–Javier Gatti–
La pelota y la felicidad que provoca no se salpican ni se prestan. Los jugadores y el Chiqui Tapia (el nuevo Grondona?) gambetearon la Rosada y la Plaza que ostentaba -hasta ahora mismo- las dos mayores concentraciones de la historia: el Cabildo Abierto con Evita en 1951 y el triunfo de Alfonsín en 1983. Un hecho político sustraído de la política, una felicidad común entre tantos odios diluyentes.
Nadie ha querido nacer en ésta tierra golpeada / la habitan las maldiciones que surcan todas las generaciones / Esta tierra en donde no amanece el sol sino el fuego / nadie quiere vivirla, salvo él / ese hombre que después de besar ese cuerpo / siente que nada pueden hacerle los relámpagos.
Jorge Alemán – La hora del rechazo – 2022
Pero odios diluyentes de qué? Qué teníamos o deberíamos haber tenido antes, durante y después de la consagración de la Ilusión Argentina de Fútbol? Pues sencillamente eso que pomposamente se denomina -y tan espectacular y espontáneamente exhiben los logros deportivos masivos- la alegría y el orgullo cotidiano (no excepcional) de ser argentinos y argentinas, de pertenecer a un aglomerado demográfico pasional con bandera, himno, flor nacional y camiseta, solidario y corajudo ante la adversidad y capaces de aglutinarnos en torno de felicidades comunes. Pero no comunes por ordinarias o cotidianas, sino de todos y todas, felicidades capaces de hacernos sentir parte de un proyecto colectivo que tiene un plan (compartido, imperfecto) para que la mayoría de los que vivimos enéstesuelo como argentinos, seamos felices. Felices los casi 47 millones? Difícilmente, eso sólo lo puede lograr el deporte más popular y apasionante del mundo, del que hoy somos campeones indiscutidos hasta 2026.
Al terminar el partido, ante un cronista de TyC Sports y con la medalla reposando en el pecho, Nicolás Tagliafico aún conmovido pero firme, declaraba que “esto es como lo que pasó en el país, hubo unión, pasión; y creo que a pesar de que esto es fútbol dimos el ejemplo de que con fuerza, con pasión y con unión se pueden lograr grandes cosas, no sólo en el ámbito del fútbol”. Imposible saber a qué otros ámbitos se refería Nico, no hubo repregunta, pero sabemos que nuestros héroes no tienen mucho aprecio por “la política” y “los políticos”; tal vez ignoren que fijando un objetivo, organizándose para lograrlo y ejecutando un plan sujeto a variaciones inesperadas, pero sin renunciar jamás a conseguirlo, también están haciendo política.
Los mismos héroes deportivamente indiscutibles que le exigieron al presidente, a través del Chiqui Tapia (¡!),vaciar la Casa Rosada para ocupar el balcón. Para evitar algo que ya estaba resuelto, porque nunca la política pudo contagiarse del fútbol ni al revés, porque ningún gobierno pudo parecer más derecho ni humano embanderado con dos mundiales (1978, 1979), porque la dictadura se empezó a derrumbar por la aventura delirante de Malvinas y no el fracaso del Mundial 82 (donde teníamos la base del 78 + Maradona y Ramón Díaz, los héroes del juvenil), porque la primavera alfonsinista se marchitó en menos de dos años y no hubo copa ni Diego que la salvara.
Y porque la política es otra cosa, ni mejor ni peor que el fútbol, donde también se hace política y se emplean formas de juego que la suponen. Aunque, como asegura Tagliafico, hay valores extrapolables (unión, pasión, solidaridad, creatividad ante la adversidad y las gambetas del azar) no funciona con las mismas lógicas y hay jugadores muy poderosos, que nacieron en el país pero juegan a otra cosa, que pueden ganar aunque otros millones pierdan (o por ésa razón precisamente) y que se saben todos los cantitos pero juegan con otras camisetas, casi siempre visitantes.
Felicidad común, de “la culpa es del otro” a “la patria es el otro”
No vamos a presentar al enorme Jacques Lacan en éste artículo, pero sí diremos que así como Messi tiene millones de fans en Francia (y en todo el mundo por cierto), muchos más que la selección argentina, Lacan tiene millones de seguidores, psicoanalistas y psicoanalizados en Argentina. Dicha ésta barbaridad (por la cantidad de gente), recordemos que en 1972, el célebre psicoanalista sostuvo que todo orden, que cualquier forma de organización de la vida política que se asimile al capitalismo, repele el amor, lo rechaza, lo combate. Que en su desenfreno en busca del plusvalor, del rendimiento y la productividad cuantitativamente mensurables, de cargar sobre el sujeto individual las responsabilidades de las frustraciones que genera el sistema (ganás poco porque no sabes o te esfuerzas lo suficiente, no porque la empresa o el sistema maximizan ganancias reduciendo costos como tu salario), relega los límites necesarios para el placer, el deseo y finalmente el amor.
No vamos a seguir por ésta línea pero planteemos una pregunta, las preguntas son lo más necesario y revulsivo de una nota, buena o mala (la nota, no las preguntas). Ahí les va: se puede ser inteligente y no ser anticapitalista? Lacaniano y de izquierda? Peronista y anticapitalista? Con la última pregunta la leonera de la derecha ruge que no, la de la izquierda (peronista) se pregunta si estamos hablando de Perón, Eva, Cooke y Cristina. Contestemos rápido y sigamos camino: los cuatro aludidos son inteligentes, acaso brillantes, peronistas y sólo uno es anticapitalista. Lacaniano de izquierda es Jorge Alemán, a quien introducimos ahora mismo.
Jorge tiene un sueño que él suele mencionar como una broma superlativa, como la de Rep cuando -parafraseando a Macri- dice que el problema son los 200 años de peronismo, quiere fundar una Internacional Peronista con sede en España y diseminarla por Europa, el continente que no entiende al peronismo y lo asimila con el fascismo italiano o el nazismo genocida y biologicista alemán, que desprecia a los populismo latinoamericanos y donde las izquierdas se han convertido -aquí también- en paliativos capitalistas, una especie de Ibuprofenos que no te curan de ninguna enfermedad o cuadro disfuncional pero alivian los síntomas y generan la ilusión de que democracia y capitalismo son forzada pero finalmente compatibles.
Pero Alemán se pone muy serio cuando retoma a Lacan y habla de que el neoliberalismo es la más cruel de las expresiones capitalistas y que rechaza el amor común, no el amor entre personas en todas sus diversidades, el amor filial o el tú a tú de la amistad, sino el amor a lo que nos une como argentinos y argentinas, que genera la felicidad común; nada que ver con la bandera, el himno, el mate, Maradona (que divide por que se embarra con la política) o Messi (que une porque no la roza), se trata del amor por poner el bienestar de cada habitante por encima de los intereses sectoriales y hasta personales. Ese amor que suele nutrir las transformaciones políticas y debería enfrentar con cierto éxito el cúmulo de odios, que propagan las agendas y los partidos o frentes de ultraderecha.
Éste año que termina va a ser el año del mundial, de la movilización espontánea más imponente de nuestra historia (la política no dio la talla ni para acompañarla, ni para proteger la alegría). Pero antes de eso, iba a ser año en que el odio intentó asesinar a Cristina Fernández. En un país en donde cunden el odio hacia los inmigrantes, hacia los planeros y piqueteros, hacia el peronismo, hacia las feministas y las diversidades y que llega al extremo de fomentar el odio hacia nosotros mismos, depresivos y periféricos, auto explotándonos mientras tratamos de realizarnos, porque no somos capaces de adaptarnos a los estándares estéticos, de rendimiento y consumo que nos impone una maquinaria invisible, tontamente personificada en algunos de los individuos que odiamos. Y si la opresión es invisible, si la explotación y el odio se resuelven en el plano individual, ya no hay contra quién o quienes dirigir ninguna revolución y la revolución pasa a ser cualquier cosa.
Nunca lo dije, tampoco lo escribí…Menem, Gasalla, Horacio, Perotti y el tachero: quemá ese insert!
El odio entre pares, a ras del suelo y que configura una verdadera VICTORIA CULTURAL del neoliberalismo, nos arroja una perla (negra) de coyuntura: la «empleadopúblicofobia» que expuso un nuevo episodio en Santa Fe, donde el gobernador Omar Perotti (a quien éste redactor votó con las dos manos) revocó el feriado del 23/12 que el gobierno nacional había decretado (ya había desacatado el del 20). Los argumentos del Decreto 2903/22 tienen altas y bajas y los efectos sobre la planificación que muches empleades habían hecho, ya que el Decreto de Alberto Fernández tenía más de 15 días, sólo produjo rechazos en un sector que trabaja y convive con el gobernador y sus funcionarios y que lo votaron en abrumadora mayoría para posibilitar el retorno del peronismo en 2019. He aquí un dato, no es opinión, Omar comparte con el tachero y otros colectivos laborales (no diremos antiperonistas) esto de que «los empleados públicos trabajan menos de los que debieran» y cualquier reconocimiento, por escaso que parezca, es más que suficiente de acuerdo a su productividad.
Y no diremos antiperonistas porque hay muchos casos conmocionantes en el espacio nacional y popular, como el un alto funcionario de DDHH del Frente de Todos, que al llegar a la ex ESMA y sus espacios de la memoria y ante los y las compañeras (muches de elles hijes y nietes de desaparecidos como él) que habían resistido al macrismo y al negacionismo que portaba, dijo «se acabó la hippieada de fumar porro y trabajar poco, acá las cosas van a cambiar». Doloroso pero real, las caricaturas de Gasalla y Norma Pons, el menemismo y su odio al Estado «caro, grande e ineficiente» y sus versiones aggiornadas, comparten un rechazo que constituye una nota clásica de la hegemonía cultural del neoliberalismo, que aún padeceremos por años.
Volvamos y cerremos. Las mezcolanzas que se hicieron en éstos días fueron insoportables, pero quisiéramos cerrar con una. Es cierto que a cierta edad ya no se puede querer sin presentir, pero amar presagiando la farsa y el fracaso es insoportable, algo así como ir al cine y parase para decir a grito pelado que “es mentira, que Súperman no vuela o que Darín no es Strassera sino un tipo que trabaja de actor”. Por eso nos gustaría creer que en el desempeño de la Scaloneta hay algo de nuestra identidad nacional que se juega de algún modo y que en el título obtenido al filo del infarto, hay un destello que preanuncia que el amor -y la organización, en cualquier plano- aún pueden vencer al odio y la adversidad.