Patria sí, colonia no – El colapso de la «burguesía nacional»

El tipo de vínculo colonial que propone esta nueva etapa del desarrollo capitalista supone revistar autores anteriores que analizaron vínculos coloniales en el siglo pasado. Acá una síntesis de la visión del Mahdi Amel, bajo la influencia de Fanon, Althusser , la revolución permanente y con fuertes parentescos con los análisis de John William Cooke respecto al desarrollo capitalista en países de la periferia muy distinto al patrón de desarrollo clásico de los países centrales.
Mahdi Amel (1936-87) fue un destacado pensador marxista árabe y miembro del Partido Comunista Libanés con textos fundacionales sobre el colonialismo y el subdesarrollo en los que Amel comenzó a lidiar con la cuestión de la dependencia.
Los escritos de Amel sirven como un recordatorio de la necesidad de renovar el pensamiento emencipatorio basado en las realidades sociales concretas y particulares como el colonialismo, una realidad que en esta nueva etapa de desarrollo capitalista parecieran volver a tener relevancia en nuestro país.

Mahdi Amel, bajo la influencia de Fanon y la revolución permanente

 

¿Qué tipo de revolución para los países colonizados y semicolonizados? ¿Qué fuerza social para ganar la batalla de la liberación nacional contra las potencias colonizadoras y el tutelaje imperialista? Algunas de las preguntas que Mahdi Amel aborda a lo largo de su trayectoria militante y que plantea en un escrito preliminar de su juventud, publicado en 1968, que tiene resonancias a, por supuesto, Frantz Fanon, pero también a León Trotsky. Este artículo fue publicado originalmente en francés el 5/10/2025 en Armes de la Critique, parte de la red internacional de La Izquierda Diario en Francia.

Enzo Tresso

Traducción: Guillermo Iturbide

Hassan Hamdan era su verdadero nombre, pero firmaría como Mahdi Amel. Nació en Harouf en 1936, en el actual Líbano, entonces bajo mandato colonial francés. Políglota, francófono y arabófono, el joven Amel tejió fuertes lazos con miembros del Partido Comunista Francés (PCF) durante sus estudios en Lyon que comenzó en 1957, al tiempo que se oponía a la línea de ese partido sobre la liberación de Argelia. Posteriormente, se instaló en 1963 en Constantina, ciudad en el noreste de Argelia, para participar en la reconstrucción del país, y trabajó, en particular, en la enseñanza secundaria mientras redactaba su tesis universitaria.

Testigo de la militarización de la sociedad argelina y del golpe de Estado de Boumédiène en 1965, que marcó un giro autoritario por parte del ala derecha del FLN y del ejército, Amel se vio obligado a abandonar Argelia en 1967. Tras defender su tesis en Lyon a principios de verano, regresó al Líbano en agosto, en el ambiente de debacle que siguió a la Guerra de los Seis Días. Fue entonces cuando se afilió al Partido Comunista libanés (PCL), que en ese momento se distanciaba de Moscú y era el único partido de masas del país. Militante incansable, se impuso como un importante intelectual marxista dentro del partido, de cuya dirección pasó a formar parte unos meses antes de su asesinato en Beirut, en 1987, en el contexto de la guerra civil [1].

Aunque Amel no libró una batalla política abierta contra la dirección del PCL, que a pesar de su distanciamiento de Moscú defendía una estrategia estalinista, su línea política siguió siendo “cualitativamente más radical” que la del partido, como señala Gilbert Achcar en el prefacio de la antología de sus textos recientemente publicada en inglés [2]. Limitándose a desempeñar un papel opositor, Amel se conformó con un papel de disidente de izquierda dentro del PCL y, posteriormente, de sus instancias dirigentes. En este sentido, se lo puede describir como un “comunista crítico” dentro del partido libanés, retomando la categoría acuñada por Juan Dal Maso y Ariel Petruccelli en su estudio dedicado a Manuel Sacristán y Louis Althusser [3].

La disidencia de Amel está fuertemente inspirada en Frantz Fanon, militante, psicoanalista e intelectual martiniqués, figura destacada del pensamiento anticolonial y de la lucha por la liberación de Argelia [4] Amel se centra especialmente en desarrollar las intuiciones de Fanon al hacer el balance de la independencia argelina, a la que Fanon contribuyó sin llegar a verla, insertando sus tesis en un marco de análisis explícitamente marxista. En Los condenados de la tierra, Fanon señalaba que “los análisis marxistas siempre deben distenderse ligeramente cada vez que se aborda el problema colonial” [5].

Sea lo que sea lo que Fanon haya querido decir, Amel interpretará este punto metodológico como un llamamiento a volver a Marx para replantear el análisis del colonialismo, saltándose la momificación estalinista del marxismo y abriendo el camino a una lectura universalista de la teoría marxista que no disuelve en absoluto la especificidad de la cuestión colonial [6]. En este artículo, volveremos sobre el estudio, publicado en dos partes en 1968, que Amel dedica al “modo de producción colonial” y a la revolución en Oriente Medio, deteniéndonos en sus afinidades estratégicas con la teoría de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky.

Mahdi Amel : dans les pas d’un marxiste arabe. Entretien avec Redha ...

¿”Modo de producción colonial” o desarrollo desigual y combinado?

Para Amel, una situación colonial es el resultado del encuentro violento y mortífero entre dos estructuras económicas diferentes, la del capitalismo conquistador y la de las formas de producción precapitalistas anteriores a la llegada del invasor colonial. Para reflexionar sobre este encuentro y el tipo de interacción entre estas dos estructuras, Amel considera que primero hay que excluir toda interpretación etapista de la historia de las formaciones sociales, que progresaría de manera lineal de una fase a otra, del feudalismo al colonialismo, luego del colonialismo al capitalismo, antes de llegar potencialmente al socialismo. Una interpretación evolucionista de la historia que Amel asocia sobre todo a la dialéctica hegeliana.

Dado que la dialéctica hegeliana considera que la negación no es más que un simple momento de lo mismo, la reduce a ser solo un momento transitorio de la existencia de un fenómeno, destinado a ser superado y asimilado [7]. Aplicada a las sociedades coloniales, esta lógica dialéctica solo puede entender las formas de producción preexistentes a la colonización como formas degradadas o imperfectas en comparación con la producción capitalista. Esto conduce a una interpretación errónea según la cual la colonización debería concluir necesariamente en una forma de síntesis en la que el capitalismo superaría las formas precapitalistas y las incorporaría a su propio desarrollo:

Según este esquema, la unidad, en la relación de dependencia colonial, se da entre elementos de producción incoherentes, por un lado, y una estructura de producción (capitalista) coherente, por otro. Si así fuera, se terminaría la dependencia colonial si nuestra producción social lograra volverse coherente como sistema de producción capitalista completamente desarrollado. Desde esta perspectiva, la etapa de dependencia colonial no sería más que una fase transitoria en la historia del modo de producción capitalista [8].

 

Sin embargo, Amel señala que el imperialismo nunca ha permitido que el capitalismo se desarrolle en forma pura en los países colonizados y que el encuentro entre sus propias estructuras y las estructuras precoloniales se ha traducido más bien en la aparición de una forma híbrida y combinatoria. Para Amel, la lógica de la dialéctica hegeliana es incapaz de captar esta nueva estructura híbrida, ya que obedece “más a un movimiento de identidad que de diferencia” y “disuelve las diferencias entre todos los fenómenos a los que se aplica”, porque en su seno “todos los elementos existen en un mismo nivel de pensamiento” [9]. Por lo tanto, Amel se vuelve hacia Marx o, al menos, hacia un Marx expurgado de cierta interpretación hegeliana y etapista según la cual el pasaje por un verdadero “capitalismo nacional”, bajo la batuta de la colonización o de una burguesía local, sería una etapa necesaria antes de cualquier transformación real del país [10].

Para pensar la nueva estructura que resulta de la violenta interacción entre el capitalismo y las formas de producción precoloniales, Amel se basa en un pasaje de los Grundrisse en el que Marx pone en juego el concepto de “fusión”:

En todas las conquistas hay tres posibilidades. El pueblo conquistador impone al pueblo conquistado su propio modo de producción (por ejemplo, los ingleses en Irlanda durante este siglo, parcialmente en la India); o bien deja subsistir el antiguo modo de producción y se contenta con cobrar un tributo (por ejemplo, los turcos y los romanos); o bien se produce una acción recíproca que da lugar a algo nuevo, a una síntesis. En todos los casos, el modo de producción, ya sea el del pueblo conquistador, el del pueblo conquistado o el que surge de la fusión de los dos anteriores, es determinante para la nueva distribución que aparece [11].

Para Amel, la “relación colonial” pertenece al tercer caso y da lugar a lo que él denomina el “modo de producción colonial”. Al utilizar este concepto, Amel no quiere decir en absoluto que la colonización constituya una superación del capitalismo. Más bien indica que da lugar a relaciones de producción extremadamente deformadas, caracterizadas por la imposibilidad de cualquier desarrollo económico autónomo, una temporalidad cíclica o estancada y el desarrollo de divisiones étnicas o confesionales [12]. En ningún caso se trata de un acelerador de la historia que permita desarrollos posteriores, sino, por el contrario, de una poderosa losa de plomo que perpetúa una forma particular de dominación.

Comparando el desarrollo del capitalismo en Occidente y su forma colonial, escribe:

Al romper el marco feudal en el que se había desarrollado la producción social, la producción capitalista liberó efectivamente las fuerzas de la producción social de los obstáculos que impedían su crecimiento […]. Estas fuerzas se independizaron del marco social en el que se habían desarrollado. Esta independencia es, en realidad, la base de la existencia de un modo de producción como tal. El modo de producción colonial no presenta este elemento definitorio. Lo que lo distingue como modo de producción es, de hecho, lo que le impide llegar a serlo, como si la posibilidad de que exista como modo de producción correspondiera a la imposibilidad de que se desarrolle en ese sentido [13].

Para comprender esta estructura particular, Amel reutiliza el análisis que Marx propone del intercambio desigual [14]. Dado que las industrias de los países imperialistas son mucho más productivas que las manufacturas artesanales de los países colonizados, los capitalistas pueden inundar estos países con mercancías producidas a bajo costo vendiéndolas a precios mucho más altos que en la metrópoli, al tiempo que aplastan la competencia local. De este modo, obtienen importantes “superganancias coloniales”, al tiempo que destruyen las fuerzas productivas de los países colonizados, manteniéndolos en un ciclo de estancamiento sin fin. En el mejor de los casos, señala Amel, el imperialismo limita la industrialización a ciertos tipos de producción, en particular de materias primas, pero frena las fuerzas productivas en todos los demás ámbitos [15]. El modo de producción colonial se caracteriza así por una situación de dependencia económica casi total respecto al país colonizador.

Contrariamente a la interpretación evolucionista del imperialismo, según la cual el capitalismo homogeneiza las estructuras sociales de los países que caen bajo su dominio, el análisis de Amel tiene en cuenta los efectos de la ley del desarrollo desigual y combinado. Amel pone aquí en tela de juicio algunas premisas de la estrategia estalinista de la revolución por etapas, sin pasar, sin embargo, por los análisis clásicos elaborados por Trotsky sobre las revoluciones en la periferia colonial y semicolonial, sistematizados especialmente después de 1928. Si bien el concepto de “modo de producción colonial” tiende a dar una definición un tanto mecánica de este fenómeno, el análisis que propone de la estructura de clases generada por la fusión de las formas precapitalistas con el capitalismo conquistador es muy rico en lecciones políticas y presenta numerosos puntos de convergencia con la teoría de la revolución permanente de Trotsky.

¿”Forma colonial de la lucha de clases” o revolución permanente?

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En los artículos publicados en 1968, Amel señala que la dinámica del intercambio desigual y la ausencia de un desarrollo industrial significativo distorsionan la estructura de clases de los países colonizados. Por un lado, siguiendo a Fanon, Amel distingue entre la “burguesía colonial” y la “burguesía colonialista” o imperialista, y señala que la primera surge sin constituirse en burguesía industrial. Así, se convierte esencialmente en una “burguesía mercantil” [16], cuyos intereses están estructuralmente vinculados al comercio con la metrópoli colonial y las finanzas imperialistas. Un análisis que se hace eco de las tesis de Fanon, quien ya señalaba que “la burguesía nacional de los países subdesarrollados no está orientada hacia la producción, la innovación, la construcción, el trabajo. Está totalmente orientada hacia actividades de tipo intermediario. Estar en el circuito, en la trama, parece ser su vocación profunda” [17]. Amel se niega así a hablar de una “burguesía nacional”, ya que esta clase juega en contra de la propia independencia nacional.

Porque es “imposible que la burguesía colonial desempeñe un papel activo, como clase independiente, solo es una clase distinta en virtud de su función representativa. Solo es una clase en la medida en que representa a otra clase” [18]. Amel retoma aquí una intuición de Fanon: “La burguesía de las colonias es una burguesía occidental, verdadera sucursal de la burguesía metropolitana, que obtiene su legitimidad, su fuerza y su estabilidad de la burguesía metropolitana” [19]. En estas condiciones, no puede desempeñar ningún papel progresista en la lucha por la liberación nacional. Para Amel, la ausencia de un desarrollo industrial significativo se traduce en la aparición de otra contradicción: la parte más importante de la pequeña producción manufacturera o de consumo corresponde a la pequeña burguesía, cuyos intereses también dependen del colonialismo, con el que está dispuesta a negociar su vasallaje.

En estas condiciones, Amel señala que la lucha por la liberación nacional adquiere necesariamente un carácter de clase y que esta es “una lucha de clases en su forma colonial” [20]. Esta fórmula tiene un doble significado para Amel.

En primer lugar, significa que la revolución para la liberación nacional solo puede ser encabezada por el proletariado, los intelectuales y el campesinado. Amel retoma aquí los debates clásicos sobre la hegemonía en la Revolución Rusa sin dar la relación algebraica entre los diferentes componentes del bloque hegemónico ni responder a la pregunta: ¿quién debe ejercer la función de dirección de las masas explotadas?

Aunque Amel hará concesiones a la línea oficial del PCL, que a menudo defenderá alianzas más o menos amplias con fuerzas proburguesas (en particular contra la derecha falangista durante la guerra civil), ya que consideraba, como explica su hija Redha Hamdan, que “estas divergencias debían permanecer dentro del partido” y que “la oposición debía permitir cambiar el partido desde dentro” [21], la orientación de los textos de 1968 ya representa una primera ruptura considerable con el estalinismo y sus variantes maoístas. Estas corrientes no han dejado de negar al proletariado de los países colonizados el derecho a llevar a cabo una política independiente de la burguesía para resolver su problema nacional. La tesis de Amel se acerca así a la tesis de Trotsky según la cual “para los países con un desarrollo burgués atrasado y, en particular, para los países coloniales y semicoloniales, la realización verdadera y completa de sus tareas democráticas y de liberación nacional solo puede ser la dictadura del proletariado, que se pone a la cabeza de la nación oprimida, sobre todo de sus masas campesinas” [22].

También se puede entender la fórmula de Amel en otro sentido: dado que el modo de producción colonial ya ha transformado las estructuras sociales precapitalistas integrándolas en el funcionamiento del capitalismo mundial, la revolución que hay que llevar a cabo no puede ser burguesa, ya que el desarrollo capitalista ya ha agotado todas sus posibilidades. En un breve pasaje de esos mismos artículos de juventud, de 1968, Amel ataca las tesis defendidas por los estalinistas para justificar la colaboración de clases con las burguesías coloniales, en Vietnam o en China, en particular. El maoísmo y el estalinismo consideraban, en efecto, que la burguesía colonial tenía una existencia distinta de las capas feudales que habían sido absorbidas por el imperialismo. En consecuencia, la revolución burguesa debía liquidar los vestigios del feudalismo y la dominación imperialista, y permitir el desarrollo capitalista del país. Como señala Amel:

La célebre tesis política de la “alianza entre el feudalismo y el colonialismo” se basa en una idea profundamente distorsionada y errónea. Pretende identificar relaciones feudales cuando, en realidad, no hay feudalismo en la relación colonial. Distorsiona la separación entre la burguesía y los feudales en un país colonial, lo que hace que la burguesía aparezca como una clase anticolonial, o como una clase potencialmente opuesta al colonialismo. Esta tesis es puramente burguesa y un producto de la ideología de la burguesía colonial, sin ninguna relación con el pensamiento marxista [23].

En otras palabras, el modo de producción colonial es el resultado híbrido de la fusión entre el imperialismo y las formas de producción precapitalistas, que se traduce en la absorción de las antiguas clases feudales y agrarias por parte de las élites mercantiles: el feudalismo ya se ha disuelto en una forma extremadamente deformada de capitalismo. En consecuencia, debido a que el capitalismo ya existe, la lucha por la liberación nacional ya no tiene un carácter burgués:

La ruptura de la relación colonial impide cualquier desarrollo capitalista en los países colonizados o subdesarrollados. Se suele pensar que, al poner fin a esta relación, el país colonizado podrá alcanzar un desarrollo capitalista nacional, a la vez democrático e independiente. Se cree que ese desarrollo nacional repetirá la lógica del desarrollo capitalista en Occidente, cuando en realidad la ruptura de la relación colonial constituirá la condición necesaria para el desarrollo socialista del país [24].

Una vez más, Amel traduce al terreno del marxismo una idea de Fanon: “En los países subdesarrollados, la fase burguesa es imposible. Ciertamente habrá una dictadura policial, una casta de aprovechados, pero la elaboración de una sociedad burguesa está abocada al fracaso” [25].

De hecho, para Amel, la victoria de la burguesía colonial no puede describirse como una revolución, sino solo como una “sustitución de clase” [26]. El concepto de “sustitución de clase” describe los procesos en los que una fracción de las clases dominantes locales logra arrancar la independencia formal del país colonizado sin que se cuestione fundamentalmente la relación colonial, en el fondo, ni se contemple una verdadera transformación social de las estructuras del país formalmente independiente. Dado que la relación colonial va más allá del simple marco de la ocupación militar, puede mantenerse perfectamente aunque el colonizador ya no dirija el país de manera directa: “Más que un cambio en la estructura social propiamente dicha, esta sustitución constituye un cambio en el marco de la persistencia de dicha estructura social. En el mejor de los casos, la sustitución de clase solo conduce a una transición de la ‘dependencia dependiente’ a la ‘independencia dependiente’” [27].

Para Amel, el Líbano se encuentra en esta situación desde su independencia de Francia en 1946. Amel también distingue otra forma de sustitución de clase, liderada por la pequeña burguesía, como en Argelia o Egipto, donde el ejército tomó el poder e inició reformas sociales, intentando renegociar su vasallaje al imperialismo bajo Nasser antes de capitular bajo Anwar al-Sadat, tras la normalización de las relaciones entre Egipto e Israel. El concepto de sustitución de clase se hace eco así de otra fórmula de Trotsky: “En las condiciones de la época imperialista, la revolución democrática nacional solo puede triunfar si las relaciones sociales y políticas de un país están maduras para llevar al poder al proletariado como caudillo de las masas populares. ¿Y si las cosas aún no han llegado a ese punto? Entonces la lucha por la liberación nacional solo dará resultados incompletos, dirigidos contra las masas trabajadoras” [28].

Afinidades y puntos de opacidad estratégica

En los artículos de 1968, Amel retoma algunas de las intuiciones más radicales de Fanon y propone análisis que presentan numerosas afinidades con la teoría de la revolución permanente, en particular su análisis del desarrollo desigual y combinado y del papel reaccionario de las burguesías coloniales o semicoloniales. Sin embargo, Amel plantea de manera limitada el problema de la hegemonía y no se detiene en la cuestión de la fuerza social que desempeña el papel dirigente en este proceso. Por otra parte, concede muy poca importancia a la dinámica internacional de la revolución, planteando la cuestión de la liberación nacional y del socialismo a escala nacional de cada proceso de liberación, un sesgo de la teoría del socialismo en un solo país del que no escapa, pero con el que Amel romperá más tarde, en la segunda mitad de los años setenta.

De todas maneras, Amel se muestra bastante pesimista respecto al surgimiento de un movimiento obrero plenamente consciente. Amel señala que la propia estructura del modo de producción colonial produce a la vez una “ilusión de clase” —el proletariado no es explotado directamente por la burguesía colonial, sino más bien por la pequeña burguesía— y, al mismo tiempo, impide la formación de una “atracción gravitatoria de clase” [29], debido a la ausencia de un desarrollo industrial significativo y a la transformación incompleta y parcial del campesinado en proletariado. Estos análisis, que ven con pesimismo la posibilidad de que surja un movimiento obrero poderoso, pueden fomentar la adhesión a una estrategia más populista como mal menor destinado a paliar la insuficiencia de la clase obrera.

Por un lado, Amel tiende a descartar demasiado rápidamente la posibilidad de que el imperialismo dé lugar, más allá del intercambio desigual, al desarrollo masivo de industrias (con baja concentración orgánica) en los países semicoloniales; también se puede pensar, en el mundo árabe que sirve de marco reflexivo a Amel, en los estibadores y obreros de las zonas portuarias, desde Adén hasta Port Said, pasando por Alejandría, la industria textil egipcia o la industria petrolera. Por otro lado, incluso con una industrialización limitada, la explotación imperialista tiende a dotar al proletariado de los países colonizados de una inmensa combatividad, incluso allí donde la clase obrera es minoritaria, como en Rusia en 1917.

En estos textos, escritos y publicados en 1968, Mahdi Amel sienta así las primeras bases de su teoría del modo de producción colonial, que son lecciones extraídas de un marxismo pensado para y desde la periferia y que pueden alimentar los debates para reflexionar sobre las condiciones de la revolución en los países colonizados o semicoloniales de hoy en día.

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Mahdi Amel: Hassan Abdullah Hamdan (en árabe: حسن عبد الله حمدان), más conocido por su seudónimo Mahdi ‘Amel (en árabe: مهدي عامل), (Harouf, Líbano 1936 – Beirut, Líbano 18 de mayo de 1987) fue un filósofo, historiador y militante marxista libanés de la segunda mitad del siglo XX. Fue profesor de filosofía en la Universidad Libanesa de Beirut y miembro destacado tanto del Partido Comunista Libanés como de la Unión de Escritores Libaneses. También colaboró con la revista al-Tariq, portavoz del Partido Comunista Libanés. Amel fue asesinado a la edad de 51 años, en medio de la violencia y el caos de la guerra civil libanesa.

 

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