El pueblo chino se ha puesto de pie

Como pasó el imperio chino, en apenas setenta años, de la cúspide de su poder al denominado “Siglo de la Humillación”

China: el “Siglo de la Humillación”

 

Todo comenzó a fines del siglo XVII, cuando China rechazó el pedido de una flota mercante británica para comerciar con cualquier ciudad costera del imperio más allá de Macao, que en ese momento estaba bajo control portugués. En respuesta, la flota inglesa avanzó hasta la ciudad de Cantón, saqueando y sembrando el temor en la costa china.

El gobierno imperial cedió permitiendo el libre comercio en esa ciudad a partir de 1699. Los británicos operarían a través de la Compañía de las Indias Orientales (CIO), con el monopolio del comercio. A los extranjeros se les restringía la movilidad a un único distrito especial y tenían prohibido aprender el idioma chino bajo pena de muerte.

A partir de ese momento, el comercio del té prosperó hasta convertirse en el principal producto intercambiado entre Gran Bretaña y China. Para 1805, las importaciones británicas de té alcanzaban los 24 millones de toneladas, y los impuestos aplicados representaban un 10% de los ingresos del gobierno británico. En 1784, el Parlamento británico dispuso que la CIO mantuviera una reserva estratégica de té suficiente para un año.

En aquellos años, la dinastía Qing atravesaba su momento de mayor esplendor y desarrollo. Intelectuales europeos como Voltaire y Adam Smith consideraban a China un ejemplo de sociedad racional y secular. La población crecía gracias al buen gobierno pero, el sistema tributario, que gravaba por hogar y no por individuo, no podía acompañar ese crecimiento. Esto derivó en una administración inadecuada para el tamaño de la población y un progresivo deterioro de la economía china.

En 1793, Lord George Macartney fue encomendado con establecer una embajada en Shanghai. Se le dio una flotilla y una gran cantidad de regalos exóticos para el emperador Qianlong, que llevaba sesenta años reinando. Tras un viaje de dos años, Macartney intentó presentar al rey de Inglaterra como un igual al soberano chino; esto condenó al fracaso la costosa y larga expedición.

Qianlong abdicó en 1796 y falleció en 1798, en un contexto de creciente corrupción imperial, ingresos fiscales en declive y una persistente rebelión liderada por una secta apocalíptica llamada Loto Blanco. Su sucesor, el emperador Jiaqing, impulsó una purga anticorrupción y luego concentró sus esfuerzos en sofocar con mayor eficacia la rebelión. Sin embargo, en 1805 emergió una poderosa confederación pirata, la “Flota de la Bandera Roja”, que sembró el terror a lo largo de la costa. Dado que China no contaba con una armada propia efectiva, debió recurrir a sobornos e indultos para lograr la desmovilización de los piratas.

El imperio recuperó cierta estabilidad, aunque quedó visiblemente debilitado. Jiaqing decidió profundizar la lucha contra la corrupción y el déficit recortando el gasto militar, lo que mejoró las finanzas públicas pero debilitó aún más a un ejército que necesitaba modernización.

En 1816, Londres envió un nuevo embajador. Esta vez, el contexto había cambiado: Gran Bretaña se sentía invencible tras derrotar a Napoleón, y China atravesaba una etapa de fragilidad interna. Los británicos esperaban concesiones comerciales acordes con su creciente poder global. Pero el encuentro fracasó antes de comenzar: el embajador británico se negó a postrarse ante el emperador, y los eunucos de la corte intentaron forzarlo. La misión concluyó en un fiasco. Jiaqing, con cortesía, solicitó al rey británico que no volviera a enviar emisarios.

Para entonces, hacia 1820, el opio —hasta entonces un producto de lujo— comenzaba a entrar en China en grandes cantidades. La CIO lo vendía a contrabandistas que lo introducían en el país. Para 1828, se había convertido en el principal producto comercializado en Cantón, generando un inédito superávit comercial británico. El nuevo emperador, Daoguang, inició una campaña moralizadora contra el consumo, sin mayor éxito.

Los comerciantes británicos resistieron las restricciones al comercio en Cantón denunciando que se lesionaba su honor nacional. Algunos reclamaban una solución por la fuerza. Sin embargo, la Cámara de los Comunes se opuso, argumentando que el verdadero obstáculo no era China, sino el monopolio de la CIO. En 1834, el Parlamento revocó su carta de privilegios comerciales. Ninguna de estas decisiones fue consultada con las autoridades chinas.

Para entonces, la economía china se encontraba en una fase de depresión y su sistema monetario se descontrolaba. La menor actividad implicaba menos impuestos recolectados y menos obras públicas. Los dirigentes chinos no comprendían la política económica moderna, por lo que culpaban de todo al comercio exterior ilegal. Para 1835 consideraron legalizar el opio pero la idea quedó en el limbo y fue abandonada en 1838. Entonces, en su lugar, se optó por una represión total, incluyendo ejecuciones de adictos.

La “Guerra del Opio” estalló en 1839, cuando un funcionario chino confiscó y destruyó las reservas de opio en Cantón, interrumpiendo además el comercio legal. Los comerciantes británicos protestaron enérgicamente en Londres, y se sumaron a ellos los traficantes ilegales. A pesar de estar ocupado en otros conflictos, el primer ministro británico, Lord Palmerston, propuso responsabilizar a China por los daños y enviar una flota. El debate en el Parlamento británico fue reñido: la moción se aprobó por apenas 9 votos.

China no tenía posibilidad de resistir. Su armamento databa de más de dos siglos atrás, su flota era casi inexistente y su ejército sufría una crónica falta de recursos. Gran Bretaña desplegó su primer acorazado, el Némesis, invulnerable a las armas chinas. Los comandantes del ejército imperial falseaban sus informes para no alarmar al emperador y la población temía más a sus propias fuerzas que a los invasores extranjeros.

La Primera Guerra del Opio duró tres años. El emperador se negó a rendirse y los soldados británicos comenzaron a cometer abusos contra la población civil. Con la llegada al poder de los Whigs en Londres, se optó por concluir la guerra mediante un aumento drástico del poder ofensivo.

Finalmente, el conflicto llegó a su fin cuando una escuadra británica amenazó con destruir la ciudad de Nanjing, la capital alternativa china. El emperador capituló y firmó un tratado profundamente desigual: China cedió Hong Kong, abrió nuevos puertos al comercio británico y, poco después, concedió la extraterritorialidad a ciudadanos británicos. Otros países, como Estados Unidos, exigieron y obtuvieron condiciones similares.

Mientras en Londres aquella primera Guerra del Opio pronto fue olvidada, para el pueblo chino moderno representó el comienzo de muchas heridas. La guerra dio inició el llamado “Siglo de la Humillación” en China durante el cual el país fue repetidamente invadido, sometido a tratados desiguales y despojado de su soberanía por potencias extranjeras.

Entre 1850 y 1864, el imperio enfrentaría la devastadora rebelión Taiping. En ese contexto, Gran Bretaña encontró una excusa para lanzar una segunda Guerra del Opio, esta vez junto a Francia, en 1857. Las nuevas condiciones impuestas incluyeron la legalización del comercio de opio, la apertura de más puertos y el libre tránsito de extranjeros en el territorio chino. Vendría luego la guerra sino-japonesa, la rebelión de los Bóxers (1900) y la ocupación de Beijing por una coalición internacional. En 1912 cayó la dinastía Qing sumiendo al país en un prolongado período de inestabilidad. En 1931 tendrá lugar la invasión japonesa.

1949 marcaría el fin del “Siglo de la Humillación” con la fundación de la República Popular China por Mao, quien proclamó que “el pueblo chino se ha puesto de pie”.

El “Siglo de la Humillación” selló a fuego la identidad nacional moderna de China. Su memoria alimenta el deseo de que China recupere su lugar central en el mundo.

Un comentario

  1. Qué curioso el lenguaje utilizado y la redacción. Esto es de la fundación de Argüello?

    El «imperio» y el «gobierno imperial» son China.

    La Cía de las Indias Orientales obedecía al parlamento británico.

    La guerra del opio la empezaron «contrabandistas» que compraron el producto a los británicos.

    Qué lindo, qué dulce. Pero la realidad es así:

    El imperio era Gran Bretaña. La Cía de las Indias Orientales era la punta de lanza.

    Y la guerra del opio la inició la oligarquía británica para someter a los gobernantes chinos díscolos.

    Las maneras de engañar y autoengañarse son infinitas.

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