Por Pedro Karczmarczyk*-
(para La Tecl@ Eñe)
Sobre la persistencia de la determinación en última instancia.
“La persistencia de Althusser”[1] de Artemio López viene a indicar un vacío en la relación entre las encuestas que ya hacen parte de nuestro sentido común y la teoría, y a proponer una reflexión sobre la necesidad de pensar la política en el marco de un horizonte teórico, a la que querríamos, gustosos, sumarnos. Antes que nada, hay que decir que López plantea una pregunta “justa”, es decir, oportuna y aguda, sobre el trabajo de las consultoras políticas, y que la enlaza de manera sugerente con algunos hechos cruciales de la escena política nacional. En la búsqueda de respuestas López se vale de algunos conceptos clave de Louis Althusser, lo que lo lleva a realizar una reflexión sobre el trayecto teórico del filósofo francés, exhibiendo el abanico de tesis que hicieron de Althusser una figura central en la convulsionada escena teórica de los años 60 y 70 del siglo pasado, y presentando una interesante reflexión, coincidente con su propio trayecto vital, sobre el opacamientio de esta figura.
Por nuestra parte, querríamos cuestionar el uso y las consideraciones que López hace de un concepto clave de Althusser, el de “determinación en última instancia”, arguyendo que una mejor comprensión del mismo destaca mejor “la persistencia de Althusser” para ofrecer análisis de la coyuntura y para cuestionar el suelo ideológico del que se nutren el pensamiento liberal y libertario.
El interrogante planteado por López atañe al oficio de las encuestadoras y está sintetizado magistralmente en la frase que abre la nota: “La eficacia electoral de la distribución del ingreso está poco analizada, obvio. La Patria Consultora prefiere detenerse en cómo guiña el ojo el candidato.”
Raspemos apenas el esmalte de esta declaración luminosa. Lo que subyace aquí es un enunciado epistemológico elemental: correlación no es causalidad. Las correlaciones son múltiples: los candidatos elegidos pueden caer bajo una misma clase de modos que evocan la enciclopedia china de Borges: tener un estilo conciliador o confrontativo, usar frases cortas que repiten con frecuencia, guiñar los ojos de una manera irresistible, tener el pelo canoso, ser del mismo signo zodiacal o preferir a los perros como mascotas. La industria del “coacheo” se vale de estas correlaciones como si fueran vínculos causales, consigue así imponer la idea de que posee una ciencia infusa. Si en determinado momento la receta indica que cierto fraseo es el summum de la eficacia política, entonces nos encontraremos con que la locutora de las publicidades del “Frente de todos” habla con un fraseo idéntico al de la candidata opositora María Eugenia Vidal.
La situación se parece bastante a la que tendría lugar si definiéramos al ser humano como “bípedo implume”: es tan claro que la expresión apresa a todos los ejemplares de seres humanos como que no especifica nada muy relevante. Si bien hace bastante tiempo hemos dejado de creer en esencias, resulta que no hemos dejado de precisar definiciones en la tarea de conocer la realidad. Aunque las condiciones de los fenómenos ya no vienen en el formato de esencias que describir, lo cierto es que no podemos ahorrarnos la tarea de especificarlas en las teorías. Es que las teorías, con sus definiciones prima facie incuestionables, nos permiten salir a buscar correlaciones interesantes. Valga un ejemplo hipersimplificado: las reacciones ante el papel de tornasol definen, en el marco de una teoría, a los medios ácidos y alcalinos, lo que nos permite comenzar a investigar múltiples propiedades de los mismos.
Aquí es donde impacta la observación de López: sugerir que, sin teoría, la práctica de las ciencias sociales, y ello vale especialmente para la de las consultoras políticas, es ciega. Se trata de una práctica que busca en la eficacia, siempre esquiva, su justificación, y que en el mejor de los casos la encuentra, pero que no por ello deja de ser una práctica infundada. Sabemos desde siempre que equivocarse es humano, pero desde hace un tiempo sospechamos también que perseverar en el error tiene algo de diabólico.
Con aciertos semejantes Artemio López nos ha entusiasmado, por ello nos animamos a proponer esta crítica, que se quiere constructiva. Porque, insistimos, entendemos sus reflexiones como una invitación. Allá vamos.
López respalda su observación inicial con un estudio que exhibe una serie de correlaciones entre la distribución del ingreso y los resultados electorales en la Argentina de los últimos años. Se observa allí que cuando la distribución del ingreso empeora para los trabajadores, que son la mayoría en los padrones electorales, se activa el “voto castigo” y los elencos gubernamentales de turno pierden las elecciones. También se muestra que cuando la distribución del ingreso favorece a los trabajadores, las elecciones tienden a favorecer a los elencos gubernamentales de turno. En consecuencia, López sostiene que “…la distribución no es la determinación única, sino la de última instancia, y como tal siempre está sobredeterminada.”
A partir de allí, López hace una incursión en la coyuntura política para indicar que “la última ratio de la persecución a Cristina Kirchner” está en el patrón de la distribución del ingreso. Para analizar este fenómeno López convoca los análisis de Althusser sobre el Estado en una formación social capitalista, con la conocida distinción entre el Aparato Represivo de Estado (ARE) y los Aparatos Ideológicos de Estado (AIE), produciendo un encuadre interesante para el estudio del lawfare, indicando que su sede está en el ARE articulado con los AIE. El poder judicial produce determinados efectos, sea de manera flagrantemente arbitraria, o incluso sin violar puntualmente sus propios protocolos, pero procediendo con varas evidentemente distintas. Las varas distintas que emplea muestran inequívocamente que hay amigos y enemigos del poder judicial. De esta manera los principales efectos del aparato judicial no son estrictamente jurídicos, sino que se expanden en su articulación con la dimensión ideológica: sea sobre la moral de la clase política (disciplinamiento mediante castigos ejemplificadores, mediante“carpeteos”, etc.), o sobre el electorado en general, produciendo imágenes y declaraciones hechos a la medida de su reproducción en los medios de comunicación. A esta lógica se podría agregar el reciente intento de magnicidio, donde la producción del caos parece haber sido más importante que la eficacia del atentado, alcanza con ver la precariedad del arma utilizada por el atacante, a pesar de que parece haber contado con importantes vínculos políticos y apoyos económicos.
López se remite entonces a la concepción ampliada del Estado de Althusser. El acierto de su elección requiere que explicitemos un poco mejor el contraste con Gramsci. Si para Gramsci la hegemonía apunta a la construcción de una suerte ethos, de una comunidad cultural, es decir, apunta al consenso, para Althusser definir a la hegemonía por el consenso es una tautología, un enunciado hueco. El problema es que se puede consensuar, esto es, se puede decir “sí”, por razones diversas, porque se acuerda libremente, claro, pero también porque se actúa bajo constricción. La constricción puede tomar distintas formas, directas, como la soga en el cuello, pero también formas indirectas, como la de una “política de las demostraciones de fuerza”, donde la fuerza se exhibe para no tener que usarse. Althusser se distingue de Gramsci porque asume plenamente el reconocimiento que había hecho Maquiavelo de la capacidad de la fuerza para producir efectos de hegemonía. Se trata de una fuerza que se muestra sin ejercerse, pero que todos saben que intervendrá, como ya lo ha hecho en otros casos, si ocurriera que… De ello resulta que el orden social, eso que desde un cierto ángulo de observación (desde cierta posición teórica) es visto como una genuina comunidad cultural, desde este otro ángulo (posición teórica) es visto como un efecto de la fuerza, de una fuerza que no se ejerce, pero que se exhibe. Esto está en el núcleo de la tesis de la materialidad de la ideología que reclama Althusser, las ideas son prácticas, la ideología (la hegemonía) no es la superación de la fuerza por el consenso, sino una manera en la que la fuerza produce sus efectos. Los sectores dominantes toman las calles, tienen su política de masas, evidentemente, pero ¿cuándo hemos visto que sean reprimidos por la fuerza estatal? Pensemos en cambio lo que ocurre con las manifestaciones y los liderazgos de los sectores populares.
La tesis de la interpelación ideológica, según la cual la ideología constituye a los individuos como sujetos, es central en este dispositivo teórico: no hay alienación, no hay regreso al origen. Para Althusser, como antes para Platón, hacer filosofía es dejar de contarse historias. Los individuos son constituidos como sujetos en la ideología, es decir, están “siempre ya” sujetados, son portadores de estructuras o prácticas. Esto se puede decir también así, los individuos son sostenes de un orden, orden que, sin embargo, no tiene una existencia exterior, sino sólo una existencia inmanente a estos sujetos-sostenes. El orden existe en las habitualidades o disposiciones de estos sujetos que, sin embargo, se ejercen en una miríada de rispideces y conflictos. El orden se reproduce a través de la lucha, ahí radica su fragilidad. La apariencia pétrea del orden tiene que ver con la disparidad de las fuerzas en pugna, no con su constitución ontológica. Los sectores dominantes conducen la lucha de clases, y lo hacen de manera muy eficaz, con una fuerza mucho mayor que la de los sectores populares. En consecuencia, la teoría de Althusser no está, cuando se la mira bien, dominada por la idea de la eterna repetición del orden, sino por la idea la de la contingencia de los sostenes que ofrecen los sujetos.
López confirma su aguda lectura de la coyuntura teórica al hacer referencia a Álvaro Abos en el marco de la operación que venía a desalojar a Althusser, y al marxismo en general, de la escena ideológica de la transición democrática. No se quería entonces saber nada acerca de que lo social tuviera como un elemento constitutivo a la fuerza. La violencia clasista desnuda que durante la dictadura reconfiguró a la sociedad argentina tuvo entonces que ser reconceptualizada como una forma descarriada, opuesta a otra forma de violencia descarriada, la revolucionaria. En el medio de ambas violencias habría una sociedad mansa, pacífica. La crítica de esta concepción encontró hace tiempo las fórmulas que la expresan, una de ellas es la inversión de la sentencia de Clausewitz: “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, una frase cuya autoría es difícil de establecer (¿Foucault, Althusser, Rozitchner, Marín?). Como lo indicaba Fogwill en los tempranos años 80’, la victoria de la operación banquera-oligárquica y multinacional que llamamos “dictadura militar” quedó invisibilizada por los avances en las reivindicaciones de los derechos humanos, que fueron violados para posibilitar esa operación. El progresismo, que creyó que la caída de los militares, posibilitada por la derrota en Malvinas y reforzada por la posibilidad de juzgarlos y encarcelarlos era la caída del “proceso de reorganización nacional”, cerró la posibilidad de pensar las condiciones de ese fenómeno, que evidentemente la derecha no tenía ninguna intención de pensar, se contentaba con su triunfo no precisaba comunicarlo.
Hasta aquí los que nos parecen ser los aciertos de López. Resumiendo, López ofrece razones claras, aborda problemas reales y esgrime necesidades genuinas para acercase a la teoría. Sin embargo, su acercamiento a la teoría de Althusser presenta a nuestro entender algunas dificultades importantes.
Recordemos que la nota comienza con una identificación de la distribución del ingreso como “determinante en última instancia” con la consabida salvedad de que esta determinación no es “única”, sino concurrente con otras determinaciones, es decir, “sobredeterminada”. Esta sobredeterminación, según López afecta a las formas que asume lo político, o el desborde de lo político hacia lo represivo, ya que la distribución del ingreso es presentada como la “última ratio” de la persecución judicial y mediática, y del intento de asesinato a Cristina Kirchner. Pero sin embargo, cuando López repone el trayecto teórico de Althusser nos informa que, en determinado momento (1972-1976), abandonó definitivamente la tesis de la determinación en última instancia. Esto nos lleva a plantearnos dos interrogantes: ¿en qué consistiría entonces “la persistencia de Althusser”? y ¿por qué convocar al filósofo francés a partir de una posición que abandonó y que según López no está vigente?
Aquí hay dos problemas. Uno tiene que ver con la cuestión de si López realmente quiere decir lo que dice, o si se trata de una imprecisión de la exposición. Mucho de lo que dice lleva a pensar que su intuición es que no todas las formaciones económico sociales tienen su modo de producción, un modo de producción identificable y propio que las explica en todos sus detalles. Acordamos con ello. Pero la tensión o incluso contradicción en la que su texto se coloca a partir del rechazo del concepto de determinación en última instancia habilita que nos preguntemos tal cosa. En segundo lugar está la cuestión acerca de si Althusser efectivamente abandonó esta tesis, lo que nos parece cuestionable, para lo que habría que presentar evidencia textual y conceptual, que no viene al caso ahora. No nos ocuparemos de estas cuestiones, puesto que el argumento principal de López es reclamar la persistencia de Althusser a través del problema de la distribución del ingreso, entendida como determinación en última instancia.
Intentaremos comprender qué es lo que afirma esta tesis de Althusser, que (con tensiones y contradicciones) es también de Marx, si Althusser está en lo cierto y si se la puede entender de esa manera que venimos de comentar. López parece suponer, como se cree muchas veces, que el sentido de esta tesis de la determinación en última instancia es translúcido, y que es lo que comprende cualquier político con una mínima cuota de realismo político, por ejemplo lo que enuncia la declaración de Perón: “la víscera más sensible es el bolsillo”. Si bien esto no es completamente descarriado, lo cierto es que la tesis se mueve en otro nivel. La idea de que la víscera más sensible es el bolsillo supone muchas cosas que la tesis quiere esclarecer: bolsillos, es decir, salarios, dinero, ciudadanos, etc. y lo hace desde un presupuesto, el de los individuos centrados en su propio interés, el del homo oeconomicus, que la teoría invocada propone recusar.
Althusser nos recuerda que Marx colocó sus ideas bajo la condición de una “crítica de la economía política”, disciplina que se regía sobre todo por esta idea del homo oeconomicus, de una producción natural.La tesis de la determinación en última instancia surge en el marco de esa crítica, de manera solidaria con la construcción del concepto de “modo de producción”. Esta crítica y lo que de ella resulta, no es la inversión de las tesis de la economía política (de Smith, de Ricardo) sino la producción de algo completamente distinto. Es verdad, como señala López, que Althusser reconoce que Marx no hizo sino la teoría de la instancia económica del modo de producción capitalista, pero también es cierto que ese trabajo tiene un carácter fundamental para Althusser, pues, el mismo permite comprender, en sus grandes líneas, la estructuración de la totalidad social.
Los análisis de Marx en El capital muestran, rigurosamente, que las posiciones asimétricas que encontramos en la producción capitalista no provienen, como quiere el mito liberal, del ahorro y el esfuerzo, y en consecuencia del intercambio mercantil. En efecto, Marx muestra que los medios de producción que posee el capitalista, ya sea bajo la lógica de la reproducción simple como en la de la reproducción ampliada del capital, se reducen en lo esencial a plustrabajo, es decir, a trabajo ajeno. La lógica del capital no es la de la acumulación del esfuerzo propio sino la de la apropiación del esfuerzo ajeno. En consecuencia, el análisis de la lógica del intercambio mercantil alcanza para descubrir el secreto de la ganancia del capital, el plusvalor, pero no explica cómo es que el capitalista llega a encontrar en el mercado esa mercancía tan singular que es la “fuerza de trabajo”. La existencia de trabajadores libres que ofrecen en el mercado su fuerza de trabajo no se explica por la lógica del intercambio mercantil, como quiere el pensamiento liberal, sino históricamente, ya que obedece a un proceso violento de desposesión, la famosa “acumulación originaria”. Digamos también, para situar los problemas del materialismo aleatorio, que la serie causal de la “acumulación originaria”, que produjo al protoproletariado, hubo de encontrarse con otra serie causal, independiente de aquella, la que produjo al “hombre de los escudos” (los poseedores de dinero), que se encontró con el resultado de aquella otra, dando por resultado una conjunción, un encuentro, que transformó a ambas figuras (en proletarios y capitalistas) y que cuajó en un ordenamiento social que perdura hasta nuestros días. Destaquemos que este resultado no estaba contenido en ninguna de las dos series consideradas por separado.
Con esto, que hoy podemos leer sin dificultad en El capital, pero que era más difícil de leer en tiempos de Althusser, Marx derrocó definitivamente el ensayo ideológico de hacer del homo economicus, como querían el pensamiento político de la Ilustración y la economía política clásica, el núcleo oculto de la historia, y en consecuencia de la interpretación de la determinación en última instancia en términos de la “víscera más sensible”. Si hay un concepto de la determinación en última instancia, ese concepto deberá construirse teóricamente, en ruptura con las evidencias de la teoría económica dominante.
La apropiación de la naturaleza se realiza por medio del proceso de trabajo, que consiste en que el agente directo del trabajo aplique mediante su fuerza los medios de producción al objeto de trabajo (la materia prima o ya elaborada) para producir un objeto, el producto del trabajo. Caído el mito del homo oeconomicus, que es el mito de una producción natural, lo que se presentaba como una evidencia se manifiesta como un problema que es necesario pensar. Para ello es indispensable apelar al concepto de “modo de producción”, para el cual la producción no es principalmente un problema técnico, que es como se la ve cuando la enfocamos desde el homo oeconomicus, sino como un problema social. La producción es un problema que en la historia de las comunidades humanas se ha resulto socialmente, lo que no implica, ni mucho menos, que haya sido resuelto armoniosamente. En consecuencia, la determinación económica en última instancia a la que apunta este concepto no remite a la distribución del ingreso (que supondría que la producción es aproblemática, natural), sino a la distribución de los medios de producción, o lo que es lo mismo, a la distribución de los individuos bajo determinadas relaciones con los medios de producción. Estas relaciones con los medios de producción constituyen las clases sociales.
Veamos con algo más de detalle el concepto de modo de producción. Un modo de producción se puede analizar descomponiéndolo en distintos elementos: el agente directo de la producción, las fuerzas productivas (que comprenden a la “fuerza de trabajo” y a los “medios de producción”), y el producto. La clave de un modo de producción radica en la relación que los agentes directos de la producción establecen con las fuerzas productivas. En el feudalismo, por ejemplo, el agente directo de la producción, es decir, el campesino o el siervo, está en una relación de posesión relativa de los medios de producción, puesto que la tierra en la que vive y trabaja pertenece al señor feudal, y está también en una relación de posesión relativa de su fuerza de trabajo (está atado a la tierra, de la que no puede salir libremente, y está obligado a realizar prestaciones personales). Ahora bien, la apropiación de una parte del producto del trabajo del siervo por parte del señor feudal está determinada por esta relación de desposesión relativa del siervo respecto a las fuerzas productivas, y la naturaleza de esta relación permite comprender la necesidad de la intervención de una serie de instancias que no tienen que ver con la producción material, ideológicas y militares. La relación del siervo con las fuerzas productivas es lo que nos permite comprender la importancia del catolicismo y la caballería en la Edad media, y no al revés.
El modo de producción capitalista se define por la desposesión absoluta del agente directo de la producción respecto a las fuerzas productivas. En efecto el “trabajador libre”, liberado de los lazos feudales de dependencia personal, está en una relación de desposesión absoluta respecto de los medios de producción, y en una relación de posesión sólo relativa respecto a su fuerza de trabajo En tal caso, la explotación ocurre en el interior del proceso de trabajo, la producción y la extracción del plusproducto adquieren un carácter abstracto, en contraste con el carácter concreto que tenía en el ejemplo anterior del feudalismo (donde se debía entregar una parte del producto o ir a trabajar en las tierras del señor feudal). Esta relación también define un espacio de juego, grandes lineamientos, respecto de la totalidad social. En los dos casos que analizamos, el tipo de vínculo que establece el trabajador directo con los medios de producción, vínculo al que podemos llamar propiamente “relación de producción”, establece ciertos requerimientos y ciertas limitaciones.
Podemos precisar ahora lo que decíamos a propósito de las clases, estas se constituyen en la relación de no posesión de los trabajadores inmediatos sobre los medios de producción y sobre su fuerza de trabajo. Hemos de reconocer que una relación de producción sólo existe si se dan ciertas condiciones de existencia que son externas a la misma, y que en consecuencia, la existencia de una relación de producción, es decir su persistencia en el tiempo, su reproducción, implica la reproducción de estas condiciones. La concepción ampliada del Estado surge tan pronto como nos preguntamos, ya no solamente por la reproducción material de la vida (por la reproducción de la fuerza de trabajo) sino por la reproducción de la relación de producción, la cual se realiza a través de distintos mecanismos donde se asegura y se puede disputar esa reproducción.
Para concluir intentemos hacer confluir nuestra crítica teórica con motivos coyunturales. A las razones expuestas hay que añadir algunas razones coyunturales de peso. Comprender a la determinación en última instancia a partir del homo oeconomicus nos coloca en el territorio ideológico en que más cómodo se siente el pensamiento liberal y libertario, ya que, implícitamente, lleva a otorgarle un valor normativo al modo de producción capitalista. Los libertarios no se equivocan en esto: si partimos teóricamente del homo oeconomicus, nos vemos obligados a representarnos el modo de producción capitalista como el resultado del empeño de pequeños productores independientes. El capitalismo no sería entonces sino el único modo del producción que existe, y que puede existir, ya que sería un ordenamiento social acorde a la naturaleza humana. El mito liberal indica que, aunque el capitalismo no existió siempre en forma visible, sino oscurecido por realidades execrables, como la esclavitud (no se reconocía que los hombres son libres por naturaleza) o las relaciones de dependencia del feudalismo (no se reconocía el derecho a abandonar la tierra y circular libremente, y había dependencias de tipo personal), el capitalismo estaba ya in nuce en la forma del productor independiente, del homo oeconomicus. En consecuencia, el capitalismo sería un orden social acorde a la naturaleza humana y cualquier intento de regulación sería artificioso.
Pour épater la bourgeoisie, y para poner al descubierto todo lo que hay que discutir, sin colocar nada debajo de la alfombra, debemos indicar todavía que este enfoque lleva a pensar la posibilidad de una relación de producción comunista, en la cual los trabajadores inmediatos están en una relación de posesión con su fuerza de trabajo y con los medios de producción. Tal relación de producción tendría también condiciones de existencia externas a sí misma, aparatos ideológicos, sólo que las mismas no se asemejarían a lo que hoy conocemos como Estado. No está de más, creemos, seguir convocando a la audacia y a la imaginación que reclaman el rigor de los conceptos.
Pero volvamos a la Realpolitik, ¿qué hay que decir de la distribución del ingreso? es evidente que la misma es un indicador crucial de la contienda política. De hecho la historia del siglo XX, como puede leerse en Hobsbawm o en Procacci, puede periodizarse a partir de la distribución del ingreso, desde los años dorados de la posguerra, en los que vimos surgir los estados de bienestar en distintas partes del mundo, impulsados por la rivalidad de la Unión Soviética, que le dio al capitalismo un impulso para reformarse mejorando ostensiblemente la distribución, hasta el ascenso del neoliberalismo, que cristalizó una distribución regresiva con mecanismos audaces y novedosos en medio de una revolución tecnológica de gran alcance. Así las cosas, entendemos que una posición que no confunda cambio con monedas, sin desdeñarlas naturalmente, debe seguir pensando juntamente a la política y a la producción.
Referencias:
[1] (Perfil, 13/1/2023 https://www.perfil.com/noticias/columnistas/la-persistencia-de-althusser-por-artemio-lopez.ph
Althusser se dió cuenta de que con los mismos criterios que se define la determinación en última instancia por lo económico, puede igualmente plantearse la determinación en última instancia por lo ideológico o por lo político.
Porque no existe ninguna época del ser humano en la que pueda separarse de la ideología o la política.
Lo de Marx son simplemente axiomas a partir de los cuales se deduce una hojarasca interminable.
No constituyen hipótesis, las cuales se pueden confirmar o descartar.
En una época Althusser y Poulantzas quisieron resolver el problema diciendo que lo económico en última instancia asigna el lugar y la función de lo ideológico y lo político en los modos de producción precapitalistas. Pero, finalmente, esto fue también abandonado por Althusser.
Althusser y Poulantzas son los que más esfuerzo hicieron por “desambiguar” al marxismo, tratando de hacerlo más unívoco. Pero Althusser es el que más se dio cuenta de que, a medida que avanzaba en esa tarea, lo desconstruía cada vez más.
El problema hoy es que muchos marxistas creen que la ciencia es sinónimo de “fuerza argumentativa”. En la ciencia la argumentación es necesaria pero dentro de ciertos límites, y ella no reemplaza la corroboración empírica y semántica y, mucho menos, la univocidad conceptual.
Creo que lo más rescatable del marxismo es el posicionamiento estructural más allá de la voluntad de los hombres.
Pero su propuesta de salida (comunismo, dictadura del proletariado, etc.) son pobrísimas, por no decir pésimas.
La “ley del valor” tiene algunos elementos interesantes pero muchos otros son bastante tontos como por ejemplo decir que el valor depende de una medición lineal de hs. de trabajo, etc.
Los marxistas siguen enfrascados en estas discusiones de las que ellos no se dan cuenta lo absurdas que son.
Sería parecido a querer resolver todos los problemas de la mecánica de Newton sin salir de la mecánica de Newton. Un poco esto fue la sufrida experiencia de Althusser y Poulantzas.
Como dice el dicho: “de un laberinto se sale por arriba”.
Esto significa que de los malos axiomas y postulados se sale con nuevas hipótesis, aunque resulten equivocadas.
Una hipótesis equivocada se descarta y abre el camino a una potencialmente acertada.
En cambio un axioma y postulado equivocado si nos aferramos a seguir deduciendo de él, genera esclavos ideológicos.