“El futuro de un mundo superpoblado y superindustrializado será de los que dispongan de mayores reservas de comida y de materia prima. Pero la historia prueba que tales reservas son solución sólo si se las sabe y se las quiere defender contra el atropello abierto o disimulado de los imperialistas”
J.D. Perón, 1971.
Hace cincuenta años, la muerte de Juan Domingo Perón, tres veces presidente, principal estratega y referente popular de la región en el siglo XX, marcaba el “fin de ciclo en la historia” de Argentina, como expresó Cristina Kirchner.
Medio siglo después, asistimos nuevamente a un cambio de época, donde emergen y avanzan proyectos políticos neorreacionarios, caracterizados como “derechas alternativas” que abren nuevos interrogantes y desafíos. Javier Milei, aparece como uno de sus líderes, con capacidad de interpretar el nuevo tiempo y de acaudillar grandes sectores de la sociedad, pero representando un proyecto radicalmente opuesto al que encarnó Perón en el siglo pasado.
Estamos presenciando una profunda crisis orgánica y la emergencia de una nueva fase del sistema capitalista, que supone la transición de un modelo de trabajo industrial-analógico a uno industrial-digital, donde los trabajadores se desplazan de las fábricas a las plataformas digitales, el gran Taller Global, como en su momento los trabajadores agrarios migraron a las ciudades para insertarse en las industrias en el siglo XX (Aguilera, 2023).
Este cambio propio de la fase financiera-digital, deviene, como en aquel momento, en un nuevo sujeto económico, que enfrenta desafíos distintos a los que enfrentaron los trabajadores industriales en tiempos de constitución del peronismo. La pregunta que se abre entonces es: ¿quién interpretará esta nueva realidad en pos de los intereses populares como lo hizo Perón en su tiempo?
Resulta necesario volver a las claves de un tiempo que forjó al conductor más importante de la historia, síntesis de la emergencia del proyecto político nacional y popular que tras décadas de conquista de derechos y resistencia a gobiernos dictatoriales, fue la fuerza que encabezó los mayores movimientos de lucha revolucionaria en la Argentina de 1969. Un proyecto -y un conductor- que supo interpretar los nuevos tiempos que corrían, tras la noche de la Década Infame.
Entre las décadas de 1930 y 1940, Argentina experimentó un proceso de industrialización sin distribución del ingreso -un desarrollo industrial con grandes índices de explotación laboral-, impulsado por acuerdos como el Pacto Roca-Runciman y el Plan Pinedo, que promovieron la sustitución de importaciones y el fortalecimiento de la industria exportadora en un contexto global marcado por la Gran Depresión de 1929 y el periodo de entreguerras. La interrupción de las importaciones durante la Segunda Guerra Mundial, contribuyó a consolidar esta estrategia económica.
El aumento en la demanda de mano de obra industrial redujo las tasas de desocupación en las zonas urbanas, la migración desde las provincias a centros urbanos industrializados, lo que facilitó el crecimiento de los sindicatos y el desarrollo de una clase media urbana. Sin embargo, la inflación se convirtió en una preocupación recurrente, con impacto negativo en los salarios reales y el costo de vida de los trabajadores.
La «Década Infame», marcada por gobiernos conservadores, fraude electoral y corrupción, dejó un terreno fértil para el ascenso de un líder carismático que prometiera un cambio radical. Perón supo capitalizar el descontento social: como secretario de Trabajo y Previsión, implementó medidas en beneficio de los trabajadores, ganando su apoyo y logrando su ascenso político, asentado en alianzas con trabajadores industriales, sectores de las Fuerzas Armadas y parte de la clase media urbana.
Las políticas de Perón durante sus dos primeras presidencias fueron cruciales para la industrialización de Argentina, en un escenario de Guerra Mundial que supo instrumentar a favor del proyecto nacional. Llevó adelante un proyecto de soberanía e inclusión social que marcó sus enfrentamientos con los capitales extranjeros y las oligarquías locales, resistiendo el endeudamiento externo. El golpe de estado de 1955 y el bombardeo a la Plaza de Mayo truncaron bruscamente este proceso, marcando, como expresa Cristina, el inicio del uso político de la violencia en el siglo XX.
Conocida es la historia de lucha posterior por la puja distributiva a favor del pueblo argentino, que devino en exilio forzoso, proscripción,la Resistencia, gobiernos dictatoriales con aumento de la deuda externa y terrorismo de Estado para la imposición de un modelo de valorizacion financiera, que en sintonía con el mundo, se impuso tras el golpe de 1976 y su plan de exterminio, y derivó en la “década perdida” de los 90 y el estallido social del 2001, abriendo la oportunidad a lo que años más tarde sería el kirchnerismo.
La “década perdida” estuvo marcada por la consolidación del neoliberalismo a nivel global. En Argentina, el gobierno de Carlos Menem destruyó gran parte del legado peronista. Es allí donde se materializa la victoria de los sucesivos gobiernos dictatoriales y su instalación del proyecto de liberalización financiera, coptando las cúpulas de los dos partidos políticos de masas, el peronismo y el radicalismo, profundizando su crisis y dejando sin representación a las mayorías trabajadoras.
El kirchnerismo, primero con Néstor Kirchner en 2003 y luego con Cristina Fernández de Kirchner, interpretaron un nuevo tiempo histórico en el siglo XXI, capitalizando nuevamente el malestar social expresado en el estallido del 2001 y rearticulando el proyecto nacional y popular bajo una nueva identidad, inaugurando la “década ganada”.
La crisis financiera de 2008-2009 agudizó cambios estructurales que se aceleraron a partir de la pandemia de COVID-19, generando mayor concentración de la riqueza, recesión global y un aumento en las desigualdades económicas y sociales. Esta situación marcó la emergencia de Milei, quien capitalizó el malestar y encarnó el rol ofrecido por la derecha “alternativa”, buscando ubicar a la Argentina como un eslabón en la cadena global, fuente de suministro de energías para la Inteligencia Artificial, lo que significa desarrollo tecnológico sin inclusión social.
El surgimiento de Javier Milei es el resultado de la ofensiva capitalista pero también de una aceleración de las transformaciones que no logran ser asimiladas para rearticular un proyecto de las mayorías. El escenario de insatisfacción genera un espacio que necesita ser ocupado. ¿Qué pasó que no lo están ocupando hoy los proyectos nacionales y populares o los proyectos revolucionarios?
Frente a dicho escenario, se vuelve urgente retomar la necesidad de actualizar permanentemente la doctrina, como decía Perón, y recuperar la premisa de Cooke en 1961: “no encerrarse en cuevas ideológicas, porque afuera están sucediendo cosas importantes y podemos enterarnos demasiado tarde”. Ello supone habilitar el debate profundo de cómo debe reconfigurarse el peronismo como proyecto de humanidad, construyendo comunidad organizada en el siglo XXI.
El desafío en este momento supone además pensar cómo se conforma la fuerza necesaria para apropiarse de los desarrollos científico-tecnológicos en curso, que nos pertenecen en tanto son producto del trabajo, la inteligencia colectiva y el conocimiento humano acumulado históricamente. Perón planteaba ya en el siglo pasado que “sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible”.
Trazar un horizonte estratégico hoy significa también la esperanza en Cristina Kirchner. No solo como un anhelo nostálgico, sino como memoria activa de momentos donde fue posible materializar un proyecto de justicia social y felicidad del pueblo en este siglo. Cristina, al hablar de Perón, destaca que él plasmó sus ideales desde la Secretaría de Trabajo, y la gente no vio ideas solamente, vio realidades. Al igual que Perón en su tiempo, Cristina interpretó su época y se volvió síntesis de las demandas populares, retomó las banderas históricas del peronismo y recuperó la confianza de las mayorías dispuestas a ser parte de la construcción de un futuro de dignidad y justicia social.
“Los días más lindos fueron, son y serán peronistas” sintetiza un sentir popular desde la realidad efectiva de que puede ser posible vivir mejor. Rememorar esos días es parte de tomar conciencia de que fueron arrebatados y sostener la esperanza que genera la convicción de que volverán. Cristina lo hizo posible en este siglo, por eso la esperanza de volver a Cristina es volver a Perón.
* Psicóloga, Magister en Seguridad de la Nación. Analista de CLAE en Argentina. Directora del Área de Universidad, Género y Trabajo del IEC-CONADU.