Cuentan quienes vivieron los años bárbaros del tardofranquismo que los agentes que la Brigada Político-Social infiltraba en las clases de Gustavo Bueno en la Facultad de Filosofía, incapaces de entender si allí verdaderamente se gestaba una insurrección contra el régimen, tomaban nota en un cuaderno del número de veces que se citaba a Karl Marx o a Friedrich Engels, palito a palito. Supongo que la formación de batalla impartida por el siniestro Claudio Ramos no les permitiría identificar a Louis Althusser, Theodor Adorno o Max Horkheimer cuya mención les sonaría más parecida a la de Ferenc Puskás, Ladislao Kubala o Lev Yashin. Así que, con aquel recuento, cubrían el expediente y tiraban adelante como prueba de la naturaleza subversiva del materialismo filosófico.
Gonzalo Olmos
Elon Musk mira a Dondal Trump durante la firma en el Despacho Oval del decreto para reducir el tamaño de la Administración y darle más poder al multimillonario, al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) Kevin Lamarque | REUTERS
Años peligrosos, sin duda, pero donde la juventud al menos se mofaba del atavismo autoritario y todavía golpeaba a la puerta del porvenir, cosas que ni por asomo hace ahora.
De una manera más sofisticada tecnológicamente pero igual de primaria desde el punto de vista político, andan Elon Musk y sus comisarios políticos del Departamento de Eficiencia Gubernamental (no integrantes del funcionariado y escogidos entre sus empresas) persiguiendo a empleados del gobierno norteamericano a los que creen partícipes de programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), prohibidos de golpe y plumazo. También lo hacen con las empresas que puedan promover políticas inclusivas, hasta el punto de proscribirlas como contratistas, aunque puedan las medidas de integración servir para captar capital humano y fidelizarlo. De acuerdo con su culto ciego al dinero no entienden que un trabajador, cuando las circunstancias del mercado laboral le permiten elegir, no sólo opta por una empresa por su sueldo, sino también por el ambiente laboral, la conciliación con la vida familiar y el propósito y valores de la firma a la que va a servir.
La búsqueda por palabras clave que, en su cruzada contra la inclusión, utiliza DOGE (por sus siglas en inglés) no se distinguirá tanto en el método de las tácticas de los esbirros de la policía política franquista, aunque el uso de herramientas de inteligencia artificial para recopilar pruebas los hace mucho más temibles por su enorme radio de acción. DOGE es el arma ejecutora de la monstruosa degradación del ejercicio de potestades públicas y destrucción del servicio público que capitanea el magnate, a ritmo de motosierra, mientras los mismos que se verán perjudicados por sus medidas le aplauden poco antes de ver los dientes en su gaznate. DOGE también es el nombre de una de las criptomonedas que el co-líder de la reacción promueve, medio en broma, medio en serio como todo lo que hace, pero alentando el lucro especulativo marca de la casa por el camino, haciendo publicidad cruzada de una y otra en el conflicto de intereses personificado que define al actual gobierno norteamericano. La destrucción de una Administración independiente y profesional, que se deba ante todo a la legalidad, es siempre el primer objetivo de un poder autoritario que quiere ocupar todas las parcelas y en este caso no ha sido menos, con el ariete de estas medidas para iniciar la purga.
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