La degradación política y cultural que cada experimento neoliberal produce debe ser enfrentada desde una política de clarificación de los intereses de cada uno de los actores sociales, expresada en un discurso clarísimo, en blanco sobre negro, sobre quién es quién en nuestro país. En ese sentido, las ambigüedades son en este momento imperdonables. No hay grises frente a un proyecto neocolonial de despojo de las riquezas del país y del futuro de su población.
Es clave observar la predilección de los dirigentes fascistas por las metáforas sexuales. Como Nietzsche y Wagner, Hitler consideraba el mando como un dominio sexual de las masas femeninas, como violación. (La expresión de las muchedumbres en El triunfo de la Voluntad es de éxtasis; el líder provoca un orgasmo a las masas.) Los movimientos izquierdistas han tendido a ser unisex y asexuales en sus imágenes. Los movimientos de derecha, por muy puritanas y represivas que sean las realidades que introducen, tienen una superficie erótica. Ciertamente el nazismo es más sexy que el comunismo (lo que no va en crédito de los nazis sino que, antes bien, muestra algo de la naturaleza y los límites de la imaginación sexual).
A 30 años de las primeras elecciones libres y sin apartheid, los sudafricanos irán a las urnas este 29 de mayo para decidir si sostienen hegemonía histórica del Congreso Nacional Africano (CNA) creado por Nelson Mandela, hoy liderado por el presidente Cyril Ramaphosa pero desafiado por propios y opositores en un contexto de bajo crecimiento económico y desigualdad récord, aún en democracia.