Por: Lic. Alejandro Marcó del Pont
El fascismo es la solución simple entre el ideal al que aspiran las sociedades y la realidad
Según el gráfico la economía planificada destrozó en los últimos veinte años al mercado en crecimiento, reducción de la inflación, comercio, productividad, etc. Sobre todo porque la supuesta asignación eficiente el mercado, desbarata al mercado, concediendo mayor concentración a los monopolios en vez de mayor libertad. El mercado atenta contra el mercado y los capitalistas con su afán de lucro lo sentencian.
Según esta visión, que no es, como veremos, sólo del partido Demócrata, la promoción del libre mercado devino en globalización gracias a la planificación de los grandes grupos económicos que imaginaron una deslocalización de la producción, donde las megacorporaciones implementaron una masiva salida de capitales estadounidenses hacia otras regiones del mundo en busca de salarios más bajos para obtener mayores beneficios, tal como sucedió. Pero tales ganancias son sólo una cara de la moneda, la otra fue el “vaciamiento” de la economía de los EE.UU. a partir de la pérdida de cadenas de abastecimiento, industrias y empleos. En el caso de estos últimos, el disciplinamiento funcionó, y ahora hay más empleo con menores salarios. Estos fenómenos sentaron las bases para un aumento de la desigualdad económica y un crecimiento del descontento social tanto a nivel doméstico como global.
Esa misma mirada fue el eje nodal que derivó en el lema de campaña que llevó al triunfo de Donald Trump de 2016, “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” (Make America Great Again, MAGA), fundada en la creencia de que Estados Unidos alguna vez fue un “gran país”, pero que ha perdido este estatus debido a la influencia extranjera, tanto dentro de sus fronteras, a través de la inmigración y el multiculturalismo, como fuera de ella, a través de la globalización o la mayor integración de múltiples economías a la nacional.
Una mirada económica similar a la Republicana la expresaba en su documento Elizabeth Warren, senadora demócrata por Massachusetts, que, por el año 2019, y con aspiraciones presidenciales, imaginó, con la ayuda de asesora económica Mariana Mazzucato, una salida a la pérdida de empleos americana por la globalización en una propuesta económica llamada “Un plan para el patriotismo económico”. Por su parte,Biden, para corregir la situación actual propone impulsar una fuerte intervención del Estado en determinadas áreas de la economía con el objetivo de desarrollar cadenas de abastecimiento y acumulación de recursos estratégicos tanto en el propio país como en países aliados. Mientras que Donald Trump, también en campaña electoral, propone imponer un arancel del 60% a las importaciones procedentes de China.
Como se ve, la idea de la intervención, la planificación y el dirigismo estatal corta de manera transversal a ambos partidos americanos. Si esto es así, trataremos de diseccionar la idea en general, con el fin de entender cómo, en un escenario de guerra por la supremacía mundial, donde el planeta tiene que ser forzosamente un caos para retrasar, dentro de otras cosas, el desarrollo de China. Esta dinámica, causante del desconcierto económico mundial, estimula a los países centrales a volverse un bloque proteccionista y de intervención estatal en el nombre de la seguridad nacional. Argentina, por su parte, tracciona en sentido contrario al diseño del primer mundo, no sólo desde su actual perturbado gobierno de derecha, sino de la totalidad del arco político.
La frase «Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande» fue popularizada por primera vez por el presidente republicano Ronald Reagan, quien utilizó “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande” como uno de varios lemas para su campaña presidencial de 1980. Lo interesante es que las posturas políticas del movimiento MAGA, ante de enfocarnos en la economía, son conocidos y acompañas a nivel mundial por su carácter particularmente repulsivo, que ejemplifica el partidismo extremo de la política contemporánea estadounidense o brasileña, argentina, francesa, etc.
Pero ¿qué contenía “Make America Great Again» más allá de ser una promesa de campaña, y sugerir que Estados Unidos había perdido su grandeza? Bueno, proponía, entre otras cosas, la Restauración de la identidad nacional, abordar la inmigración de manera más estricta, ya que atenta contra la cultura y el trabajo estadounidenses; revitalización económica, impulsar el empleo, negociar acuerdos comerciales más beneficiosos para Estados Unidos, aumentar los aranceles. Es decir, que las empresas vuelvan al país, reducir impuestos y eliminar regulaciones que, desde su perspectiva, obstaculizaban el crecimiento económico y un gran proteccionismo económico.
Quizás más interesante, pero en el mismo sentido, resulte la línea argumental teórica en la propuesta del “Patriotismo Económico” de Elizabeth Warren. A su entender, las gigantescas corporaciones “estadounidenses” que controlan la economía no parecen tener un sentido patriótico o ciertamente no actúan siguiendo tal línea. Estas empresas ondean la bandera, pero no tienen lealtad hacia Estados Unidos. Levi’s es una marca estadounidense icónica, pero la compañía opera solo el 2% de sus fábricas en EE.UU., General Electric cerró una fábrica de motores industriales en y envió los trabajos a Canadá. La lista sigue y sigue. Estas empresas “estadounidenses” sólo muestran una lealtad real a los intereses de sus accionistas, de los cuales un tercio son inversores extranjeros. Si pueden cerrar una fábrica estadounidense y enviar empleos al extranjero para ahorrar cinco centavos, eso es exactamente lo que harán: abandonar a los trabajadores estadounidenses leales y vaciar las ciudades estadounidenses en el camino.
Durante décadas, empresarios y políticos han invocado “los principios del libre mercado” y se han “negado a intervenir en los mercados en nombre de los trabajadores estadounidenses. Y, por supuesto, ignoran esos mismos supuestos principios e intervienen periódicamente para proteger los intereses de las corporaciones multinacionales y del capital internacional”. Warren dice algo sumamente interesante, desde su perspectiva como política americana, para los países del sur global. “No es una cuestión de más o menos estado, se trata de saber para quién trabaja el gobierno”. “Algunas personas culpan a la “globalización” por los salarios fijos y los empleos estadounidenses enviados al extranjero. Pero la globalización no es una fuerza misteriosa cuyos efectos sean inevitables y estén fuera de nuestro control. No: Estados Unidos optó por seguir una política comercial que priorizaba los intereses del capital sobre los intereses de los trabajadores estadounidenses”.
La verdad es que las políticas de Washington –no las fuerzas imparables del mercado– son el factor clave de los problemas que enfrentan los trabajadores estadounidenses. Desde acuerdos comerciales hasta códigos tributarios, han alentado a las empresas a invertir en el extranjero. En síntesis, propone: Intervención agresiva en nombre de los trabajadores estadounidenses. Hay algo más que quiero dejar plasmado y que forma parte del debate, la “automatización” como motor de la pérdida de empleos en Estados Unidos: los robots y otras nuevas tecnologías hicieron que los trabajadores manufactureros estadounidenses fueran más productivos, por lo que las empresas tuvieron que contratar muchos menos seres humanos reales. “Una buena historia, excepto que no es realmente cierta, no hay “evidencia de que la productividad haya causado la caída relativa y absoluta del empleo en el sector manufacturero” en Estados Unidos desde los años 1980. Mientras tanto, Alemania tiene casi cinco veces más robots por trabajador que nosotros y, en general, no ha perdido empleos como resultado de ello”.
Joe Biden, presentó a mediados del 2023 un amplio plan económico que, según dice, ayudará a restaurar el “sueño americano”, esbozando una propuesta de “Bidenomía. Pero quizás lo más importante fue la ruptura fundamental con la teoría económica que le ha fallado a la clase media estadounidense durante décadas, según su entender. Se llama “la teoría de la economía del goteo”. El presidente de Estados Unidos rechazó la teoría conservadora que ha dominado la política de ese país y gran parte del mundo. La “economía de goteo” fue defendida en la década de 1980 bajo el expresidente republicano Ronald Reagan y ha sido impulsada de diversas formas por líderes republicanos posteriores. Aunque suene increíble, Biden atacó la teoría, sobre todo a la referencia que los recortes de impuestos y otros beneficios para los ricos finalmente “se filtrarán” y bañaran a todos los niveles de la sociedad. Este enfoque, dijo Biden, fue responsable de que las industrias se trasladaran al extranjero, de recortes en las inversiones públicas y de la asfixia de la competencia.
Algo de cierto hay, ya que en 2017, Trump firmó la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos, que otorga importantes exenciones fiscales a las corporaciones. La Casa Blanca identificó los tres pilares de la “Bidenomía”. El primero fue “realizar inversiones públicas inteligentes en Estados Unidos”, seguido de “empoderar y educar a los trabajadores para hacer crecer la clase media” y “promover la competencia para reducir costos y ayudar a los empresarios y las pequeñas empresas a prosperar” un proyecto de ley bipartidista de infraestructura, una ley para impulsar la fabricación nacional de semiconductores y la inversión en industrias nacionales de energía limpia.
Hay sectores en los que tanto Demócratas como Republicanos trabajan juntos, en la industria bélica y tecnológica van de la mano y al país le conviene que el estado invierta en desarrollo en su carrera con China. Pero al igual que en la Argentina, una investigación conjunta de The Guardian y Food and Water Watch encontró que la elección del consumidor es una ilusión, a pesar de que los estantes de los supermercados están repletos de diferentes marcas. De hecho, unas pocas empresas transnacionales poderosas dominan todos los eslabones de la cadena de suministro de alimentos: desde semillas y fertilizantes hasta mataderos y supermercados, pasando por cereales y cervezas.
La investigación de The Guardian y Food and Water Watch sobre 61 artículos comestibles populares de Estados Unidos revela que las principales empresas controlan un promedio del 64% de las ventas. Y descubrieron que para el 85% de los alimentos analizados, cuatro empresas o menos controlaban más del 40% de la cuota de mercado. Los porcentajes de concentración son llamativos para un país que presume ser el adalid de la competencia o donde el mercado y los consumidores castigan o premian comprando producto (datos aquí). La formación monopólica y oligopólica de los precios se reproduce en otras áreas de la economía de EE.UU. y muestra el vaciamiento conceptual del paradigma neoliberal: postulando la libertad de mercado ha dado lugar a una brutal concentración económica con la consiguiente capacidad de formar precios y maximizar ganancias en mercados cautivos.
Donald Trump, por su parte, quiere imponer un arancel del 60% a las importaciones procedentes de China, lo que indica un plan para intensificar la guerra comercial con la potencial oriental que definió su mandato. El peligro del enfoque arancelario es que corre el riesgo de exacerbar los problemas económicos que sufren los estadounidenses hoy en día. Y, en particular, estamos hablando de una alta inflación. Con variaciones, Republicanos y Demócratas apuntan a reconstruir Estados Unidos de la mano de la planificación en inversión estatal y la intervención en el mercado. Algunos más, otros menos, dosifican la batalla por sobrevivir a China, con los remedios chinos de un capitalismo estatal tratando de disciplinar a las grandes compañías.
Para Jake Sullivan, Consejero de Seguridad Nacional, el presidente estadounidense Joe Biden aboga por un cambio radical en las políticas comerciales e industriales del país, en realidad un “Nuevo Consenso de Washington” (NWC). La palabra «Washington» en el nombre subraya que el proyecto ha sido diseñado y llevado a cabo por el gobierno de Estados Unidos, mientras que «consenso» transmite la idea de que los países amigos pueden unirse y cooperar con los responsables políticos estadounidenses. La diferencia con Donald Trump es que hay que sacarle la parte de un acuerdo adoptado por consentimiento entre todos los miembros países amigos (consenso), aunque ahora que lo pienso, es sólo cuestión de consideración.
La necesidad de un Estado presente y planificador, así como elección del consumidor fallida por monopolios y oligopolios creados por el mercado no parecen distar mucho de los problemas del sur global. El relato de libre mercado y competencia parece esfumarse por la planificación y la intervención, al menos, los números y los hechos así lo indican.