La academia a menudo presenta a Émile Durkheim como un sociólogo que proporcionó ideas atemporales. Pero su sociología es inseparable de los amargos conflictos de clase de la Tercera República francesa y de su profunda hostilidad al cambio revolucionario.
Los departamentos de sociología de todo el mundo enseñan a los estudiantes las teorías de Emile Durkheim. Se le considera un «padre fundador» que elevó la disciplina a la categoría de ciencia social objetiva.
Su libro más famoso, El suicidio, trata una cuestión muy personal mostrando que existen patrones sociales estables detrás de ella. Aunque la explicación precisa de Durkheim puede ser cuestionada, su reconocimiento de la realidad social fue destacado. Esta visión es aún más importante en una época en la que ideólogos neoliberales —como la difunta Margaret Thatcher— proclaman que «no existe la sociedad».
Sin embargo, hay un problema importante en la forma en que se enseña Durkheim. Las universidades occidentales se presentan como espacios para el pensamiento libre y el conocimiento objetivo e imparcial. Sus cursos invitan a los estudiantes a leer libros de texto que suponen que las ideas de Durkheim contienen algunas ideas intemporales. Este enfoque considera que el flagrante sexismo de Durkheim, o su apoyo entusiasta al imperialismo francés durante la Primera Guerra Mundial, son ajenos al quehacer sociológico.
Sin embargo, algunos de los conceptos clave de la sociología de Durkheim reflejan claramente sus posiciones políticas. Identificar el impulso detrás de sus ideas no significa que tengamos que rechazarlas de plano. Todavía podemos aprender mucho de Durkheim, pero solo si situamos su pensamiento sociológico en el contexto adecuado.
Después de graduarse, el principal arquitecto de la reforma de la enseñanza superior francesa, Louis Liard, instó a Durkheim a ir a Alemania para informar sobre cómo las ciencias sociales habían contribuido a su regeneración nacional. Más tarde fue nombrado para su primer puesto académico en la Universidad de Burdeos por decreto ministerial.
En aquella época, el Estado francés estaba integrando las ciencias sociales en un sistema más amplio de formación de futuros profesores. El objetivo de los líderes republicanos, como Léon Gambetta y Jules Ferry, era desplazar el monopolio que los grandes terratenientes y la rica burguesía ejercían sobre el poder estatal y el mecenazgo. Gambetta resumió su ambición para la Francia del futuro próximo: «El rico financiero que vive hoy retirado detrás de su formidable firma verá a su hijo reconocer al tendero de la esquina que se ha hecho millonario».
Esta visión resultaba especialmente atractiva para las amplias capas de la pequeña burguesía francesa. Los miembros de esta clase, que sumaban unos ocho o nueve millones de personas, no pertenecían ni a la «auténtica burguesía», compuesta por un millón de personas, ni a la clase obrera ni al campesinado. Los republicanos querían instaurar una democracia propietaria sustentada en el ascenso meritocrático.
Desafíos por derecha y por izquierda
Sin embargo, el republicanismo francés se enfrentó a dos grandes desafíos. Por un lado, una derecha neomonárquica que despreciaba el legado de la Revolución Francesa y que contaba con el vigoroso apoyo de la Iglesia católica. Estas fueron las principales fuerzas detrás del ataque antisemita contra Alfred Dreyfus, un oficial del ejército judío que fue inculpado por espionaje en la década de 1890. Su objetivo más amplio era la agenda secular del republicanismo francés.
Por otro lado, había un movimiento obrero en ascenso en Francia. El recuerdo de la masacre de 20.000 trabajadores parisinos que siguió a la derrota de la Comuna de París en 1871 atrajo a muchos hacia las ideas marxistas y anarcosindicalistas. Mientras que en la década de 1880 había una media de un centenar de huelgas al año, esta cifra aumentó a más de un millar en la década de 1900.
El régimen republicano respondió a la militancia obrera con la represión más absoluta. En 1906, por ejemplo, el político republicano Georges Clemenceau inundó París con tropas y arrestó a los líderes de la radical CGT (Confederación General del Trabajo).
Durkheim creía que cualquier vuelta al clericalismo del siglo XVIII ahogaría la libertad individual y destruiría la sociedad francesa. También pensaba que los socialistas revolucionarios predicaban el odio de clases y la lucha sin fin, cuando deberían unir a los ciudadanos en una asociación social.
La solución a estos dos males, según Durkheim, era revivir una forma benigna de patriotismo cívico que él asociaba con la Tercera República. Mientras los líderes políticos se concentraban en el desarrollo de rituales y monumentos que ayudaran a cohesionar a la nación francesa, Durkheim estableció el marco teórico para inculcar una moral secular que sustentara un nuevo patriotismo.
Para Durkheim, la respuesta a este dilema era dedicar recursos a la educación de la población para que se convirtiera en un ciudadano «de verdad» capaz de participar responsablemente en la democracia. El sociólogo fue un entusiasta partidario de este proyecto desde el principio, expresando su punto de vista en los siguientes términos:
Todos los buenos ciudadanos tenían la misma idea: hay que reconstruir el país. Para reconstruirlo había que educarlo primero. Un país que aspira a gobernarse a sí mismo necesita ante todo «ilustración». Una democracia no sería fiel a sí misma si no tuviera fe en la ciencia.
La educación científica, pensaba, podía ayudar a promover los vínculos sociales. Sin embargo, su preocupación no se limitaba a esos vínculos en abstracto. Pensaba que un sistema de educación común basado en una perspectiva científica podría ayudar a despertar los sentimientos patrióticos franceses. Su objetivo sería
despertar en nosotros el gusto por la vida colectiva. Lo que hay que comprender sobre todo es la razón de ser de los sentimientos nacionales y de la fe patriótica; hay que saber si están fundados en la naturaleza de las cosas o si, como sostienen los doctrinarios (…) no son más que prejuicios y supervivencias bárbaras.
Uno de los principales conceptos de la sociología de Durkheim es el papel que desempeña la moral en el mantenimiento de la sociedad. Esto contrasta con la escuela utilitaria británica, que afirmaba que la cohesión social surgía de la búsqueda del interés individual.
Este enfoque de la moral social estaba en el corazón del proyecto republicano en Francia. En 1869, uno de sus principales progenitores intelectuales, Charles Renouvier, publicó un libro sobre la «ciencia de la ética». La moral, argumentaba, no se basaba en la religión ni en conceptos metafísicos, sino que surgía de un sentimiento positivo que surgía entre dos individuos cuando se daban cuenta de que el deber para con uno mismo debía convertirse también en un deber para con el otro.
Se trataba de una referencia codificada a los filósofos que partían de un ideal de justicia, por ejemplo, y trataban de deducir su propio sistema de moralidad para la sociedad. Como resultado, según Durkheim, tales pensadores habían sido «revolucionarios o iconoclastas» en lugar de adoptar un enfoque «científico» basado en un estudio empírico de los hechos morales. El enfoque de Durkheim difería tanto de los revolucionarios, que querían desarrollar una crítica moral de la sociedad existente, como de la Iglesia católica, que quería arraigar una moral absoluta en la creencia en Dios.
Sin embargo, si la moral para Durkheim surgía espontáneamente de los grupos sociales, no iba en absoluto en contra de los intereses del Estado francés. El papel del Estado era premiar la apertura de los grupos locales cerrados que rodeaban a los individuos y crear así las condiciones para su propia libertad. Si no fuera por el Estado, insistía, el individuo estaría «absorbido» por los clanes o grupos locales y tendría poco concepto de sus derechos individuales. La conclusión de Durkheim era la siguiente:
Nuestra individualidad moral, lejos de ser antagónica al Estado, ha sido, por el contrario, un producto de éste. Es el Estado el que la libera. Y esta liberación gradual no sirve simplemente para rechazar las fuerzas opuestas que tienden a absorber al individuo: también sirve para proporcionar el medio en el que el individuo se mueve, para que pueda desarrollar sus facultades para la libertad.
Este argumento sobre el modo en que la moral y el respeto a la libertad individual surgen de la sociedad y el Estado tiene claramente importantes implicaciones ideológicas. Aunque Durkheim expuso el argumento en sus escritos sociológicos en términos generales y abstractos, le condujo hacia una forma aparentemente benigna de patriotismo que se expresaba en la gratitud a la patrie. Si el patriotismo se debilitaba, argumentaba, ¿dónde iba a encontrar el individuo su autoridad moral?
Durkheim ignoró el lado oscuro de este sentimiento patriótico en una época de imperialismo, incluso después del estallido de la Primera Guerra Mundial. De hecho, puso su talento al servicio del esfuerzo propagandístico del Estado francés después de 1914.
El otro gran tema del pensamiento republicano francés que aparece con fuerza en la sociología de Durkheim es el concepto de solidaridad. También fue un elemento central para el nuevo sistema educativo laico. Uno de los libros de texto utilizados en los institutos de la época, Petit Traité de Morale Sociale de Pierre F. Pécaut, dedicaba seis de sus veinte capítulos a la solidaridad. Contaba con varias subdivisiones conceptuales, como la solidaridad física (basada en las características hereditarias), la solidaridad económica (basada en la división del trabajo), la solidaridad científica (basada en el trabajo colectivo) y la solidaridad moral (basada en el respeto a los derechos de los demás).
El libro de Durkheim La división del trabajo social desarrolló estos temas como si fueran conceptos abstractos e intemporales. Hizo una distinción entre la solidaridad mecánica que, según Durkheim, prevalece en las sociedades «primitivas», y la solidaridad «orgánica» que se desarrolla en la sociedad moderna. En contraste con las críticas más pesimistas de la sociedad moderna formuladas por Karl Marx o incluso Max Weber, Durkheim ofrecía un relato más alegre de cómo era posible la solidaridad social en una sociedad desgarrada por el conflicto de clases.
Las necesidades sexuales de la mujer tienen menos carácter mental porque, en general, su vida mental está menos desarrollada (…) Al ser una criatura más instintiva que el hombre, la mujer solo tiene que seguir sus instintos para encontrar la calma y la paz.
También dio especial importancia a las familias numerosas, afirmando que daban lugar a beneficios para los hombres porque aumentaban la interacción colectiva. La sociología científica de Durkheim encajaba aquí con la política pronatalista del gobierno republicano, cuyos dirigentes estaban preocupados por el descenso de la natalidad francesa.
El concepto fundamental de Durkheim para analizar el suicidio era la anomia, que se refería a la falta de regulación moral en la sociedad. Utilizó este concepto para señalar un «malestar social» causado por el desfase entre la regulación moral y el mercado. El rápido crecimiento de la industria, argumentaba, había provocado cambios sociales con tal «extrema rapidez» que «los intereses en conflicto no han tenido tiempo de equilibrarse».
La «perturbación mórbida», sugería, era el resultado del desarraigo de las instituciones sociales del pasado y de la incapacidad de sustituirlas. Su objetivo específico era el debilitamiento de la institución del matrimonio. Al carecer de regulación, afirmaba Durkheim, las pasiones de los hombres se desviaban, había poca restricción a sus deseos y, por tanto, aumentaban las tasas de suicidio.
La clara implicación de este argumento era que no había necesidad de cuestionar los fundamentos económicos de la sociedad. Solo era cuestión de añadirles nuevos apoyos sociales. Lo que se necesitaba era un ajuste y no un cambio fundamental.
La misma preocupación se hizo evidente en la forma en que Durkheim abogó por la regulación moral para frenar las crecientes aspiraciones de la clase trabajadora. Quería que hubiera un «límite superior al que un trabajador pudiera aspirar en sus esfuerzos por mejorar su existencia». Si este límite era demasiado bajo, los trabajadores se esforzarían poco por mejorar; por otro lado, si se permitía que las aspiraciones crecieran demasiado, surgirían conflictos de clase y problemas sociales.
La sociedad necesitaba por tanto, según Durkheim, «un régimen que fijara con relativa precisión el grado máximo de facilidad al que cada clase puede aspirar legítimamente». Si tal régimen existía, y si cada persona en él seguía las reglas y era «dócil a la autoridad colectiva y a una constitución moral sana», no pedirían más. Esta relativa limitación, sugería Durkheim, haría que los hombres estuvieran contentos con su suerte y, por lo tanto, la tasa de suicidios disminuiría.
Sin embargo, cuando la sociedad se ve perturbada por crisis dolorosas, esta regulación se rompe. En ese contexto, «todas las clases se disputan entre sí porque ya no existe ninguna clasificación establecida». La sociedad pasaría entonces a un estado de anomia en el que aumentarían las tasas de suicidio, todo lo cual ayuda a explicar por qué Durkheim se definió como opositor del «anarquista, el esteta, el místico, el revolucionario socialista (…) que tienen en común (…) un único sentimiento de odio y repugnancia hacia el orden existente».
Talcott Parsons, el sociólogo estadounidense más influyente del siglo XX y un acérrimo opositor al marxismo, aclamó al francés como padre fundador de la sociología porque su principal preocupación era el orden y la estabilidad. Y los escritos de Robert Nisbet, un profesor de sociología afiliado al derechista American Enterprise Institute, nos dan una idea del discurso sobre Durkheim.
Según Nisbet, Durkheim fue aclamado como el «sociólogo completo» que era «el primero entre iguales» por su insistencia en arraigar la sociología en la objetividad científica. Sin embargo, Nisbet quería tener ambas cosas, alabando simultáneamente a Durkheim por una sociología que se basaba en una tradición conservadora que se remontaba a Edmund Burke en su «profundo énfasis en la interdependencia funcional de todas las partes de la sociedad» y en las «representaciones colectivas» que mantenían unida a la sociedad. Así, Durkheim era un «científico sin valores» que, sin embargo, consideraba la ciencia como una herramienta para mantener la cohesión social conservadora.
Destacar el modo en que la sociología de Durkheim surgió de los problemas planteados a los intelectuales republicanos franceses del siglo XIX no significa que debamos descartarlo sin más. Su sociología generó muchas ideas que todavía podemos utilizar hoy en día. Sin embargo, al examinar cómo un proyecto republicano francés dio forma a su pensamiento sociológico, podemos deconstruir la imagen ahistórica e intemporal de su obra y destacar sus implicaciones políticas para la actualidad.