En las recientes elecciones europeas, las extremas derechas obtuvieron un resultado histórico. Es cierto que, más allá de sus intentos, Giorgia Meloni, Viktor Orbán y Marine Le Pen no consiguieron romper la coalición europeísta entre populares, socialdemócratas y liberales, y forjar una mayoría alternativa junto al Partido Popular Europeo (PPE). De hecho, el pasado 18 de julio Ursula Von der Leyen fue confirmada como presidenta de la Comisión durante otros cinco años. Hubo francotiradores, pero, gracias al apoyo de los Verdes, la democristiana alemana superó con creces la barrera de los 360 votos, la mayoría absoluta en la Eurocámara.
Sin embargo, en número de votos y escaños la extrema derecha ha marcado un récord en los comicios del pasado mes de junio: si sumamos a todas las formaciones ultras de los 27 países miembros, llegamos a cerca del 25% de los votos y a algo más de 200 eurodiputados (sobre 720). Para tener una idea, hace veinte años, los ultras apenas superaban el 10% y hace cuarenta años, en 1984, no llegaban ni a 4%. Pero hay más: la extrema derecha ha sido la primera fuerza en seis países (Francia, Italia, Hungría, Austria, Bélgica y Eslovenia) y la segunda en otros seis (Alemania, Polonia, Países Bajos, Rumanía, República Checa y Eslovaquia). En resumidas cuentas, el lento camino a la normalización que la extrema derecha europea emprendió a finales de la década de 1980 se ha cumplido. Quedan pocas dudas de ello. Téngase en cuenta, además, que el grupo más numeroso en el Parlamento en Estrasburgo, el del PPE, tiene 188 diputados. Si la extrema derecha estuviera unificada, constituiría, en pocas palabras, el primer grupo de la Eurocámara.
Ahora bien, la extrema derecha está dividida. En realidad, siempre lo ha estado. Lo de unificarse, algo que visto desde fuera parecería tan sencillo ya que comparten la mayoría de las propuestas programáticas, es, en cambio, una especie de misión imposible. En las últimas semanas, de hecho, entre sonrisas y algún que otro golpe bajo, hemos asistido a una reconfiguración de las familias políticas ultraderechistas europeas. ¿Qué ha pasado? ¿Cuál es la situación actual? ¿Se trata de una verdadera reconfiguración o solo de un cambio de cromos? Y, sobre todo, ¿qué implica? Vayamos por partes y hagamos un paso atrás en el tiempo.
Un poco de historia
Decíamos que la extrema derecha siempre ha estado dividida. En 1984, tras las segundas elecciones al Parlamento Europeo, cuando contaba tan solo con un puñado de diputados, consiguió crear un grupo unificado, el Grupo de las Derechas Europeas, formado por el Frente Nacional (FN) francés de Jean-Marie Le Pen, el neofascista Movimiento Social Italiano (MSI) de Giorgio Almirante, un diputado unionista norirlandés y el ex-líder de la Junta militar griega, Georgios Papadopoulos. La experiencia, sin embargo, tuvo vida breve. Ya en 1989, el MSI salió del grupo por las reivindicaciones anexionistas de la región italiana del Tirol del Sur por parte de Los Republicanos de Alemania, un nuevo partido de extrema derecha que había conseguido representación en Estrasburgo. Se incorporaron los ultras del Bloque Flamenco, pero las divisiones fueron tan marcadas que no solo el nombre pasó a ser el más anodino Grupo Técnico de las Derechas Europeas, sino que al comienzo del siguiente periodo legislativo ni consiguieron ponerse de acuerdo y la experiencia terminó sin penas ni gloria.
Las cosas han cambiado a partir del nuevo siglo por tres razones. Por un lado, el proceso de ampliación de la Unión Europea (UE) comportó la entrada de Austria, Finlandia y Suecia en 1995, y de otros diez países, mayoritariamente del este del continente en 2004, a los cuales se sumaron Rumania y Bulgaria en 2007 y Croacia en 2013. Por el otro, la extrema derecha empezó a tener cada vez más eurodiputados, provenientes de prácticamente todos los países europeos. Por último, la derecha tradicional se fue reconfigurando con la incorporación en el PPE a lo largo de la década de 1990 de una serie de partidos, como los post-gaullistas franceses, el Partido Popular español y los conservadores británicos, que hasta la fecha habían quedado al margen de una formación que consideraban controlada por los democristianos alemanes.
El PPE, en suma, se convirtió en el gran partido de la derecha conservadora europea –sumando también nuevas formaciones, como la Forza Italia [Fuerza Italia] de Silvio Berlusconi o, más tarde, Fidesz [Alianza de Jóvenes Demócratas] de Orbán–, sin por esto conseguir una verdadera homogeneidad. De hecho, en los años marcados por la fracasada aprobación de la Constitución Europea (2005) y del Tratado de Lisboa (2007), los conservadores británicos se mostraron cada vez más críticos con la posición federalista del PPE. En 2009, bajo impulso de su líder, David Cameron, crearon un nuevo grupo, los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), en el cual se integraron también los polacos de Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco) y los checos del Partido Democrático Cívico (ODS, por sus siglas en checo). La creación de CRE es clave para entender lo que ha pasado en el último lustro. No debe perderse de vista, además, que si bien CRE nació como una especie de costilla de los populares, el grupo ha sufrido un rápido y marcado proceso de radicalización. Algo, por cierto, que le ha pasado a los mismos conservadores británicos en su país en los años siguientes, marcados por el Brexit.
Al mismo tiempo, la extrema derecha, cada vez más numerosa, intentó (re)organizarse. En 1999 los posfascistas italianos de Alianza Nacional (AN), provenientes del viejo MSI, crearon un nuevo grupo, Unión por una Europa de las Naciones, junto a los irlandeses de Fianna Fail [Guerreros del Destino], el sector soberanista de los post-gaullistas de Charles Pasqua, Agrupación por Francia, y, entre otros, el Partido Popular Danés, que, pese a su nombre, es una formación de extrema derecha antiimigración.
Tampoco este intento duró mucho, sobre todo porque los italianos y los irlandeses fueron favorables a la nueva Constitución Europea, lo que molestó notablemente a sus correligionarios euroescépticos. Cinco años más tarde, de hecho, se constituyó un nuevo grupo, Independencia/Democracia, liderado por el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés) de Nigel Farage. Ese grupo sumó a una buena parte de los partidos euroescépticos de extrema derecha, como la Liga Norte (LN) italiana, la Liga de las Familias Polacas o el Movimiento por Francia de Philippe de Villiers.
2009, el punto de inflexión
En 2009, y tras la Declaración de Praga, nacieron entonces los Conservadores y Reformistas Europeos, liderados por británicos y polacos. Por el otro, las demás extremas derechas hicieron, como ya era tradición, otro borrón y cuenta nueva: el UKIP y la Liga Norte dieron vida a un nuevo grupo llamado Europa de la Libertad y la Democracia, en el cual se fueron integrando principalmente formaciones escandinavas y del este del continente. Al final de la legislatura, una vez más, el proyecto se vino abajo por la ruptura entre el UKIP y la Liga Norte. Así, mientras los italianos, que con Matteo Salvini al mando estaban virando del secesionismo padano al nacionalismo italiano, se quedaron por unos años en tierra de nadie, Farage le cambió el nombre al grupo a Europa de la Libertad y la Democracia Directa para poder incorporar al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo que se declaraba «ni de izquierda ni de derecha», euroescéptico y partidario de los referéndums en línea y la democracia directa. Como se puede ver, la confusión bajo el cielo era grande.
Los continuos fracasos de la extrema derecha para formar un grupo transnacional estable beneficiaron al grupo CRE, que tras 2014 fueron incorporando a una decena de partidos. Algunos de estos eran nuevos, otros se habían sentado hasta entonces entre los no inscritos en Estrasburgo y otros venían de Europa de la Libertad y la Democracia, como el Partido de los Finlandeses y el Partido Popular Danés. La ampliación de CRE comportó también situaciones incómodas: en un primer momento, por ejemplo, se había admitido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), que se había estrenado justamente en las elecciones de 2014 enviando a Bruselas siete diputados, pero dos años más tarde se la expulsó por sus declaraciones de rechazo a la inmigración y sus vínculos con el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ).
Durante el periodo 2014-2019, muchos más se subieron al que aparentaba ser el caballo ganador. CRE tenía dos puntos a favor: por un lado, era más sólido y organizado y, por el otro, resultaba más presentable respecto a los demás grupos ultraderechistas, teniendo como accionista mayoritario a los conservadores británicos. Demócratas Suecos, fundados a finales de la década de 1980 por un grupo de neonazis, se incorporaron en 2018, Vox y Hermanos de Italia (FdI, por sus siglas en italiano) lo hicieron en 2019 y el Partido de los Finlandeses en 2023, justo antes de firmar un acuerdo con la derecha tradicional que le abrió las puertas del gobierno en Helsinki. Quién llevó en la senda de CRE al partido liderado por Giorgia Meloni –que al año siguiente, dicho sea de paso, se convirtió en presidenta de ese eurogrupo– fue Raffaele Fitto, actual ministro de Asuntos Europeos y, posiblemente próximo comisario europeo. Por aquel entonces, Fitto era eurodiputado por Forza Italia y conocía bien los entresijos del PPE. Lo que nos demuestra, una vez más, el proceso de radicalización de las derechas mainstream.
2019: Le Pen y Salvini entran al juego
La victoria del Brexit en el referéndum británico barajó las cartas. Y lo hizo también en la reconfiguración de la extrema derecha a escala europea. Si bien Reino Unido participó en las elecciones europeas de 2019, todos sabían que pocos meses después, y más concretamente en enero de 2020, entraría en vigor el Brexit y los diputados británicos abandonarían el Parlamento de Estrasburgo. La de Nigel Farage fue, pues, una victoria pírrica: desaparecía así un actor que había creado más confusión que otra cosa. Paralelamente, CRE perdía a su principal partido: los conservadores británicos. Al mismo tiempo, las extremas derechas continentales habían ido creciendo en volumen, sobre todo en dos países fundadores de la UE como Italia y Francia. La Liga de Salvini y Reagrupamiento Nacional (RN)de Marine Le Pen, el nuevo nombre del Frente Nacional, lideraban todos los sondeos.
En la primavera de 2019, Salvini y Le Pen lanzaron un nuevo grupo, Identidad y Democracia (ID), con la idea de unificar de una vez a las extremas derechas, esperando poder canibalizar también a los Conservadores y Reformistas Europeos. En ID entraron los alemanes de AfD, el FPÖ austriaco, Interés Flamenco, el Partido por la Libertad neerlandés, los portugueses de Chega [Basta] y otras formaciones del este y el norte del continente. Con 73 diputados, se convirtieron en el cuarto grupo en la Eurocámara, superando a CRE, que bajó a 62. Estos últimos intentaron romper el «cordón sanitario» que con cierta dificultad estaba construyendo la mayoría europeísta formada por populares, socialdemócratas y liberales. De hecho, los polacos de PiS votaron a favor de Von der Leyen en 2019 –votos que fueron cruciales, como los del Movimiento 5 Estrellas, para la elección de la alemana a la presidencia de la Comisión–, si bien mantenían una postura muy crítica con Bruselas y estaban bajo los focos de las autoridades europeas por no respetar el Estado de derecho en su país.
Dicho esto, y más allá de la correlación de fuerzas, había sobre todo un elemento que imposibilitaba o, como mínimo, hacía muy difícil la unificación de toda la extrema derecha: las divergencias geopolíticas. Los miembros de CRE eran –y siguen siendo– atlantistas: algunos por convicción y razones históricas, como los polacos del PiS; otros por pragmatismo, como Meloni o Demócratas de Suecia. En ID, en cambio, prevalecían las posturas rusófilas y muy críticas hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Salvini había viajado innumerables veces a Moscú y alababa frecuentemente a Vladímir Putin, el partido de Le Pen había recibido varios millones de euros de un banco vinculado al Kremlin en 2014 y todos se oponían a las sanciones a Rusia tras la anexión de Crimea.
Ahora bien, durante el pasado periodo legislativo las cosas cambiaron. La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 puso en aprietos a ID, mientras que permitió a los integrantes de CRE presentarse como partidos aceptables, incluso moderados y sensatos. Ser atlantista parecía –y aún parece– ser una carta de presentación que borra de un plumazo todos los otros elementos para considerar extremistas y antidemocráticas estas fuerzas políticas. El caso de Meloni, que llegó al gobierno en Italia en octubre de 2022, es paradigmático. Pero también en República Checa, Suecia y Finlandia pasó algo similar. Dentro del Partido Popular Europeo hubo quién, como su presidente, el alemán Manfred Weber, apostó por tejer una alianza estable con CRE y excluir en el futuro a los socialistas de los puestos de decisión de la UE. El tiro le salió por la culata con la derrota del PP y Vox en España en las elecciones de julio de 2023 y la victoria de Donald Tusk en Polonia unos meses más tarde. Sin embargo, Von der Leyen se fue acercando cada vez más a Meloni: un pacto con la líder de FdI o, incluso, con CRE parecía una posibilidad cierta.
A todo esto hay que añadir dos elementos más. Por un lado, Fidesz abandonó el PPE a principios de 2021. Al encontrarse entre los no inscritos, estuvo sondeando el terreno durante tres años para decidir qué hacer. A principios de 2024, tras un encuentro en Roma con Meloni, Orbán declaró que tras las elecciones europeas que se estaba incorporando a CRE. Aunque parecía extraño vistas las posiciones filoputinianas del líder húngaro, nadie lo desmintió. Por otro lado, Le Pen no tenía ni media intención de quedarse en fuera de juego: los sondeos preveían una victoria por goleada de RN en las elecciones europeas y su camino hacia el Eliseo depende también de completar con éxito su proceso de desdemonización. Al final, la jugada húngara modificaría todo el tablero.
Vino nuevo en odres viejos
Y aquí llegamos al momento culminante. El 18 y 19 de mayo de 2024 se celebró en Madrid, Europa Viva 24, el acto principal de la campaña de CRE para las elecciones europeas. Organizado in loco por Vox, contó con algunos líderes de ese grupo, como el polaco Mateusz Morawiecki, el anfitrión Santiago Abascal, Giorgia Meloni y el ministro del gobierno israelí Amichai Chikli, del Likud, «socio global» de ECR. Participaron también algunos invitados del otro lado del Atlántico, como el argentino Javier Milei, el chileno José Antonio Kast y Roger Severino y Matthew Schlapp, presidentes de dos importantes think tanks trumpistas. Sin embargo, y aquí fue la sorpresa, en el Palacio de Vistalegre de la capital española, donde se desarrolló el evento, estuvieron también miembros de ID, como el portugués André Ventura, de Chega, y, quizás más sorprendente, Marine Le Pen, además de Orbán. Tres días después, Le Pen, junto a Salvini, decidió expulsar a AfD de Identidad y Democracia, supuestamente por las declaraciones de su cabeza de lista, Maximilian Krah, que en una entrevista había minimizado los crímenes cometidos por las SS durante la Segunda Guerra Mundial.
Si bien hubo especulaciones de todo tipo, lo que sucedió después no comportó grandes sorpresas. Tras las elecciones europeas, se fueron conformando los nuevos grupos parlamentarios. CRE consiguió sumar unos cuantos nuevos partidos, como la Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR), Demócratas de Dinamarca y el Frente Nacional Popular de Chipre, llegando a 78 eurodiputados. Sin embargo, el 30 de junio, aprovechando también el inicio de la presidencia húngara del Consejo Europeo, presentada con el lema trumpiano Make Europe Great Again [Hacer a Europa grande de nuevo], Orbán anunció, junto al checo Andrej Babiš, líder de la Alianza de Ciudadanos Descontentos (ANO, por sus siglas en checo), y a Herbert Kickl, leader del FPÖ austriaco, la creación de un nuevo grupo, Patriotas por Europa (PfE, por sus siglas en inglés). En los días siguientes y en una operación mediáticamente bien organizada, todos los miembros de Identidad y Democracia se fueron sumando a PfE, desde los portugueses de Chega a los franceses de RN, pasando por la Liga italiana, el PPV neerlandés, el Partido Popular Danés e Interés Flamenco. Además, se incorporaron algunos partidos que antes no tenían representación, como Letonia Primero, el griego Voz de la Razón o Přísaha a Motoristé [Juramento y automovilistas], la extraña alianza de extrema derecha derecha.
En resumidas cuentas, ID murió y en su lugar nació Patriotas por Europa. De esta forma, Fidesz, que estaba fuera de los dos grandes grupos, se vuelve un articulador de la nueva alianza con Le Pen, que ha fichado a ANO, que antes era miembro del grupo liberal Renew Europe [Renovar Europa], aunque mantenía posiciones claramente ultraderechistas, y del español Vox. Esta ha sido una verdadera sorpresa ya que Vox pasa de un supuesto atletismo a un grupo más bien rusófilo. Meloni se quedó helada cuando Abascal se lo comunicó. Dos días antes, en una reunión celebrada en Sicilia, CRE había confirmado al eurodiputado español Hermann Tertsch como uno de los vicepresidentes del grupo. El cambio de chaqueta de los seis eurodiputados de Vox permitió a PfE convertirse en el tercer grupo más numeroso en Estrasburgo, con 84 escaños. Oficialmente, el cambio de postura hacia CRE por parte de Orbán se ha explicado por la incompatibilidad con los nacionalistas rumanos de AUR que tienen pugnas históricas con Fidesz. Ahora bien, la operación estaba preparada hace tiempo, como afirmó Abascal, y lo de AUR ha sido una excusa sin más.
A todo esto, hay que añadir la formación de un nuevo grupo, Europa de las Naciones Soberanas (ESN), impulsado por los alemanes de AfD. Más que por ultraradicales o extremistas,el PfE no los quiso en sus filas por ser demasiado prorruros. Entre sus 25 miembros, además de los 14 eurodiputados germanos están los búlgaros de Renacimiento, los checos de Libertad y Democracia Directa -los únicos que provienen de ID-, los húngaros de Movimiento Nuestra Patria, los lituanos de Unión del Pueblo y la Justicia, los eslovacos de República, una eurodiputada de los cinco que consiguió el francés Reconquista de Éric Zemmour y tres eurodiputados de la polaca Confederación de Libertad e Independencia. Algunos partidos o eurodiputados se han quedado inclusive fuera de este grupo, como el que fue cabeza de lista de AfD, Maximilian Krah -que protagonizó el escándalo por sus declaraciones sobre las SS, tres miembros de la polaca Confederación, los tres españoles de Se Acabó la Fiesta, del influencer conspiracionista Luis «Alvise» Pérez y S.O.S. Rumania. Para hacerse una idea del carácter de este último partido, su líder, Diana Șoșoacă, acabó echada del Parlamento Europeo el día de la votación a Von der Leyen por insultar a la candidata de los liberales cuando se refirió al derecho al aborto y gritar con un bozal en la cara, enseñando a un díptico de Jesucristo y la Virgen y llamando a limpiar a la Eurocámara de la influencia del demonio.
A la espera de las elecciones estadounidenses
Pese a estos enredos, poco cambia, en realidad, respecto del pasado periodo legislativo. Más allá de Europa de las Naciones Soberanas, grupo más bien «técnico», para conseguir fondos y visibilidad, sigue habiendo un grupo atlantista, Conservadores y Reformistas Europeos, que tiene un cierto margen de maniobra al ser considerado hasta un cierto punto aceptable, y un grupo rusófilo, Patriotas por Europa, que ha apostado todas sus cartas en una posible victoria de Donald Trump en noviembre. Ese será el momento clave que, entre muchas otras cosas, podría inclusive a medio plazo provocar una nueva reconfiguración de la extrema derecha en Europa. Wait and see.
Mientras tanto, los ultras seguirán peleados y, al mismo tiempo, seguirán colaborando cuando les convenga, votando conjuntamente en Estrasburgo en temas como la defensa de los valores cristianos, el rechazo de la inmigración o en contra de la transición verde. Lo que han hecho, dicho sea de paso, en los últimos años. Y han confirmado, más allá de un par de excepciones, votando en contra de Von der Leyen este 18 de julio. Porque, no debe olvidarse que, por más que tengan divergencias y por más que no sepan cómo unificarse en un grupo en la Eurocámara, las extremas derechas, si bien heterogéneas, son una sola gran familia política.