Superficialmente, en el período reciente, Estados Unidos ha intentado mostrar dos lados aparentemente contradictorios de su política hacia China. La Secretaria del Tesoro, Yellen, visitó China de primera mano, mostrando su gusto (posiblemente genuino) por la comida china, interactuando de manera humana normal con diversos pueblos y audiencias chinas, y presentándose a sí misma con un tono generalmente tranquilo en materia de política económica. Luego, días después, Biden estaba organizando una cumbre abiertamente anti-China en Washington, con el primer ministro japonés Kishida y el presidente de Filipinas, Marcos, y lanzando amenazas políticas y militares contra China.
Javier Milei discute con Pedro Sánchez para volverse una celebridad mundial y humillar a los otros políticos argentinos que lo miran desde abajo del ring, indistinguibles, sin ideas de qué es esto.
Argentina opera en sentido contrario en todas y cada una de las direcciones que históricamente el desarrollo económico ha marcado, así como las guerras comerciales. Libera el comercio cuando hay que proteger, elimina el Estado cuando hay que intervenir, regular y planificar el uso de materias primas y materiales escasos para la transición energética y se alía con quien se protege y produce y exporta las mismas materias primas. Una locomotora de insensatez.