‘Derecha’ debe entenderse aquí en el sentido israelí. Como expliqué en un artículo anterior, 1 en la política israelí, ‘derecha’ significa principalmente un alto compromiso con el sionismo militante: la extrema derecha es ultraagresiva y despiadada en el desarrollo de la colonización judía de la tierra palestina, la limpieza étnica de los indígenas árabes palestinos, y una supremacía judía absoluta.
En el momento de escribir este artículo, las negociaciones para formar un gobierno todavía están en curso. Un resultado probable es la formación de un gobierno dirigido por el Likud de Binyamin (Bibi) Netanyahu, que incluya al partido de ultraderecha Sionismo Religioso, así como a dos partidos religiosos ortodoxos, ambos viejos aliados del Likud. Me referiré a ellos como la coalición de ultraderecha (CUD). Pero todavía es posible la formación de otras coaliciones gobernantes (ver más abajo).
La CUD, además de ser de derecha en el sentido anterior, también está contaminada con valores sociales reaccionarios: racismo (dirigido contra todos los no judíos), misoginia, homofobia y oscurantismo religioso, con una clara veta de mesianismo. El socio más tóxico en esta coalición es su segundo mayor componente (y el tercer grupo más grande de la Knesset recién elegida), el Sionismo Religioso, liderado por la resbaladiza víbora, Bezalel Smotrich, descrito por un historiador israelí como “el legislador israelí que anuncia el genocidio contra Palestinos”, 2 y el brutal demagogo agitador, Itamar Ben-Gvir, seguidor del rabino terrorista racista Meir Kahane y del asesino en masa Baruch Goldstein.
Incluso algunos de los portavoces más fieles de la propaganda israelí han reaccionado consternados. Por ejemplo, Thomas L. Friedman, columnista de opinión del New York Times :
«A medida que se afianza esa realidad previamente impensable, una pregunta fundamental agitará las sinagogas en Estados Unidos y en todo el mundo: ‘¿Apoyo a este Israel o no lo apoyo?’ Perseguirá a los estudiantes proisraelíes en los campus universitarios. Desafiará a los aliados árabes de Israel en los Acuerdos de Abraham, que solo querían comerciar con Israel y nunca se unieron para defender a un gobierno que es anti-árabes israelíes. Pondrá en una situación imposible a aquellos diplomáticos estadounidenses que han defendido reflexivamente a Israel como una democracia judía que comparte los valores de Estados Unidos, y hará que los amigos de Israel en el Congreso huyan de cualquier periodista que les pregunte si Estados Unidos debería continuar enviando miles de millones de dólares en ayuda a un Gobierno inspirado por extremistas religiosos». 3
Su conmoción es aún mayor porque su visión de Israel hasta este giro reciente está muy distorsionada por unas lentes rosas y el hábito de culpar de su opresión a las propias víctimas palestinas del colonialismo sionista.
Indudablemente, en una colonización dirigida por la CUD de la tierra palestina y su violenta brutalidad, el pueblo árabe palestino será su renovada victima. La represión interna y el amordazamiento de la disidencia dentro de Israel también se intensificarán, apuntando a los ciudadanos árabes y sus pocos aliados hebreos. Al poder judicial se le atarán las manos y quedará sujeto al control político de la derecha.
Sea cual sea el gobierno que surja, el resultado de las recientes elecciones no es cualitativamente nuevo. Sin embargo, será un gran salto cuantitativo en el corrimiento hacia la derecha a largo plazo de la sociedad y la política israelíes.
De hecho, este salto cuantitativo parece incluso mayor de lo que realmente es, porque durante los últimos tres o cuatro años la tendencia hacia la derecha se ha visto en parte oscurecida por una distracción: las intrincadas maniobras de Netanyahu para evadir la condena por cargos bien fundados de soborno, fraude y ruptura de confianza. Esto llevó a algunos políticos de derecha, que normalmente se aliarían con él, a oponerse a Netanyahu por rencores personales o por una indignación real por su deshonestidad, y a unirse a partidos centristas y de centro-izquierda en una coalición ‘Cualquiera menos Bibi’. Durante este período, la derecha israelí se dividió entre los partidarios de Netanyahu y sus oponentes. Estos últimos ahora se encuentran en la oposición. Como resultado, la composición del nuevo gobierno israelí no solo será más derechista que todos los anteriores, sino que lo mismo se puede decir de la oposición. El giro general a la derecha se ve acentuado por la caída de Meretz, el último vestigio de la izquierda sionista.
En una CUD, Netanyahu se encontraría en una posición novedosa, a diferencia de todos los gobiernos anteriores que ha dirigido: sería, relativamente, su miembro más ‘moderado’. Todos sus otros posibles socios de la CUD son más extremistas que él en temas de sociedad/religión, o en temas de colonización/agresión militar, o en ambos. Lo que lo privará de su acostumbrada maniobrabilidad. En cierto sentido, quedará cautivo de los líderes del bloque sionista religioso. 4 Según filtraciones creibles, Smotrich y Ben-Gvir realmente desprecian a Netanyahu, y solo se han quedado con él estos últimos años porque les ofreció la manera de acceder a cargos políticos.
Causas
A medida que la política israelí se desplaza más hacia la derecha, y la opinión pública es arrastrada desde el Likud más y más en la misma dirección, Ben-Gvir puede intentar prescindir de la ayuda de Bibi. Ahora, como hacedor de reyes, puede querer hacerse con la corona. Netanyahu, un hábil acróbata político, debe estar alerta ante este peligro. Por lo tanto, puede tratar de atraer a un partido más centrista – Yesh Atid de Yair Lapid o HaMahane HaMamlakhti de Benny Gantz, 5 o a ambos – para formar un gobierno alternativo a la CUD. Esto sin duda agradaría a los amigos de Israel en Occidente, quienes encuentran desagradable el sionismo religioso. Pero será necesario convencer a Lapid y a Gantz, ya que Netanyahu los ha engañado y mentido repetidamente.
El proceso en curso del desplazamiento de Israel hacia la ultraderecha no es en modo alguno accidental. Aunque parece la versión israelí de un auge mundial del populismo de derecha, es sólo superficialmente. Tiene una causa estructural histórica profunda: el único gran fracaso del sionismo, hasta ahora.
El proyecto sionista ha tenido, en general, un éxito fenomenal. Un movimiento fundado en 1897, con un programa que muchos consideraron una fantasía, el sionismo político logró en 51 años establecer un estado moderno que ocupaba casi las tres cuartas partes de Palestina, su codiciado territorio; y después de otros 19 años completó la conquista de la parte restante, que ha anexado, aunque extraoficialmente. Israel, el estado de los colonos sionistas, tiene una economía capitalista moderna y próspera, con una industria avanzada de alta tecnología; es una superpotencia regional con unas fuerzas armadas formidables y un arsenal nuclear. Este éxito es tanto más asombroso cuanto que los colonos sionistas no eran ciudadanos de una metrópoli imperialista, enviados por su madre patria en misión colonizadora. Por el contrario, el movimiento sionista y su estado tuvieron que buscar entre las sucesivas potencias imperialistas sus padres adoptivos. Esto requería una gran habilidad para cerrar tratos políticos y militares ventajosos con las grandes potencias.
El sionismo evitó deliberadamente el tipo de colonización cuya economía política se basaba en la explotación de la fuerza de trabajo de los pueblos indígenas, como era la regla en las colonias europeas en África. Allí los colonos formaban una minoría, una cuasiclase de explotadores. En el siglo XX se intensificó la lucha anticolonial que condujo, en la segunda mitad del siglo, a la descolonización. Los colonos se fueron (voluntariamente o no) o permanecieron como una minoría despojada de su poder político absoluto, aunque conservando ventajas económicas (como en Sudáfrica). El sionismo evitó tal resultado.
El modelo de colonización que siguió -impuesto principalmente bajo el liderazgo del «sionismo obrero»- fue como el practicado en Australia, Nueva Zelanda y gran parte de América del Norte, cuya economía política excluía a los pueblos indígenas y dependía de los colonos como principales productores directos. 6 En esas colonias británicas, los pueblos indígenas fueron desbordados numéricamente por los colonos, en algunos casos totalmente exterminados (como Tasmania), pero en todos los demás casos finalmente reducidos a minorías incapaces de organizar una resistencia significativa que solo pudiera ser suprimida mediante un uso extensivo de la fuerza.
La colonización sionista de Palestina es una excepción en la historia colonial moderna: los colonos hebreos y los árabes palestinos indígenas han llegado a un punto muerto demográfico. Los colonos no se han quedado en una pequeña minoría, como en las colonias africanas; pero no pudieron desbordar a los pueblos indígenas como sus contrapartes en Australia y América del Norte. El sionismo ha logrado la mitad de su objetivo: dominar e imponer la supremacía judía sobre toda Palestina. Pero ha fallado (hasta ahora) en lograr la otra mitad: asentar una mayoría judía estable y segura en su dominio. Actualmente existe en Palestina/Israel una paridad numérica aproximada entre los dos grupos nacionales: colonizadores y colonizados. Los palestinos han sido derrotados, pero no completamente sometidos.
Este fracaso excepcional del proyecto sionista tiene varias causas, que he analizado con cierto detalle en un artículo anterior. 7 Aquí me gustaría considerar las posibles consecuencias.
La situación actual es inestable. Los palestinos son impotentes para evitar una mayor colonización de su tierra, pero los nuevos colonos y su creciente número de partidarios militantes ven la resistencia como un desafío y reaccionan intensificando su agresión. Cada vez más, esta violencia brutal está inspirada y justificada por una religión mesiánica, una ideología más adecuada para este papel, como he explicado ya en artículos anteriores. 8 Pero, a su vez, el continuo robo de tierras palestinas y los feroces ataques de bandas de colonos, en alianza con las fuerzas armadas israelíes, provocan más resistencia. Así que estamos presenciando una escalada dialéctica de opresión y resistencia. La resolución pacífica no es una posibilidad con el estado actual del mundo. 9
La lógica de la situación apunta hacia un intento por parte de Israel de lograr una mayoría judía mediante el «traslado» de masas de palestinos fuera de Palestina/Israel, y los planes para ello existen desde hace mucho tiempo. 10 La implementación de tales esquemas, en lo que será una nueva Nakba, solo puede intentarse en circunstancias excepcionales, como una conflagración regional. A este respecto, puede ser de interés señalar que los posibles socios de la CUD de Netanyahu han sido descritos como ‘piromaníacos’. 11
Notas:
Fuente:
Traducción:Enrique García
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Rocco Carbone en El Cohete a la Luna.
Análisis político con alta calidad literaria.
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