Una de las paradojas más significativas, y potencialmente más trascendentales, de la política exterior estadounidense contemporánea se está gestando en los círculos de poder de Washington. Mientras la administración Trump-Hegseth proyecta al mundo una imagen de retirada “estratégica” de los compromisos globales—evidenciada en su escepticismo hacia la OTAN, su desdén por los “ballets diplomáticos” multilaterales y su consigna de “America First”—, una facción intelectual y operativa dentro de su propio aparato de seguridad nacional teje meticulosamente lo que podría constituir la política exterior más abiertamente intervencionista en el hemisferio occidental en décadas.
La tapa de NOTICIAS: Milei y Trump, las nuevas relaciones carnales
El presidente de Estados Unidos respaldó al libertario en el momento de mayor zozobra. Intimidad de un blindaje inédito. El rol de Scatturice y el regreso de la dolarización. pic.twitter.com/Hm4c9OcZN3
— Revista Noticias (@noticiasrevista) September 26, 2025
Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont
De la retórica aislacionista a la práctica intervencionista, la doctrina Monroe para el siglo XXI (El Tábano Economista)
En este gran tablero de ajedrez geoeconómico, la República Argentina, al borde del abismo económico y político, se perfila no meramente como un actor pasivo, sino como el campo de batalla primordial, el conejillo de indias donde se decidirá si América Latina está destinada a convertirse en un patio trasero readecuado y disciplinado o en un continente en abierta rebelión contra un orden unipolar en decadencia.
Las instrucciones en el borrador de Colby para la nueva teoría Monroe son claras: desacelerar la globalización en su forma actual, retirar progresivamente las guarniciones desplegadas en Europa y Asia, y reagrupar capacidades en el hogar continental. La consigna, una adaptación mercantilista del “America First”, es “primero la casa, luego el barrio”. Sin embargo, la pregunta crítica que surge de inmediato es: si el imperio retira sus legiones para fortificar su ciudadela, ¿qué mecanismos empleará para mantener el control sobre su periferia inmediata, sobre ese “barrio” que ahora declara prioritario? La respuesta ya no se busca en los arsenales del Pentágono, sino en una oficina ubicada en la calle 19 NW de Washington D.C.: la sede del FMI.
Ningún país encarna mejor las condiciones de laboratorio para esta nueva doctrina de Defensa Nacional 2025 que la República Argentina. No es una víctima accidental de las tormentas financieras globales, sino el candidato perfecto, el paciente cero de la Doctrina Colby, seleccionado por una confluencia de factores que lo vuelven exquisitamente vulnerable:
El escenario actual es, por tanto, un calco casi perfecto del manual de coerción. ¿Qué puede llevar a la mesa de negociaciones un país en estas condiciones? Su poder de negociación es nulo. Su principal estrategia, como se ha evidenciado, parece ser una esperanza cuasi-religiosa en que el próximo desembolso del Tesoro llegue antes de que estalle el mercado de bonos y se desate el caos social.
La instrumentalización requiere un mecanismo concreto, ágil y que evite los lentos y públicos debates del Congreso. Ese mecanismo existe y tiene un precedente histórico revelador: el uso del Fondo de Estabilización de Divisas (Exchange Stabilization Fund, ESF) del Tesoro de los Estados Unidos. Su potencial como herramienta de política exterior fue descubierto de manera dramática en 1995, durante la crisis del “Efecto Tequila” en México.
Este mecanismo fue crucial, pero las consecuencias del rescate mexicano, son una advertencia ominosa para Argentina. El paquete de ayuda no evitó una profundísima crisis social y económica:
El aspecto más relevante para el caso argentino es que la garantía exigida para el repago de México fueron los ingresos futuros por la venta de petróleo de PEMEX, la empresa estatal mexicana. Este antecedente sienta un paralelismo aterrador. Ante una incapacidad absoluta de pago por parte de Argentina, ¿sería descabellado que el Tesoro estadounidense, a través de las condicionalidades del FMI, exigiera acciones de garantía sobre activos estratégicos equivalentes? Empresas como YPF (energía) o incluso concesiones en la Vaca Muerta podrían convertirse en la contrapartida implícita de un rescate basado en el ESF, transformando la deuda financiera en una pérdida de soberanía sobre recursos naturales estratégicos.
Este proceso de coerción financiera requiere, para su éxito, de una contraparte doméstica complaciente o, al menos, impotente. Aquí es donde la crisis argentina trasciende lo económico y se adentra en una profunda descomposición del orden republicano. La decisión del equipo del presidente Milei de promulgar en el Boletín Oficial la Ley de Emergencia en Discapacidad y, de manera simultánea, publicar un decreto que suspendía su ejecución. Este acto viola el principio básico de la supremacía constitucional y la división de poderes. La reacción parlamentaria fue débil—una moción de censura contra el jefe de Gabinete, Guillermo Francos—. La amenaza de un juicio político contra el presidente se esfumó en la retórica, evidenciando la parálisis legislativa.
Esta parálisis no es casual. Surge de una perversa convergencia de intereses: la mayoría del arco político, en mayor o menor medida, suscribe el mismo programa económico dictado desde Washington a través del FMI. El Congreso, dividido y cómplice, tendrá que detener las consecuencias de esta reunión de salvataje Trump-Milei, pero carece de la voluntad o el poder para alterar su curso.
Suponer que la República Popular China observará pasivamente este cerco geoeconómico alrededor de uno de sus socios estratégicos en América del Sur sería un error de cálculo monumental. Aquí, el papel de Brasil se vuelve crucial. China no actuará sola; utilizará a Brasil como su principal interlocutor regional dentro del bloque, presentando al Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, el “banco de los BRICS”) como una alternativa creíble y menos onerosa al FMI y al Banco Mundial. El NDB puede ofrecer líneas de crédito en yuanes o en monedas locales, liberando a los países de la “trampa del dólar” y de las condicionalidades políticas asociadas a los rescates occidentales.
La historia argentina, con su proverbial tendencia a repetir tragedias como farsa, ofrece un paralelismo aleccionador. A principios del siglo XX, las elites gobernantes optaron por una alianza privilegiada con el poder hegemónico de la época, el Imperio Británico, cristalizada en el Pacto Roca-Runciman de 1933. Este pacto, que canjeaba acceso al mercado británico por el control de los ferrocarriles y la política económica argentina, dejó al país del lado de los perdedores tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el centro de gravedad global se desplazó definitivamente a Washington.
Hoy, Argentina parece empeñada en repetir el mismo error histórico. En vez de posicionarse estratégicamente en el bloque euroasiático en ascenso, con el cual es complementario en términos de recursos naturales y necesidades de inversión, parece destinada a alinearse, de manera casi gratuita y por la miopía de sus elites, con un poder hegemónico en relativo declive.
La Doctrina Colby y el experimento en curso con el FMI podrían lograr, en el corto plazo, disciplinar a la economía argentina. Pero a largo plazo, arriesgan condenar al país a quedar, una vez más, del lado equivocado de la historia, aislado de las dinámicas más dinámicas de la economía global y atrapado en la órbita de un patio trasero cada vez más conflictivo y rebelde. El laboratorio está abierto, y el mundo observa si el paciente cero sobrevive al experimento.