El racismo antiárabe y la islamofobia prevalentes en el norte imperialista aliado de Israel explican no solo cómo se fabricó el consentimiento al genocidio 1, sino también por qué el movimiento de solidaridad no se ha masificado.
Un genocidio requiere la deshumanización de sus víctimas. La sociedad israelí es profundamente racista hacia las y los palestinos. La adhesión al proyecto sionista de colonización requiere esta deshumanización que hoy evoluciona hacia un sentimiento genocida ampliamente compartido y cuyas señales eran visibles antes de octubre de 2023. Además, desde el 7 de octubre, la expresión de apoyo a las y los palestinos ha sido muy marginal en las manifestaciones que habían comenzado contra Netanyahu y una reforma del Tribunal Supremo y continuaron para la liberación de los rehenes.
Es sobre esta dimensión racista y supremacista del sionismo sobre lo que se ha fabricado el consentimiento del genocidio en el extranjero. En el discurso de las clases dominantes, la lucha palestina se describe como la expresión de un fanatismo religioso y asociado al terrorismo islamista internacional 2. La interiorización de una jerarquía racial permite a los países occidentales identificarse con las víctimas israelíes y, de la misma, invisibilizar el asesinato de las palestinas. Como tal, las personas binacionales israelíes se beneficiaron de repatriaciones, incluso de homenajes para los fallecidos el 7 de octubre, mientras que las binacionales palestinas tuvieron las mayores dificultades para escapar de las masacres y repatriar a sus seres queridos. Así, Israel, y especialmente Netanyahu, no solo son apoyados por los regímenes y partidos de extrema derecha, sino también por todos los gobiernos que se reconocen en este abanico de lectura culturalista de la guerra de civilizaciones que se traduce en la hostilidad hacia las personas árabes, las musulmanes y las racializadas como tales. El racismo sistémico y un aumento de la islamofobia común en el Norte imperialista han permitido que tal alineación del discurso se opere instantáneamente. Tal permeabilidad solo es posible debido a nuestro propio impensado colonial y a la construcción del Estado sobre la homogeneización étnica de la nación y el supremacismo.
Por último, el panorama no estaría completo sin la desviación de la lucha contra el antisemitismo por parte del gobierno sionista, que sostiene que la resistencia del pueblo palestino no estaría motivada por su persecución como pueblo colonizado, sino por el antisemitismo. Al servir de carta blanca a otros regímenes racistas, Israel exime a cada uno de sus partidarios de cualquier antisemitismo y les permite, a cambio, con el pretexto de luchar contra el antisemitismo, atacar a las y los musulmanes. Además, según la teoría del nuevo antisemitismo, el antisemitismo contemporáneo emanaría principalmente de las personas árabes y, por lo tanto, sería importado.
Este discurso sitúa desde el principio a las personas solidarias con el pueblo palestino en el campo de los enemigos del Estado con la siguiente falacia: apoyar al pueblo palestino sería apoyar el terrorismo contra las y los judíos.
La eliminación de la dimensión colonial en favor de un discurso civilizatorio se retoma en los medios de comunicación dominantes que la han ampliado ampliamente. El tratamiento mediático ha deshumanizado las vidas palestinas cuyo número de muertos se ha relativizado y ha eufemizado la brutalidad de la ofensiva israelí. A las redacciones se les ha prohibido utilizar términos que visibilicen el contexto colonial en el que se inscribe 3. El tratamiento mediático también ha contribuido en gran medida a la demonización del movimiento solidario. Se ha acompañado de una expresión racista e islamófoba desinhibida.
Esto es lo que se llama una contradicción en los términos total, solo que visual. Aunque creo que los marchantes no entenderán lo que dije. pic.twitter.com/OXQ0gTM2Oo
— Gustavo Petro (@petrogustavo) November 24, 2024
La islamofobia de Estado en Francia, que forma parte de su propia historia colonial, se combina perfectamente con la propaganda israelí. Esto es precisamente lo que ha ocurrido durante la manifestación contra el antisemitismo del 12 de noviembre de 2023 en la que participó la extrema derecha antisemita francesa. En la convocatoria se estableció un vínculo entre “República y lucha contra el antisemitismo” y “defensa del laicismo frente al islamismo”. Muy rápidamente, los ataques del 7 de octubre se compararon con los atentados del Bataclan y se utilizó el vocabulario racista del salvajismo para describir la resistencia palestina.
Cuando las clases populares racializadas se movilizaron rápidamente, la represión estatal dio un giro contra cualquier forma de expresión de apoyo. Las prohibiciones generales de manifestarse fueron motivadas por el riesgo de expresiones antisemitas en las manifestaciones y expresiones de apoyo a Hamas. Es esta expresión de las y los musulmanes y de las generaciones racializadas de la inmigración poscolonial la que la clase dominante trató inicialmente de invisibilizar del espacio público presentándola como una amenaza esencial para el orden público.
La imposición de la narrativa israelí ha impactado en el movimiento de solidaridad que se ha estructurado en relación con las luchas antirracistas y antiimperialistas y la aparición de Urgencia Palestina, constituida en torno a palestinas y palestinos, ha permitido reivindicaciones más radicales; al mismo tiempo, el frente de las organizaciones de apoyo histórico se ha fracturado sobre el tema de la condena de Hamas. Esto puede explicar por qué el movimiento solidario se ha encontrado más fácilmente criminalizado, pues está más aislado. Esta criminalización fue particularmente fuerte en Francia con una respuesta penal “firme y rápida” solicitada a los fiscales frente al antisemitismo y la “apología del terrorismo” 4 confundiendo totalmente la denuncia de los crímenes del Estado israelí y el terrorismo. La autonomización del delito de apología del terrorismo, que ya no está sujeto únicamente a la Ley de Libertad de Prensa, sirvió de base para los procedimientos de comparecencia inmediata. Ya había más de 600 procesos por apología del terrorismo en abril, con una pena en juego de siete años de prisión firme.
La represión a gran escala ha tenido como objetivo las mezquitas: varios imanes y responsables de lugares de culto han sido objeto de procedimientos de retirada de permisos de residencia y expulsión debido a declaraciones en apoyo del pueblo palestino. El caso más publicitado ha sido el de Abdourahman Ridouane, presidente de la mezquita de Pessac, que será expulsado tras la desestimación de su recurso ante el Consejo de Estado. Esta represión forma parte obviamente del ataque más generalizado del Estado a las comunidades culturales musulmanas organizadas (la mezquita de Pessac ya había sido objeto de cuatro intentos de cierre administrativo). También podemos mencionar al imán Ismaïl de la mezquita des Bleuets, que tuvo que retirarse para evitar su cierre. El efecto directo de esta ofensiva es la destrucción de comunidades y la desmovilización de personas politizadas vía el Islam. Se ha visto facilitada en gran medida por las numerosas disoluciones de colectivos de lucha contra la islamofobia en los últimos años.
Las voces palestinas y las de sus aliadas y aliados fueron intimidadas, en particular Mariam Abu Daqqa, que fue expulsada, Rima Hassan, que fue objeto de un violento acoso, así como Elias d’Imzalène, figura de Perspectivas Musulmanas, que será juzgado por apología del terrorismo después de haber defendido la consigna de Intifada.
Debido a que denuncia el genocidio y se niega a condenar la resistencia armada, La France insoumise (LFI) fue objeto de un ataque sin precedentes, para desacreditarla. La campaña de difamación que combinaba acusaciones de antisemitismo y clientelismo hacia las y los votantes pro-palestinos era innegablemente racista e islamófoba porque se basaba en las siguientes lógicas: solo este clientelismo hacia votantes racializados como los árabes y los musulmanes podría explicar el apoyo de la FI al pueblo palestino (y por lo tanto solo otros árabes podrían tener empatía hacia los palestinos); y la crítica a Israel solo puede explicarse por el antisemitismo y no por un apoyo real a la lucha anticolonial de los palestinos.
Por último, también el tratamiento mediático por parte de los medios de comunicación franceses ha sido eminentemente racista e islamófobo. ARCOM [Autoridad pública francesa de regulación de la comunicación audiovisual y digital] también se ha visto obligada a intervenir sobre el uso excesivo de generalizaciones y estereotipos en el marco de los medios de comunicación. Fue denunciado como tal por la asociación de las y lo periodistas antirracistas y racializados 5.
La islamofobia particularmente estructurante en Francia ha favorecido la aceptación de este nivel de represión en la sociedad contra las y los partidarios pro-palestinos con esquemas de dominación propios de la opresión racista.
Esta constatación de un aumento del nivel de represión contra el movimiento de solidaridad pro-palestino puede extenderse a la mayoría de los países imperialistas aliados de Israel: obstrucción del derecho a manifestarse, acoso y difamación de la solidaridad, control de la expresión pública, cancelación de eventos culturales, despidos, criminalización, estigmatización de las y los extranjeros, etc. 6. Las y los palestinos de la diáspora fueron particularmente atacados 7. Ha habido dinámicas similares: vínculo con las luchas antirracistas y anticoloniales, en particular debido a una fuerte participación de personas racializadas, y un activismo pro-palestino percibido como amenazante y, por defecto, antisemita. Sobre todo, se ha observado un fuerte aumento de los actos islamófobos (discursos de odio, estigmatización, ataques a lugares de culto, pero también violencia física y asesinatos).
En Alemania, la censura contra el movimiento solidario es muy fuerte debido al apoyo a Israel, calificado de razón de Estado. El racismo de Estado se ha desplegado en torno a la convicción de que el antisemitismo es importado por extranjeros de confesión musulmana 8.
España e Inglaterra son excepciones con un importante nivel de movilización que se explica por un apoyo a Palestina ampliamente compartido en la opinión pública. El apoyo incondicional de la clase política inglesa se vio compensado por el fuerte papel movilizador de las organizaciones comunitarias de personas musulmanas y palestinas 9.
El movimiento de ocupación de universidades que comenzó en Estados Unidos tenía el potencial de cambiar la correlación de fuerzas. Allí también, las y los estudiantes movilizados fueron intimidados y difamados, acusados de antisemitismo y complacencia hacia Hamas.
Si bien estas movilizaciones pueden haber sido importantes en algunos lugares, no han sido capaces de influir lo suficiente en el apoyo de las clases dominantes a Israel, aunque el apoyo incondicional sea ahora más tímido. Estas últimas, al asumir la importación de la retórica del conflicto de civilizaciones en el que Israel sería un bastión occidental frente al peligro islamista, utilizan la expresión de apoyo a la resistencia palestina para apuntar a las y los árabes y musulmanes.
En un año, podemos hacer balance de una movilización internacional que no ha superado el techo del racismo antiárabe y un profundo desprecio por las vidas palestinas. Esta representación racista de la experiencia palestina no es nueva, al igual que la criminalización de la gente solidaria y la amalgama entre el antisionismo y el antisemitismo. Por otro lado, la alineación incondicional con la propaganda israelí ha marcado una aceleración de la fascistización general, alimentada por una normalización de la deshumanización de los árabes y una profundización del autoritarismo. En esto, tenemos la responsabilidad colectiva de mirar en el espejo que Israel nos tiende.
Revista L’Anticapitaliste n°160
¿Alguien repara en el hecho que ser antiárabe es ser antisemita?
¿Qué curioso que no se menciona nunca esto? Muy significativo.