su espacio no quedan por fuera de la ensoñación, ya que nada indica que él mismo reconozca suficientemente el equívoco que lo ha colocado en el lugar donde está. Dado el plan de ajuste que intenta aplicar, es claro que más pronto que tarde Milei comprenderá también, con alivio, humillación o terror, que no era él quien estaba soñando, es decir, en los términos de Borges, creando, sino “que él también es una apariencia, que otro estaba soñándolo”[5].
[1] Profesor de Filosofía contemporánea en la Universidad nacional de La Plata, Investigador de CONICET, Argentina.
[2] “L’Argentine aux sentiers qui bifurquent” La lettre de Philosophie magazine, 20/11/2023, https://mailchi.mp/philomag/pmfr20231120lettre?e=036fedbee1.
[3] Verbitsky, Horacio “Alivio o pesadilla” El cohete a la luna, 19/11/2023: https://www.elcohetealaluna.com/alivio-o-pesadilla-barbecho/.
[4] No se trataba en rigor de algo completamente nuevo, ya que en 2015 el kirchnerismo llevó, con grandes vacilaciones y contradicciones, en base a argumentos semejantes, la candidatura de Daniel Scioli, un candidato de centro derecha que se embelleció en el contraste con Macri como ahora Massa lo hizo frente a Milei y Bullrich.
[5] Borges, Jorge Luis, “Las ruinas circulares” en Obras completas I, Buenos Aires, Emecé, 1996, p. 455.
La imagen fue seleccionada por les editores del blog.
Fuente: https://www.viator.com/es-CL/Buenos-Aires-attractions/Plaza-de-Mayo/d901-a260