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En su última cena con corresponsales de la Casa Blanca, en 2016, Barack Obama realizó una especie de stand up –como indica el protocolo del evento– frente a los periodistas que habían cubierto sus gobiernos en los últimos ocho años. Reinaba el fantasma de Donald Trump, el Gran Ausente de la velada, y la pregunta por si él o Hillary Clinton lo sucederían. El presidente hizo uso de su gracia expositiva en todo el discurso dirigido a los periodistas, pero especialmente cuando se mofaba de Trump. Hasta que quiso cambiar de tema:
–No quiero detenerme demasiado tiempo en The Donald. Voy a seguir el ejemplo de ustedes y mostrar algo de moderación. Porque creo que todos podemos estar de acuerdo en que desde el principio [Trump] ha obtenido la cantidad adecuada de cobertura acorde con la seriedad de su candidatura. Espero que estén orgullosos de ustedes mismos. El tipo quería impulsar su negocio hotelero y ahora rezamos para que Cleveland sobreviva hasta julio.
El comentario de Obama recogía una observación que se fue haciendo más y más contundente mientras avanzaba la posibilidad de que Donald Trump se convirtiera en presidente y que se transformó en una condena explícita cuando ganó: los medios le habían dado demasiado lugar. Le pusieron, incluso, un número. The New York Times calculó que hasta febrero de 2016, en medio del proceso de las primarias republicanas, Trump había obtenido cerca de 2 mil millones de dólares de publicidad gratuita entre medios impresos, televisivos, online y de redes sociales. En definitiva, era más cómodo culpar a los medios que entender la representación y representatividad de sus ideas.
El trauma “Trump y los medios” se complejizó durante su presidencia y nunca abandonó las columnas de opinión, pero regresó hace poco con más vehemencia ante la cobertura a todo trapo, con drones y helicópteros, de sus últimos avatares judiciales.
El implícito de estas preocupaciones es que suponen que toda aparición, especialmente las más grandilocuentes, es una promoción, y que las ideas más extremas no deberían engolosinar a los programadores de los medios. Algo que, es obvio, alimenta la tirria entre los seguidores de diversos líderes políticos y sus acusaciones contra el periodismo.
Parecida fue la demanda durante la campaña de Brexit, con otra particularidad: en el Reino Unido, las regulaciones sobre imparcialidad en los medios –entendida como igual cantidad de tiempo de los distintos partidos políticos en pantalla– atañen solamente a la televisión, pública y privada. En 2016, los canales les dieron entonces el mismo espacio a quienes estaban a favor de irse de la Unión Europea y quienes estaban en contra. Entre los primeros, los argumentos xenófobos y algunas desinformaciones –especialmente vinculadas al futuro del sistema público de salud– eran la base de la campaña, por lo que los medios fueron acusados de haber generado un falso equilibrio entre ideas democráticas y no democráticas, verdaderas y mentirosas, amparados en una regulación que además era insuficiente para la era digital.
Las ideas radicales de derecha –que son las que más circulan en los últimos años– han generado preguntas en los medios sobre cómo cubrir postura extremas, principalmente por dos motivos. El primero es que en varias democracias liberales el periodismo solía estar del lado progresista de la coyuntura política y, como tal, se había convertido en el blanco dilecto de los líderes populistas. El segundo es su dilema: muchas veces estos líderes populistas y sus ideas y tonos atraen audiencias aliadas, clicks, suscriptores, rating. En este ecosistema digital eso vale mucho.
Maslatón no lo hizo
En la Argentina en la que Javier Milei obtuvo la mayor cantidad de votos, el escenario tiene algunas coincidencias con lo que pasó en otros países y algunas diferencias. Milei tuvo una amplísima cobertura en los medios de comunicación, por donde desfila sus ideas desde hace una década. Pero en el país, la polarización más encarnizada de los principales medios de comunicación lleva casi quince años, y las pantallas televisivas y buena parte de sus conductores suelen ser muy evidentes con sus apoyos y enconos.
En ese mapa, ya en 2018 Ejes de Comunicación midió el tiempo de aire que tenían diferentes economistas en los medios: Milei salió primero con 235 entrevistas en un año y 193.547 segundos de aire.
En una semana de atribución de responsabilidades en la victoria parcial del candidato libertario, no faltó la mirada sobre los medios de comunicación como una de las vías de exposición y difusión de sus ideas. En la voleada entró Carlos Maslatón: una lectura indicaba que al abogado liberal –que dijo haber votado a Milei pero está peleado con él desde hace un tiempo– se le había dado demasiado lugar, legitimando sus ideas incluso en medios supuestamente contrarios a ellas como los medios afines al kirchnerismo y al peronismo. Sugerían también que su consumo, por más irónico que pudiera haber sido, había contribuido a digerir mejor al candidato vencedor. La misma Cristina Fernández declaró en Duro de Domar que le “encantaba” Maslatón y procedió a desbloquearlo en Twitter.
Tomás Rebord contestó esa crítica del día lunes. Dijo que creer que la gente se arreaba por voces que escuchan era ser “metodológicamente gorila” y que, en realidad, el proceso era siempre de abajo hacia arriba: había una voluntad y necesidad de escuchar determinadas ideas y por eso pegó, entre otras cosas, un personaje como Maslatón. “Lo que te están diciendo veladamente es que ellos creen que fueron el motivo de la victoria en 2003”, concluyó Rebord.
El fenómeno Maslatón ya propició diversos análisis, pero el pánico a que la difusión de sus ideas hubiera contribuido a hacer más digeribles las de Milei y luego, de algún modo, a su victoria parece abonar más bien a la fantasía de los medios como fabricantes de personajes y del público como una marioneta a calibrar, tan remanida como eficaz e incombustible. Esa interpretación se choca de frente con aquella otra que ve en los votos de Milei un hartazgo comprensible con la calidad de vida, con la política que no da soluciones, y una respuesta obvia a los paupérrimos números de la economía y la pobreza. ¿Es entonces Milei un producto de los medios, un emergente del hartazgo o un romance entre ambos?
Es curioso: si los análisis de esta semana tienden a indagar en quiénes son y qué expresan los votantes de Milei, el candidato empezó el día lunes definiéndose a sí mismo como un producto de los medios.
–Son los padres de la criatura–, le dijo entre lágrimas a Alejandro Fantino al día siguiente de superar el 30% de los votos en las PASO.
Se refería a Fantino y a Mauro Viale. Ambos son los primeros que le dieron aire masivo (“vos sos el que me puso en primera”, le repitió al periodista), en un vínculo cuyo origen demuestra una circulación social para nada diferente de aquella de las élites: Guillermo Nielsen, economista y político, ex funcionario en los gobiernos de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y actual embajador en Arabia Saudita, almorzaba con Fantino en la esquina del canal América cuando apareció Milei, que trabajaba con Nielsen para el grupo Eurnekian. Los presentó, según rememoró Milei en la entrevista, Matías Patanian, vicepresidente de Aeropuertos Argentina 2000. El candidato no mencionó en esta ocasión su relación con el propio Eurnekian, uno de los más poderosos impulsores de candidato en los medios, según señala Juan Luis González, biógrafo del libertario, que también menciona que el empresario todavía es dueño de un 17,5% de América, donde tiene influencia editorial. (Valga como curioso recordatorio que el presidente del Grupo América es Daniel Vila, de reconocida amistad con Sergio Massa).
En la charla en Neura Media –canal de streaming de Fantino–, que en cuatro días casi había alcanzado el millón y medio de reproducciones en YouTube, Milei también le reconoció a Fantino sus enseñanzas sobre los medios. “Vos me anticipaste el apagón mediático”, le dijo, tocando la tecla de candidato excluido por los medios mainstream que ya es un lugar común entre los líderes políticos y en este caso se acompaña por el término/hashtag “periosobre” y por el cuestionamiento a la pauta oficial en los medios argentinos, como les endilgó a Marcelo Bonelli y Edgardo Alfano en A Dos Voces, por TN.
Respecto de Mauro Viale, le agradeció emocionado otros tips. La “estrategia de los zócalos” y el cross en la mandíbula: “Me dijo que esto era como un round de box: vos tenés tres minutos para contar una idea pero en el primer minuto tenés que meter una piña knock out”. Las visitas al programa de Viale en los canales del Grupo América eran recurrentes.
Hace unos meses, Luis Novaresio hizo una autocrítica en entrevista radial con María O’ Donnell. Reconoció que él lo había entrevistado habitualmente como un personaje excéntrico y opinador serial, y no le repreguntaba sobre las ideas vertidas como a otros políticos. Novaresio dijo que estaba cambiando ese modo al ver que ya se posicionaba como un político en carrera, un giro que tomó en los últimos dos años.
El periodismo mainstream en Argentina tampoco evita su ambivalencia, y en eso el fenómeno se aproxima a lo que pasa en otros países: ellos le dan aire a Milei y Milei les da aire a ellos con clicks, rating y encendido.
Algunos, además, no disimulan su simpatía. El martes, Jonatan Viale le dio un marcador a Milei para animarlo a tachar ravioles del tupido bosque estatal como parte de la puesta en escena de su programa en La Nación Más. Milei lo animó a saltar a las filas de su eventual gobierno, pero él se atajó:
–Yo soy periodista, pero algunas cosas me parece que hay que cortar.
Viale iba cambiando de roles. De periodista pasó a coach: “(explicá) fácil lo de los vouchers, porque yo no lo entiendo”, le sugirió. Y luego a ciudadano que busca ser seducido por Milei: “Yo no quiero que haya 20 millones de planes, quiero que la gente trabaje”. Cuando quería subrayar la osadía de algún rayón mileista (aunque en la mayoría de los casos, el candidato advertía que esos ministerios iban a entrar en otro gran paraguas, por lo que no quedó claro si su plan motosierra no había devenido cuchillo de untar), utilizaba siempre versiones de la respuesta: “Uh, sabés el quilombo que te van a armar los… (kirchneristas, feministas, científicos, de acuerdo a la dependencia en cuestión)”, eludiendo la primera persona a la hora de cuestionar alguna tajada.
Es evidente que Milei es hoy un tema de interés público y que no toda cobertura es en sí misma una apología. El panorama mediático es vasto y complejo: el mismo domingo convivieron coberturas de medios tradicionales con streamings en los que incluso se unieron distintos medios jóvenes para ofrecer alternativas. El periodismo afronta sus propias batallas y la novedad Milei plantea no sólo preguntas de contenido en cuanto a sus visiones más extremas sino de producción: en definitiva, no deja de ser más cómodo y barato llevar al candidato a un estudio televisivo que desplazarse para conocer realmente la base electoral a la que representa.
«en definitiva, no deja de ser más cómodo y barato llevar al candidato a un estudio televisivo que desplazarse para conocer realmente la base electoral a la que representa.»
Con este tipo de razonamientos se van cimentando las bases de la legitimación futura del cambio de régimen al neofascismo.
No digo que se lo haga a propósito y concientemente, pero esos son los efectos.
Es obvio que es un candidato creado por el establishment (no solo Eurnekian, hay gente muchísimo más arriba que él) justamente para producir el efecto de tener representatividad en la base electoral.
Y no se oponen en absoluto una cosa con la otra.
Si no entendemos esto, vamos a terminar justificando cambios de régimen monstruosos por el hecho simple de que «una parte del pueblo los votó» (ej., Bolsonaro con Lula preso y previa destitución de Dilma; Milei, previa condena y proscripción Cristina; Hitler, previo golpe institucional para ser designado canciller aún perdiendo 2 millones de votos).