La solución Milei: Hay cadáveres

El poema «Hay Cadáveres» es una de las mejores respuestas culturales a la sanguinaria dictadura que bañó de muerte a la Argentina, que hoy apologuizan Milei y Villarruel. La desmesura de sus versos parece corta frente a la desmesura de los muertos yacentes. En su permanente estribillo repiqueteante e hipnotizante (hay cadáveres), quedamos atrapados en una tela de araña y no podemos dejar de repetir «hay cadáveres», lejos de lo plañidero, muy cerca de lo inmediato y también de lo lejano, como certeza, no como llanto, como paisaje que de horizonte atrás a horizonte adelante, todo dice, cuchicheando o gritando, «hay cadáveres» . A su vez, el filósofo Mario Casalla propone reflexionar sobre el fenómeno político y social del voto a Milei, desde el concepto de pulsión elaborado por Sigmund Freud, la tendencia mortífera del hombre, y desde el Discurso sobre la servidumbre voluntaria del célebre jurista francés Étienne de la Boétie.

EL FENÓMENO MILEI: ¿VOTO CASTIGO O SERVIDUMBRE VOLUNTARIA? – POR MARIO CASALLA

Por Mario Casalla*

(para La Tecl@ Eñe)

Si se desea avanzar un poco más allá de la noción de “voto castigo” con que se caracteriza usualmente el apoyo electoral al fenómeno Milei, es necesario ver que -en la estructura de los propios sujetos votantes- hay ciertas tendencias mortíferas que hacen posible que esto suceda. Y que Milei es esencialmente un fenómeno, eso que en términos psicoanalíticos se denominaría síntoma: remite a otra cosa cuya importancia es mayor que aquello que aparece en la superficie (dicho esto de manera sencilla como corresponde aquí). Freud ha tratado este tema a fondo al considerar el concepto de pulsión (Instinct, en alemán) diferenciándolo del deseo (Trieb). Mientras que la primera es esencialmente una demanda orgánica, irrefrenable que conecta lo humano con el mundo animal en general y exige satisfacción, el Deseo es algo específicamente humano que –al ingresarnos en el orden de la cultura- permite la postergación y la decisión. La tendencia de las masas a votar por Milei es un fenómeno más de tipo pulsional que un deseo meditado o razonado. De aquí que el grito exasperado o el “porque sí” – tanto del candidato como de sus seguidores-  frente a preguntas incomodas, sea cosa de todo el día y de casi todas las entrevistas públicas de este personaje. A veces parece moderarse, pero de inmediato “se le suelta la cadena”, como suele ocurrir con algunos de los perros con quien convive y que según él son clonación de difuntos (delirio muy propio del acto pulsional). Pero Milei no es un caso de psicología individual, sino un típico caso del fenómeno de masas en el cual –por entronización de un líder mesiánico- un determinado grupo humano cede su Yo, sus ideales y hasta su pensamiento sin mayores cuestionamientos, a favor de dicho Amo. En su obra de 1921, Psicología de las masas y análisis del yo, Freud analiza a fondo este suceso tanto que, un siglo después, ese análisis es útil para comprender hoy el fenómeno Milei. Por su parte Lacan releyendo a Freud dirá que “toda pulsión es virtualmente una pulsión de muerte” y esto por tres motivos fundamentales: en primer lugar, porque toda pulsión persigue su propia extinción; en segundo lugar, porque toda pulsión envuelve al sujeto en la repetición y, en tercer lugar, porque toda pulsión es un intento de ir más allá del principio de placer, hasta el reino del goce mortífero, el que se experimenta como un intenso sufrimiento. De allí que votar a Milei supone (y es posible) a pesar del sufrimiento que implica para su votante, muchas veces vergonzante de su propio voto, lo cual a su vez no puede reconocer de ninguna manera. Milei ejerce así sobre su votante un efecto boomerang, lo destroza a la vez que lo atrapa. No es el amor al candidato lo que allí prevalece, sino un odio profundo y generalizado con el cual intentar razonar es tan imposible como inútil. No hay nada que hacer, si no lo paramos, es él quien hace algo con nosotros. Y a no confundirse, este Amo mortífero mileireano no es el mismo que el de la célebre “Dialéctica del Amo y el Esclavo” de quien habla Hegel en su Fenomenología del Espíritu (1806). Esa Dialéctica hegeliana, a pesar de iniciarse como una lucha a muerte, termina precisamente superándola al alcanzarse el mutuo reconocimiento que inaugura para Hegel la Época Moderna. Porque aquí el Esclavo descubre en su inicial debilidad, su fortaleza (si él no trabaja el Amo se muerte de hambre) y recíprocamente el Amo descubre que sólo reconociendo al Esclavo puede alcanzar la fuerza necesaria para enfrentarse a los otros Amos (cuyo reconocimiento es realmente el que desea). En cambio, con el Amo mortífero mileriano esto no ocurre en absoluto. Lejos de inaugurar la Modernidad retrocedemos a la Antigüedad en la cual el Esclavo es una “cosa natural” de la que puede disponerse a gusto del Señor. Es por esto mismo que calificamos a este Amo como mortífero y del cual no puede esperar su eventual votante más que sufrimiento y desgracias. Y no exageramos, por cierto. Pero si retrocedemos al siglo XVI encontramos otro punto de apoyatura desde dónde pensar el fenómeno mileriano: el Discurso sobre la servidumbre voluntaria del célebre jurista francés Étienne de la Boétie (1530-1563), ya un clásico de la teoría política.

Una vida realmente singular

Digo el conde de Buffon, en su discurso de recepción en la Academia, aquello de “El estilo es el hombre” y en el caso de Étienne de la Boétie esto es así. Hay un estilo Étienne (Esteban, en castellano) que se traduce en un muy singular estilo de vida. Pasó por la ella tan veloz como profundamente, vivió apenas 32 años. Y fue a los 18 años que escribió su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el contra el Uno” que tiene la misma extensión de la edad del redactor: 18 páginas. Prueba de que no es necesario escribir mucho para lograr algo que invite a pensar. Montaigne quiso conocer al joven de La Boétie naciendo de ese encuentro una amistad que sólo acabará con la muerte de éste, víctima de la denominada “peste negra” (la peste bubónica, provocada por las ratas). Suele atribuirse a Montaigne la publicación de la obra, pero no es seguro. Al parecer de manera fragmentaria, se hizo después de la muerte del autor y estuvo a cargo de los hugonotes (protestantes franceses) que también fueron quienes, posteriormente, lo editaron íntegro; en ambos casos muy manipulado, al menos con respecto a las copias que finalmente fueron encontradas durmiendo un sueño de siglos en alguna biblioteca. A pesar de que Montaigne tenía intención de publicarlo en uno de los capítulos de sus “Ensayos”, en concreto uno dedicado a la Amistad que debía servir de prólogo al Discurso, finalmente renunció a ello, justificando su omisión por el mal uso que se había hecho del mismo. A partir de ese momento (1580), el Discurso comienza a desvanecerse en las conciencias, salvo en la de algunos coleccionistas y anticuarios que lo buscaban desesperadamente. Quizá fueran estas circunstancias las que provocaron que el manuscrito original desapareciera para siempre, probablemente consumido por las llamas de un fuego purificador ya que fueron prohibidos por la Inquisición en 1676, al ser considerados heréticos; hasta que, en 1724, un editor ginebrino, el hugonote Pierre Coste, decidió publicarlos en París, incluyendo además el “Discurso” de La Boétie, tomado lógicamente de la edición de sus correligionarios. A partir de aquí, los “Ensayos” de Montaigne incluyeron, por regla general, el “Discurso”. ¿Y de qué hablaba este pequeño tratado de tan azarosa gestación?

                                                                    Étienne de la Boetie

La condición humana

Se trata de una singular antropología filosófica, la cual deja al descubierto nuestra “condición bárbara”, esa tendencia nefasta que anida en el interior de cada uno y lo hace tender a resignar la libertad en una suerte de tirano benéfico y salvador. Su relación conceptual con el “Leviatán” (1651) de Thomas Hobbes es inevitable. Para Hobbes “El hombre, es el lobo del hombre” y de ese miedo reverencial surge el Estado y la veneración que siente por ese custodio terrible de la seguridad y de la propiedad. En cambio, para Étienne de la Boetie esto no es así, más bien el Estado es ese Uno que tiende a ser tiránico y la solución no está en él, sino en cambiar la matriz bárbara que habita en el interior de cada uno de nosotros. De esta manera el Discurso prefigura la teoría del Contrato Social e invita al lector a una minuciosa vigilancia siempre con la libertad como punto de mira. Los numerosos ejemplos sacados de la Antigüedad clásica que -como era costumbre en la época- aparecen en el texto, le permiten criticar, bajo una apariencia de erudición, la situación política de su tiempo. Si bien la Boetie fue un servidor del orden público (de hecho, ejercía como Juez en Burdeos) es considerado por algunos como un precursor intelectual de la desobediencia civil y del anarquismo. Su prédica “contra el Uno” lo acerca a esas ideas revolucionarias dos siglos antes de que irrumpieran la Revolución Francesa; más aún, el hecho que Napoleón acabara con ella y con los ideales populares, es una prueba más de que el simple orden estatal no asegura para siempre la libertad: es indispensable la participación activa de los ciudadanos. Esta es necesaria porque si no el tirano (el Uno) desarraiga al hombre de la tierra de la libertad, destruye la amistad y destierra el pluralismo, saqueando las fronteras y alcanzando los reductos de la intimidad humana. “Es difícil creer que haya algo de público en este gobierno en el que todo es de Uno”, afirma. Muere así la res publica, el bien común, suplantado por la pretensión particular, subjetiva, de quien se erige en dueño de otros hombres. Agregando: “lo natural en el hombre es, por cierto, ser libre y querer serlo, pero su naturaleza es también tal que tiende espontáneamente a adoptar la forma que su naturaleza le confiere” y ésta, como ya bien sabemos es pasionalmente dual, dependerá en mucho de la costumbre y de a qué se lo convoca. Dios y demonio al mismo tiempo, será en el juego dramático de la Política donde se juegue su destino. Étienne muy bien intuía que el pueblo “es del todo abierto y disoluto para el placer que no puede experimentar honestamente, y al revés, para el dolor que honestamente no puede tolerar, insensible”. Como se advertirá fácilmente, el actual fenómeno Milei tiene en esta ambigüedad existencial del hombre un pilar fuerte en el cual sostenerse y crecer.

A diferencia de los clásicos, no hay para el francés tiranía benéfica y tampoco se hace ilusiones; es consciente de que solo unos pocos tienen el coraje suficiente para querer ser libres, para reconocerse como tales. En su profética psicología de la servidumbre amalgama así dos vectores que, un poco más tarde, estarán condenados a divergir: libertad e igualdad. Porque, en efecto, si somos libres es porque no es posible que “la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía”. Más allá de esta condición ontológica, lo que denuncia la Boétie es la pérdida de esa enardecida pasión por defender la libertad que constituía la mejor defensa frente a quien buscara usurparla. Es absolutamente necesario que los hombres se impliquen en Política y esto sin intereses espurios o manipulaciones sofísticas. Defensor acérrimo de las humanidades, considera la historia política como una lucha constante en favor de sostener las libertades. En esto la Amistad entre los hombres es fundamental, tal cual lo decían Aristóteles y su amigo inseparable Montaigne. La consideran una virtud sagrada cuyo sentido cívico descubre el bien común que la fuerza tiránica del individualismo disipa. El tirano es incapaz de ser amigo de sus semejantes y esta imposibilidad de amar y ser amado debería resultarnos hoy insoportable. Sólo una comunidad de hombres libres y amigos entre sí, hacen posible el sostenimiento de una vida auténticamente democrática. Pero precisamente lo que hoy está en jaque –a nivel global- es este tipo de vida. La crisis de representatividad es muy seria y recorre –como hilo de Ariadna- casi todos los países donde aún se pronuncia la palabra democracia; en realidad lo que se vive es una profunda insatisfacción democrática, la cual explica mucho de este denominado “voto bronca”, o más bien de esta “ruleta rusa”, donde somos capaces de dañarnos a nosotros mismos votando aquello que nos va a dañar y que nos los dice clarito, en la cara y a los gritos. Y que lleva en su fórmula, como candidata a Vicepresidenta de la Nación, la otra versión más sutil del mismo antiproyecto y acaso por eso más dañina aún. La motosierra más el negacionismo son una mala conformación, por cierto, aquí y en cualquier país del mundo donde se aspire a ese ideal de “hombres libres y amigos” que oponía Étienne de la Boétie frente a los peligros de la dictadura del Uno. Hace poco en esta misma revista Conrado Yasenza escribió un magnífico artículo titulado con una sola palabra “Cadáveres”. A partir de una experiencia infantil su memoria habla “del rugido segador que se ha instalado en este tiempo de apatía e ignorancia: la huella profunda de las hienas que sonríen, otra vez, ante el avance del desencanto y la desmemoria”. ¿Seremos tan negadores como para ignorar esta realidad que ya está entre nosotros? Confío en que no, si lo hiciese no valdría la pena siquiera escribir estas líneas, amigo lector. Siempre he pensado que la Política no es “la continuación de la guerra por otros medios” (como decía el Mariscal Clausewitz) sino por el contrario, la posibilidad de que no haya guerra. Lo cual no significa que en una sociedad no haya conflictos, el tema es cómo estos se enfrentan y se resuelven. Y con toda seguridad la “propuesta Milei” no es la solución, sino el problema. Cuando califica a la actividad política como una “casta”, lo que hace es obturar la solución. O peor aún, ponernos a contar cadáveres, tarea que ofende la condición humana. Creo, por el contrario, que la Política, como decía Ana Arendt, “es el arte de hacerlo todo de nuevo”. Y esto no desde la nada, por cierto, sino a partir de las condiciones dadas en un momento determinado de la sociedad. Estamos en los umbrales de un momento decisivo, es menester que asumamos esa responsabilidad. ¿Y si no ahora cuándo?

*Mario Casalla es filósofo y escritor, preside la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales (ASOFIL)

2 comentarios

  1. Álgebra Sacra.
    Hay una Deuda Moral enorme y específicamente esa Deuda es igual a la Diferencia entre el Total de los Cuerpos de Todos los que fueron asesinados menos el Total de los Cuerpos recuperados. Y esa Cifra es infinita en términos espirituales porque expresa el Valor de la Sacralidad de los Cuerpos.
    Sacralidad de los Cuerpos que el negacionismo viola constantemente, lo que no es ni Cristiano ni Humano.

  2. Estamos frente al avance del fenómeno Milei, espejismo que se alimenta de las complejidades de la condición humana. El muchacho surge como síntoma de la pulsión de muerte que habita en las masas, en tanto perpetúa el sufrimiento en pos de goces mortíferos.

    El descontento encontraba en Milei al Amo que lo articulaba, para deleite del líder y suplicio de sus seguidores. Su segunda, lo acompaña en aquella tortilla que propone dar vuelta paradigmas de cuatro décadas. Representa a «víctimas del terrorismo» con mirada contraria a los «excesos de la reparación», encarnando el ominoso retorno de visiones antaño prohibidas.

    Milei adolece de inconsistencias propias de todo canto de sirena. Sin Partido Justicialista no hay copia posible del menemismo original que tanta dicha proveyó a empresarios deseosos de éxodo con maletas repletas. Su discurso se licúa en el mediático lustrar de patentes con descarga proselitista.

    El Profesional adolece en tanto polariza con el Gatito Mimoso, fortaleciéndolo en pos de desterrar a la afectada Montonera del Bien. Sergio debería enrumbar peronismos de provincias y comunas a la nacionalidad, mientras kirchnerismo se minoriza tras comicios. Pero no alcanza con solo votar en contra: se impone la participación virtuosa en la res publica, como quería la Boétie.

    El francés denunció al fascismo innato que anida en el hombre, inclinado a la servidumbre voluntaria cuando la pulsión lo domina. Sólo la amistad cívica entre ciudadanos libres garantiza el sostén democrático, sin que el Uno usurpe la política para erigirse en tirano mortífero. Ojalá dejemos atrás la apatía, para no contar después los nuevos cadáveres.

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