Hubo un tiempo en que una comparación entre Henry Ford y Elon Musk se habría centrado en sus respectivos papeles en la revolución de la fabricación de automóviles.
Harold Meyerson
Ford fabricó los primeros coches con precios asequibles para millones de personas y levantó las primeras fábricas capaces de producirlos en serie. Musk fabricó los primeros coches eléctricos que, si bien no eran todavía asequibles para un mercado verdaderamente masivo, se construyeron en cantidad suficiente para proporcionar a los coches eléctricos un punto de apoyo substancial en una economía que se alejaba lenta y tortuosamente de los combustibles fósiles.
Ojalá fuera esa la única forma en que ambos fuesen comparables. Desgraciadamente, Musk se ha sumado desde entonces a Ford como empresario norteamericano más destacado de su época en una implacable oposición a los sindicatos. También está reiterando el apoyo de Ford a los políticos del America First, al tiempo que destina importantes recursos a la fabricación en un país (para Ford, Alemania; para Musk, China) que representa la mayor amenaza para las democracias liberales.
Peor aún, el vociferante antisemitismo de Ford contribuyó a alimentar el auge del nazismo alemán, mientras que Musk se ha volcado ahora en promover el auge de los neonazis alemanes, que constituyen gran parte de la base de la AfD (Alternative für Deutschland), la cual, para alarma de millones de alemanes, podría quedar segunda en las próximas elecciones de ese país.
De distintas maneras, Ford y Musk han transformado buena parte de la vida norteamericana. La masiva producción en cadena de Ford, que comenzó en 1913, convirtió el país en una cultura del automóvil en las décadas que siguieron. Primero, sin embargo, tuvo que crear una mano de obra estable en su fábrica, ya que las condiciones eran tan deplorables, y los salarios tan bajos que la rotación de empleados supuso un reto que hubo de superar. En 1915, se le convenció para que aumentara el salario de los trabajadores a unos inauditos 5 dólares diarios. La rotación disminuyó, la velocidad y el volumen de producción aumentaron y el incremento salarial -que otras empresas se vieron obligadas a igualar- creó una clase trabajadora que podía permitirse comprar los coches y otros productos que fabricaban (aunque la compra de viviendas siguió estando fuera del alcance de muchos hasta que las industrias de producción en masa se sindicaron en los años 30 y 40). Los historiadores económicos llegaron a describir este sistema de producción y consumo masivos como «fordismo».
Todavía no existe un sistema que podamos llamar “muskismo”; de hecho, el muskismo sugiere caos, más que sistema. Musk, sin embargo, ha extendido sus habilidades a empresas (SpaceX, Starlink) de múltiples sectores, de un modo que Ford nunca estuvo dispuesto a hacer (tuvieron que persuadirle, cuando llegó la II Guerra Mundial a Norteamérica, para que construyera aviones). Industrialmente, Musk, por utilizar las tipologías del filósofo Isaiah Berlin, es un zorro (que sabe muchas cosas) mientras que Ford era un erizo (que sabe una gran cosa).
Los problemas de Ford y Musk no tienen que ver con lo que sabían, sino con lo que creían. Puede que Ford haya sido el primer industrial en aumentar los niveles salariales, pero fue el último gran industrial, en los años anteriores a nuestra entrada en la II Guerra Mundial, en oponerse vehemente y violentamente a la sindicación. Mientras las huelgas de brazos caídos de los United Auto Workers obligaban a General Motors y Chrysler a reconocer el sindicato de sus trabajadores en 1937, Ford utilizó su «Departamento de Servicios» -3.000 violentos ex presidiarios y espías industriales- para suprimir todos los intentos de sindicación. Cuando los organizadores de la sección local de los UAW, encabezados por el futuro presidente del sindicato, Walter Reuther, marcharon hacia la gigantesca fábrica de Ford en River Rouge en 1937, se vieron apaleados por los matones de Ford, en un ataque que registraron y difundieron por todo el país los fotógrafos de los periódicos. Los UAW no consiguieron sindicar la Ford hasta 1941, cuando ya se habían alineado con los trabajadores negros de Detroit en defensa de los derechos civiles y Ford ya no podía contar con ellos para que rebasaran los piquetes, y cuando el «Departamento de Servicios» de Ford se había hecho demasiado conocido para el gran público.
Musk no se ha visto obligado a contratar matones para golpear a los organizadores sindicales, pero ha contratado a bufetes de abogados -el equivalente de los matones de estos últimos tiempos- para hacer otro tanto. Se trata de una práctica de gestión habitual en las direcciones generales de hoy en día, por supuesto, pero Musk sigue destacando por haber proclamado: «No estoy de acuerdo con la idea de sindicatos» en una entrevista con el DealBook de The New York Times. Desde entonces, Musk ha puesto en práctica ese desacuerdo demandando a SpaceX ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB), que había denunciado dos casos de prácticas laborales ilegales por parte de la empresa. La demanda sostiene que la propia NLRB es inconstitucional porque son sus tribunales administrativos los que deciden en estos casos, aunque todas estas decisiones pueden ser, y con frecuencia lo son, impugnadas ante los tribunales federales. En 1937, el Tribunal Supremo confirmó la constitucionalidad de la NLRB, que ha fallado a favor y en contra de empresarios y sindicatos durante los 87 años posteriores sin que se haya vuelto a cuestionar su constitucionalidad. Eso, al parecer, no ha disuadido a Musk, ni le ha disuadido de oponerse a la sindicación de 50 mecánicos de Tesla en Suecia, donde el 90% de la mano de obra está sindicada y donde los sindicatos son fundamentales para el contrato social del país.
En la misma entrevista en la que Musk expresó su oposición a la idea misma de sindicatos, también se maravilló del nivel de consumo de vehículos eléctricos en China, dejando claro que el mercado chino era clave para el futuro de Tesla y, por lo tanto, que la presencia continua de la fabricación de Tesla en China resultaba también esencial. Musk ha trabajado duro para cultivar buenas relaciones con los líderes chinos, aun cuando Donald Trump, el Partido Republicano y un buen número de no republicanos crean que China representa una amenaza para la economía norteamericana y (sobre todo entre los no republicanos) para la democracia liberal en general.
También en esto Musk sigue el ejemplo de Ford. Durante la década de 1920, cuando la Nueva Política Económica soviética fomentó la inversión capitalista en una URSS todavía nueva, Ford abrió una importante planta en Rusia. En los años 30, la llegada de Hitler al poder en Alemania no convenció a Ford de que debía cerrar sus fábricas en el país. De hecho, la empresa siguió produciendo y expandiéndose allí hasta después incluso de iniciada la II Guerra Mundial (dos años antes de que los Estados Unidos entraran en liza en Pearl Harbor). El hijo de Ford, Edsel, asistió incluso en 1940 a una cena en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York para celebrar la caída de Francia ante los ejércitos de Hitler.
Lo que nos lleva a las actividades más infames de Ford: su fomento del antisemitismo, algo en lo que, a lo largo de su vida, sólo le superaron los nazis. En 1920, Ford compró The Dearborn Independent, un periódico semanal del área de Detroit, que se aseguró de distribuir por todos los Estados Unidos. Lo utilizó para atacar continuamente a los judíos por toda clase de males cósmicos, reimprimiendo y distribuyendo incluso Los protocolos de los sabios de Sión, una falsificación escrita por la policía secreta del zar ruso Nicolás II para fomentar los pogromos contra los judíos del país. Los Protocolos pretendían ser un documento escrito por varios rabinos que abogaba, entre otras cosas, por el asesinato de niños cristianos. A principios de la década de 1920, Ford fue también «autor» (es decir, contrató a escritores fantasma para que plasmaran sus pensamientos en papel) y «editor» (con editores fantasma) de una antología en cuatro volúmenes, con el titulo de The International Jew [El judío internacional].
A principios de la década de 1920, el antisemitismo de Ford había llegado a tener alcance mundial. The International Jew se tradujo a múltiple idiomas, incluido el alemán. Uno de los fundadores y líderes del Partido Nazi, Baldur von Schirach [que dirigiría las Juventudes Hitlerianas], declaró posteriormente: «Fue leerlo y hacerme antisemita». Cuando Hitler escribió Mein Kampf en 1924-1925, destacó a Ford con el fin de alabarlo, tratándole de «gran hombre» y colgando un gran retrato de Ford en su oficina de Munich. El hecho de que Ford siguiera produciendo en Alemania durante los dos primeros años de la II Guerra Mundial sugiere claramente que no tenía reparos en que los nazis controlaran toda Europa.
Avancemos ahora hasta Elon Musk, que no tiene hoy reparos en que los neonazis gobiernen Alemania. Sin haberlo solicitado, Musk ha tuiteado (¿X-ado?) su entrada en las elecciones parlamentarias alemanas, que se celebrarán el mes que viene, empezando por argumentar que «sólo la AfD puede salvar a Alemania». Alternativa por Alemania es un partido de extrema derecha, vehementemente antiinmigrante y racista, que ha ido ganando fuerza, sobre todo en aquellas regiones económicamente deprimidas que antes formaban parte de Alemania Oriental, desde que se fundó hace una docena de años. Musk ha afirmado que no es un partido neonazi, pero varios neonazis confesos y negacionistas del Holocausto han formado parte de la dirección del partido, mientras que el gobierno alemán lo considera una amenaza potencialmente violenta para la seguridad alemana.
A diferencia de otros partidos neofascistas europeos, como Reagrupación Nacional de Francia, la AfD no se compromete a mantener el tipo de Estado del Bienestar socialdemócrata nacional para su población nativa blanca, algo que forma parte de su atractivo para la clase trabajadora blanca en el caso de los partidos xenófobos de otros países. Los fundadores del partido eran en su mayoría economistas de derechas que se oponían a que la Unión Europea condonara la deuda o ayudara a Grecia y a otros países del sur de Europa durante la depresión posterior a 2008. Esos fundadores hace tiempo que se fueron, pero su economía antisindical y antiestatista sigue vigente, incluida la petición de abolición del salario mínimo y de prácticas laborales como la inclusión de representantes de los trabajadores en los consejos de administración de las empresas o la creación de consejos de trabajadores y directivos en los lugares de trabajo. Todo esto atrae sin duda a Musk, que se ha opuesto continuamente a los esfuerzos de IG Metall (el principal sindicato alemán) por organizar sindicalmente la gigantesca planta de Tesla en Brandenburgo.
Desde su tuit inicial, Musk ha redoblado su implicación en las próximas elecciones, escribiendo un artículo de opinión en el principal diario dominical alemán y ofreciéndose a retransmitir por X una entrevista con la líder de la AfD a finales de este mes. El actual gobierno de Alemania, sus principales partidos políticos (salvo la AfD, por supuesto), así como sus sindicatos y otros grupos de la sociedad civil han señalado que ningún industrial extranjero ha intervenido antes en unas elecciones alemanas, aunque Musk ha respondido que es precisamente su inversión en la fabricación con sede en Alemania lo que le otorga la potestad de hacerlo. Ni Musk ni sus críticos han citado las inversiones de Ford en la Alemania nazi ni sus afinidades con los nazis como precedente de tales acciones, pero ahí están, a la vista de todos.
Por otra parte, al abrir X a una serie de bocazas y conspiranoicos de extrema derecha, algunos de los cuales repiten como loros mitos y metáforas antisemitas, Musk se ha ganado una declaración condenatoria de la Liga Antidifamación [ADL, organización judía norteamericana]. Musk había retuiteado y apoyado una publicación en X que afirmaba que los judíos promovían el racismo «antiblanco» y, en respuesta a las condenas de la ADL, culpó específicamente al grupo de fomentar ese odio. Los parecidos con Ford son cada vez más pronunciados y grotescos.
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Harold Meyerson veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que ha sido director y es redactor jefe, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post y fue director de L.A. Weekly. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson ha pertenecido a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.