Un veneno dentro nuestro

Cuando la reacción convierte la libertad en fetiche y la legalidad en arma ofensiva, la organización plebeya de quienes viven del trabajo puede desorganizar la arquitectura tanática que hoy pretende imponerse como destinoy activar la posibilidad siempre latente de dar vuelta el reloj de arena.

Por Rocco Carbone, especial para Resumen Latinoamericano

 

La libertad no es una estatua

El experimento del poder de gobierno tiene la misión de sintetizar en un solo movimiento todas las corrientes reaccionarias que latenhistóricamente en la política nacional. Ese poder reconcentrado cuyo propósito es atentar contra la libertad, cohonestado que la sostiene, no puede resolver la crisis económica a la que ha arrojado a la clase del trabajo y volver a levantar el edificio social. Él mismo lo arruina. La clase trabajadora nacional no puede dejarse engañar por las promesas (de cambio en un sentido afirmativo o de ¿mayores? inversiones) de quien nunca ha cumplido una promesa. Su idea de libertad arrastra aquella concentrada en la Marcha de la libertad, cántico tanático de la “Revolución libertadora”, redactada luego de la masacre en Plaza de Mayo, y que tiene su inspiración en Cara al sol, himno falangista impulsado por Primo de Rivera. Las ideas de economía librelibre empresalibertad de comercio o libertad a secas “no son sino creaciones insidiosas para evitar que los demás se defiendan, para penetrarlos y explotarlos. […] La economía no es ni ha sido nunca libre: o se la dirige y controla por el Estado en beneficio del Pueblo, o la manejan los grandes monopolios en perjuicio de la Nación” (Cooke, Peronismo y revolución, pp. 69-70).

Contra la clase

El presidente Milei en este sentido es el primer anillo de la cadena de crímenes que el poder de gobierno comete en la Argentina contra las clases desfavorecidas. Podemos graficarla con una imagen de Audre Lorde: las “decisiones de cortar la ayuda a los enfermos terminales, a los mayores, a los niños dependientes, de cortar los vales alimentarios, incluso los almuerzos escolares, están siendo tomadas por hombres con los estómagos llenos que viven en casas confortables con dos autos y con acceso a innumerables paraísos fiscales. Ninguno de ellos se va a la cama por la noche con hambre” (Themaster’stoolswillneverdismantlethemaster’shouse, p. 45).El poder que encarna el presidente siempre “se afirmó y se impuso haciendo de la ilegalidad la única cosa legal” (Gramsci, Sul fascismo,p. 138). De allí la ligazón estrecha con el poder mafioso. El experimento local solidifica un bloque externo-asociándose con el imperialismo- ante la agudización de la lucha de clases para subordinar y dominar al enemigo común: la tradición de lucha emancipadora y revolucionaria de la clase trabajadora, nacional e internacionalmente. El odio y la violencia del poder de gobierno tienen un solo destinatario: la clase trabajadora, gran mayoría esclavizada por el capital en su fase tecnofinanciera. Son pasiones sintomáticas de su temor y temblor pues el experimento teratológico teme que la clase trabajadora, sea cual sea su tendencia ideológica, se rebele contra sus explotadores y dé un vuelco a las relaciones de clase actuales. Tiemblan ante la posibilidad siempre latente de dar vuelta el reloj de arena. Cientos de miles de trabajadores son echados a la calle para morir de hambre junto con sus familias, entregadxs a un “trabajo” de lunes a lunes de doce-o más- horas diarias. Esa “actividad” tiene un antiguo nombre que retumbó a lo largo de América: esclavitud. La condición material de trabajador/a esclavizado/a al capital es recubierta por el engaño del emprendedor libre. El poder fascista niega por un lado lo que afirma por el otro y -tanto el arqueológico como el contemporáneo- a través de un líder demagogo reúne multitudes no para movilizarlas en defensa de la libertad de sí “y de los pueblos sino para integrarlos en el orden capitalista, al conjunto de mitos fantasmagóricos” (Peronismo y revolución, p. 78).

Esclavitud

La cuestión de la esclavitud remite al núcleo esencial del fascismo: el supremacismo, modo político de actuación que el poder tanático que discutimos recupera del sistema colonial-esclavista. El fascismo es un movimiento social cuyo poder transhistórico está incrustado en el corazón del “occidentalismo cristiano”. Se trata de la expresión orgánica de la clase de la gran propiedad -estructurada por lazos familiares que se escenifican dentro de los institutos representativos, sea el Parlamento, la jerarquía militar, la magistratura, la mediaticidad monopólica, las estatalidades provinciales, etc.- que se alía con la clase media para inhibir o retrasar todo lo que sea posible la emancipación radical, “sostener una política defensiva de un régimen capitalista” e “imponer un orden perdido ante la falta de estabilidad” (Peronismo y revolución,p. 80). El fascismo contemporáneo -como lo hizo en su momento el arqueológico- se propone la organización política de las clases medias, de la “pequeña burguesía” desclasada, que rechaza la ética inherente al trabajo y busca permanentemente el batacazo financiero, la “magia” de los números; un ejemplo conspicuo es el Erdosain de Arlt. El propósito de este poder es transformarse en un partido medio -basta mirar la composición clasista que se escenifica en los garajes recientemente inaugurados en la Ciudad con el sello de la “Libertad es una estatua”-, equidistante del peronismo al que quiere destruir y del cambiemitismo, al que quiere fagocitar, pero siempre a disposición -cual servidor- de la clase de la gran propiedad.

La clase de la gran propiedad se entrega, confía en hombres como el presidente Milei porque quiere incidir especial y políticamente sobre la clase media. Los clasemedieros desclasados, como el presidente, conocen las debilidades de la clase de la que provienen, su sistema de valores, sus aspiraciones, sus preocupaciones y entonces saben cómo embargar a sus integrantes.

Ese bloque interno lucha contra las condiciones existenciales de la clase trabajadora. La única casta contra la que atenta es la clase que organiza su existencia alrededor del trabajo, demasiado numerosa, que si es asesinada, desaparecida, fragilizada, apaleada o gaseada, seguirá siendo tan numerosa como para seguir siendo explotada y vilipendiada.

Fascismo es el nombre del poder desorbitado de la propiedad que se organiza sobre el hambre, la intemperie, la esclavitud de esa clase social en un momento peculiar de la vida capital: la de la tecno-financiarización. Ese bloque interno define también los límites de la legalidad, que está determinada por los intereses de la(s) clase(s) que en cada sociedad detenta(n) el poder. Cuando una acción tiende a afectar de alguna manera la propiedad -idea que en la Argentina ha sido sacralizada tanto en su vertiente privada como pública, esta última expropiada por el poder de gobierno- y los beneficios que se derivan de ella, esta vuelve ilegal.

Tecno

El tecnocapitalismo no es sino el antiguo capitalismo en su proyección histórica financiera digital. En esta lucha, la iniciativa por ahora la tiene el poder de gobierno, por ende la clase trabajadora es la víctima de la guerra de clases. Y como recuerda Gramsci, “no puede haber paz entre la víctima y el verdugo” (p. 118). No puede haber ni acuerdo ni paz entre el verdugo y sus víctimas, entre el pueblo y sus masacradores. Quien quiera arrastrar o convencer a una víctima de que “tiene que abrazar” a su verdugo, alienta la condición del verdugo, se adhiere a ella.

¿Qué implica la fase tecnofinanciera del capitalismo? Que lo que había sido motor de desarrollo de las fuerzas productivas -el capitalismo clásico: productivo- hoy se ha convertido en factor de regresión y de destrucción. Estamos ante la dominación del capitalismo tecnofinanciero que quiere subordinar al productivo: que produce bienes y servicios: el capitalismo industrial, el comercial, aquel relacionado con el agro. El capitalismo en su fase tecno tiende a organizar la desindustrialización y se propone reemplazar la industria por actividades parasitarias. Algunos ejemplos de ese parasitismo son la economía de la droga -al tiempo que se elabora una retórica y una acción “antidrogas” aplicada a fuerzas populares latinoamericanas: es el caso de la República Bolivariana de Venezuela y de la República de Colombia. La economía de la droga en la Argentina precipita las figuras políticas de José Luis Espert y de su financista: Freddy Machado; también la de Lorena Villaverde. Otra actividad parasitaria es aquella organizada por la economía de las criptomonedas (allí tenemos el caso $Libra). Entran dentro de la misma categoría la producción de diversos narcóticos religiosos (nuevas religiones, nuevas sectas -antivacunas, anticientíficas, etc.- o antiguas religiones colonizadas a través del cosplaying: vestir una kipá y llorar ante el Muro de los lamentos). Revistan en el mismo sector parasitario el desarrollo de actividades“ puro humo”, o sea de aire contaminado: la mediaticidad monopólica, las redes sociales -aparatos del capitalismo digital-, sectores de la publicidad y la propaganda, estudios de auditoría, asesoramiento, estudios de mercado, encuestas y estudios de segmentación social. Bajo el impulso del FMI y la Casa Blanca, el desentendimiento sistemático del Estado entrega sectores enteros y vitales de la existencia de todxs y cada unx a los apetitos insaciables de lo privado (que expropia, así, lo público, lo común). Todas estas acciones se incrustan en una única palabra: fascismo -más o menos sigiloso- del siglo XXI. Más o menos porque Trump al lado de Mamdani, en la Casa Blanca, ante una periodista reconoció públicamente su condición, con un orgullo apenas velado.

La financiarización del capital -que produce dinero sin valor, esto es, en ausencia de trabajo humano abstracto- no está dispuesta a reconocer ningún límite a su voluntad de dominio total. El fascismo del siglo XXI, adherido a la expresividad tecnofinanciera del capitalismo, quiere acumular todo el poder posible para dominar a la vertiente productiva del capitalismo. Y como tal -tanto en su vertiente imperial, Trump, como colonial, los Mileoni de la vida- se ha puesto en camino hacia la recuperación integral y despótica del poder sobre las masas trabajadoras. Estas cuestiones se vuelven opacas a los ojos de quienes están enfrascados en el “debate” de qué es esto mientras ejercitan el talento de reducir todos los problemas a lugares comunes. Capacidad que permite ver las cosas sin que se divise la relación entre ellas, la conexión íntima que la crónica desconoce.

La pandemia ha solidificado el capitalismo de plataforma -fue en ese instante tempestuoso que se sofisticó un nuevo paradigma laboral: el/la trabajador/a de plataforma con un único derecho: de ser esclavx- y su pretensión de dominio sobre el capitalismo productivo. El empresario, el industrial son subordinados por aristocracias tecnofinancieras que operan a través de monopolios corporativos globales absolutistas totalitarios y sus oscuros algoritmos. ¿Qué interés pueden tener estas aristocracias en el incremento técnico, científico y social -la destrucción de CONICET y la Universidad nacional están a la vista- de la industria nacional? Estas nuevas clases globales se inclinan hacia los altos dividendos, aunque estos supongan la ruina de industrias enteras, de las fuerzas de trabajo nacionales y del aparato productivo. El servidor político de esas aristocracias es el fascismo del siglo XXI. Su vertiente imperial integra orgánicamente esa clase (el caso de Trump), la colonial es apenas su pendrive. Las políticas del pendrive implosionan el nivel de vida de la clase trabajadora, achata el número de compradores para los productos nacionales y afecta las fábricas, que reducen su producción a causa de las importaciones y el menor consumo. Las burguesías locales, empalmadas con la expresividad productiva del capitalismo, deberían disponerse a una reflexión política detenida acerca de su estupidez (carencia de razonamiento) por sostener un poder que las perjudica, pues siempre existe un punto en la historia en el que la burguesía está obligada a repudiar lo que ella misma ha sostenido o creado. Y las clases trabajadoras deberán disponerse para un instante radical.

Violencia

Otra dimensión de este poder político adherido al tecnocapitalismo es la violencia incremental. En el seno de la ONU, Argentina, junto con EE.UU. e Israel, votó contra la prevención y eliminación de toda forma de tortura. Esto significa que el bloque fascista -colonial imperialista- se solidifica ante la eventual agudización de la lucha de clases para subordinar y dominar a los enemigos comunes: el peronismo, las tradiciones de lucha revolucionarias y la clase del trabajo. Esa expresividad se anuda con la decisión de emplazar un militar al frente del ministerio de Defensa. Quiere decir que una parte del poder político ha sido entregada a la casta militar que de esta manera se convierte en instrumento de control de la autoridad civil. Estas decisiones profundizan las políticas de represión, persecución, hostigamiento, encarcelamiento como forma de disciplinamiento y difamación del campo nacional y popular y especialmente de algunxs de sus integrantes. Es decir, se ha fracturado el pacto democrático que se construyó desde 1983, luego de la experiencia genocidio. Un simple cálculo proyectivo (inferencia) lleva a prever que la clase dominante en un próximo futuro afectará -¿disolverá?- las organizaciones populares (movimientos, partidos, sindicatos, organismos de derechos humanos, medios alternativos de comunicación, etc.). Es de esperar un recrudecimiento de la violencia ya escenificada en la serie negra de los miércoles en plaza Congreso. La violencia es otra invariante histórica del fascismo, aplicada siempre contra lxs débiles. Una táctica histórica habitual de ellos es denunciar las injusticias pasadas y no las presentes y eludir a los adversarios poderosos para atacar a lxs que no tienen la capacidad de defenderse. Gramsci dejó anotado que el fascismo arqueológico se ocupaba sistemáticamente de atormentarenvilecer y aplastar: de denigrar e insultar “a las mujeres y a los ancianos”, “volver locos de terror y matar a niños y ancianos”. Y agrega que “Una locura colectiva parecía haber invadido a la clase dirigente, al Parlamento y a los gobiernos” (pp. 119-120). Este pasaje demuestra la eficacia de la tesis central sintetizada en el título de un libro de Juan Luis González: El loco. La vida desconocida de Javier Milei y su irrupción en la política argentina.

Qué reforma

Se ha puesto en marcha la idea, aún opaca por falta de información pública, de una reforma laboral. Si se acepta que el gobierno Milei es una expresión orgánica que sirve a la clase de la gran propiedad, de eso desciende que con la reforma laboral el ingreso de lxs trabajadores se va a achatar aún más. Es de esperar que esta reforma produzca una alteración marcada en la composición de los ingresos de la clase del trabajo para que los inversionistas locales y extranjeros tengan aseguradas -y aumenten– sus ganancias. Significa liberar aún más los precios -la idea “precios políticos” ha sido arrojada al basural de la historia-, aumento de los servicios públicos, energía eléctrica, combustibles, los transportes, las prepagas, etc. Se trata del principio de todos los proyectos de reforma laboral confeccionados en torno de la idea de sacralización de la propiedad privada. Esta emergencia se da cada vez que aparece en escena el FMI. Cooke recuerda que en 1958 “Frondizi anunció su Plan de Estabilización y Desarrollo de acuerdo a las recomendaciones del FMI que en ese año visitó el país. El plan provocó en los primeros meses de 1959 una caída del salario real de aproximadamente el 30%” (p. 65, n. 38). Síntesis: cuando hay despojo colonial, la clase trabajadora no es copartícipe de esa rapiña, sino su víctima principal. La clase trabajadora sufre todas las consecuencias de la actitud tecnocapitalista y también de la incertidumbre de los dirigentes sindicales de la CGT y las CTAs, si estos no se disponen a medidas de fuerza adecuadas para frenar y desarticular la reforma laboral. La huelga es un imperativo categórico cuando el vértigo del hambre y la miseria se multiplican y se refuerza la reacción.

Insurrección y estatalidad

El poder fascista local, que se adorna con la bandera nacional, está más allá de la frontera de lo humano, con sus atrocidades y la ferocidad propia de la clase del privilegio y la gran propiedad soldada a la clase media desclasada (negadora del trabajo y su ética). Como tal, debe ser resistido y oportunamente revocado. Luchar contra ese tanatismo absoluto pasa a ser un imperativo ético vitalista de toda organización popular democrática, sin distinción ideológica o de tradición política. Esas organizaciones, sobre todo las políticas, deben tomar la decisión de dar una dirección a la acción emancipatoria para conducir a la clase trabajadora hacia la liberación y la paz.

Las grandes masas populares tienen en su historial de lucha la necesaria experiencia y sabiduría para interrumpir el flujo libidinal del poder ultra-reaccionario que se ha cargado un bagaje pesado de actos delictivos que permanecerán impunes hasta tanto su organización política se sostenga. Ese flujo puede ser inhibido a través de la insurrección, que es una herramienta para transformar las relaciones sociales. Existen distintas modalidades históricas de insurrección. Una es la gran movilización popular, que supone la presencia de una vanguardia, un poder y la acción de una minoría ubicada dentro del movimiento de masa. Otra modalidad es la huelga general insurreccional, que implica la paralización completa y sostenida de las actividades productivas de un país. Otra aún se cifra en el voto. Para que éste se constituya en inhibidor hace falta reeducar el espíritu de clase. Si las élites dirigentes de la clase trabajadora nacional no se disponen a entender qué tipo de poder encarna y representa el libertarianismo y opta por las indecisiones, la ineptitud, la incomprensión de las situaciones políticas de nuestro presente, corre el riesgo de verse arrastrada -con toda la clase- a un caos de barbarie sin precedentes en la historia de nuestro país. Reeducar el espíritu clasista implica una pedagogía que dé una dirección, que oriente las modalidades comprensivas, que prepare las conciencias. Corre por cuenta de las fuerzas del campo de la emancipación (movimiento más conducción), que es el campo del trabajo, de la fuerza social mayoritaria. Una de las tareas centrales es infundir en las grandes mayorías -oprimidas, indefensas y por ahora ganadas (confundidas) por el general intellect de la vida tecnocapital- una clara conciencia de la situación real de la lucha de clases y de los medios adecuados para sobreponerse ante la arrogante reacción del poder de gobierno. Las grandes masas existen si encuadradas en los aparatos políticos democráticos: movimientos, partidos, sindicatos, medios, clubes, iglesias, comederos, locales o básicas, universidades, escuelas, etc. Los cambios de opinión que se verifican en las masas bajo el impulso de las fuerzas económicas predominantes deben ser interpretados por esos aparatos para ser resituados con un sentido popular: esto es, de clase (trabajadora), de campo (nacional y popular), de vida (existencial).

Nuestro campo debe prepararse y preparar una política de saneamiento queno puede organizarse alrededor de esta idea de libertad y de esta ley de la jungla. Necesitamos una política en la que el Estado se haga cargo de un proceso de redistribuir la riqueza, cuidar a la clase trabajadora, gravar a la clase de la gran propiedad -que es lo que está haciendo Lula en Brasil y que coincide con los postulados de Mamdani en Nueva York-. Necesitamos una estatalidad capaz de contemplar los intereses generales: comunes, públicos, sociales. Esa política de saneamiento debe imaginar otra estatalidad, pues no son las estructuras del sistema lo que hay que cambiar o modificar sino el sistema de las estructuras. El Estado tendrá que comenzar por ser otro y no estar en manos de la clase de la gran propiedad.

Contra la desesperanza

Solo una gran clase social -integrada por trabajadores (in)formales, cartonerxs, monotributistas, estudiantes, intermitentes, de plataforma, agrícolas, comerciantes, urbanos, de río o de mar-, organizada y preparada políticamente, puede oponerse con la suficiente intensidad a los intentos liberticidas de la reacción desnuda. Esa clase puede afirmar todas las libertades populares contra los asaltos de las fuerzas oscuras del pasado que ha retornado. Guiadxs por Audre Lorde recordamos que su unidad “implica reunir elementos que son para empezar variados y diversos en sus naturalezas particulares” (p. 39). Un bloque popular compacto puede imaginar y materializar una oposición eficaz a la expresión política de la financiarización del capital. Ese bloquismo popular “significa hacer el nada romántico y tedioso trabajo necesario de forjar coaliciones significativas y significa también reconocer qué coaliciones son posibles y cuales no lo son. Significa saber que una coalición como la unidad significa religarse como seres humanos completos, autorrealizados, enfocados y creyentes, no autómatas fragmentados, marchando a un paso prescripto” (pp. 46-47). “Para estar completos debemos reconocer la desesperación que la opresión planta en cada un de nosotros; esa delgada y persistente vocecita que nos dice que nuestros esfuerzos son inútiles, que nada nunca va a cambiar, entonces para qué molestarse, aceptalo. Y debemos luchar en contra de ese pequeño mecanismo incrustado de autodestrucción que vive y florece como un veneno adentro nuestro” (pp. 47-48). La emancipación radical“ no establecidas, dejándolas atrás; por ejemplo, es aprender a enfrentar las diferencias de cada uno con respeto” (p. 45). “El cambio afirmativo es la responsabilidad inmediata de cada uno de nosotros en donde y de la manera en que estemos parados en cualquier campo que elijamos. […] Cada uno debe hacer su trabajo para el cambio […] Significa trabajar activamente para el cambio, a veces incluso en la ausencia de cualquier seguridad de que el cambio se precipite” (p. 46).Todo esto se sintetiza en una idea, que es también acción: revolución. Que significa disponerse a luchar contra la desesperanza.

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