Pablo Iglesias
Escribía Pablo del Amo esta mañana en X que, para Occidente, lo más importante no es que un país sea democrático, sino que siga sus posicionamientos geopolíticos. En las relaciones internacionales los intereses geoestratégicos priman, añadía. Ningún politólogo o internacionalista serio podría ponerle un pero a esta afirmación del coordinador del colectivo Descifrando la guerra. Y tampoco podría ponérselo un cuadro político con un mínimo de experiencia política, tenga la ideología que tenga. Creo que este es el punto de partida más sensato a la hora de entender lo que significan los posicionamientos políticos internacionales y mediáticos respecto a las elecciones presidenciales de ayer en Venezuela.
Con todos sus defectos en lo que respecta a la calidad de sus mecanismos demoliberales, Venezuela es un país en el que hay elecciones competitivas que muchas veces ganan los partidos y coaliciones antichavistas que, de hecho, gobiernan en 4 gobernaciones (el equivalente a las comunidades autónomas en España) y en más de 100 alcaldías de Venezuela. Si Venezuela es presentada por buena parte de la prensa occidental como una terrible dictadura al tiempo que presenta a países como Arabia Saudi, Qatar, Marruecos o Israel como respetables socios, esto responde a lo que fríamente señalaba en su tuit Pablo del Amo.
Pero, mirando con frialdad la situación, ¿alguien puede creer que si las autoridades electorales venezolanas fueran a llevar a cabo un fraude, habrían acreditado a casi un millar de observadores internacionales incluida la Fundación Carter de EEUU, cuya reacción es muy esperada? Es verdad que no dejaron entrar a los dirigentes que del PP, que no iban a participar en la observación sino solo a acompañar como turistas a la derecha venezolana, pero ¿alguien puede creerse que José Luis Rodríguez Zapatero, que ha sacado de la cárcel a más opositores venezolanos que nadie, habría acudido a Venezuela si tuviera dudas sobre la limpieza del proceso? Para responder a estas preguntas conviene dejar al lado la ideología y confiar en el más obvio sentido común.
Es precisamente esa lógica, y no tanto su victoria electoral, la que da mejores perspectivas al oficialismo venezolano. Como ha señalado Bruno Sgarzini citando a The Wall Street Journal, una parte del empresariado estadounidense habla con Maduro y presiona al gobierno de Biden para que levante las sanciones porque lo ven como una opción estable para la inversión. Como señala este periodista, en Venezuela hay en juego los negocios petroleros y de gas de compañías estadounidenses y europeas, como Chevron, Eni y Repsol, así como la renegociación de los bonos de deuda venezolana por 60.000 millones de dólares comprometidos por Maduro. Esta situación da más opciones al presidente Maduro de ser reconocido como tal por Europa y EEUU que el propio resultado electoral.
Permítanme aventurar un augurio. En esta ocasión habrá ruido y denuncias de fraude, pero dudo que alcancen el nivel de ocasiones anteriores y dudo que Europa y EEUU se inventen a un nuevo Guaidó. Sospecho que, en esta ocasión, con mayor o menor disimulo, Europa y EEUU acabarán reconociendo la legitimidad del gobierno venezolano e invitarán a su oposición a que se integre más en el sistema político. Hay muchos negocios y mucha geopolítica en juego.
«Estamos seguros de que el Consejo Nacional Electoral, que señaló la victoria del Presidente Nicolás Maduro, dará tratamiento respetuoso a todos los recursos que reciba… Es importante que el presidente Nicolás Maduro, ahora reelegido, continúe el diálogo con la oposición …» https://t.co/9HoZLh5eDJ
— Artemio López (@Lupo55) July 30, 2024