Solis

Sentados en círculo en la Plaza Solís de La Boca, un grupo de niños y niñas de entre ocho y once años se juntan a jugar. Después de ir al colegio –los que todavía mantienen una regularidad escolar– se quedan a “ranchar” en la plaza. Ahí se encuentran tanto con algunos amigos del barrio como con otros pibes con los que “hay bronca”. Los días de frío son menos las infancias que se animan con poco abrigo a estar ahí, pero igual prefieren encontrarse que quedarse solos en su casa. A veces, permanecen hasta ya entrada la noche. Sobre muchos de ellos, nadie se pregunta dónde están; los adultos que los tienen a cargo asumen que ya saben cuidarse y, si hay algún problema, que lo van a saber resolver.

 

Crecer sin futuro

Relatos rotos de la juventud en barrios populares

En esa ronda, los chicos se presentan con su nombre –aunque todos ya se conocen– y ante la pregunta de “¿Qué querés hacer cuando seas grande?” sueltan risitas. Las nenas son las más seguras en responder: “quiero ser doctora”, “quiero ser abogada”, “quiero ser veterinaria” o “sería paseadora de perros”. Entre los nenes, en cambio, la respuesta no es tan clara. No se ríen tanto y piensan un poco más. Uno de ellos se anima a decir “futbolista” y otros dos dicen que comparten esa misma ilusión. Los tres llevan puesta la camiseta de Boca. Uno de ellos, el más “quilombero”, dice en broma que quiere ser chorro. Se ríe mucho y enseguida cambia de idea: “no, no, policía”, se corrige. Esta vez lo dice en serio. El nene a su lado, que va siguiendo sus pasos en todo lo que hace, también dice “policía”. La ronda sigue y después empiezan a pasarse la pelota. Ahora vuelven a ser niños por otro rato.

“Hay una narrativa rota del ascenso social”, asegura a SANGRRE Daniel Hernández, sociólogo y uno de los autores del informe que, bajo ese nombre, presenta los resultados de una investigación sobre las expectativas de los jóvenes de barrios populares. La indagación demostró que a medida que los niños y niñas llegan a la adultez comienzan a entender que “ser alguien ya no es para todos”.

“Argentina se conformó como una sociedad que tiene un relato socialmente disponible de la movilidad social para todos. Más allá de que es una sociedad desigual, la gente cree que puede ser alguien. Crecimos criando hijos que esperamos lleguen a ser igual o mejor que nosotros. Lo que estamos viendo es que esa narrativa se está rompiendo: muchos pibes piensan que no tienen futuro”, afirma Hernández.

Entre las principales conclusiones a las que llega el trabajo –elaborado por el Instituto Universitario CIAS junto con Fundar–, se puntualiza que las aspiraciones, al menos para un amplio sector de la sociedad, se encuentran limitadas. Al entrevistar en profundidad a jóvenes entre dieciséis y veinticuatro años de barrios populares del AMBA, se encontraron tres tipos de narrativas en sus respuestas: la tradicional, la minimalista y la del presente.

La idea del ascenso social se engloba en las narrativas tradicionales: el 40% de los entrevistados en el estudio cree que puede ser alguien y estudia para eso. Sin embargo, “no se la cree del todo, porque a su alrededor ve que la mayoría no lo consigue”, explica el sociólogo. Aparece entonces una “narrativa heroica”, donde la suerte y la fortuna ocupan un lugar muy importante para que las expectativas se hagan realidad.

Por otro lado, la narrativa minimalista. Estos jóvenes se conforman con “tener plata para los pañales de su hijo o seguir con el carro para comer mañana”. Las metas son mínimas, por lo que es un relato resignado en el futuro. “Para estos jóvenes, un camino de movilidad social ascendente a través del estudio les resulta tan improbable como ganar la lotería. Si bien expresan el deseo de tener algún futuro, por más limitado que sea, también dejan en claro que viven al borde de abandonar toda meta”.

El abandono total por cualquier clase de futuro se encuentra en quienes mantienen una narrativa del presente. Entre ellos no existe proyecciones de ningún tipo y, cuando las hay, son “extremadamente fantasiosas”. El abandono escolar, el consumo problemático, el delito y la falta de contención afectiva son parte de la cotidianeidad de estos adolescentes, mientras que la muerte, la cárcel o “rescatarse” aparecen como las únicas salidas.

“Te digo la verdad, no veo futuro alguno. Cuando iba a la escuela, sabía qué quería ser: quería estudiar, ser abogada. Ahora todo eso se acabó”, expresó ante los especialistas una de las entrevistadas de diecinueve años. “Acá es así, ‘Vamos a robar’… pum pum… ‘Vamos a robar’ y caés preso. ‘Vamos a robar’ y pum pum, caés muerto. Es así… No tenés otro camino, acá”, afirmó otro de los entrevistados de dieciocho años.

Los motivos por los que la narrativa tradicional y el ascenso social se rompen son varios y se vienen profundizando hace décadas. Las familias, principalmente, pero también la escuela y espacios de socialización distintos a los del barrio son factores claves para permitir que los jóvenes imaginen un horizonte de futuro.

“El barrio es peligroso, no sabés en qué momento puede haber un tiroteo… El colegio está a siete cuadras, pero no puedo dejarla ir sola a mi hija de diecisiete años”, cuenta una de las mujeres entrevistadas.

Es por eso que, entre los testimonios presentados en el informe, se destacan aquellas familias que dedican un enorme esfuerzo y tiempo a las tareas de cuidado, como respuesta al miedo que genera la calle. La solución en algunos casos es dejar a los menores en “cápsulas hogareñas”, aislados del peligro del afuera, pero también de amigos y afectos, creciendo con una enorme soledad.

Cuando estas estrategias no funcionan, hay una sensación de que “mi hijo está perdido, torcido” para siempre.

La escolarización aparece de formas muy fragmentadas, según describen los especialistas. Hay días en que los chicos pueden ir porque algún adulto los lleva o tienen un genuino interés por asistir. Pero su asistencia suele ser interrumpida a pesar de reconocer la importancia de ir al colegio. Es normal que haya días, semanas e incluso meses de ausentismo.

“Ir a la escuela es sumamente frágil. No es levantarse todos los días, porque a veces van y no hay clases, es una escuela donde se juntan las narrativas de los héroes y los presentistas y eso es difícil de combinar. Los docentes tienen un trabajo imposible. La violencia que está en la calle se mete en las escuelas, que están desbordadas”, remarca Hernández.

Además, los jóvenes desarrollaron, obligados por las circunstancias, una enorme independencia desde temprana edad. Por eso es normal encontrar discursos individualistas como respuesta al “me dejaron solo”. Crecen con la idea de que solo pueden contar con ellos mismos, que no hay nadie, ni una sociedad que les permita ascender socialmente.

Para Hernández, este fenómeno sí es nuevo. Son “los horizontes que se encogen”: “No es un individualismo ideológico o de libre mercado, sino uno dado por el abandono. Hay mucha bronca y un rechazo a todo lo anterior: por eso el discurso ‘casta’ entra mucho. Se dan vuelta y no ven nada. La reacción es un liberalismo por abandono, no por ideología de emprendurismo”.

Uno de los entrevistados de veintitrés años piensa que, si su familia lo hubiera “apoyado un poquito” o si su padre lo “dejaba tener alguna oportunidad” en vez de pegarle o lo hubiera dejado estudiar como a sus otros compañeros, “habría terminado el secundario y hoy sería otra persona”.

“En la actualidad, pensar y planificar el futuro es un privilegio al que cada vez menos tienen oportunidad de acceder. Para muchos, solo queda sobrellevar el presente, entre la resignación y la frustración, ante una sociedad que les exige más de lo que les ofrece. No solo se trata de pasar hambre, sino de no creer que hay futuro. Si te criás en familias estalladas, escuelas desbordadas y barrios ocupados, es difícil que puedas soñar”, asegura Hernández.

En los informes, finalmente, hay un llamado a colocar las problemáticas de la juventud en la agenda de políticas públicas, ya que estamos generando una sociedad en la que no queremos vivir. Un Estado más presente se plantea como fundamental para cambiar este escenario.

“Hay que detenerse y ver este problema de frente: que nos asuste y que nos preocupe. Tenemos que pensar la política de nuevo, necesitamos una fuerza dedicada a reconstruir el Estado, que sea eficiente, con buenas escuelas, que tenga una red de deportes, que brinde la seguridad y que desarme el negocio del narcotráfico. Tenemos que poner en agenda reconstruir el Estado. Las sociedades no pueden vivir sin eso. Necesitamos volver a reconstruir las bases de una narrativa social, para que haya un programa que funcione y creer que podemos tener un Estado que dé respuestas”, resume Hernández.

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