El voto, más allá de la racionalidad, fluye con mayor impulso por las corrientes emocionales e inconscientes.

Milei tiene la habilidad de articular la rabia y el sentimiento de desamparo en sus seguidores. Su atractivo se deriva no tanto de sus ideas, sino de las emociones que proyecta. El voto, más allá de la racionalidad, de las demandas tangibles y de las circunstancias presentes, fluye con mayor impulso por las corrientes emocionales e inconscientes.

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Por Ana Monsell*

En el vasto espectro de los votantes de Milei, es innegable que surgen múltiples factores, motivos y causas que delinean sus preferencias. Sin embargo, entre la maraña psico-sociopolítica, dos puntos destacan con claridad. En primer lugar, reside la importancia de no subestimar ni al propio Milei ni a su electorado. En segundo término, se nos desafía a abandonar el concepto del eterno retorno de lo igual.

En esta época vertiginosa, el presente es todo, la inmediatez es la norma. La búsqueda de satisfacción de necesidades se teje con la rapidez y eficiencia del ahora. La singularidad y el individualismo se erigen como pilares fundamentales.

La amalgama de votantes de Milei, a pesar de su heterogeneidad en demandas específicas, comparte un elemento unificador. Estos ciudadanos saben lo que no desean, lo que no quieren: han experimentado desatención y exclusión en los últimos dos gobiernos, sus vidas no mejoraron y se sintieron particularmente ignorados. La desilusión, la desigualdad, la angustia y la incertidumbre que experimentaron no han sido abordadas con seriedad. Y si bien el pedido de ser escuchados es el de toda la sociedad, en este grupo se evidencia y agrega la ausencia de un espacio que les brinde identidad, pertenencia, seguridad, tranquilidad y esperanza.

En sus demandas predominan la necesidad de combatir la inflación, mejorar los salarios y, sobre todo, ser escuchados. Su descontento y enojo, capaces de atenuarse solo si se les concede el lugar que merecen, potenciarían la conexión con la política. Este sentimiento poderoso rara vez es considerado por los políticos, como si las emociones no existieran;  aunque la inclusión y la identificación efectivas podrían ser un bálsamo. Es aquí donde Milei entra en juego, atrayendo a aquellos desprovistos de horizonte, carentes de grupos de pertenencia, anhelantes de cambios inmediatos, impulsados por deseos individualistas,  y meritocráticos.

El papel de Milei se modela conforme a su imagen de rebelde, disruptivo y revolucionario, guiando a través de la apolítica. Emplea términos como «dolarización», «casta» y «libertad» como señuelos, endosados por sus votantes con significados profundos y emocionales. De este modo, muchos jóvenes desorientados y carentes de orientación política se sienten atraídos.

Milei tiene la habilidad de articular la rabia y el sentimiento de desamparo en sus seguidores. Su atractivo se deriva no tanto de sus ideas, sino de las emociones que proyecta. El voto, más allá de la racionalidad, de las demandas tangibles y de las circunstancias presentes, fluye con mayor impulso por las corrientes emocionales e inconscientes.

En mayo de 2022, Cristina Kirchner aludió en su conferencia Estado, Poder y Sociedad a la insatisfacción democrática, un malestar persistente que tiñe la vida de millones de personas, minando la creencia en un mundo mejor. ¿Casualidad o causalidad? ¿Acaso Milei tomó nota?

Yace un sector de la sociedad cuyas condiciones materiales de vida se encuentran profundamente afectadas. Este estado de vulnerabilidad los convierte en un blanco propicio para el discurso del poder real, el cual adopta la forma de un extraño tipo de rebeldía expresada a través de consignas de liberalismo extremo. Es crucial entender que estas consignas no abordan la matriz subyacente de desigualdad, ni la distribución de ingresos, y tampoco amenazan los intereses de los sectores más acomodados. ¿Cómo podrán escapar de esta forma de identificación con el discurso del poder  sin un compromiso democrático si es la propia democracia la que es ha causado la insatisfacción que origina todo?.

Habría que tener en cuenta en cómo se forma y transforma la identidad en el ámbito electoral y cómo las condiciones sociales y políticas pueden influir en la construcción de ideales y la adhesión a discursos extremos. Más allá de la polarización y la retórica, es imperativo considerar la manera en que el psicoanálisis, psicología y sociología pueden arrojar luz sobre las dinámicas detrás de las preferencias electorales.

El tiempo apremia y, como diría Tabucchi, se está haciendo cada vez más tarde. La organización es crucial en este contexto. Es momento de “subir al Clio”, recorrer las calles, las redes y compartir con la sociedad el panorama que se avecina. Con paciencia, sin etiquetas, sin prejuicios,  y sobre todo escuchando atentamente.

 

*Piscóloga.

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