“En la Argentina, los suicidios constituyen la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años. En el grupo de 15 a 19 años, la mortalidad es más elevada, alcanzando una tasa de 12,7 suicidios cada 100.000 habitantes, siendo la tasa en los varones 18,2 y en las mujeres 5,9. Desde principios de la década de 1990 hasta la actualidad la mortalidad por suicidio en adolescentes se triplicó considerando el conjunto del país.”
¿Cómo llegamos hasta acá
donde mi peor yo nos abraza
y nos hace abrir la boca
sin ningún control?
Babasónicos
Llegó el tiempo en el que X, como reina madre de todas las redes sociales, atravesó las pantallas y emergió a lo terrenal. Una red que permitió al ser humano vomitar sus pulsiones más agresivas y violentas contra un otro que puede ser cualquiera que simplemente pase por ahí, donde los roles se invierten constantemente y quien fuera el verdugo, en cuestión de minutos puede ser la víctima. Un espacio sin velos ni registros. Un espacio donde los síntomas de una sociedad en cuestión aparecen descarnados y disfrazados de palabras. Palabras que juegan a ser sagaces, palabras desprendidas de sentido, palabras sin control que repiten el discurso de un Otro vil y despiadado. Un espacio donde lo único que tiene de colectivo es el lenguaje de la frustración y el goce de la humillación. Un espacio donde gobierna lo indecente, lo inescrupuloso.
Sin prisa, pero sin pausa nos fuimos convirtiendo en seres humanos de cabeza gacha y rostros iluminados por pálidas luces blanquecinas de pantallas. ¿Cómo esto horadó tan profundo y nos magnetizó a millones de personas? ¿Cómo logró absorber toda nuestra atención un dispositivo que es extremadamente demandante y cruel? ¿Qué pizca de condimento adictivo tiene? ¿Cómo consiguió ser transversal a diferentes generaciones y estratos sociales?
Paradójicamente, eso que todos tenemos en común, parece ser lo que nos atomiza.
Esto no pretende ser un tratado sobre la nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor, ni un lamento sobre la pérdida del lazo en las relaciones humanas. Tampoco pretende hacer mención a los pro y contra de la era de la virtualidad y de la inteligencia artificial. Fundamentalistas de chat GPT y del aroma de la tinta y el papel, absténganse. Me parece interesante analizar, o al menos intentar desnudar este inédito fenómeno social que nos está acechando con una ferocidad espantosa.
Estas situaciones nos están hablando, llevan consigo un metalenguaje, un mensaje implícito que creo que es momento de intentar descifrar. Son síntomas de una sociedad que no encuentra la vía regia de tramitación de conflictos. Una sociedad angustiada y frustrada a la que se le ofreció el camino de la crueldad como respuesta y consuelo, y que por alguna razón, la tomó. Así es, amigos: el diablo metió la cola.
Aunque algunas hipótesis tenemos, aún estamos lejos de tener una respuesta, y lo que surge ante la novedad son más y más preguntas. ¿En cuáles y en cuántas instancias previas fallamos como sociedad para que el 55% de los habitantes de este país hayan elegido como presidente a un sujeto que es violento y que hace alarde de su desprecio por la Argentina? ¿Con qué rasgos de esta persona se identificaron? ¿Cómo un personaje que usa como símbolos que representan una motosierra y una guillotina es tan masivamente aceptado? ¿Cómo leemos que el Ministro de Economía firme autógrafos en billetes estadounidenses? ¿Por qué tener dinero y obtenerlo de forma rápida se convirtió en un valor personal, y qué consecuencias subjetivas trae esto? ¿Qué pasa con los que intentan pero no llegan a alcanzar ese ideal?
En medio de toda esta maraña, mientras todo pasa a una velocidad estrepitosa, las estadísticas nos muestran el aumento de suicidios de gente joven en nuestro país:
“En la Argentina, los suicidios constituyen la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años. En el grupo de 15 a 19 años, la mortalidad es más elevada, alcanzando una tasa de 12,7 suicidios cada 100.000 habitantes, siendo la tasa en los varones 18,2 y en las mujeres 5,9. Desde principios de la década de 1990 hasta la actualidad la mortalidad por suicidio en adolescentes se triplicó considerando el conjunto del país.”
Cuando decimos que el diablo metió la cola, es en serio. ¿Cómo explicamos este terrible accidente del alma? ¿Qué fenómeno siniestro conduce a la juventud al peor de los finales? ¿Qué los hace sufrir tanto? ¿Por qué no los vimos ni escuchamos antes? No es este un recuento de situaciones trágicas o meras descripciones de esta época, es un intento de atar cabos, de unir puntos, de poder respondernos algo ante la pregunta cómo llegamos hasta acá.
El aburrimiento al que estamos sometidos por tanto estímulo visual también es paradojal. En el afán de la búsqueda de entretenimiento nos volvemos estúpidos, y con la excusa de mantenernos informados nos volvemos autómatas y repetidores de la agenda que nos imponen. Todos vemos todo y ya lo vimos cuando un otro nos lo manda a través de alguna red. Noticias, memes, stickers, reels, imágenes aesthetic, filtros, lentes de sol, gente cool, gente snob, viralización de videos, burlas explícitas, burlas encubiertas, intelectualización de lo frívolo, pequeños fragmentos congelados de la vida de otros, y etcetera, etcetera, etcetera.
La vida se volvió, por decirlo así, rara. El otro semejante se volvió un potencial enemigo o competidor. La sociedad se volvió hostil y explícitamente expulsiva cuando se le demanda aceptar y contener.
Lacan definió a la inhibición como el síntoma metido en un museo. Una defensa que detiene el movimiento para evitar la angustia. Una paralización del yo que le impide el lazo social y el encuentro con el deseo.
Inhibidos hubo siempre, pero nunca hubo tantas herramientas perfectamente diseñadas para el detenimiento constante. Nada mejor que un espacio virtual a través de un dispositivo electrónico portátil donde sumergirse para no tener que encontrarse con la falta, con la angustia. El inhibido interactúa con otros a través mensajes sin cuerpo. El cuerpo queda separado, se retira de la escena. Incluso hay memes que todos vimos que describen esto: expectativa vs realidad – yo en la vida real vs yo en insta. Aparece la vida real como antagónica a la realidad virtual. Quizás lo que falta es un proceso de integración entre estas dos vidas.
Volviendo a los inhibidos, ¿Acaso no nos pasa a todos que en espacios de tiempo vacíos con gente que no conocemos (¡o que sí conocemos!), lo primero que hacemos es mirar el celular? ¿No es un modo de evitación del encuentro con el otro? ¿Qué nos incomoda de esa situación? Ya no hablamos del clima en los ascensores, encontramos otra vía de escape que no necesita del lenguaje. La mirada puesta en la pantalla, la atención inconsciente en esquivar la falta.
¿Y cómo se tramita entonces la angustia en esta trama de tanta mirada esquiva? Aquí sí puedo arriesgar una respuesta: en soledad. He aquí un problemón.
Tanto Freud como Lacan establecieron que la inhibición, el síntoma y la angustia están absolutamente anudados entre sí: ninguno es sin el otro. La detención inhibitoria no logrará evitar la angustia y hará síntomas a troche y moche; disparatados, desprendidos, locos.
No sé muy bien. Es un intento de empezar a poner en palabras estas nuevas subjetividades emergentes y abrir el juego a pensar juntos, a escuchar nuestras angustias y ponerles un nombre. Construyamos nodos de escucha en la vida real, hablemos con los jóvenes y con los viejos, juguemos con los niños. Desempolvemos los cimientos de la confianza y la ternura, ratifiquemos con hechos que de este lado hay personas de verdad con historias de verdad. Un nuevo tiempo está naciendo, y creo que es importante respetar el proceso de duelo por ese otro tiempo que se está yendo, que está muriendo. Ya no conmueven las mismas cosas, ya se oxidaron los engranajes de lo que antes sí funcionaba. Hay que parar y pensar. ¿Cómo les hablamos a aquellos que no quieren saber nada? ¿Cómo nos acercamos a los desencantados, a los angustiados, a los que hoy se muestran apáticos o erráticos con su deseo?
Es una enorme apuesta que puede conducirnos hacia el más absoluto pesimismo y desaliento, que puede llevarnos al impulso del para qué y acomodarnos de nuevo en el sillón a, como dicen los jóvenes, fingir demencia y seguir scrolleando. O quizás, todo lo contrario; puede ser la punta de lanza para intentar rearmar una comunidad organizada dispuesta a escribir la historia de su propio tiempo. Porque a pesar de la desazón, este es nuestro presente, y si no lo contamos nosotros… ya todos sabemos lo que pasa: lo cuentan otros.
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*Daniela Giorgetta es psicóloga, militante de la salud y miembro de la Fundación Soberanía Sanitaria.