Argentina acaba de elegir a un autodenominado anarcocapitalista como próximo presidente. Los comentarios y reacciones al resultado harán que Javier Milei parezca un monstruo. En muchos sentidos, el propio ex economista, de 53 años, ha fomentado esta imagen. Su corte de pelo a lo AC/DC, su manejo de la motosierra en los mítines y su recién adquirida novia pin-up provocan intencionadamente las normas de moderación y la decencia que se espera, en algunos sectores, de los políticos respetables. Sus apariciones como Capitán Ancap en convenciones de cómicos, vestido con leotardos y portando un tridente, acentúan aún más esta impresión.
Pero hay dos razones por las que sería un error caer demasiado en la autopresentación de Milei. La primera es que sigue demasiado de cerca el guión que ha escrito para sí mismo, un guión que ha terminado en el palacio presidencial y que muchos de sus seguidores celebran. El paralelismo entre Milei y Donald Trump es forzado en términos de política, pero cuando se trata de la telegenia y el regocijo por alterar las normas burguesas, las similitudes son evidentes. (En una muestra de apoyo poco enérgica, el ex presidente estadounidense felicitó a Milei por su esfuerzo para “Hacer Argentina grande otra vez”).
La segunda razón por la que sería absurdo tratar a Milei como un monstruo es que, si es un monstruo, es un monstruo de la corriente dominante. Consideremos su currículum. Javier Milei habló en la reunión del Foro Económico Mundial en Ciudad de Panamá en 2014, organizado por el profesor de la Harvard Kennedy School Ricardo Hausmann. Se presentó con un impecable conjunto de credenciales de la corriente dominante. Es autor de más de 50 artículos académicos. Estaba allí en calidad de economista jefe de Corporación América, una de las principales multinacionales argentinas. Al igual que DP World y la hongkonesa Hutchison, es un operador logístico, propietario y gestor de docenas de aeropuertos en todo el mundo a la vanguardia del capitalismo de la cadena de suministro de la década de 2000.
Las propuestas de Milei tampoco son tan radicales como parecen. Su idea estrella es la “dolarización”, un proyecto que ha levantado las cejas de sus colegas libertarios. El Instituto libertario Ludwig von Mises señala que encadenar su moneda a la Reserva Federal de EE.UU. no sólo es subordinarse a la gobernanza monetaria estadounidense, sino también repetir un truco que ya se ha intentado antes con efectos desastrosos. Cuando Perú intentó dolarizar su moneda, sólo consiguió crear dificultades económicas y que el partido gobernante perdiera las siguientes elecciones.
En cuanto a las otras ideas de Milei -reducir el tamaño del gobierno y privatizar las empresas estatales- son características habituales del consenso de Washington.
Quizá el comentario más elocuente sobre Milei hasta la fecha proceda de The Economist, que, semanas antes de la segunda vuelta de las elecciones, lamentaba el fin de la era de lo que denominaba “economía temeraria”. Remontándose a la voluntad de emprender reformas arriesgadas, como en la antigua Unión Soviética y otros países postsocialistas, el artículo analizaba el éxito económico a través de la lente del índice de libertad económica del Instituto Fraser, un think tank con sede en Vancouver.
Este mismo índice tiene sus raíces en la escena “ancap” a la que se adhiere Milei. El economista jefe del Instituto Fraser hasta 1991 fue Walter Block, a quien Milei ha citado con aprobación junto a figuras más conocidas como Murray Rothbard y Hans-Hermann Hoppe. Al crear el índice, Block señaló, como ha hecho Milei, que todos los impuestos son un robo y que da igual si se hace con una pistola o a través de las urnas.
Desde su creación, el índice se ha utilizado para evaluar la eficacia de las reformas según una métrica de bienestar extremadamente estrecha. No es casualidad que, como señala The Economist, uno de los pocos lugares que experimentó una subida en la clasificación en la última década fuera Irak. Resulta que empezar desde los escombros es una gran base para mejorar.
Al final de su artículo, The Economist da un respaldo condicional al hombre que ahora es presidente electo. Quizá, dice, si Milei sigue adelante con sus planes se produzca un retorno de la “economía temeraria”. Como siempre, el problema es el “compromiso”. ¿Cómo puede un gobierno elegido democráticamente poner en marcha políticas que le impidan actuar en respuesta a las demandas de sus electores?
La economía temeraria no es más que el neoliberalismo zombi no muerto de los años noventa. La monstruosidad de Milei no es su novedad caricaturesca, sino su familiaridad mortecina. Un nuevo corte de pelo para los mismos monstruos de siempre.
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