Una declaración de guerra del mercado contra la sociedad

Las autoras de este artículo analizan las tres nuevas categorías sociales que trama el discurso que se hace oficial con el gobierno de Javier Milei: gente de bien, caídos y orcos, perfilan bandos, enemigos, bajas. Pero, sobre todo, instalan un enfrentamiento que, en caso de consagrarse con la fuerza de la naturalidad y de la política de Estado, serán el marco en el que el ajuste proclamado se materializará.

GENTE DE BIEN Y CAÍDOS – POR ESTELA GRASSI Y ELIANA LIJTERMAN

(para La Tecl@ Eñe)

El clima de incertidumbre extendido tras los resultados del ballotage parece haber ido disipándose durante la última semana pre-asunción del nuevo presidente y, finalmente, tras su asunción, el domingo 10 de diciembre. Las confirmaciones sobre la composición de su gabinete, las alocuciones de quienes ahora componen el equipo de gobierno y el discurso del propio presidente en las escalinatas del Congreso de la Nación, son los indicios inequívocos de la dirección política que asume el gobierno. Debe sumarse, además, a los mandatarios internacionales que llegaron al país para la ocasión, más personajes tan oscuros como Bolsonaro, que confirman el alineamiento de Argentina con lo más granado de la extrema derecha internacional y con países con quienes el nuestro tiene relaciones de poco interés comercial.

Por lo demás, el revoleo de datos sin ton ni son por parte del propio presidente, sumados a los trascendidos incesantes de la semana anterior, tanto como los que siguen tras su asunción, referidos a anuncios de medidas económicas no precisadas, hacen sospechar el interés por generar desconcierto, tanto como la indefinición de un plan económico sostenido en la realidad, lo que no es lo mismo que la consigna “ajuste y shock” reiterada en su discurso inaugural.

En este marco, aún confuso, los años del gobierno de Carlos Menem no son una mera reminiscencia de analistas y expertos, porque el propio presidente electo, en sus anteriores escasas apariciones públicas desde que fue nominado, retomó el viejo plan de convertibilidad para explicar que, al igual que éste, su propio programa de estabilización demorará en producir los efectos deseados (la luz al final del recorrido). Eso sí, en su momento, ni Menem ni Cavallo anunciaron ese mal más temido por las y los economistas -la estanflación- que, ahora sí se dice, traerá aparejado el ajuste “del Estado, no del sector privado”.

Pero no son la economía y el ajuste los puntos que queremos traer a colación. Si bien el presidente se referencia, entre otros, en el gobierno de aquellos años, en la historia no existen las repeticiones puras. Así, el discurso del nuevo oficialismo nos trae algunas novedades de interpretación de la realidad por parte de quienes expresan el núcleo del pensamiento libertario. Y también por parte de sus adyacencias: un más o menos informe aglomerado de variados orígenes (entre ellos, figuras del menemismo de fines del siglo pasado y del macrismo más reciente, tan poco jóvenes libertarios), que se acercaron al fogón mileista, convidados por el dueño de la peña, necesitado de formar los equipos de gobierno. De esa mezcla surgen novedosas categorías interpretativas que se van incorporando al lenguaje corriente y a la jerga de los medios de comunicación.

Nos interesa, en principio, una que enuncia el presidente y repitió la canciller frente a los industriales, reunidos en la 29º Conferencia Anual de la Unión Industrial Argentina: la categoría de caídos. La prospectiva de una inflación sostenida, acompañada por un ajuste fiscal radical que inducirá a la constricción de la actividad, anuncia “momentos difíciles”, en palabras de Mondino. Los funcionarios dan por sabido que su impacto será diferencial para distintos sectores sociales: algunos lograrán sostenerse mientras que otros, presumiblemente quienes ya se encuentran al borde del abismo, caerán. La sentencia es categórica, al igual que la afirmación de Milei de que “no hay plata”. El ajuste fiscal no se negocia, el shock es un hecho.

También durante el gobierno de Carlos Menem y su ministro, Domingo Cavallo, quienes llevaban adelante las reformas económicas y del Estado, hablaban de las víctimas del ajuste. En términos empíricos, el vocablo remite a los mismos caídos que se vaticinan hoy, pero creemos que este término introduce algunas variaciones de sentido. La idea de víctimas induce a pensar en una catástrofe natural inevitable (un terremoto, un huracán, por caso); o como consecuencia de la impericia humana (un incendio, por ejemplo). Así se interpretaba el ajuste estructural entonces: no podía pararse y acarreaba víctimasCaídos, por su parte, es un término con claras connotaciones bélicas. No en vano el presidente recordó “La guerra de los macabeos (que) es el símbolo del triunfo (…) de la luz por sobre la oscuridad y sobre todas las cosas, de la verdad por sobre la mentira…”

A diferencia de una catástrofe natural, una guerra se declara, es el resultado de la voluntad de aniquilar a un enemigo. Por lo tanto, se sabe de sus consecuencias, pero no obstante ellas, se decide avanzar y pagar los costos en vidas humanas, son las bajas. Esos serán los caídos, así, en masculino, porque los enemigos de las contiendas que desde ahora librarán las nuevas autoridades, van desde la aberración de la justicia social hasta los feminismos que impusieron el leguaje inclusivo y el aborto legal. Caídos, entonces, no es un término inocuo en una coyuntura plagada de referencias al exterminio del cáncer de la inflación, así como de los adversarios políticos.

La condición de víctimas anima a pensar en que ellas ameritan asistencia para recuperarse; en que merecen que, de algún modo, quienes quedaron a salvo compensen su desgracia; y en que se focalice en ellas las ayudas. No es éste el caso del vocablo caídos y su connotación guerrera. Los caídos en la batalla, o los muertos de un bombardeo, no se recuperan; a lo sumo, quedan sus fantasmas. La ayuda que se promete en este caso, es lo más parecido a darle paz a las almas para que sus fantasmas no molesten el sueño de los argentinos de bien. Ese otro conjunto que distingue y a los que se dirige el presidente libertario.

Frente a un discurso oficial que simplifica y banaliza la muerte social, aparecen algunas otras señales de alarma. En la misma Conferencia de la UIA a la que hicimos referencia, se manifestó el temor por un posible “industricidio”. ¿Serán la producción local, las empresas públicas, los medios de comunicación estales, las riquezas naturales y el fondo de garantía de sustentabilidad de ANSES, otros tantos de los caídos, partícipes de la causa oficial, bajas silenciosas, un saldo meramente contabilizable?

Siguiendo con las palabras y las metáforas bélicas, el ex presidente Macri anticipó cómo serán tratados quienes se resistan a caer. En sus términos, los orcos que osen manifestarse, ocupar las calles e interrumpir la buena vida de los argentinos de bien.  Los objetores de conciencia de una guerra que lleva a la aniquilación de la condición de ciudadanos y, más aún, de congéneres de una humanidad común. Para ellos, se cuenta con la experiencia de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que ahora anuncia “tolerancia cero con piquetes”, como antes, durante su primer tiempo en ese ministerio, puso en marcha “el protocolo anti-piquetes” para que sepan “a qué atenerse” los manifestantes. Precisamente, eso ratificó el presidente: “en nuestros términos, el que corta, no cobra”.

¿Por qué nos detenemos en los discursos? Porque las palabras nunca son inermes, aunque sus sentidos se disputen o por ellas se libre una guerra ideológica (por la libertad, por ejemplo). El vocablo “pobres” tiene tras de sí una larga historia y un cúmulo de debates, definiciones, mediciones, etc.; igual que trabajadore/as; igual que informales, excluidos, clase alta o clase media. Del mismo modo que el término “trabajo”, del que por experiencia propia saben, por ejemplo, las mujeres, a las que tanto tiempo se las consideró inactivas, aunque sus tareas en el hogar (su trabajo reproductivo, el trabajo doméstico) fueran indispensables para el trabajo en la producción.  Por (con) las palabras expresamos lo que vemos (creemos ver) de la realidad, de otro modo inaccesible. Las palabras ordenan o por ellas se ordena el mundo que vivimos. Se interpreta, se explica, se dan fundamentos y se determinan políticas. Se valora o se disvalora objetos, actividades y grupos humanos. Por ellas y con ellas, también se lucha.

Cúmulos de libros, montones de expertos se abocan a dar precisión a los conceptos y categorías sociológicas que los discursos libertarios (o simplemente, banales e indolentes, como también fueron los de Menem y Macri) echan por tierra.  Las tres nuevas categorías sociales que trama el discurso que se hace oficial con el gobierno que llega: gente de bien, caídos y orcos, perfilan bandos, enemigos, bajas. Pero, sobre todo, instalan un enfrentamiento que, en caso de consagrarse con la fuerza de la naturalidad y de la política de Estado, serán el marco en el que el ajuste proclamado se materializará.

Queda saber dentro de cuál de estas categorías se incorporará a quienes hasta ahora tienen/tenemos empleo. Quiénes serán los “que están trabajando y pueden quedarse tranquilos”, según la graciosa interpretación de Mondino. Quiénes deben saber que “están trabajando porque lo que hacen es útil” y quiénes deben empezar a suponer que lo que hacen es inútil, aunque estén soldando los caños de un gasoducto, poniendo pavimento en algún barrio o ruta, cocinando en el comedor de alguna escuela pública, o cualquier tarea tan inútil como estas, porque no le sirve directamente a gente de bien como la futura canciller. Quizás su cocinera (probablemente tenga en su casa una empleada, porque no parece una tarea que ella haga diariamente) deba estar tranquila, porque le sirve, pero queda por verse cómo serán consideradas las cocineras de un comedor popular, a donde van los caídos y los orcos, esa mitad de ciudadanos y ciudadanas, niños y niñas que viven en la pobreza.

En fin, parecen ser estas las categorías que organizan la sociedad imaginaria del pensamiento libertario local. Aunque en ese imaginario, “sociedad” es una incoherencia, porque desde esa perspectiva “no existe tal cosa”, como advirtiera Margaret Thatcher, cuya figura e ideario trajo de vuelta el novel presidente argentino. Para ese imaginario, la sociedad es otra aberración que interrumpe la circulación de la gente de bien en el mercado capitalista.

Frente a esa visión deshumanizada del mundo, a esa declaración de guerra del mercado contra la sociedad que encaran los libertarios, la resistencia será también la de objetores de conciencia de esa contienda que lleva, irremediablemente, a la aniquilación de la humanidad.

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*Profesora e Investigadora Consulta IIGG-FCS-UBA/

**Investigadora CONICET-IIGG-FCS-UBA

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