Una democracia formal donde el poder nunca cambia de manos

En lugar de concentrarse en aplicar la etiqueta (a veces, engañosa) de fascista a Trump, lo importante es aprender las lecciones de los movimientos antifascistas históricos para formular una contrapolítica robusta frente a la agenda trumpiana.

Trump, el fascismo y el giro autoritario

D. K. Renton

 

Cuando los líderes de los demócratas norteamericanos debaten si Trump es un fascista, se preguntan si va a cambiar el sistema de votación para que no puedan volver a ganar unas elecciones. [1] Cuando los marxistas debatimos la misma cuestión, no aislamos lo que les ocurrirá a los políticos de lo que le ocurrirá a la sociedad en su conjunto. Explorar la cuestión del fascismo significa preguntarse si Trump cumplirá sus amenazas y despedirá de veras a decenas de miles de empleados de la administración pública, abolirá la ley de remuneración de horas extras, ilegalizará los sindicatos del sector público y eliminará el salario mínimo federal.

Lo que estamos debatiendo es si aplicará la abierta violencia del Estado para deportar un número nunca visto de personas. Nos preguntamos si iniciará las guerras con Canadá, Panamá o Dinamarca que le harían falta para hacer realidad sus fantasías de expansión territorial. Si lo comparamos con un fascista, no estamos diciendo necesariamente que vaya a tener éxito en la realización de todas estas tareas. Estamos preguntando si va a llevar a cabo bastantes de ellas, desatando tal ola de violencia contra sus enemigos políticos y raciales que dentro de cuatro años los Estados Unidos (y por tanto el mundo) sean un lugar más cruel de lo que es ahora.

No estoy haciendo comparaciones con el pasado -el del fascismo histórico- porque me sienta cautivado por él o porque quiera que los demás lo estén. Más bien, deberíamos entender el fascismo como una de una serie de técnicas más amplias para profundizar el poder contrarrevolucionario que se le sugieren repetidamente a cualquier autoritario que intente profundizar su dominio en las condiciones del capitalismo. Podemos utilizar la historia del éxito autoritario contra él mismo. Podemos recurrir a ella para explorar qué supuestos obstáculos al autoritarismo tienen más probabilidades de fracasar y cuáles resultarán más sólidos en la oposición a un régimen que sigue ahondando su poder sobre nosotros.

Tal como voy a argumentar, hasta ahora Trump ha estado gobernando con un grado de autoritarismo equivalente al fascismo, ciertamente al primer fascismo italiano. Sin embargo, para que la etiqueta siga siendo precisa, un régimen debe radicalizarse continuamente, innovando en respuesta a los acontecimientos, cruzando umbrales que incluyen el uso de la violencia masiva contra sus enemigos en la sociedad y el Estado, y culminando en guerra y genocidio. Aún no es obvio que exista tal grado de ira y entusiasmo popular para que el régimen siga radicalizándose de esa forma tan distintivamente fascista. En la historia hay ejemplos de regímenes que comienzan con un estallido de furia antes de estabilizarse en un autoritarismo capitalista ordinario (España, Portugal, la mayoría de las dictaduras militares).

Al considerar esta evidencia, mostraré que, en lugar de concentrarse en aplicar la etiqueta (a veces, engañosa) de fascista a Trump, lo importante es aprender las lecciones de los movimientos antifascistas históricos para formular una contrapolítica robusta frente a la agenda trumpiana.

Cuando los antifascistas de entreguerras trataron de explicar a su enemigo, se decantaron por un factor que explicaba el poder destructivo del fascismo. A diferencia de todas las políticas conservadoras o autoritarias de derechas anteriores, el fascismo fue el primer intento de utilizar a las masas contra la democracia. Clara Zetkin, que en la década de 1900 fue una de las líderes del movimiento de mujeres socialistas, y en la década de 1920, portavoz de la Internacional Comunista, lo expresó del siguiente modo: «Los dirigentes fascistas no son una casta pequeña y exclusiva; se extienden profundamente a elementos más amplios de la población… en cuanto a la composición social de sus tropas, el fascismo engloba fuerzas que pueden ser extremadamente incómodas e incluso peligrosas para la sociedad burguesa». [2]

Trotsky advirtió desde el exilio en 1931 que el fascismo alemán se había convertido en un verdadero movimiento de masas, que organizaba a los desempleados y a un número significativo de trabajadores junto a los pequeños propietarios. «A la gran burguesía», escribió, «le gusta el fascismo tan poco como le gusta a cualquier persona con dolor de muelas que le saquen los dientes». [3]

Tanto Hitler como Mussolini crearon un partido fascista y lo utilizaron como contrapeso a las presiones que se ejercían sobre ellos para que se ajustaran a la política dominante. Cada líder empezó como una minoría, intentando el reclutamiento en el seno de un movimiento de masas más amplio de contrarrevolucionarios. En Italia, los primeros partidarios de Mussolini, los Fasci di combattimento, eran una mezcla de veteranos y de personas demasiado jóvenes para haber luchado en la guerra de 1914-18. Optaban entre Mussolini y sus rivales (el poeta Marinetti, el aventurero D’Annunzio). Eligieron el fascismo, en última instancia, porque ese partido era pionero en el uso de la violencia contra la izquierda. A los comunistas se les golpeaba, secuestraba, amenazaba o asesinaba. Entre marzo y mayo de 1921, los fascistas destruyeron 119 Cámaras de Trabajo, 17 periódicos e imprentas, 59 Casas del Pueblo, 83 Ligas Campesinas, 131 Clubes Socialistas y 151 Clubes Culturales. [4] La violencia comenzó fuera del Estado. Luego, a medida que continuaba, participaron agentes de policía y tanto jueces como políticos conservadores expresaron su apoyo a la misma. La violencia puso fin a todo un periodo de exitosas luchas obreras.

El fascismo comenzó asimismo en Alemania en el entorno de los Freikorps (los ejércitos privados que florecieron en Alemania tras la derrota militar). También allí el punto de partida fue la violencia contra la izquierda: entre enero de 1919 y junio de 1922 se produjeron 376 asesinatos políticos en Alemania; 354 de ellos fueron perpetrados por partidarios de los Freikorps u otros grupos de extrema derecha. Las víctimas eran socialistas o comunistas. [5]

Ambos partidos fascistas de entreguerras eran partidos paramilitares. Utilizaban sus ejércitos privados de un modo distintivo, tratando il doppiopetto e il manganello (la chaqueta cruzada y el garrote) como prioridades iguales. Los partidos se tomaban en serio las elecciones y la toma del poder mediante las mismas. No estaban menos comprometidos con su propia versión de la lucha armada. Una vez que las calles estuvieran bajo control fascista, podrían enfrentarse al Estado y remodelarlo hasta que el Estado ofreciera, en cada momento y en cada tarea, el ideal fascista de hogares para su pueblo, escuelas para su pueblo y cárcel (o cosas peores) para sus enemigos.

Tanto Hitler como Mussolini emplearon a sus paramiltares con moderación, de forma más activa en los periodos anteriores a su llegada al gobierno, o antes de haber quebrado los anteriores estados liberales italiano y alemán. Los paramilitares se utilizaban para aterrorizar a los jueces y políticos liberales y de centro-derecha e impedirles cualquier tipo de protesta. Eran como un arma cargada sobre la mesa: no se podía limitar o restringir el fascismo, sólo se le podía derrotar en una sangrienta guerra civil.

La forma en que Trump se aproxima más a la política de los años veinte es a través de una dinámica similar de construcción, envalentonamiento y adaptación a un movimiento callejero. Tiene una base independiente de partidarios y hasta una milicia que le apoya. Nadie más en la derecha estadounidense o europea tiene algo parecido a esa relación de Trump con un movimiento callejero violento. La relación sólo difiere en aspectos superficiales de los años de entreguerras: la mayoría de la gente es reclutada por Internet y no en persona; no le pagan cuotas de suscripción. Más bien, compran las corbatas y los pendientes, las billeteras, los vinos y las tazas que anuncia Trump.

En consonancia con los movimientos callejeros de los años 30, la actual extrema derecha que lucha en las calles ya ha empleado formas de violencia contra la izquierda y las minorías de género o sexuales. Algunos partidarios de Trump intimidaron a funcionarios electorales en 2020. Otros participaron en una cacería humana patrocinada por el Estado que terminó en un asesinato (Michael Reinoehl) o han vitoreado a un asesino (Kyle Rittenhouse). Las redes sociales de propiedad empresarial alientan a cientos de miles de personas, recompensándolas con una mayor atención a medida que ascienden en una escala de actos asertivos: tomando primero partido contra los «liberales», acosando luego a personas del otro extremo de la política, hasta llegar al doxxing [acoso y denuncia digital]. Para cruzar el umbral de convertirse en participantes en actos de violencia, ya no es necesario que un partido fascista movilice a sus afiliados paramilitares. Antes bien, los individuos y grupos que se han congregado en 4Chan o incluso en X pueden responder a esa llamada.

Trump entró en su primer mandato beneficiándose del apoyo de un movimiento que él no había creado: las decenas de miles de personas que habían participado en el Gamergate [campaña de ciberacoso de 2014 contra mujeres del sector de videojuegos] y los millones que habían abandonado Fox News en favor de Breitbart [página digital informativa de extrema derecha]. Entre su incorporación a Twitter en 2009 y 2017, Trump publicó más de treinta mil mensajes en Twitter, consiguiendo treinta y seis millones de seguidores. Trump parecía utilizar su plataforma con una generosidad inexplicable. La utilizaba para promocionar a cualquier persona de derechas -viviera en los Estados Unidos o en el extranjero-, neonazis incluidos, teóricos de la conspiración y partidarios de la insurrección armada. A primera vista, esta táctica era irracional: Trump estaba disipando su mensaje para cortejar a extremistas con públicos de cientos de personas. No es lo que habría hecho cualquier otra estrella de la televisión. Ese comportamiento no pretendía aumentar su plataforma, pero le granjeó una base de partidarios, intensos leales a Trump dispuestos a arriesgar cualquier cosa, incluso la cárcel, por su causa.

La primera prueba de la relación de Trump con su movimiento llegó con la movilización de Unite the Right en Charlottesville [Virginia]. Una multitud de trescientas personas con uniforme de pantalón caqui y polo blanco coreaba: «No nos reemplazarán los judíos». Atacaron a los contramanifestantes antifascistas, rociándolos con gas lacrimógeno. Un fascista, James Fields Jr, condujo su coche contra los antifascistas, matando a una organizadora sindical, Heather Heyer. Trump declaró a los periodistas que había «gente muy buena en ambos lados» y culpó de los enfrentamientos a los antifascistas. Presionado por la prensa y los republicanos, Trump se volvió por primera vez contra sus partidarios, despidiendo a su estratega jefe, Steve Bannon. Durante los dos años siguientes, los antifascistas pudieron sentirse optimistas. Parecía que las protestas de la izquierda habían roto el vínculo entre Trump y su base de a pie.

Trump, sin embargo, reconstruyó a lo largo de 2020 la relación con sus partidarios de extrema derecha. Respaldó la teoría de la conspiración QAnon, que afirmaba que los demócratas estaban controlados por un pequeño grupo de pedófilos adoradores de Satán. Se detuvo a partidarios de QAnon después de que atacaran restaurantes en los que se rumoreaba que había niños cautivos, de que reunieran material para fabricar bombas, atacaran iglesias católicas, hicieran descarrilar trenes, acecharan a políticos y los atacaran en sus domicilios. [6] Un día de julio de 2020, Trump retuiteó una docena de cuentas de Twitter de QAnon. Cuando recibió críticas de legisladores republicanos, el equipo de comunicación de la Casa Blanca se puso del lado de Trump y QAnon en contra de ellos. [7]Una vez más, Trump renunciaba al respaldo institucional para cortejar a sus seguidores de extrema derecha. Desde entonces no ha dejado de reconstruir su vinculación con ellos.

El 6 de enero de 2021, Trump ordenó a sus partidarios «¡Luchad, luchad, luchad!», instándoles a marchar hacia el Capitolio, con la esperanza de anular el resultado de las elecciones de 2020. Sus partidarios tomaron pasillos y oficinas, y obligaron a retrasar los procedimientos de confirmación presidencial. Como sedición, la marcha fue incompetente: no había un plan sobre cómo enfrentar a las instituciones del Estado con la democracia. Fue una insurrección, escribió Mike Davis, «en el sentido de una comedia negra». [8] Pero ver la falta de plan es no entender la cuestión. Al igual que las revoluciones, las contrarrevoluciones necesitan sus momentos de teatro: su Ayodhya [santuario hinduista], su marcha sobre Roma (de la que también hubo en su momento burlas: ¿cómo podía ser una verdadera insurrección si Mussolini llegaba en tren?) La participación de Trump en la acción ahondó su relación con las milicias, con gente como los Proud Boys, los Oath Keepers y el movimiento Boogaloo. Hasta un punto extraordinario, también lo hizo su promesa cumplida de indultar a los que participaron. Hitler y Mussolini no nacieron como guerreros políticos comprometidos, sino que se convirtieron en tales. Fue su participación en intentos de sublevación, su decisión de aceptar la implicación de sus partidarios radicales en lugar de denunciarlos después, y su redoblada apuesta por la dimensión extraelectoral de la lucha lo que les convirtió en fascistas.

Cuando Trump indultó a los condenados por participar en el 6 de enero, fue más lejos de lo que esperaban sus aliados. J.D. Vance declaró a los periodistas que quienes cometieron actos violentos durante la revuelta del Capitolio «no tendrían que haber ser indultados». Trump le ignoró, liberando incluso a quienes cumplían largas penas de cárcel o habían sido condenados por violencia extrema. Vance tuvo que recular vergonzosamente. [9] La razón por la que Trump fue más lejos de lo que habrían ido otros republicanos es que ve al movimiento como un potencial contrapoder bajo su propio control en mucha mayor medida que ellos. Habrá momentos en los que Trump encuentre obstáculos en su misión de purgar universidades, deportar inmigrantes y atacar a la izquierda, y sus aliados se ofrecerán como fuerza callejera capaz de resolver sus debilidades. Todo lo que hemos visto en los últimos cinco años sugiere que Trump los utilizará para este fin.

Más adelante, abordaré en este artículo un posible límite al poder de Trump: que sólo una minoría de personas del círculo íntimo de Trump apoye el uso de la violencia contra sus enemigos. Como muestran el ejemplo de Vance y los indultos del 6 de enero, muchos de los aliados más cercanos de Trump no entienden siquiera hoy lo comprometido que está con un proyecto de gobierno personal.

Sin embargo, hasta en los estados fascistas clásicos de entreguerras, la mayoría de los líderes de segundo rango se habían unido al partido fascista desde fuera o eran cautos respecto a elementos de su programa. Pensemos, por ejemplo, en Adolf Eichmann, el hombre encargado por las SS de organizar la deportación masiva de judíos en el Holocausto. Tal como señaló Hannah Arendt en el momento del juicio de Eichmann, éste se había unido al partido nazi más de una década después de la fundación del partido, tras pasar por la YMCA y por una asociación cristiana de senderismo. Era un afiliado en serie, armado no de una profunda motivación ideológica, sino de un abrumador instinto de seguidismo. [10]No se trata en absoluto de excusar a Eichmann, sino más bien de sugerir que los ideólogos firmemente comprometidos con el fascismo suelen ser una minoría relativa. ¿Por qué iba a ser hoy distinto?

La razón por la que los fascistas más radicales pudieron dominar a los pasivos se debió, en parte, a la vaguedad de los planes de gobierno de los fascistas. Éstos, a su vez, fomentaron una dinámica en la que se invitaba a los líderes de segundo o incluso tercer rango a adivinar lo que quería el líder, imaginarse a sí mismos en la mente del líder e idear planes de gobierno. A continuación, se ponían a prueba mediante dinámicas de selección interna y competencia, y triunfaban generalmente las propuestas más radicales. Los líderes menores de esta descripción no necesitan convertirse al programa completo del fascismo, sólo necesitan entusiasmarse con la idea de hacerse con el control del Estado, empujarlo en nuevas direcciones, actuar por rencor contra sus enemigos o simplemente identificarse con el poder ascendente sin importarles lo que haga ese poder.

Pensemos, por ejemplo, en una pieza legislativa relativamente menor que se originó fuera del círculo íntimo de Trump, el proyecto de ley HR 9495, que presentó en el Congreso en el invierno de 2024 Claudia Tenney, republicana de Nueva York. El objetivo del proyecto de ley consistía en permitir al presidente declarar a cualquier organización no gubernamental partidaria del terrorismo, y eliminar su exención fiscal como ONG, teniendo al movimiento de solidaridad con Palestina, Amnistía y Human Rights Watch muy obviamente en el punto de mira de Tenney. Tenney es republicana desde los tiempos de John McCain y Mitt Romney. Es una republicana que ha ido moviéndose más a la derecha argumentando lo que para los partidarios de Israel es de sentido común: que el genocidio es legítimo, que hay que prohibir las protestas en su contra y que incluso las personas que se ponen del lado de los manifestantes de veras (es decir, los líderes conformistas de organizaciones benéficas de derechos humanos) son radicales peligrosos cuyas voces hay que silenciar.

Puede que lo que se necesite para un desenlace fascista no sea un gran grupo de fascistas comprometidos, sino un momento de avance e innovación de la derecha, así como la voluntad de utilizar el Estado de nuevas formas para que dejen de ser aplicables los límites anteriores al poder autoritario.

Uno de los problemas de la discusión sobre si un orden social es o no «fascista» es que introduce de matute una comparación no reconocida con las sociedades europeas de entreguerras en las que surgió el fascismo. En Europa había surgido una distinción entre la metrópoli y las colonias en los márgenes. En los centros de acumulación de capital, floreció un sistema de derechos humanos con la eliminación gradual de las barreras a la igualdad de los ciudadanos basadas en su origen nacional o sus creencias religiosas. Los trabajadores consiguieron el voto, las pensiones y el acceso a la educación estatal, anunciando así a aparición de los modernos estados del Bienestar. Parte de la conmoción del fascismo residió en su repentina inversión de lo que muchos habían asumido como una tendencia universal hacia la igualdad. Sin embargo, a cientos de kilómetros de distancia, en las colonias del Sur global, los colonizados eran tratados como menos que iguales y privados de derechos bajo regímenes políticos que hacían distinciones tajantes entre ciudadanos europeos y súbditos no europeos.

Los ataques del fascismo contra los europeos que se habían acercado más a los plenos derechos de ciudadanía -socialistas, izquierdistas, homosexuales y judíos- borraron esta distancia geográfica. Desplegó en las metrópolis europeas una violencia similar a la que los colonizadores habían empleado en África o Asia contra los súbditos raciales del imperio.

Tanto en la década de 1930 como en la actualidad, los Estados Unidos quedan fuera del paradigma colonial europeo porque las estructuras de la sociedad norteamericana descansaban directamente en la expansión territorial colonial, en el entonces reciente genocidio de la población indígena y la esclavitud importada. Los mundos de los ciudadanos con plenos derechos y los que carecían de ellos en Estados Unidos no se mantuvieron geográficamente diferenciados como en Europa (el Sur perdió la Guerra Civil). Los derechos de los ciudadanos tampoco llegaron a ser universales (la Reconstrucción Radical fracasó). Los Estados Unidos contenían dentro de un conjunto de fronteras en expansión tanto al colonizador como al colonizado. Como consecuencia del colonialismo y la esclavitud, tal y como observaron los Black Panthers hace medio siglo, si eras negro en Estados Unidos, la violencia nunca estaba lejos. [11] Incluso antes de que Trump llegara al poder, grupos significativos de personas oprimidas en Estados Unidos ya experimentaban niveles de violencia sancionada por el Estado que normalmente se asociarían con una sociedad autoritaria.

Trump prometió «acabar con la locura transgénero». [12] La mayoría de los estados ya han prohibido la asistencia sanitaria a los jóvenes trans. Ya hay cientos de leyes que regulan qué baños pueden usar las personas trans, a qué cárceles se les envía y en qué deportes pueden competir. En el ámbito federal, los ataques continúan sin tregua, con los titulares de pasaportes trans e intersexuales, en el mejor de los casos, atrapados en un limbo legal y, en el peor, totalmente privados de derechos.

Bajo la presidencia de Biden, los profesores universitarios se vieron sometidos a leyes que les prohibían impartir clases que reconocieran la historia de racismo del país. Más de la mitad de los estados del país aprobaron leyes que limitaban la enseñanza de la Teoría Crítica de la Raza. [13] En la primavera de 2024, ya había diez mil libros prohibidos en las bibliotecas norteamericanas. [14] Los demócratas repitieron los errores de los liberales europeos en las décadas de 1920 y 1930: buscaron la conciliación con la base de Trump continuando y ahondando los ataques contra los inmigrantes, con la esperanza de desplazar el impacto del autoritarismo fuera de las fronteras de los Estados Unidos. Sin embargo, la continuación de esas políticas en los últimos cuatro años le ha creado la oportunidad de llevar la violencia más lejos. La administración de Biden deportó en 2023-4 a trescientas mil personas, una sexta parte de las cuales eran adultos con hijos en los Estados Unidos. [15] Se ha reclutado a la policía de inmigración, se han fletado los vuelos, se han preparado los campos de detención.

La mayor diferencia entre el fascismo y otras formas de gobierno de derechas fue que los gobiernos fascistas se radicalizaron en el poder. Los fascistas llegaron al poder prometiendo cambios significativos y movilizando a miles de personas, pero una vez en el poder, el fascismo abandonó su retórica revolucionaria y adoptó decisiones que tuvieron como efecto favorecer a los ricos. Los regímenes fascistas tuvieron que compensar de alguna manera la distancia entre promesa y realidad. En los dos casos clásicos, esto significaba ofrecer a la gente corriente su liberación mediante victorias militares en ultramar. La forma de llevarlo a cabo consistió en un pacto en virtud del cual los capitalistas italianos y alemanes aceptaban el fascismo, juzgando que saldrían ganando con las promesas de la extrema derecha de purgar a los socialistas del lugar de trabajo. Ese acuerdo cambió -corrompió- la forma en que los trabajadores debían acercarse al Estado. Un italiano de clase obrera no se haría más rico bajo el fascismo, a menos que se le concediera una villa en el imperio en Abisinia. Un alemán corriente podía prosperar, más allá de cierto punto, si la nación conquistaba colonias y reclutaba ciudadanos para colonizar los puestos avanzados. El vago anhelo de cambio se desplazó hacia la utilización de la nación para la guerra permanente.

Aunque el fascismo produjo regímenes similares tanto en Italia como en Alemania, no fue el caso que cada una de estas sociedades se volviera fascista a la misma velocidad. Tampoco se da el caso de que, porque la extrema derecha aún no haya tomado el poder y purgado un Estado democrático en ningún momento desde 2016, no vaya a hacerlo nunca esta generación de populistas. En el caso de Hitler, el fascismo comenzó a los pocos días de acceder al poder. A los cien días de ser nombrado canciller, Hitler había promulgado decretos que suspendían la protección de los derechos civiles, la libertad de expresión y el debido proceso de la Constitución alemana. La Ley Habilitante permitió a Hitler gobernar sin necesidad del Parlamento. Las leyes disolvieron los gobiernos estatales, Prusia incluida, el estado más grande de Alemania, con su enorme electorado socialista y comunista. Se despidió a todos los judíos y antifascistas de los empleos públicos, incluidas las escuelas, las universidades y la judicatura. Los sindicatos pasaron a manos del Estado. La gente recuerda el ejemplo alemán y asume que el fascismo significa dictadura desde el primer día.

Pero en Italia, por el contrario, Mussolini se mantuvo tres años en el poder antes de que se presentara la oportunidad de declarar el país una dictadura. El parlamentario socialista Giacomo Matteotti fue asesinado por los fascistas el 10 de junio de 1924. Tras su muerte, los partidos de la oposición se reunieron, decididos a boicotear el parlamento, pero no pudieron ponerse de acuerdo sobre qué hacer a continuación. Temían enfrentarse directamente a Mussolini. A diferencia de él, no disponían de paramilitares. Tampoco se atrevían a convocar a las fuerzas de extrema izquierda: los comunistas también mantenían su propia distancia, sectaria. No atreviéndose a llamar al pueblo a la resistencia, pidieron al rey italiano que interviniera y éste se negó. En enero, Mussolini pronunció un discurso ante el Parlamento aceptando la responsabilidad por la muerte de Matteoti y prometiendo gobernar, a partir de ese momento, como un dictador. En noviembre de 1926, cuatro años después de haber tomado el poder, Mussolini se enfrentó a la oposición en el Parlamento italiano de diputados entre los que se encontraba el comunista Antonio Gramsci. Un nuevo atentado contra la vida de Mussolini sirvió para justificar las leyes que prohibían el acceso de la izquierda al poder.

Tanto en la derecha como en la izquierda, el avance de la política radical se produce cuando varias sociedades atraviesan crisis similares al mismo tiempo. El cambio debe producirse en el plano internacional, para que los participantes de Estados rivales puedan aprender de los avances de los demás, emularlos y, en última instancia, superarlos. Una revolución aislada (o, de hecho, una contrarrevolución) puede enfrentarse a la resistencia de grupos de interés, a sanciones o incluso a la amenaza de invasión por parte de otros Estados que arguya que están controlando u avance en nombre de la corriente política dominante. Es mucho más fácil transformar la política de un país si se trata de uno de los diversos Estados radicales que gobiernan a la vez.

En los años veinte, Mussolini ofreció a Hitler un modelo de cómo llegar al poder (su Marcha sobre Roma inspiró el golpe de Estado de Hitler en la cervecería), la idea de gobernar mediante una dictadura de partido único y un lema sobre cómo dirigir la economía. Posteriormente, Hitler pudo superar el ejemplo de Mussolini: Alemania era un país más rico y con un mayor poder militar potencial. Pero no podría haber habido fascismo en Berlín si Mussolini no hubiera irrumpido en primer lugar.

Una de las razones por las que Trump puede gobernar como un autoritario es que vivimos en un mundo en el que una serie de diversos Estados de derechas más -Israel, Hungría, Rusia, India- se están ya promocionando, financiando aliados en el extranjero, reclutando periodistas amigos, pagando un influjo automatizado en las redes sociales y encontrando propagandistas dispuestos a servirles.

En el momento de escribir estas líneas, el más dinámico de los aliados globales de Trump es, por supuesto, Israel. En un mundo que declara que es un ejercicio racional y legítimo de la política estatal que Israel asesine a la población civil de Gaza, las fantasías de Trump de ocupar Groenlandia y limpiar totalmente la franja de Gaza de todos los palestinos que quedan también se vuelven «racionales».

Hasta ahora, he enumerado algunos de los puntos de comparación más evidentes entre el fascismo histórico y el giro autoritario actual. En la siguiente sección de este artículo, abordaré algunos de los factores de los que a menudo se dice que es probable que limiten su poder y analizaré hasta qué punto puede ser influyente cada uno de ellos.

A menudo se dice que la base de votantes de Trump son republicanos de toda la vida, más que fascistas ideológicos comprometidos. Si va más lejos de lo que ellos tolerarían, seguramente se volverán contra él. Es cierto que, visto puramente en sus propios términos, el resultado de las elecciones de 2024 representó la continuidad más que el cambio. El sistema bipartidista ha producido elecciones con un 49-49-2 en casi todas las contiendas presidenciales desde el año 2000. Uno de los candidatos obtiene una mayor proporción de votos, y ninguno obtiene (ni siquiera busca) la mayoría. En ese contexto, por supuesto, 2024 iba a producir más o menos lo que produjo. Los demócratas podrían haber ganado. Perdieron por muchas razones, entre otras porque los Estados Unidos llevan cuatro años viviendo un auge petrolero y las ganancias de ese auge inflacionista han sido tan devoradas por los ricos que la mayoría de los votantes no tenían ninguna buena razón para respaldar a Harris. Si miramos más allá de los Estados Unidos, en 2024 fue la primera vez desde 1945 en la que los partidos en el poder en todos y cada uno de los Estados ricos que celebraron elecciones ese año (incluidos Gran Bretaña, Francia, Japón e India) vieron caer su porcentaje de votos. La oscilación de cuatro puntos en contra de los demócratas fue, de hecho, la pérdida de votos menos espectacular de cualquier partido gobernante en cualquier lugar en ese año. [16]

Trump ganó porque un número suficiente de partidarios republicanos habituales votó siguiendo las líneas del partido y un número suficiente de anteriores votantes demócratas se quedó en casa. El problema de presentar las elecciones de 2024 como una limitación del poder de Trump es que no existe ningún mecanismo por el que los republicanos moderados (aun suponiendo que exista tal electorado) puedan influir en él. Trump ha conseguido su segundo mandato. Tanto si ignora o enmienda la Constitución e intenta declararse presidente vitalicio como si encuentra algún mecanismo menos descarado por el que él y sus aliados puedan mantener intacto su sistema de gobierno sin él, no volverá a enfrentarse a unas elecciones como las de 2024.

Parte del problema al que se enfrentan los opositores a la dictadura es que el llamamiento político a los votantes para que voten con el fin de detener el fascismo, algo que se hizo en voz alta en 2024, no encontró oyentes. Podemos comprobarlo segmentando al electorado de acuerdo con las razones que dieron para votar. En las elecciones de 2020, los encuestadores preguntaron a los electores si votaban positivamente (porque se identificaban con el programa demócrata o con Biden) o negativamente (para frenar a Trump). Cuatro años después, la caída más rápida de la participación se produjo entre las personas que se habían descrito a sí mismas como negativas, es decir, votantes anti-Trump.17 Millones de personas que se habían manifestado en contra de Trump en 2020 decidieron cuatro años después que ni siquiera su amenaza podía obligarles a respaldar a los demócratas dado su historial en relación con la economía y Palestina.

Durante las elecciones, Kamala Harris declaró al New York Times que Trump era un fascista porque los cotilleos de la élite insistían en que lo era, es decir, porque John Kelly, su antiguo jefe de gabinete en la Casa Blanca, le había oído a Trump citar a Hitler con aprobación. [18] Robert Reich recopiló listas de aquellas partes de la ideología de Trump que menos le gustaban y afirmó que esas ideas las compartía con los fascistas. [19] En otras palabras, Reich olvidó el oportunismo con el que el fascismo siempre había comerciado en el lenguaje político. En realidad, ni Harris ni Reich estaban pensando en lo que podría significar realmente el fascismo. Más bien intentaban ganar una discusión y motivar a los votantes planteando los puntos que pensaban que mejor encajarían con su base.

Los demócratas ya han seguido esta estrategia muchas veces. En 1964, Barry Goldwater ganó la nominación republicana a la presidencia. Prometió aumentar el poder militar de EEUU. Pat Brown, un demócrata de la vieja escuela, que fue gobernador de California durante dos legislaturas, afirmó que el discurso de Goldwater en la convención republicana «tenía el hedor del fascismo. Todo lo que necesitábamos oír era: “Heil Hitler». Tres años después, el marxista Hal Draper escribió: «No puedes luchar contra la victoria de las fuerzas más derechistas sacrificando tu propia fuerza independiente para apoyar a elementos que están justo al siguiente paso de ellas». Los demócratas exageraban sistemáticamente la amenaza que representaban los republicanos, argumentaba Draper, como forma de ocultar lo poco que su propio partido difería de ellos. Pat Brown (el hombre que había tachado a Goldwater de fascista) había ayudado a aprobar leyes que criminalizaban a los trabajadores agrícolas mexicanos durante su etapa como gobernador. Cuando los estudiantes de Berkeley se manifestaron contra la guerra de Vietnam, Brown lanzó a la policía contra ellos. Draper observó que «los lib-labs estarían gritando “fascismo” por todas partes» si esa misma apelación al Estado represivo la hubiera ordenado un republicano. [20]

Durante las elecciones, varios comentaristas trataron de demostrar lo malicioso de Trump afirmando que tenía un programa de extrema derecha. Este programa era el «Proyecto 2025», un manifiesto para la transición presidencial elaborado por el grupo de expertos conservador de la Fundación Heritage. [21] Ese documento no lo redactó Trump, sino un grupo de partidarios suyos. Planea recortes fiscales, la reducción de Medicare y Medicaid, y la eliminación de las protecciones contra la discriminación por motivos de identidad de género u orientación sexual. Si se salieran con la suya, los autores despedirían a decenas de miles de educadores. Desde noviembre, Trump ha nombrado a varios autores que tuvieron parte en el Proyecto 2025 para dirigir su Oficina de Gestión y Presupuesto, la Comisión de Bolsa y Valores, la Comisión Federal de Comunicaciones y la CIA. [22]

En contraste con las visiones de los fascistas de entreguerras, que necesitaban un Estado centralizado fuerte para hacer la guerra, la Fundación Heritage prevé el debilitamiento y la privatización del Estado.  Esto plantea la posibilidad, al menos potencial, de un grave conflicto, con un ala del movimiento Trump que promete un futuro «capitalista de Estado» (gasto estatal en economía, fomento de la familia al estilo de los años 50) y otra ala que promueve el «neoliberalismo» (asaltar el Estado como una hucha rota, hundir el gasto en carreteras, infraestructuras aéreas y entregar enormes beneficios a los ricos). Pero el Proyecto 2025 nunca ha sido el proyecto de Trump y su relación con él es más equívoca. En las primeras semanas de la administración Trump, el Proyecto 2025 ha servido de base a una serie de órdenes ejecutivas de tenor marcadamente autoritario, ya fuera mediante la militarización de la frontera con México, la eliminación de la asistencia sanitaria para las personas trans o la derogación de leyes de la época de los derechos civiles. El uso del decreto presidencial para hacer estas «leyes» ya está creando un tipo de gobierno postdemocrático personal que va más allá de cualquier precedente, en cualquiera de los estados del núcleo capitalista, en cualquier momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Más allá de eso, no está nada claro hasta qué punto comparten visión las dos alas del trumpismo.

Reconocía antes en este mismo artículo que a Trump le faltan aliados que estén comprometidos con el uso de la violencia contra la izquierda y la destrucción del Estado existente. La mayoría de los miembros de su gabinete y demás altos cargos no son fascistas en sentido tradicional alguno. Desde noviembre, los comentaristas han estado fascinados por los multimillonarios que se reúnen para sentarse a la mesa principal de Trump: Ramaswamy, Linda McMahon de la WWE [World Wrestling Enteratainment, empresa de medios y entretenimiento centrada, sobre todo, en la lucha libre]. Pero se trata de ricos que exigen gratificaciones, no de leales. Lo mismo puede decirse de las personas influyentes que pidieron a sus seguidores que votaran a Trump: Joe Rogan, Robert Kennedy Jr. y Tulsi Gabbard, todos ex demócratas recientes.

Significativamente, Trump no parece tener ningún candidato obvio en su entorno inmediato que pueda desempeñar el papel de estratega. En 2016, Steve Bannon parecía capaz de planificar el llevar al régimen en una dirección cada vez más radical. Ocho años después, Trump no tiene un homólogo evidente. Aunque hay personas en su círculo íntimo que se sentirían cómodas con una transición hacia el autoritarismo, no hay nadie más allá de Trump que visualice ese camino.

Sin embargo, entre las personas nombradas por Trump hay varias que fueron cómplices del intento de anular las elecciones de 2020, como la asesora de la Casa Blanca, Christina Bobb, que eligió a once republicanos de Arizona dispuestos a votar por Trump en el colegio electoral a pesar de que había sido derrotado allí. [23] Bobb ha calificado a la izquierda de «malvada» y “demoníaca”, y ha instado a Trump a limpiar «la inmundicia», es decir, a nosotros, los izquierdistas. [24] Otras personas designadas por el están claramente influidas por la extrema derecha. Pete Hegseth, el candidato de Trump a Secretario de Defensa, lleva tatuada una cruz de Jerusalén al estilo alemán en el pecho y el lema supremacista blanco Deus Vult [Dios lo quiere] en el brazo. Hesgeth ha llamado a una guerra civil al final de la cual el ejército y la policía encarcelarían a los izquierdistas, incluso a los demócratas de centro. [25]

Ya he señalado que puede que Trump no necesite un gran núcleo de partidarios comprometidos; si hay suficientes personas dispuestas a experimentar junto a él, eso podría bastar. Vinculado a esto, puede ser que surjan figuras suficientemente maliciosas, como Stephen Miller, tal vez, equipado como está ahora por la experiencia de cuatro años en el gobierno.

Una buena forma de entender a Trump es como el equivalente en los Estados Unidos a Benjamin Netanyahu, Narendra Modi, Giorgia Meloni, Viktor Orbán, Javier Milei y Jair Bolsonaro. Esta generación de líderes de derechas no ha cancelado exactamente las elecciones. Más bien, han intentado asfixiar el sistema democrático. El partido húngaro Alianza Cívica (Fidesz) ha despedido a periodistas sin partido de los canales de televisión y radio financiados por el Estado. Enfrentado a un Tribunal Constitucional en el que Fidesz no tenía mayoría, introdujo diferentes edades de jubilación para los jueces en función de si apoyaban o no al partido gobernante (62 y 80 años). [26] Ha realizado nuevos nombramientos hasta asegurarse una mayoría favorable al régimen. El partido introdujo una serie de leyes que proscriben las ONG. Fidesz ha prohibido los estudios de género, ha eliminado el estatus legal de las personas trans y ha introducido políticas pronatalistas. Ha hecho campaña mediante una serie de escabrosas mentiras antisemitas, achacando toda la oposición a la supuesta influencia de un único judío, George Soros. Hungría se caracteriza a menudo como una «democracia gestionada»; las políticas de Fidesz se difunden tanto en los medios de comunicación estatales como en los privados, mientras que se ignoran los mensajes de sus oponentes ignorados. El sistema de gobierno húngaro es autoritario sin ser facista de un modo clásico. Hungría no ha librado guerra alguna ni ha iniciado genocidios.

Pensar en estos aliados puede ayudarnos a comprender un sentido realista del futuro hacia el que apunta Trump: no necesariamente el fin de las elecciones como tales, ni el encarcelamiento de Alexandria Ocasio-Cortez, sino una democracia gestionada en la que sigue habiendo contiendas formales entre dos partidos rivales, pero el poder nunca cambia de manos.

La razón más convincente para sentir cierta confianza en el futuro es que en su primer mandato Trump no cumplió sus promesas autoritarias. Las deportaciones cayeron alrededor de un tercio entre Obama y Trump (antes de volver a los niveles de 2010 con Biden). [27] La ampliación del muro mexicano de Trump fue modesta. [28] Descendió el número total de presos condenados a muerte que fueron ejecutados. En su primer mandato, los instintos autoritarios de Trump resultaron a menudo contraproducentes. El hecho de que Trump estuviera impulsando más ejecuciones hizo que los periodistas investigaran e inyectó energía a los defensores de la pena de muerte para resistirse a él. Trump era impopular y los gobernadores de los estados no querían que se viera que le imitaban.

La dificultad estriba en que, en los ocho años transcurridos, el círculo íntimo de Trump ha acumulado un cierto grado de conocimiento técnico: sus aliados entienden mejor cómo funciona el sistema. Hubo una ilustración visible de las diferencias entre los dos días de toma de posesión: En 2017, Trump anunció no más de dos órdenes ejecutivas el día de su toma de posesión, y una de ellas era una política que detestaba (mantener en vigor la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible). Ocho años después, Trump aprovechó su discurso para anunciar doscientas órdenes ejecutivas, que ha llevado a cabo desde entonces.

La base social del régimen de Trump es más amplia de lo que era, sobre todo por el asentimiento que ha recibido de los sectores de los más ricos. Es cierto que en las elecciones de noviembre, Harris contaba con el respaldo de la mayoría de la patronal norteamericana y gastó más que Trump. Sin embargo, desde la elección de Trump, varios multimillonarios se han acercado a él, como Mark Zuckerberg, consejero delegado de Meta, Tim Cook, de Apple, Sundar Pichai, de Google, y Jeff Bezos, fundador de Amazon. Los motivos de este cambio no son difíciles de discernir: Trump promete cerrar tantas infraestructuras federales tradicionales y substituirlas por formas de gobierno externalizado que hay fortunas por hacer en el acaparamiento de datos y contratos.

Hay una gran diferencia entre gobernar una sociedad dominada por tus aliados y otra en la que los ricos no te quieren, no te han elegido, te consideran un advenedizo y preferirían que hubieras perdido. Pero si tomamos como modelo la década de 1930, los ricos no estaban nada entusiasmados ni con Hitler ni con Mussolini. Habrían preferido que continuara la democracia, pero hicieron las paces con el fascismo. Una metáfora común utilizada por los historiadores para explicar su decisión es la idea de un pacto. No hubo nunca una sola reunión en la que los patrones, en tanto que clase, se sentaran con Hitler y acordaran ceder una parte significativa de su poder social bajo un régimen autoritario. Y, sin embargo, los contornos de su consentimiento y sus fundamentos eran evidentes. La clase dominante temía más a los comunistas que a los nazis. Mientras el régimen se aferrase a las formas derechistas de gobernar ya conocidas, ampliando el ejército y subvencionando la industria, los ricos hacían las paces con él.

La personalidad de Trump le dificulta gobernar como un gobernante eficaz. Como todos los dictadores de la historia, cambia constantemente de opinión, se pelea con sus subordinados y se deshace de aquellas personas que eran sus preferidas la semana pasada. En mayor medida que cualquier comparador obvio, su primer mandato fue caótico, cortoplacista y débil a la hora de aprovechar las oportunidades que se le presentaban. Durante el primer año de Trump en el cargo, despidió a un tercio de su personal. Ningún otro presidente que se recuerde se ha acercado a esa tasa de desgaste. [29] Los elegidos de Trump para altos cargos tienen los récords de permanencia más corta de cualquier jefe de gabinete (Reince Priebus, 192 días), de cualquier asesor de seguridad nacional en la historia de EE.UU. (Michael Flynn, 22 días), y de ualquier director de comunicaciones de la Casa Blanca (Anthony Scaramucci, 10 días). En lugar de triunfos legislativos, el primer mandato de Trump estuvo salpicado de despidos. La agitación debilitó a Trump. Con la excepción del Tribunal Supremo, en el que pudo beneficiarse Trump de la arrogancia demócrata y de circunstancias favorables, la rotación en altos cargos impidió a la administración llevar a cabo aquellos planes que podrían haber alterado el equilibrio de la política.

Otro argumento al que a veces se recurre contra la visión de Trump como un dictador que desarrolla el fascismo es que los presidentes suelen decepcionar en su segundo mandato a sus seguidores. Todos los presidentes son débiles, al menos en términos de política interior, y dependen de llegar a alianzas en el Congreso. Sin embargo, Trump tiene ventajas significativas en comparación con la mayoría de los presidentes norteamericanos: el Congreso es servil y el Tribunal Supremo ha señalado repetidamente que no le va a plantear problemas. Si se sigue la pauta de las primeras semanas, y Trump es capaz de gobernar esta vez a base de repetidos decretos ejecutivos, tendrá muchas menos razones para preocuparse por lo que haga el poder legislativo. El Parlamento alemán no dejó de reunirse tras la Ley de Habilitación, que permitía al canciller legislar sin él. Por el contrario, se convirtió en un órgano a tiempo parcial, sin más función que la ceremonial.

Parte de la crisis a la que se enfrenta la izquierda hoy en día es que realmente supone una diferencia para la izquierda si nuestro oponente está empujando hacia el fascismo o no. De nuestro análisis de hasta dónde llegará Trump se derivan diferentes estrategias de resistencia. Tenemos que decidir a qué tipo de oponente nos enfrentamos. Y, sin embargo, el oponente que tenemos delante es alguien que parece estar siempre entre dos enfoques diferentes de la política. Una de las razones por las que es tan difícil luchar contra él es porque nosotros -y la mayoría de los votantes- aún no sabemos lo malo que será su segundo mandato.

Durante las dos últimas décadas, en casi todos los países, la táctica de denunciar a nuestros enemigos como fascistas no ha conseguido conmover a los votantes de derechas (ni tampoco a los liberales o de centro-izquierda). Cuando Giorgia Meloni fue invitada a dirigirse a la confederación de la federación sindical CGIL en marzo de 2023, tuvo que retrasar su discurso porque los delegados sindicales ahogaron sus palabras con el himno partisano Bella Ciao. Y, sin embargo, Meloni, cuyo partido, Hermanos de Italia, tiene como símbolo la llama tricolor fascista, obtuvo el 44% de los votos en las elecciones de 2022. Se aseguró una proporción de votos en unas elecciones libres superior a la que jamás consiguieron Hitler o Mussolini.

Una forma de explicar el fracaso de la etiqueta fascista es que esta generación de líderes de extrema derecha no son fascistas, nunca lo serán, y los votantes pueden ver la diferencia por sí mismos. Llamarles fascistas hace que los acusadores parezcan exagerados y no se pueda confiar en ellos. Si ese planteamiento es correcto, entonces es probable que la izquierda necesite más precisión. Los hechos se han acumulado en tal cantidad que podemos ver con claridad que no funciona el viejo enfoque retórico. Para que podamos ser políticamente galvanizadores, necesitamos un nuevo paradigma capaz de explicar el mundo que nos rodea. Deberíamos seguir el ejemplo de Karl Marx y las primeras líneas del Dieciocho de Brumario. Los izquierdistas deberíamos abstenernos, en nuestra ansiedad, de conjurar los espíritus del pasado a nuestro servicio. Nos hemos obsesionado con el pasado cuando deberíamos comprender las circunstancias concretas que nos rodean.

De ello se deduce que necesitamos nuevos términos -el «mundo espejo» de Naomi Klein, el «nacionalismo del desastre» de Richard Seymour-, todo un nuevo vocabulario que asuma esta nueva política sin forzarla a seguir los patrones del pasado. [30]

En esta forma de entender el trumpismo, la gente a la que debemos rendir homenaje son las cien mil personas que, en febrero de 2024, votaron en Michigan sin comprometerse con una opción partidista para protestar contra la complicidad demócrata en el genocidio de Israel en Gaza. O los millares de personas trans que exigieron a un hospital de Nueva York que les siguiera prestando atención sanitaria. O los estudiantes que protestaron en masa contra el apoyo norteamericano a la guerra, sólo para ver cómo una generación de administradores universitarios demócratas les mandaba a los antidisturbios contra ellos. O los miles de personas trans que exigieron un acceso continuado a la atención sanitaria en un hospital de Nueva York. No querían ver a Trump en el poder; y, sin embargo, acertaron al rechazar los argumentos liberales consistentes en guardar silencio, rechazar toda crítica y aceptar el genocidio como precio de la democracia. Si va alguna vez a rechazar a Trump una generación de votantes, y a moverse hacia la izquierda, es necesario que haya algunas personas que puedan hablar con ellos, e insistir en que somos nosotros los rebeldes, las personas sobre cuyas espaldas cayeron las porras de la policía. No hemos esperamos a ver en qué se convertiría Trump, luchamos.

Pero, ¿y si Trump efectivamente hace el corto viaje desde lo que «todavía no» es fascismo al fascismo de verdad? [31] En los últimos cien años, ha habido muy pocos momentos como el que estamos viviendo. Quienes ganan elecciones por la derecha fomentan un grado de sadismo en su apoyo, que tiene pocos precedentes, aparte de la década de 1930. [32] Si imaginamos, sólo sea por un segundo, que esta ola de avances de la política de derechas se convertirá en violencia, entonces los dos candidatos más probables serían Modi o Trump, ya que cada uno de ellos tiene relación con una milicia de partidarios armados. Sus homólogos de Hungría, Italia, Finlandia, Gran Bretaña y Francia no pueden recurrir a una base similar (pequeña, pero radical y comprometida). Cuando se leen los diarios de las décadas de los años 20 y 30, lo que llama la atención es la atmósfera de violencia inminente. Los periódicos fascistas -antes de que los fascistas empezaran a matar gente- ofrecían un redoble de tambores a los asesinatos. «Muerte», prometieron, «al adversario, crueldad y persecución para el adversario». [33] “Las novelas fascistas de la época terminan con traidores ahorcados. Prometen a sus lectores un futuro lleno de deleite, su alegría va a cifrarse en el número de comunistas que esperan ver ejecutados”. [34]

En los discursos de campaña de Trump, y en los desvaríos de Elon Musk en X, se está creando un ambiente similar: una condición de tensa preparación antes de los actos de crueldad. En materia de inmigración, el lenguaje de Trump, que antes se distinguía del de los políticos de los años 20 y 30, resulta hoy idéntico. Cuando habla de «todas las ciudades y pueblos que se han visto invadidos y conquistados», cuando dice que las personas que cruzan la frontera son «invasiones militares sin uniforme» y llama «criminales salvajes y sanguinarios» a todas aquellas personas corrientes que huyen de la guerra o la persecución, lo que está preparando es una sociedad que contemple los actos de violencia -incluso el asesinato- y los aplauda. [35] Trump no es todavía un fascista, su partido no lo es en su núcleo político, sus votantes son en gran medida los republicanos de 2012 y 2008, más que un ejército comprometido de antemano con determinados resultados. Pero la distancia entre él y el fascismo se ha estrechado hasta un punto tan tenue que costaría muy poco cruzarla.

Durante los años de entreguerras, los antifascistas formularon una serie de tácticas distintas destinadas a bloquear el ascenso del fascismo. Hablaban de la unidad de las fuerzas socialistas (el «frente unido»). Instaron a separar a las personas dispuestas a dar al fascismo su apoyo militante del grupo más amplio de los moderados, que se habían quedado atrás en esa política.

La reciente obra de historia comparada de Joseph Fronczak, Everything ids Possible [Todo es posible], nos ayuda a comprender lo poderosas que fueron estas tácticas, no sólo para resistir al fascismo, sino para transformar la forma en que comunistas y socialistas se veían a sí mismos. Los historiadores de las ideas políticas solían argumentar que los conceptos de izquierda y derecha surgieron en 1789, en los debates de la Asamblea Nacional Francesa, y que los términos tienen una historia continua desde entonces. Fronczak discrepa. Observa que en los casos de Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos entre 1789 y 1934 aproximadamente los términos «izquierda» y «derecha» apenas se pronunciaban y tenían poco o ningún contenido significativo. La izquierda surgió después de 1918. La amenaza de un enemigo feroz hizo que se organizaran las diversas tribus de socialistas. «El antifascismo impulsó la transformación de la izquierda». Ante el ascenso del fascismo en las décadas de 1920 y 1930, que amenazaba con la destrucción tanto de los comunistas como de sus rivales moderados de izquierdas, los primeros comenzaron a argumentar que debían unirse todas las fuerzas de la izquierda en su autodefensa mutua. [36] Los socialistas, después de algunos retrasos, se mostraron de acuerdo. «Sólo desde entonces, desde los años centrales de la Gran Depresión, ha tenido sentido que la gente imagine la izquierda como… una colectividad de masas». [37] Fue la amenaza del fascismo, y las respuestas de la gente al mismo, lo que creó la izquierda.

Cuando Trump intente llevar a Estados Unidos a un lugar nuevo y peor, tendrá quien se le oponga. Recordamos la década de 1930 como la década del diablo, el período en que gobernó el fascismo. Sin embargo, en los Estados Unidos, el Partido Comunista pasó de siete mil a setenta mil miembros, y la mayoría de sus nuevos miembros no había estado en grupo alguno al inicio de la década. Surgieron nuevos tipos de organizaciones de izquierdas que configurarían la política estadounidense hasta los años de los Derechos Civiles. Entonces, igual que ahora, hay nuevas fuerzas que esperan entrar en el campo de batalla: serán jóvenes, procederán de partes de la población a las que la izquierda aún no ha llegado.

Gobierne Trump como gobierne, tenemos que demostrar que hay por ahí más gente que rechaza la expansión del Estado carcelario que la que lo apoya. Necesitamos más protestas como la huelga de 2023 de los United Auto Workers y su emulación por parte de otros trabajadores. Necesitamos que renazca Black Lives Matter. Tenemos que cohesionar a los millones de norteamericanos que apoyan la liberación trans en un movimiento de masas visible. Cuando Trump convocó a su gente para que marchara sobre Washington, participó una cifra reducida de decenas de miles en esa reunión. Por el contrario, más de veinte millones de personas se unieron a las protestas tras el asesinato de George Floyd. Cuando tanto la izquierda como la derecha se movilizan, seguimos siendo mucho más poderosos que ellos.

Notas

[1] Con mi agradecimiento a Joe Allen, Ruairidh MacLean y Colin Wilson por sus comentarios a los borradores de este artículo.

[2] Clara Zetkin, ‘Fascism,’ Labour Monthly, agosto de 1923, 69-78, 69–70, 75.

[3] Leon Trotsky, The Struggle Against Fascism in Germany (New York, Pathfinder, 1971), 127.

[4] A. Rossi [Angelo Tasca], The Rise of Italian Fascism 1918–1922 (Abingdon, Routledge, edición de 2010), 120 [El nacimiento del fascismo, Barcelona, Crítica, 2000].

[5] Emil Julius Gumbel, Vier Jahre politischer Mord (Berlin, Verlag der Neuen Gesellschaft, 1922).

[6] ‘“Pizzagate’ gunman sentenced to four years”, BBC News, 22 de junio de 2017, https://www.bbc.com/news/world-us-canada-40372407; Jana Winter, “Exclusive: FBI document warns conspiracy theories are a new domestic terrorism threat,” Yahoo News, 1 de agosto de 2019, https://www.yahoo.com/news/fbi-documents-conspiracy-theories-terrorism-160000507.html?guccounter=1&guce_referrer=aHR0cHM6Ly93d3cuZ29vZ2xlLmNvbS8&guce_referrer_sig=AQAAAC17dGSo_r9_BF3WtxJzZoXjX_0ghh4RWts9LXcxZTUY3kCKfujIREVyBJLsR0DJhB4BJ-Io2wz74fNa0pWN6a9VoUiW_4QL1sWzjy-zVDMjaByp4xDx9VhI8SdtrVKO3RCDKxrOTyQgYhjbIXpkaje_HYdP7-ls55VClj8cOzBt; Lois Beckett, “QAnon: a timeline of violence linked to the conspiracy theory,” Guardian, 16 de octubre de 2020, https://www.theguardian.com/us-news/2020/oct/15/qanon-violence-crimes-timeline.

[7] Amanda Marcotte, “Is QAnon the new Christian right? With evangelicals fading, a new insanity rises”, Salon, 13 de agosto de 2020, https://www.salon.com/2020/08/13/is-qanon-the-new-christian-right-with-evangelicals-fading-a-new-insanity-rises/

[8] Mike Davis, “Riot on the Hill,” Sidecar (blog), 7 de enero de  2021, https://newleftreview.org/sidecar/posts/riot-on-the-hill.

[9] “Vice President JD Vance defends Trump’s Jan. 6 pardons,” CBS, actualizado el 26 de enero de 2025, https://www.cbsnews.com/news/jd-vance-trump-jan-6-pardons/.

[10] Hannah Arendt, Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil (Londres, Faber, 1963) [Eichmann en Jerusalén, Barcelona, Debolsillo, 2006].

[11] Alberto Toscano, Late Fascism: Race, Capitalism and the Politics of Crisis (Londres, Verso, 2023).

[12] Para una apreciación de la amplitud de la amenaza que le plantea la gente trans, Currah, “The Return of Trump—IV.” Paisley Currah, New York Review of Books, 11 de noviembre de 2024, https://www.nybooks.com/online/2024/11/11/the-return-of-trump-iv/. Respecto a las medidas que puede tomar la gente para evitar lo peor de la represión, Reed, “7 steps for transgender people preparing for federal crackdowns under Trump.” Erin Reed, Advocate, 11 de noviembre de 2024, https://www.advocate.com/news/transgender-people-crackdowns-under-trump.

[13] Katharina Buchholz, “Anti-CRT Measures Adopted by 28 U.S. States,” Statista, 19 de abril de 2023, https://www.statista.com/chart/29757/anti-critical-race-theory-measures/.

[14] “Banned in the USA: Beyond the Shelves,” PEN America, 1 de noviembre de 2024,  https://pen.org/report/beyond-the-shelves/; Elana Redfield, Kerith J. Conron, y Christy Mallory, Youth Impacted by Anti-Transgender Legislation in 2024 (Los Angeles, The Williams Institute, 2024), https://williamsinstitute.law.ucla.edu/wp-content/uploads/2024-Anti-Trans-Legislation-Apr-2024.pdf.

[15] Annual Report: Fiscal Year 2024 (Washington DC, U.S. Immigration and Customs Enforcement, 2024), https://www.ice.gov/doclib/eoy/iceAnnualReportFY2024.pdf.

[16] John Burn-Murdoch, “Democrats join 2024’s graveyard of incumbents,” Financial Times, 7 de noviembre de 2024, https://www.ft.com/content/e8ac09ea-c300-4249-af7d-109003afb893.

[17] Andrew Perez, “Why Democratic Turnout Cratered – and why it won’t be Easy to Fix”, Rolling Stone, 13 de noviembre de 2024, https://www.rollingstone.com/politics/politics-features/harris-trump-biden-why-democratic-turnout-cratered-1235164354/

[18] Dan Merica, ‘Harris says Trump ‘is a fascist’ after John Kelly says the former president wanted generals like Hitler’s”, AP News, 24 de octubre, https://apnews.com/article/trump-john-kelly-nazis-hitler-87d672e1ec1a6645808050fc60f6b8bc

[19] Robert Reich, “Trump’s closing argument: full-throated fascism”, Robert Reich (Substack), 17 de octubre de 2024, https://robertreich.substack.com/p/trumps-fascism-is-now-in-the-open.

[20] Hal Draper, “Who’s going to be the lesser-evil in 1968?” Independent Socialist, enero-febrero 1967, disponible en https://www.marxists.org/archive/draper/1967/01/lesser.htm.

[21] Jenny Brown, “Project 2025’s Anti-Union Game Plan”, Jacobin, 27 de julio, 2024, https://jacobin.com/2024/07/project-2025-anti-union-donald-trump.

[22] Alison Durkee, “Trump Defends Nominating People With Project 2025 Ties: Here’s The Full List”, Forbes, 12 de diciembre de 2024, https://www.forbes.com/sites/alisondurkee/2025/02/06/project-2025-author-russell-vought-confirmed-by-senate-here-are-all-the-trump-officials-with-ties-to-policy-agenda/

[23] Richard Luscombe, “Arizona attorney general says she won’t drop Trump fake electors case”, Guardian, 11 de noviembre de 2024, https://www.theguardian.com/us-news/2024/nov/11/trump-2020-election-case-arizona.

[24] Matt Shuham, “GOP’s ‘Election Integrity’ Lawyer Says U.S. Needs ‘Cleansing,’” Huffpost, 17 de octubre de 2024, https://www.huffpost.com/entry/christina-bobb-cleansing-out-the-fifth_n_67113a52e4b0b6831a12128c

[25] JasonWilson, “Trump’s Pentagon pick Hegseth wrote of US military taking sides in ‘civil war’”, Guardian, 22 de noviembre de 2024, https://www.theguardian.com/us-news/2024/nov/22/trump-defense-secretary-pete-hegseth-bo

[26] Status of the Hungarian Judiciary: Legal Changes have to Guarantee the Independence of Judiciary in Hungary (Budapest, Amnistía Internacional Hungría, 2021), https://www.amnesty.org/en/documents/eur27/3623/2021/en/.

[27] “CBP releases September 2024 Monthly Update,” U.S. Customs and Border Protection, 22 de octubre de 2024, https://www.cbp.gov/newsroom/national-media-release/cbp-releases-september-2024-monthly-update

[28] Mary E. Mendoza, “America’s Border Wall Is Bipartisan,” Time, 30 de octubre de 2023, https://time.com/6324599/bidens-trump-history-border-wall/.

[29] Natasha Bach, “Trump Staff Turnover Hits 34%—a First Year Presidential Record,” Fortune, 28 de diciembre de 2017, https://fortune.com/2017/12/28/trump-white-house-record-first-year-turnover-rate/.

[30] Naomi Klein, Doppelganger: A Trip into the Mirror Worl(New York, Penguin, 2024) [Doppelganger: Un viaje al mundo del espejo, Barcelona, Paidós, 224]; Richard Seymour, Disaster Nationalism: The Downfall of Liberal Civilization (Londres, Verso, 2024).

[31] Seymour, Disaster Nationalism, 23.

[32] China Miéville, “On Social Sadism,” Salvage, 17 de diciembre de 2015, https://salvage.zone/on-social-sadism/.

[33] Ronald Fraser, Blood of Spain: The Experience of Civil War 1936–1939 (Londres, Penguin, 1979), 47 [Recuérdalo tú y recuérdalo a otros: Historia oral de la Guerra civil Española, Barcelona, Crítica, 2023]

[34] J. J. J., The Blue Shirts (Londres, Simpkin Marshall, 1926).

[35] Eric Bradner y Kate Sullivan, “Trump describes US as an occupied country in dark closing message focused on immigration,” CNN Politics, 5 de noviembre de 2024, https://www.cnn.com/2024/11/04/politics/donald-trump-closing-message/index.html.

[36] La Comintern pasó, por supuesto, de pedir un “frente unido” de partidos socialistas en 1934–35, a promover un “frente popular” con los liberales en 1935–36. Es la primera y no la segunda aptitud la que nos hace falta.

[37] Joseph Fronczak, Everything is Possible: Antifascism and the Left in the Age of Fascism (New Haven, Yale University Press, 2023), 10, 19.

D. K. Renton socialista radicado en Gran Bretaña, es autor de “The New Authoritarians: Convergence on the Right” (Haymarket).

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Un comentario

  1. Solo se pueden decir tantos disparates juntos por ignorancia.

    Se aplica lo que decía Jesús en la cruz: «Dios, perdónalos, no saben lo que hacen (dicen)».

    Por eso a esta altura de mi vida soy indulgente con los que creían que el Coronel Perón era fascista y que la «Libertadora» nos liberó de la tiranía.

    La ignorancia individual es peligrosa para sí mismo. La ignorancia que se usa como arma política e ideológica es peligrosa para todos.

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